Las rela­cio­nes sexua­les y la lucha de clases

Entre los muchos pro­ble­mas que deman­dan la con­si­de­ra­ción y aten­ción de la huma­ni­dad con­tem­po­rá­nea, los pro­ble­mas sexua­les son, indu­da­ble­men­te, algu­nos de los más cru­cia­les. No exis­te un país o una nación, apar­te de las legen­da­rias «islas», don­de el tema de las rela­cio­nes sexua­les no se haya con­ver­ti­do en un asun­to urgen­te y can­den­te. La huma­ni­dad atra­vie­sa hoy una agu­da cri­sis sexual que es mucho más dañi­na y poco sana por ser lar­ga. A lo lar­go de la his­to­ria huma­na, tal vez no se pue­da encon­trar un tiem­po en el que los pro­ble­mas del sexo hayan ocu­pa­do un lugar tan impor­tan­te en la vida de la socie­dad; en el que el tema de las rela­cio­nes entre los sexos haya sido como una con­ju­ra y atraí­do la aten­ción de millo­nes de per­so­nas com­pli­ca­das; en el que los dra­mas sexua­les hayan ser­vi­do como una fuen­te de ins­pi­ra­ción que nun­ca ter­mi­na en todas las mani­fes­ta­cio­nes de arte.

A medi­da que la cri­sis con­ti­núa y se hace más seria, las per­so­nas van cayen­do en una situa­ción cada vez más des­es­pe­ran­za­do­ra y por todos los medios posi­bles inten­tan con deses­pe­ra­ción resol­ver la «situa­ción inso­lu­ble». Pero con cada nue­vo inten­to, se hace más enre­da­do el con­fu­so nudo de las rela­cio­nes per­so­na­les. Es como si no pudié­ra­mos ver el úni­co hilo que podría lle­var­nos final­men­te al éxi­to en el con­trol del obs­ti­na­do enre­do. El pro­ble­ma sexual es un círcu­lo vicio­so, no impor­ta cuán ate­mo­ri­za­das estén las per­so­nas y no impor­ta cuán­to se corra de un lado a otro, no es posi­ble salir de él.

La par­te de la huma­ni­dad con incli­na­cio­nes con­ser­va­do­ras argu­men­ta que debe­mos regre­sar a los feli­ces tiem­pos del pasa­do, que debe­mos res­ta­ble­cer las vie­jas bases de la fami­lia y for­ta­le­cer las bien pro­ba­das nor­mas de la mora­li­dad sexual. Los cam­peo­nes del indi­vi­dua­lis­mo bur­gués dicen que debe­mos des­truir las res­tric­cio­nes hipó­cri­tas de los obso­le­tos códi­gos de com­por­ta­mien­to sexual. Los inne­ce­sa­rios y repre­si­vos «tra­pos» deben ser rele­ga­dos a los archi­vos; solo la con­cien­cia indi­vi­dual, la volun­tad indi­vi­dual de cada per­so­na pue­de deci­dir esos asun­tos íntimos.

Los socia­lis­tas, por otra par­te, nos ase­gu­ran que los pro­ble­mas sexua­les solo serán resuel­tos cuan­do ten­ga lugar la reor­ga­ni­za­ción de la estruc­tu­ra eco­nó­mi­ca y social de la socie­dad. ¿No será que esto de «pos­po­ner el pro­ble­ma has­ta maña­na» sugie­re que toda­vía no hemos encon­tra­do ese úni­co «hilo mági­co»? ¿No debe­ría­mos encon­trar, o al menos ubi­car, ese hilo mági­co que pro­me­te des­en­re­dar dicho nudo? ¿No debe­ría­mos encon­trar­lo aho­ra en este mis­mo momen­to? La his­to­ria de la socie­dad huma­na, la his­to­ria de la bata­lla con­ti­nua entre varios gru­pos y cla­ses socia­les con obje­ti­vos e intere­ses opues­tos, nos da las pis­tas para encon­trar ese hilo.

No es la pri­me­ra vez que la huma­ni­dad atra­vie­sa una cri­sis sexual.

No es la pri­me­ra vez que la pre­sión de una apu­ra­da marea de nue­vos valo­res e idea­les ha nubla­do el cla­ro y defi­ni­do sig­ni­fi­ca­do de los man­da­mien­tos mora­les sobre las rela­cio­nes sexua­les. La «cri­sis sexual» fue par­ti­cu­lar­men­te agu­da duran­te el Rena­ci­mien­to y la Refor­ma, cuan­do el gran avan­ce social empu­jó a la orgu­llo­sa y patriar­cal noble­za feu­dal acos­tum­bra­da al domi­nio abso­lu­to del entorno, y des­pe­jó la vía para el desa­rro­llo y esta­ble­ci­mien­to de una nue­va fuer­za social, la burguesía.

La mora­li­dad sexual del mun­do feu­dal se desa­rro­lló des­de las pro­fun­di­da­des del modo tri­bal de vida –la eco­no­mía colec­ti­va y el lide­raz­go auto­ri­ta­rio que supri­me la volun­tad indi­vi­dual de los miem­bros individuales.

Esto cho­có con el nue­vo y extra­ño códi­go moral de la bur­gue­sía ascen­den­te. La mora­li­dad sexual de la bur­gue­sía se basa en prin­ci­pios que están en fuer­te con­tra­dic­ción con la mora­li­dad bási­ca del feudalismo.

El indi­vi­dua­lis­mo estric­to y la exclu­si­vi­dad y ais­la­mien­to del núcleo fami­liar rem­pla­zan el énfa­sis en el tra­ba­jo colec­ti­vo que fue carac­te­rís­ti­ca de la estruc­tu­ra local y regio­nal de la vida patriar­cal. Bajo el capi­ta­lis­mo, la éti­ca de la com­pe­ten­cia, los prin­ci­pios triun­fan­tes del indi­vi­dua­lis­mo y la exclu­si­va pro­pie­dad pri­va­da, cre­cie­ron y des­tru­ye­ron cual­quier cosa aso­cia­da a la idea de la comu­ni­dad, que fue, has­ta cier­to pun­to, común a todos los tipos de vida tri­bal. Duran­te un siglo, mien­tras el com­ple­jo labo­ra­to­rio de la vida iba con­vir­tien­do las vie­jas nor­mas en nue­vas fór­mu­las y se alcan­za­ba la armo­nía super­fi­cial de las ideas mora­les, los hom­bres deam­bu­la­ban con­fu­sa­men­te entre dos códi­gos sexua­les muy dife­ren­tes y tra­ta­ron de aco­mo­dar­se a ambos.

