La tras­cen­den­cia his­tó­ri­ca de la muer­te de Mar­tí- Fidel Castro

Hacien­do abs­trac­ción de los pro­ble­mas que hoy angus­tian a la espe­cie huma­na, nues­tra Patria tuvo el pri­vi­le­gio de ser cuna de uno de los más extra­or­di­na­rios pen­sa­do­res que han naci­do en este hemis­fe­rio: José Martí.Mañana, 19 de mayo, se cum­pli­rá el 115 Ani­ver­sa­rio de su glo­rio­sa muerte.

La mag­ni­tud de su gran­de­za no sería posi­ble valo­rar­la sin tener en cuen­ta que aque­llos con los cua­les escri­bió el dra­ma de su vida fue­ron tam­bién figu­ras tan extra­or­di­na­rias como Anto­nio Maceo, sím­bo­lo peren­ne de la fir­me­za revo­lu­cio­na­ria que pro­ta­go­ni­zó la Pro­tes­ta de Bara­guá, y Máxi­mo Gómez, inter­na­cio­na­lis­ta domi­ni­cano, maes­tro de los com­ba­tien­tes cuba­nos en las dos gue­rras por la inde­pen­den­cia en las que par­ti­ci­pa­ron. La Revo­lu­ción Cuba­na, que a lo lar­go de más de medio siglo ha resis­ti­do los emba­tes del impe­rio más pode­ro­so que ha exis­ti­do, fue fru­to de las ense­ñan­zas de aque­llos predecesores.

A pesar de que tres días del dia­rio de Mar­tí han esta­do ausen­tes de los mate­ria­les al alcan­ce de los his­to­ria­do­res, lo que en el res­to de aquel dia­rio per­so­nal minu­cio­sa­men­te escri­to y otros docu­men­tos suyos de aque­llos días cons­ta, es más que sufi­cien­te para cono­cer los deta­lles de lo ocu­rri­do. Como en las tra­ge­dias grie­gas, fue una dis­cre­pan­cia entre gigantes.

La vís­pe­ra de su muer­te en com­ba­te escri­bió a su ínti­mo ami­go Manuel Mer­ca­do: “…ya estoy todos los días en peli­gro de dar mi vida por mi país y por mi deber ‑pues­to que lo entien­do y ten­go áni­mos con que rea­li­zar­lo- de impe­dir a tiem­po con la inde­pen­den­cia de Cuba que se extien­dan por las Anti­llas los Esta­dos Uni­dos y cai­gan, con esa fuer­za más, sobre nues­tras tie­rras de Amé­ri­ca. Cuan­to hice has­ta hoy, y haré, es para eso. En silen­cio ha teni­do que ser y como indi­rec­ta­men­te, por­que hay cosas que para lograr­las han de andar ocul­tas, y de pro­cla­mar­se en lo que son, levan­ta­rían difi­cul­ta­des dema­sia­do recias para alcan­zar sobre ellas el fin.”

Cuan­do Mar­tí escri­bió esas pala­bras lapi­da­rias, Marx ya había escri­to El Mani­fies­to Comu­nis­ta en 1848, es decir, 47 años antes de la muer­te de Mar­tí, y Dar­win había publi­ca­do El ori­gen de las espe­cies en 1859, para citar sólo las dos obras que, a mi jui­cio, más han influi­do en la his­to­ria de la humanidad.

Marx era un hom­bre tan extra­or­di­na­ria­men­te desin­te­re­sa­do, que su tra­ba­jo cien­tí­fi­co más impor­tan­te, El Capi­tal, tal vez no se habría publi­ca­do nun­ca si Fede­ri­co Engels no se hubie­se ocu­pa­do de reu­nir y orde­nar los mate­ria­les a los que su autor con­sa­gró toda su vida. Engels no sólo se ocu­pó de esa tarea, sino que fue autor de una obra titu­la­da Intro­duc­ción a la dia­léc­ti­ca de la natu­ra­le­za, en la que habló ya del momen­to en que la ener­gía de nues­tro sol se agotaría.

El hom­bre no cono­cía toda­vía cómo libe­rar la ener­gía con­te­ni­da en la mate­ria, des­cri­ta por Eins­tein en su famo­sa fór­mu­la, ni dis­po­nía de compu­tado­ras que pue­den rea­li­zar miles de millo­nes de ope­ra­cio­nes por segun­do, capa­ces de reco­ger y trans­mi­tir, a su vez, los miles de millo­nes de reac­cio­nes por segun­do que tie­nen lugar en las célu­las de las dece­nas de pares de cro­mo­so­mas que apor­tan la madre y el padre a par­tes igua­les, un fenó­meno gené­ti­co y repro­duc­ti­vo del que tuve noción des­pués del triun­fo de la Revo­lu­ción, bus­can­do las mejo­res carac­te­rís­ti­cas para la pro­duc­ción de ali­men­tos de ori­gen ani­mal en las con­di­cio­nes de nues­tro cli­ma, que se extien­de a tra­vés de sus pro­pias leyes here­di­ta­rias a las plantas.