Pero en aque­llos bri­llan­tes y colo­ri­dos días de cam­bio, la cri­sis sexual, aun­que pro­fun­da, no tenía el carác­ter ame­na­za­dor que ha asu­mi­do en nues­tra épo­ca. La prin­ci­pal razón para esto es que en «los días mara­vi­llo­sos » del Rena­ci­mien­to, en la «nue­va épo­ca», cuan­do la luz bri­llan­te de la nue­va cul­tu­ra espi­ri­tual inun­dó con sus cla­ros colo­res al mun­do que falle­cía e inun­dó la sim­ple y monó­to­na vida de la Edad Media, la cri­sis sexual afec­tó solo a una peque­ña par­te de la población.

En gran medi­da los cam­pe­si­nos –la mayo­ría de la pobla­ción– se vie­ron afec­ta­dos de mane­ra indi­rec­ta y solo cuan­do, len­ta­men­te, a tra­vés del cur­so de los siglos, tuvo lugar el cam­bio en la base eco­nó­mi­ca y en las rela­cio­nes eco­nó­mi­cas del cam­po se vie­ron impli­ca­dos direc­ta­men­te. En la cima de la esca­le­ra social se libró una amar­ga bata­lla entre los dos mun­dos socia­les. Ello impli­có tam­bién una bata­lla entre los dife­ren­tes idea­les y valo­res y for­mas de mirar las cosas. Fue­ron esas per­so­nas quie­nes expe­ri­men­ta­ron y se vie­ron ame­na­za­das por la cri­sis sexual que sobrevino.

Los cam­pe­si­nos, sos­pe­cho­sos ante lo nue­vo, con­ti­nua­ron fir­me­men­te ancla­dos a las bien pro­ba­das tra­di­cio­nes tri­ba­les reci­bi­das de sus ante­pa­sa­dos, y solo bajo la pre­sión de la nece­si­dad extre­ma modi­fi­ca­ron y adap­ta­ron sus tra­di­cio­nes a las con­di­cio­nes cam­bian­tes de su ambien­te eco­nó­mi­co. Inclu­so en la cul­mi­na­ción de la bata­lla entre la bur­gue­sía y el mun­do feu­dal, la cri­sis sexual superó la «cla­se de los contribuyentes».

Mien­tras el estra­to más alto de la socie­dad se dedi­có a vio­lar las vie­jas for­mas, los cam­pe­si­nos pare­cie­ron más incli­na­dos a afe­rrar­se fir­me­men­te a sus tra­di­cio­nes. A pesar de los con­ti­nuos tor­na­dos que les pasa­ban por enci­ma y estre­me­cían el sue­lo bajo sus pies, los cam­pe­si­nos, en espe­cial el cam­pe­si­na­do ruso, se las arre­gló para pre­ser­var las bases de su códi­go sexual into­ca­das e ina­mo­vi­bles por muchos siglos.

La his­to­ria hoy es muy dife­ren­te. La cri­sis sexual ni siquie­ra deja fue­ra al cam­pe­si­na­do. Como una enfer­me­dad infec­cio­sa «no reco­no­ce ni las man­sio­nes, ni el ran­go ni el esta­tus». Se espar­ce des­de los pala­cios y los barrios pobla­dos de la cla­se tra­ba­ja­do­ra, se aso­ma a los pací­fi­cos hoga­res de la peque­ña bur­gue­sía y se abre camino hacia el cora­zón del cam­po. Cobra víc­ti­mas en las aldeas de la bur­gue­sía euro­pea, en el húme­do sótano de la fami­lia del obre­ro y en la ahu­ma­da caba­ña del campesino.

No hay «defen­sa, ni cerro­jo» con­tra el con­flic­to sexual. Ima­gi­nar que solo los miem­bros de los sec­to­res bene­fi­cia­dos de la socie­dad están afec­ta­dos por estos pro­ble­mas sería come­ter un gra­ve error. Las olas de las cri­sis sexua­les abar­can hoy las entra­das de los hoga­res de los tra­ba­ja­do­res y crean situa­cio­nes de con­flic­to, tan agu­das y sen­si­bles como los sufri­mien­tos psi­co­ló­gi­cos de «la refi­na­da bur­gue­sía mun­dial». La cri­sis sexual ya no solo intere­sa a los «pro­pie­ta­rios». Los pro­ble­mas del sexo intere­san a amplios sec­to­res de la socie­dad, afec­tan a la cla­se tra­ba­ja­do­ra en su vida coti­dia­na. Es, enton­ces, difí­cil com­pren­der por qué este asun­to vital y urgen­te es tra­ta­do con tan­ta indi­fe­ren­cia. Dicha indi­fe­ren­cia es imper­do­na­ble. Una de las tareas que enfren­ta la cla­se tra­ba­ja­do­ra en su ata­que a «las sitia­das for­ta­le­zas del futu­ro» es, indu­da­ble­men­te, la tarea de esta­ble­cer una rela­ción más sana y más ale­gre entre los sexos.

¿Cuá­les son las raí­ces de esta imper­do­na­ble indi­fe­ren­cia hacia una de las tareas esen­cia­les de la cla­se tra­ba­ja­do­ra? ¿Cómo pode­mos expli­car­nos la mane­ra hipó­cri­ta en que los «pro­ble­mas sexua­les» son rele­ga­dos al plano de «asun­tos pri­va­dos» que no mere­cen el esfuer­zo y la aten­ción del colec­ti­vo? ¿Por qué ha sido igno­ra­do el hecho de que, a tra­vés de la his­to­ria, uno de los ele­men­tos cons­tan­tes de la lucha social haya sido el inten­to de modi­fi­car las rela­cio­nes entre los sexos y el tipo de códi­go moral que deter­mi­na esas rela­cio­nes; y que el modo en que las rela­cio­nes per­so­na­les están orga­ni­za­das en cier­to gru­po social haya teni­do una influen­cia vital en el resul­ta­do de la bata­lla entre cer­ca­nos socia­les hos­ti­les? La tra­ge­dia de nues­tra socie­dad no es solo que las for­mas usua­les de com­por­ta­mien­to y los prin­ci­pios que la regu­lan se des­mo­ro­nan, sino que una ola espon­tá­nea de nue­vos inten­tos de vida se está desa­rro­llan­do den­tro del teji­do social, lo que da al hom­bre espe­ran­zas e idea­les que aún no pue­den ser rea­li­za­dos. Somos per­so­nas vivien­do en un mun­do de rela­cio­nes de pro­pie­dad, un mun­do de afi­la­das con­tra­dic­cio­nes de cla­ses y de una indi­vi­dua­li­dad mora­lis­ta. Aún vivi­mos y pen­sa­mos bajo el peso de la inevi­ta­ble sole­dad de espí­ri­tu. El hom­bre expe­ri­men­ta esa «sole­dad» inclu­so en ciu­da­des lle­nas de gri­tos, rui­do y per­so­nas, inclu­so en un gru­po de ami­gos cer­ca­nos y com­pa­ñe­ros de tra­ba­jo. Debi­do a su sole­dad, los hom­bres tien­den a ape­gar­se a una for­ma pre­da­do­ra y poco sana de ilu­sio­nes de encon­trar un «alma geme­la entre los miem­bros del sexo opues­to». Ven al ladino Eros como el úni­co medio de ale­jar, aun­que sea solo por una vez, la melan­co­lía de la ines­ca­pa­ble soledad.

Las per­so­nas qui­zá nun­ca hayan sen­ti­do una sole­dad espi­ri­tual tan pro­fun­da y per­sis­ten­te como en el pre­sen­te. Pro­ba­ble­men­te nun­ca se depri­mie­ron tan­to y caye­ron tan com­ple­ta­men­te ante la insen­si­ble influen­cia de la sole­dad. Difí­cil­men­te podría ser de otro modo. La oscu­ri­dad nun­ca ha pare­ci­do tan negra como cuan­do exis­te una peque­ña luz bri­llan­do jus­to adelante.

Los indi­vi­dua­lis­tas, que solo están orga­ni­za­dos en un colec­ti­vo jun­to a otros indi­vi­duos, tie­nen aho­ra la opor­tu­ni­dad de cam­biar sus rela­cio­nes sexua­les de mane­ra que estén basa­das en el prin­ci­pio crea­ti­vo de la amis­tad y el estar jun­tos, en lugar de en algo cie­ga­men­te psi­co­ló­gi­co. La mora­li­dad indi­vi­dua­lis­ta de la pro­pie­dad en el pre­sen­te comien­za a ver­se de mane­ra obvia como para­li­za­do­ra y opre­si­va. Al cri­ti­car la cali­dad de las rela­cio­nes sexua­les, el hom­bre moderno hace mucho más que recha­zar las anti­cua­das for­mas de com­por­ta­mien­to del actual códi­go moral. Su alma soli­ta­ria bus­ca la rege­ne­ra­ción de la esen­cia mis­ma de esas rela­cio­nes. Gime y anhe­la al «gran amor», anhe­la un momen­to de calor y crea­ti­vi­dad, que por sí mis­ma tie­ne el poder de dis­per­sar el espí­ri­tu frío de la sole­dad de la cual sufren hoy los «indi­vi­dua­lis­tas».

Si la cri­sis sexual es en tres cuar­tas par­tes resul­ta­do de las rela­cio­nes socio-eco­nó­mi­cas exter­nas, el otro cuar­to está aco­pla­do a nues­tra «refi­na­da psi­quis indi­vi­dua­lis­ta», fomen­ta­da por la ideo­lo­gía bur­gue­sa imperante.

El «poten­cial de amar» de la gen­te de hoy se encuen­tra, como des­cri­be el escri­tor ale­mán Mei­sel-Hess, en una marea baja. Hom­bres y muje­res se bus­can unos a otros con la espe­ran­za de encon­trar­se a sí mis­mos a tra­vés de otra per­so­na, un medio para alcan­zar mayor pla­cer espi­ri­tual y físico.

No hace nin­gu­na dife­ren­cia si están o no casa­dos con su pare­ja, ellos dan poca impor­tan­cia a lo que le suce­de a la otra per­so­na, a lo que está ocu­rrien­do a sus pro­pias emo­cio­nes y pro­ce­sos psicológicos.

El «cru­do indi­vi­dua­lis­mo» que ador­na nues­tra era es qui­zás más des­ca­ra­do en la orga­ni­za­ción de las rela­cio­nes sexua­les que en nin­gu­na otra par­te. Una per­so­na quie­re esca­par de su sole­dad e inge­nua­men­te ima­gi­na que estar «ena­mo­ra­do» le da el dere­cho al alma de la otra per­so­na –el dere­cho a calen­tar­se a sí mis­mo en los rayos de esa rara ben­di­ción de cer­ca­nía y enten­di­mien­to emo­cio­nal. Noso­tros, indi­vi­dua­lis­tas, hemos vis­to nues­tras emo­cio­nes estro­pea­das en el per­sis­ten­te cul­to del «ego».

Ima­gi­na­mos que pode­mos alcan­zar la feli­ci­dad de estar en esta­do de «gran amor» con aque­llos cer­ca­nos a noso­tros, sin tener que «entre­gar» a la vez nada de nosotros.

Los recla­mos que hace­mos a nues­tra «pare­ja for­mal» son abso­lu­tos e indi­vi­si­bles. Esta­mos inca­pa­ci­ta­dos para seguir sim­ples reglas de amor –que otra per­so­na deba ser tra­ta­da con gran con­si­de­ra­ción. Nue­vos con­cep­tos de las rela­cio­nes entre los sexos están sien­do deli­nea­dos actualmente.

Con ellos apren­de­re­mos a esta­ble­cer rela­cio­nes basa­das en ideas poco fami­lia­res como la com­ple­ta liber­tad, la igual­dad y la genui­na amis­tad. Pero mien­tras tan­to la huma­ni­dad tie­ne que sen­tar­se al frío con su sole­dad espi­ri­tual y solo soñar con una «mejor épo­ca» en la que todas las rela­cio­nes entre las per­so­nas se calen­ta­rán por los rayos del «dios Sol», expe­ri­men­ta­rán el sen­ti­do de jun­tar­se y se edu­ca­rán en nue­vas con­di­cio­nes de vida. La cri­sis sexual no será resuel­ta a menos que se pro­duz­ca una refor­ma radi­cal de la psi­quis huma­na, y a menos que se incre­men­te el poten­cial de amar del hom­bre. Y es esen­cial una trans­for­ma­ción bási­ca de las rela­cio­nes socio-eco­nó­mi­cas en las filas comu­nis­tas si se va a refor­mar la men­ta­li­dad. Esta es una «vie­ja ver­dad» pero no hay otra sali­da. La cri­sis sexual no será de otra for­ma redu­ci­da, cual­quie­ra sea el tipo de matri­mo­nio o rela­cio­nes per­so­na­les que las per­so­nas se preo­cu­pen por probar.

La his­to­ria nun­ca ha vis­to tal varie­dad de rela­cio­nes per­so­na­les –matri­mo­nio indi­so­lu­ble con su «fami­lia esta­ble»; «unión libre»; adul­te­rio secre­to; una mucha­cha vivien­do muy abier­ta­men­te con su aman­te en un lla­ma­do «matri­mo­nio sil­ves­tre»; matri­mo­nio de pare­ja; matri­mo­nio de tres e inclu­so el com­pli­ca­do matri­mo­nio de cua­tro per­so­nas – , sin hablar de las varias for­mas de pros­ti­tu­ción comer­cial. Usted reci­be los mis­mos dos códi­gos mora­les exis­ten­tes en todo el cam­pe­si­na­do –a saber una mez­cla de la vie­ja for­ma de vida tri­bal y de la fami­lia bur­gue­sa en desa­rro­llo – . Así, usted tie­ne la acti­tud per­mi­si­va de la casa de la mucha­cha1, jus­to al lado de la acti­tud de que la for­ni­ca­ción, o el hecho de que exis­tan hom­bres dur­mien­do con sus nue­ras, es una des­gra­cia. Es sor­pren­den­te que, en vis­tas de las for­mas con­tra­dic­to­rias y enma­ra­ña­das de las rela­cio­nes per­so­na­les del pre­sen­te, las per­so­nas sean capa­ces de pre­ser­var una fe en la auto­ri­dad moral y sean capa­ces de encon­trar el sen­ti­do de esas con­tra­dic­cio­nes y ensar­tar su for­ma a tra­vés de esos códi­gos mora­les mutua­men­te des­truc­ti­vos e incom­pa­ti­bles. Inclu­so la jus­ti­fi­ca­ción habi­tual, «yo vivo bajo la nue­va moral», no ayu­da a nadie, pues­to que la nue­va moral está aún en pro­ce­so de for­mar­se. Nues­tra tarea es sacar del caos de las con­tra­dic­to­rias nor­mas sexua­les del pre­sen­te la for­ma y hacer cla­ros los prin­ci­pios de una mora­li­dad que res­pon­da al espí­ri­tu de la cla­se pro­gre­sis­ta y revolucionaria.

Ade­más de las ya men­cio­na­das inade­cua­cio­nes de la psi­quis con­tem­po­rá­nea –extre­ma indi­vi­dua­li­dad, egoís­mo que se ha con­ver­ti­do en cul­to – , la cri­sis sexual se agra­va por dos carac­te­rís­ti­cas de la psi­co­lo­gía del hom­bre moderno: 1) la idea de «pose­sión» de la pare­ja matri­mo­nia­da; 2) la creen­cia de que los dos sexos son des­igua­les, que tie­nen valor des­igual en todas las cosas, en todas las esfe­ras, inclui­da la esfe­ra sexual.

La moral bur­gue­sa, con su fami­lia intro­ver­ti­da indi­vi­dua­lis­ta basa­da ente­ra­men­te en la pro­pie­dad pri­va­da, ha cul­ti­va­do con cui­da­do la idea de que una pare­ja debe «poseer» a la otra. Ha sido muy exi­to­sa. La idea de la pose­sión es más domi­nan­te aho­ra que bajo el sis­te­ma patri­mo­nial de rela­cio­nes de matri­mo­nio. Duran­te el lar­go perío­do his­tó­ri­co que se desa­rro­lló bajo la égi­da de la «tri­bu», la idea del hom­bre pose­yen­do a su espo­sa (no ha exis­ti­do nin­gún pen­sa­mien­to en que la espo­sa haya teni­do una pose­sión indis­cu­ti­da del espo­so) no fue más que pura pose­sión físi­ca. La espo­sa era obli­ga­da a ser leal físi­ca­men­te –su alma le pertenecía.

Inclu­so los caba­lle­ros reco­no­cían el dere­cho de sus espo­sas a tener chichs­bi (ami­gos pla­tó­ni­cos y admi­ra­do­res) y a reci­bir la «devo­ción» de otros caba­lle­ros y men­sa­je­ros. Es la bur­gue­sía la que cui­da­do­sa­men­te pro­te­ge y fomen­ta el ideal de abso­lu­ta pose­sión de la «pare­ja for­mal», emo­cio­nal y físi­ca­men­te, de mane­ra que ha exten­di­do el con­cep­to de dere­chos de pro­pie­dad para incluir el dere­cho al mun­do espi­ri­tual y emo­cio­nal de la otra per­so­na. Así, la estruc­tu­ra fami­liar fue for­ta­le­ci­da y la esta­bi­li­dad garan­ti­za­da en el perío­do en que la bur­gue­sía lucha­ba por la domi­na­ción. Este es el ideal que hemos acep­ta­do como nues­tra heren­cia y que ha esta­do pre­pa­ra­do para ver­se como una abso­lu­ta e inmo­di­fi­ca­ble moral. La idea de la pro­pie­dad va mucho más allá de las fron­te­ras del «matri­mo­nio legal». Se hace sen­tir a sí mis­mo como un ingre­dien­te inevi­ta­ble de la más «libre» unión de amor. Los aman­tes con­tem­po­rá­neos, con todo su res­pe­to por la liber­tad, no están satis­fe­chos por el cono­ci­mien­to de la leal­tad físi­ca de la per­so­na que aman.

Para des­ha­cer­nos de la siem­pre pre­sen­te ame­na­za de la sole­dad, «lan­za­mos un ata­que» a las emo­cio­nes de la per­so­na que ama­mos con una cruel­dad y fal­ta de deli­ca­de­za que no será enten­di­da por las futu­ras gene­ra­cio­nes. Deman­da­mos el dere­cho a cono­cer cada secre­to de esa per­so­na. El aman­te moderno per­do­na­rá la des­leal­tad físi­ca más pron­to que la des­leal­tad espi­ri­tual. Ve cual­quier emo­ción expe­ri­men­ta­da fue­ra de la rela­ción «libre» como la pér­di­da de su pro­pio teso­ro per­so­nal. Las per­so­nas «ena­mo­ra­das» son increí­ble­men­te insen­si­bles, en sus rela­cio­nes, hacia una ter­ce­ra per­so­na. Todos sin dudas hemos obser­va­do esa extra­ña situa­ción en la que dos per­so­nas que se aman están apu­ra­das, antes de cono­cer­se bien uno al otro, por ejer­cer sus dere­chos sobre todas las rela­cio­nes que la otra per­so­na ha for­ma­do has­ta ese momen­to, por regis­trar en las esqui­nas más ínti­mas de la vida de su pare­ja. Dos per­so­nas que has­ta ayer eran des­co­no­ci­das, y que se jun­tan en un momen­to úni­co de sen­ti­mien­to eró­ti­co mutuo, se apre­su­ran a lle­gar al cora­zón del ser de la otra per­so­na. Quie­ren sen­tir que esa extra­ña e incom­pren­si­ble psi­quis, con su expe­rien­cia pasa­da que no pue­de ser supri­mi­da, es una exten­sión de su pro­pio ser. La idea de que la pare­ja casa­da es pro­pie­dad del otro es tan acep­ta­da que cuan­do una pare­ja joven, que has­ta ayer estu­vo vivien­do sus vidas sepa­ra­das, hoy abre su res­pec­ti­va corres­pon­den­cia sin son­ro­jar­se, y hacien­do pro­pie­dad común de las pala­bras de una ter­ce­ra per­so­na que solo es ami­ga de uno de los dos, esto difí­cil­men­te nos cho­que como algo poco natu­ral. Pero este tipo de «inti­mi­dad» solo es posi­ble cuan­do las per­so­nas han com­par­ti­do sus vidas jun­tas por un lar­go perío­do de tiem­po. Habi­tual­men­te, una for­ma des­ho­nes­ta de cer­ca­nía es sus­ti­tui­da por este genuino sen­ti­mien­to, la decep­ción fomen­ta­da por la idea equi­vo­ca­da de que una rela­ción físi­ca entre dos per­so­nas es base sufi­cien­te para exten­der los dere­chos de pose­sión del ser emo­cio­nal del otro.

La «des­igual­dad» de los sexos –la des­igual­dad de sus dere­chos, el valor des­igual de su expe­rien­cia físi­ca y emo­cio­nal– es la otra cir­cuns­tan­cia sig­ni­fi­ca­ti­va que dis­tor­sio­na la psi­quis del hom­bre con­tem­po­rá­neo, y es una razón para la pro­fun­di­za­ción de la cri­sis sexual. La doble moral inhe­ren­te a la socie­dad patri­mo­nial, y tam­bién la bur­gue­sa, ha enve­ne­na­do duran­te el cur­so de los siglos la psi­quis de los hom­bres y las muje­res. Esas acti­tu­des son tan par­te de noso­tros que se hace más difí­cil des­ha­cer­se de ellas que de la idea de poseer per­so­nas, que here­da­mos de la ideo­lo­gía bur­gue­sa. La idea de que los sexos son des­igua­les, inclu­so en la esfe­ra de la expe­rien­cia físi­ca y emo­cio­nal, sig­ni­fi­ca que la mis­ma acción será obser­va­da de mane­ra dife­ren­te de acuer­do a si se tra­ta de la acción de un hom­bre o una mujer. Inclu­so los más «pro­gre­sis­tas» miem­bros de la bur­gue­sía, que hace mucho tiem­po recha­za­ron todo el códi­go de la mora­li­dad actual, fácil­men­te se pue­den sor­pren­der a sí mis­mos en este pun­to cuan­do, a la hora de juz­gar a un hom­bre y a una mujer por el mis­mo com­por­ta­mien­to, uti­li­cen cri­te­rios diferentes.

Un ejem­plo sen­ci­llo es sufi­cien­te. Ima­gi­na que un miem­bro de la inte­lli­gen­tzia de la cla­se media que ha estu­dia­do, ha esta­do envuel­to en polí­ti­ca y asun­tos socia­les, es una «per­so­na­li­dad», inclu­so una figu­ra públi­ca, comien­za a acos­tar­se con su coci­ne­ra (algo que no es raro que ocu­rra) e inclu­so se casa legal­men­te con ella. ¿Cam­bia la socie­dad bur­gue­sa su acti­tud hacia este hom­bre?, ¿este even­to lan­za inclu­so la más peque­ña som­bra de duda sobre su moral? Por supues­to que no. Aho­ra ima­gi­nen otra situa­ción. Una mujer res­pe­ta­da de la socie­dad bur­gue­sa –una figu­ra social, una estu­dian­te inves­ti­ga­do­ra, una doc­to­ra o escri­to­ra, es todo lo mis­mo– se hace ami­ga del hom­bre de a pie y, para com­ple­tar el escán­da­lo, se casa con él. ¿Cómo reac­cio­na la socie­dad bur­gue­sa ante el com­por­ta­mien­to de la res­pe­ta­da dama? La cubren con «des­pre­cio », por supues­to. Y recuer­den, es mucho peor para ella si su espo­so, el hom­bre de a pie, es apues­to o tie­ne otras «cua­li­da­des físi­cas». ¡Es obvio lo que ella está bus­can­do! y será la bur­la de la bur­gue­sía hipócrita.

Si la deci­sión de la mujer tie­ne algo de «carác­ter indi­vi­dual» no será per­do­na­da por la socie­dad bur­gue­sa. Esta acti­tud es un tipo de regre­so a las tra­di­cio­nes de los tiem­pos tri­ba­les. La socie­dad toda­vía quie­re que la mujer ten­ga en cuen­ta cuan­do toma su deci­sión el ran­go, el esta­tus y las ins­truc­cio­nes de su fami­lia. La socie­dad bur­gue­sa no pue­de ver a una mujer como una per­so­na inde­pen­dien­te sepa­ra­da de su uni­dad fami­liar, fue­ra del ais­la­do círcu­lo de sus obli­ga­cio­nes domés­ti­cas y virtudes.

La socie­dad con­tem­po­rá­nea va inclu­so más allá que la anti­gua socie­dad tri­bal al actuar como fidei­co­mi­sa­ria de la mujer, e ins­truir­la no solo a casar­se sino a ena­mo­rar­se de aque­llas per­so­nas que la «mere­cen».

Con­ti­nua­men­te cono­ce­mos hom­bres de cua­li­da­des espi­ri­tua­les e inte­lec­tua­les con­si­de­ra­bles que han esco­gi­do como su com­pa­ñe­ra a muje­res inú­ti­les y vacías, que en nin­gu­na medi­da equi­pa­ran el valor espi­ri­tual de su espo­so. Acep­ta­mos esto como algo nor­mal y no pen­sa­mos dos veces en ello. Cuan­to más los ami­gos sen­ti­rán pena por Iván Iva­no­vich por haber ter­mi­na­do con una espo­sa tan inso­por­ta­ble. Pero si ocu­rre lo con­tra­rio, bati­mos nues­tras manos y excla­ma­mos preo­cu­pa­dos: «¿Cómo una mujer tan sobre­sa­lien­te como María Petrov­na se ha ena­mo­ra­do de esta nuli­dad de hom­bre?». Uno comien­za a dudar del valor de María Petrov­na. ¿De dón­de saca­mos este doble cri­te­rio? La razón es indu­da­ble­men­te que la idea de que los sexos tie­nen un «valor dife­ren­te» se ha con­ver­ti­do, duran­te los siglos, en par­te de la for­ma­ción psi­co­ló­gi­ca del hom­bre. Esta­mos acos­tum­bra­dos a eva­luar a una mujer no como una per­so­na­li­dad con cua­li­da­des indi­vi­dua­les y fra­ca­sos sepa­ra­dos de su expe­rien­cia físi­ca y emo­cio­nal, sino solo como apén­di­ce del hombre.

Este hom­bre, el espo­so o el aman­te lan­za la luz de su per­so­na­li­dad sobre la mujer, y es este refle­jo y no el de la pro­pia mujer lo que con­si­de­ra­mos la ver­da­de­ra defi­ni­ción de su for­ma­ción moral. A los ojos de la socie­dad, la per­so­na­li­dad del hom­bre pue­de ser con mayor faci­li­dad sepa­ra­da de sus accio­nes en la esfe­ra sexual. La per­so­na­li­dad de una mujer se juz­ga casi exclu­si­va­men­te en tér­mi­nos de su vida sexual. Este tipo de acti­tud ema­na del rol que las muje­res han juga­do en la socie­dad a tra­vés de los siglos y es solo aho­ra que una reeva­lua­ción de esas acti­tu­des comien­za a alcan­zar­se, por lo menos a dibu­jar­se. Solo un cam­bio del papel eco­nó­mi­co de la mujer y su vin­cu­la­ción inde­pen­dien­te en la pro­duc­ción, pue­de y trae­rá el debi­li­ta­mien­to de estas ideas hipó­cri­tas y equivocadas.

Las tres cir­cuns­tan­cias bási­cas que dis­tor­sio­nan la psi­quis moder­na –egoís­mo extre­mo, la idea de que las pare­jas casa­das se poseen uno al otro y la acep­ta­ción de la des­igual­dad de los sexos en tér­mi­nos de expe­rien­cia físi­ca y emo­cio­nal– deben ser enfren­ta­das si se quie­re resol­ver el pro­ble­ma sexual. Las per­so­nas encon­tra­rán la «lla­ve mági­ca» con la cual pue­den salir de sus situa­cio­nes solo cuan­do sus men­tes ten­gan una reser­va sufi­cien­te de «sen­ti­mien­tos de con­si­de­ra­ción», cuan­do sea mayor su habi­li­dad de amar, cuan­do la idea de la liber­tad en las rela­cio­nes per­so­na­les se con­vier­ta en un hecho y cuan­do el prin­ci­pio de «cama­ra­de­ría » triun­fe sobre la idea tra­di­cio­nal de des­igual­dad y sumi­sión. Los pro­ble­mas sexua­les no pue­den resol­ver­se sin una reedu­ca­ción radi­cal de nues­tra mentalidad.

¿Pero no es esto pedir dema­sia­do? ¿No es aca­so la suge­ren­cia utó­pi­ca sin fun­da­men­to, la noción inge­nua de un idea­lis­ta soña­dor? ¿Cómo, hones­ta­men­te, uste­des pue­den ele­var el poten­cial de amar de la huma­ni­dad? ¿No es cier­to que hom­bres sabios de todas las nacio­nes des­de los tiem­pos inme­mo­ria­les, comen­zan­do por Buda y Con­fu­cio y ter­mi­nan­do por Cris­to, se han ocu­pan­do de esto? ¿Y quién pue­de decir si el poten­cial de amar ha sido ele­va­do? ¿No es este tipo de bien inten­cio­na­do sue­ño sobre la solu­ción de la cri­sis sexual sim­ple­men­te una con­fe­sión de la debi­li­dad y el recha­zo a con­ti­nuar la bús­que­da de la lla­ve mági­ca? ¿Es ese el caso? ¿Es la reedu­ca­ción radi­cal de nues­tra men­ta­li­dad y nues­tro acer­ca­mien­to a las rela­cio­nes sexua­les algo tan impro­ba­ble, tan ale­ja­do de la reali­dad? ¿No podría decir alguien, por el con­tra­rio, que mien­tras gran­des cam­bios eco­nó­mi­cos y socia­les están en pro­gre­so, se crean las con­di­cio­nes que deman­dan y ele­van una nue­va base para la expe­rien­cia psi­co­ló­gi­ca que está en línea con lo que hemos esta­do hablan­do? Otra cla­se, un nue­vo gru­po social, toma la delan­te­ra para rem­pla­zar a la bur­gue­sía con su ideo­lo­gía bur­gue­sa y su indi­vi­dua­lis­ta códi­go de mora­li­dad sexual. La cla­se pro­gre­sis­ta, a medi­da que se desa­rro­lla con fuer­za, no pue­de fallar en reve­lar nue­vas ideas sobre las rela­cio­nes entre los sexos que se for­man en cone­xión cer­ca­na con los pro­ble­mas de sus cla­ses sociales.

La com­pli­ca­da evo­lu­ción de las rela­cio­nes socio-eco­nó­mi­cas que tie­ne lugar ante nues­tros ojos, que modi­fi­ca todas nues­tras ideas sobre el rol de la mujer en la vida social y soca­va la mora­li­dad sexual de la bur­gue­sía, tie­ne dos resul­ta­dos con­tra­dic­to­rios. Por una par­te, vemos el esfuer­zo incan­sa­ble de la huma­ni­dad para adap­tar­se a las nue­vas y cam­bian­tes con­di­cio­nes socio-eco­nó­mi­cas. Esto se demues­tra lo mis­mo en un inten­to por pre­ser­var «las vie­jas for­mas» mien­tras ofre­ce un nue­vo con­te­ni­do (la obser­van­cia de la apa­rien­cia del indi­so­lu­ble, estric­to matri­mo­nio monó­ga­mo con la acep­ta­ción, en la prác­ti­ca, de la liber­tad de las pare­jas) o en la acep­ta­ción de nue­vas for­mas que con­tie­nen, sin embar­go, todos los ele­men­tos del códi­go moral del matri­mo­nio bur­gués (la unión libre don­de la pose­sión com­pul­si­va de la pare­ja es mayor que den­tro del matri­mo­nio legal). Por otra par­te, vemos la len­ta pero sos­te­ni­da apa­ri­ción de nue­vas for­mas de rela­cio­nes entre los sexos que se dife­ren­cian de las vie­jas nor­mas en su apa­rien­cia y espíritu.

La huma­ni­dad no cami­na a tien­tas hacia esas nue­vas ideas con mucha con­fian­za, pero tene­mos que aten­der a sus inten­tos, no impor­ta cuán vagos sean en este momen­to, por­que se tra­ta de inten­tos cer­ca­na­men­te liga­dos a las tareas del pro­le­ta­ria­do como la cla­se que debe cap­tu­rar las sitia­das for­ta­le­zas del futu­ro. Si, en medio del com­pli­ca­do labe­rin­to de las enre­da­das y con­tra­dic­to­rias nor­mas sexua­les, quie­ren encon­trar los comien­zos de una rela­ción más sana entre los sexos –rela­cio­nes que pro­me­tan guiar a la huma­ni­dad para salir de la cri­sis sexual– debe­rán dejar­se los «cul­tos apo­sen­tos» de la bur­gue­sía, con su refi­na­da men­ta­li­dad indi­vi­dua­lis­ta, y echar un vis­ta­zo a los popu­la­res hoga­res de la cla­se obre­ra. Allí, en medio del horror y la inmun­di­cia del capi­ta­lis­mo, en medio de las lágri­mas y las mal­di­cio­nes, las corrien­tes de vida están emergiendo.

Pue­de ver­se el doble pro­ce­so que aca­ba­mos de men­cio­nar fun­cio­nar en las vidas del pro­le­ta­ria­do, que tie­ne que exis­tir bajo la pre­sión de duras con­di­cio­nes eco­nó­mi­cas, cruel­men­te explo­tó por el capitalismo.

Pue­de ver­se tan­to el pro­ce­so de «adap­ta­ción pasi­va» como el de la acti­va opo­si­ción a la reali­dad exis­ten­te. La influen­cia des­truc­ti­va del capi­ta­lis­mo ani­qui­la las bases de la fami­lia tra­ba­ja­do­ra y la fuer­za incons­cien­te­men­te a «adap­tar­se» a las con­di­cio­nes exis­ten­tes. Esto per­mi­te la emer­gen­cia de toda una serie de situa­cio­nes res­pec­to a las rela­cio­nes entre los sexos simi­la­res a las que exis­ten en otras cla­ses socia­les. Bajo la pre­sión de los bajos sala­rios, el tra­ba­ja­dor inevi­ta­ble­men­te tien­de a con­traer matri­mo­nio a una edad más avan­za­da. Si hace vein­te años un tra­ba­ja­dor se casa­ba nor­mal­men­te entre los vein­te y los vein­ti­cin­co años, aho­ra asu­me el cui­da­do de una fami­lia solo hacia los trein­ta años. Mien­tras más altas sean las deman­das cul­tu­ra­les del tra­ba­ja­dor –mien­tras más valo­re la opor­tu­ni­dad de poner­se en con­tac­to con la vida cul­tu­ral, de visi­tar tea­tros y con­fe­ren­cias, de leer perió­di­cos y revis­tas, de uti­li­zar su tiem­po libre para la lucha y la polí­ti­ca o para algu­na acti­vi­dad favo­ri­ta como el arte o la lec­tu­ra, etcé­te­ra– más tiem­po tar­da­rá en casarse.

Pero las nece­si­da­des físi­cas no tie­nen en cuen­ta la situa­ción finan­cie­ra que insis­ten en hacer­se sen­tir. El tra­ba­ja­dor sol­te­ro, al igual que el tra­ba­ja­dor sol­te­ro de cla­se media, bus­ca la pros­ti­tu­ción como una salida.

Esto es un ejem­plo del ajus­te pasi­vo de la cla­se tra­ba­ja­do­ra a las con­di­cio­nes des­fa­vo­ra­bles de su exis­ten­cia. Tomen otro ejem­plo: cuan­do el tra­ba­ja­dor se casa, el bajo nivel de los sala­rios obli­ga a la fami­lia del tra­ba­ja­dor a «regu­lar» la con­cep­ción jus­to como lo hacen las fami­lias bur­gue­sas. Los casos fre­cuen­tes de infan­ti­ci­dio, el cre­ci­mien­to de la pros­ti­tu­ción, son todas expre­sio­nes del mis­mo pro­ce­so. Todos son ejem­plos de la adap­ta­ción de la cla­se tra­ba­ja­do­ra a la reali­dad cir­cun­dan­te. Pero este no es un pro­ce­so carac­te­rís­ti­co exclu­si­vo del pro­le­ta­ria­do. Todas las demás cla­ses y seg­men­tos de la pobla­ción atra­pa­das en el pro­ce­so mun­dial del desa­rro­llo del capi­ta­lis­mo reac­cio­nan de igual manera.

Vemos una dife­ren­cia solo cuan­do comen­za­mos a hablar sobre las fuer­zas acti­vas, crea­ti­vas en fun­cio­nes, que, más que adap­tar­se, se opo­nen a esta reali­dad repre­si­va, y tam­bién cuan­do habla­mos sobre los nue­vos idea­les e inten­tos de una nue­va rela­ción entre los sexos. Es solo en el inte­rior de la cla­se tra­ba­ja­do­ra que esta acti­va opo­si­ción toma forma.

Ello no quie­re decir que otras cla­ses y seg­men­tos de la pobla­ción (en par­ti­cu­lar la inte­lli­gen­tzia de la cla­se media que, por las cir­cuns­tan­cias de su exis­ten­cia social, se man­tie­ne muy cer­ca­na a la cla­se obre­ra) no adop­ten las «nue­vas» for­mas ensa­ya­das por la cla­se tra­ba­ja­do­ra progresista.

La bur­gue­sía, moti­va­da por el deseo ins­tin­ti­vo de res­pi­rar nue­va vida en sus for­mas débi­les y muer­tas de matri­mo­nio, aga­rra las nue­vas ideas de la cla­se tra­ba­ja­do­ra. Pero los idea­les y códi­gos de la mora­li­dad sexual que desa­rro­lla la cla­se tra­ba­ja­do­ra no satis­fa­cen las nece­si­da­des de cla­se de la bur­gue­sía, pues refle­jan las deman­das de la cla­se obre­ra y por con­si­guien­te sir­ven como una nue­va arma en su lucha social; con­tri­bu­yen a estre­me­cer las bases de la domi­na­ción social de la burguesía.

Per­mí­tan­nos acla­rar este pun­to con un ejem­plo. El inten­to de la inte­lli­gen­tzia de la cla­se media de rem­pla­zar el matri­mo­nio indi­so­lu­ble por el más libre, más fácil­men­te rom­pi­ble víncu­lo del matri­mo­nio civil, des­tru­ye las bases esen­cia­les de la esta­bi­li­dad social de la burguesía.

Des­tru­ye la fami­lia monó­ga­ma orien­ta­da hacia la pro­pie­dad. Por otra par­te, una mayor flui­dez en las rela­cio­nes entre los sexos coin­ci­de y es, inclu­so, el resul­ta­do indi­rec­to de una de las tareas bási­cas de la cla­se tra­ba­ja­do­ra. El recha­zo al ele­men­to de «some­ti­mien­to» en el matri­mo­nio vie­ne a des­truir las últi­mas ata­du­ras arti­fi­cia­les de la fami­lia burguesa.

Este acto de sumi­sión por par­te de un miem­bro de la cla­se obre­ra a otro, así como el sen­ti­do de pose­sión en las rela­cio­nes, tie­ne un efec­to dañino en la psi­quis del pro­le­ta­ria­do. No es del inte­rés de esa cla­se revo­lu­cio­na­ria ele­gir solo a cier­tos miem­bros como sus repre­sen­tan­tes inde­pen­dien­tes cuyo deber es ser­vir al inte­rés de cla­se antes que al inte­rés indi­vi­dual de la fami­lia ais­la­da. Los con­flic­tos entre los intere­ses de la fami­lia y los intere­ses de cla­se que aflo­ran en los momen­tos de huel­gas o duran­te la lucha acti­va y el patrón moral con el cual el pro­le­ta­ria­do obser­va ese acon­te­ci­mien­to, son una cla­ra evi­den­cia de las bases de la nue­va ideo­lo­gía proletaria.

Supon­ga­mos que asun­tos fami­lia­res requie­ren de un empre­sa­rio que reti­re su capi­tal de una fir­ma en un momen­to en que la empre­sa con­fron­ta difi­cul­ta­des finan­cie­ras. La moral bur­gue­sa es cla­ra: divi­den un esti­ma­do de sus ganan­cias, «los intere­ses de la fami­lia van primero».

Pode­mos com­pa­rar con esta acti­tud la de los tra­ba­ja­do­res hacia un rom­pehuel­gas que desa­fía a sus cole­gas y va a tra­ba­jar duran­te la huel­ga para sal­var a su fami­lia de pasar ham­bre, «los intere­ses de la cla­se van pri­me­ro». He aquí otro ejem­plo. El amor y la leal­tad del espo­so de cla­se media hacia su fami­lia son sufi­cien­tes para des­viar a su espo­sa de cual­quier inte­rés que no sea la casa, la crian­za de los hijos y la coci­na. «El espo­so ideal pue­de sos­te­ner la fami­lia ideal», es la for­ma en que la bur­gue­sía entien­de el pro­ble­ma. Pero, ¿cómo obser­van los tra­ba­ja­do­res cuan­do un miem­bro «cons­cien­te» de su cla­se cie­rra los ojos de su espo­sa o novia hacia la lucha social? Por garan­ti­zar la feli­ci­dad indi­vi­dual, por la segu­ri­dad de la fami­lia, la moral de la cla­se tra­ba­ja­do­ra deman­da­rá que las muje­res for­men par­te de la vida que se des­en­vuel­ve más allá de la entra­da de la casa. El «cau­ti­ve­rio» de las muje­res en la casa, la for­ma en que los intere­ses de la fami­lia se sitúan por enci­ma de todo lo demás, el exten­di­do ejer­ci­cio de los dere­chos abso­lu­tos de pro­pie­dad del espo­so sobre la mujer, todas estas cosas se rom­pen por el prin­ci­pio bási­co de la cama­ra­de­ría. Este prin­ci­pio de cama­ra­de­ría es fun­da­men­tal para la ideo­lo­gía de la cla­se tra­ba­ja­do­ra. Dibu­ja y deter­mi­na todo el desa­rro­llo de la mora­li­dad pro­le­ta­ria, una moral que con­tri­bu­ye a reedu­car la per­so­na­li­dad del hom­bre, al per­mi­tir­le ser capaz de sen­tir, de libe­rar­se en lugar de estar ata­do al sen­ti­do de pro­pie­dad, capaz del com­pa­ñe­ris­mo en lugar de la des­igual­dad y la sumisión.

Es una vie­ja ver­dad que cada nue­va cla­se que desa­rro­lla como resul­ta­do un avan­ce en el cre­ci­mien­to eco­nó­mi­co y la cul­tu­ra mate­rial, ofre­ce a la huma­ni­dad una nue­va ideo­lo­gía apro­pia­da. El códi­go del com­por­ta­mien­to sexual es par­te de esta ideo­lo­gía. Sin embar­go, vale decir algo sobre la «éti­ca pro­le­ta­ria» o la «mora­li­dad sexual pro­le­ta­ria» para cri­ti­car la bien uti­li­za­da idea de que la moral sexual del pro­le­ta­ria­do no es más que «super­es­truc­tu­ra y que no hay lugar para cam­biar en esta esfe­ra has­ta que las bases de la socie­dad hayan cam­bia­do». ¡Como si la ideo­lo­gía de cier­tas cla­ses se for­ma­ra sola­men­te cuan­do se com­ple­ta la rup­tu­ra en las rela­cio­nes eco­nó­mi­cas, que garan­ti­zan el domi­nio de esa cla­se! Toda la expe­rien­cia de la his­to­ria nos ense­ña que un gru­po social tra­ba­ja su ideo­lo­gía y, con­se­cuen­te­men­te, su mora­li­dad sexual en el pro­ce­so de lucha con­tra las fuer­zas socia­les hostiles.

Solo con la ayu­da de nue­vos valo­res espi­ri­tua­les, crea­dos como res­pues­ta al inte­rior de los intere­ses de la cla­se, podrá esa cla­se arre­glár­se­las para for­ta­le­cer su posi­ción social. Solo podrá ganar exi­to­sa­men­te el poder de esos gru­pos en la socie­dad que le son hos­ti­les si se suje­ta a las nue­vas nor­mas e idea­les. Bus­car el cri­te­rio bási­co para una moral que pue­da refle­jar los intere­ses de la cla­se tra­ba­ja­do­ra y ver que las nor­mas sexua­les en desa­rro­llo estén acor­des con estos cri­te­rios, es la tarea a ser enfren­ta­da por los ideó­lo­gos de la cla­se tra­ba­ja­do­ra. Hemos de com­pren­der que solo hacién­do­nos cons­cien­tes del pro­ce­so crea­ti­vo que trans­cu­rre en el inte­rior de la socie­dad y de las nue­vas exi­gen­cias, los nue­vos idea­les y las nue­vas nor­mas que se están for­man­do, solo al dejar cla­ro el gol­pe de la moral sexual de la cla­se pro­gre­sis­ta, podre­mos encon­trar el sen­ti­do en el caos y las con­tra­dic­cio­nes de las rela­cio­nes sexua­les y encon­trar el hilo que per­mi­ti­rá des­ha­cer la bien enro­lla­da mara­ña de los pro­ble­mas sexuales.

Debe­mos recor­dar que solo un códi­go de mora­li­dad sexual en armo­nía con los pro­ble­mas de la cla­se tra­ba­ja­do­ra pue­de ser una impor­tan­te arma para for­ta­le­cer las posi­cio­nes de lucha de la cla­se trabajadora.

La expe­rien­cia his­tó­ri­ca nos ense­ña bien esto. ¿Qué pue­de dete­ner­nos para uti­li­zar esta arma en bene­fi­cio del inte­rés de la cla­se tra­ba­ja­do­ra, esta lucha por un sis­te­ma comu­nis­ta y por nue­vas rela­cio­nes entre los sexos que sean más pro­fun­das y más alegres?

Alek­san­dra Kollontái

1911

  1. En las aldeas tra­di­cio­na­les rusas, las mucha­chas jóve­nes se reúnen con fre­cuen­cia para alqui­lar una vie­ja caba­ña o una habi­ta­ción en casa de alguien. Se reúnen en las noches para con­tar his­to­rias, tejer y can­tar. Los mucha­chos jóve­nes vie­nen y se unen a la cele­bra­ción. A veces pare­ce que esa cele­bra­ción pue­de con­ver­tir­se en una orgía, aun­que exis­ten ideas con­tra­rias sobre esto.

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