Con la edu­ca­ción incom­ple­ta que los ciu­da­da­nos de más recur­sos reci­bía­mos en las escue­las, por lo gene­ral pri­va­das, que eran con­si­de­ra­das como los mejo­res cen­tros de ense­ñan­za, nos con­ver­tía­mos en anal­fa­be­tos, con un poco de más nivel que los que no sabían leer y escri­bir o asis­tían a las escue­las públicas.

Por otro lado, el pri­mer país del mun­do don­de se inten­tó apli­car las ideas de Marx fue Rusia, que era el menos indus­tria­li­za­do de los paí­ses de Europa.

Lenin, crea­dor de la Ter­ce­ra Inter­na­cio­nal, con­si­de­ra­ba que no había en el mun­do orga­ni­za­ción más leal a las ideas de Marx que la frac­ción Bol­che­vi­que del Par­ti­do Obre­ro Social­de­mó­cra­ta de Rusia. Aun­que bue­na par­te de aquel inmen­so país vivía en con­di­cio­nes semi­feu­da­les, su cla­se obre­ra era muy acti­va y suma­men­te combativa.

En los libros que escri­bió Lenin des­pués de 1915, fue incan­sa­ble crí­ti­co del cho­vi­nis­mo. En su obra El impe­ria­lis­mo, fase supe­rior del capi­ta­lis­mo, escri­ta en abril de 1917, meses antes de la toma del poder como líder de la frac­ción Bol­che­vi­que de aquel Par­ti­do fren­te a la frac­ción Men­che­vi­que, demos­tró igual­men­te que fue el pri­me­ro en com­pren­der el papel que esta­ban lla­ma­dos a jugar los paí­ses some­ti­dos al colo­nia­lis­mo, como Chi­na y otros de gran peso en diver­sas regio­nes del mundo.

A su vez, la valen­tía y auda­cia de que Lenin era capaz se demos­tró en su acep­ta­ción del tren blin­da­do que el ejér­ci­to ale­mán, por con­ve­nien­cia tác­ti­ca, le pro­por­cio­nó para tras­la­dar­se des­de Sui­za has­ta los acce­sos de Lenin­gra­do, por lo cual los enemi­gos den­tro y fue­ra de la frac­ción Men­che­vi­que del Par­ti­do Obre­ro Social­de­mó­cra­ta de Rusia no tar­da­ron en acu­sar­lo de espía ale­mán. De no haber uti­li­za­do el famo­so tren, el final de la gue­rra lo habría sor­pren­di­do en la dis­tan­te y neu­tral Sui­za, con lo cual el minu­to ópti­mo y ade­cua­do se habría perdido.

De algu­na for­ma, por puro azar, dos hijos de Espa­ña, gra­cias a sus cua­li­da­des per­so­na­les, pasa­ron a jugar un papel rele­van­te en la Gue­rra His­pano-Nor­te­ame­ri­ca­na: el jefe de las tro­pas espa­ño­las en la for­ti­fi­ca­ción de El Viso, que defen­día el acce­so a San­tia­go des­de la altu­ra de El Caney, un ofi­cial que com­ba­tió has­ta ser mor­tal­men­te heri­do, cau­sán­do­les a los famo­sos Rough Riders ‑jine­tes duros, nor­te­ame­ri­ca­nos orga­ni­za­dos por el enton­ces Tenien­te Coro­nel Theo­do­re Roo­se­velt, que el pre­ci­pi­ta­do des­em­bar­co lo tuvie­ron que hacer sin sus fogo­sos caba­llos- más de tres­cien­tas bajas, y el Almi­ran­te que, cum­plien­do la estú­pi­da orden del Gobierno espa­ñol, zar­pó de la bahía de San­tia­go de Cuba con la infan­te­ría de mari­na a bor­do, una fuer­za selec­ta, y salió con la escua­dra de la úni­ca for­ma posi­ble, que fue des­fi­lar con cada bar­co, uno por uno, salien­do por el estre­cho acce­so fren­te a la pode­ro­sa flo­ta yan­ki, que con sus aco­ra­za­dos en línea dis­pa­ra­ban sus poten­tes caño­nes sobre los bar­cos espa­ño­les de mucho menor velo­ci­dad y blin­da­je. Como era lógi­co, los buques espa­ño­les, sus dota­cio­nes de com­ba­te y la infan­te­ría de mari­na fue­ron hun­di­dos en las pro­fun­das aguas de la fosa de Bartlett. Sólo uno lle­gó a pocos metros de la ori­lla del abis­mo. Los sobre­vi­vien­tes de aque­lla fuer­za fue­ron hechos pri­sio­ne­ros por la escua­dra de Esta­dos Unidos.

La con­duc­ta de Mar­tí­nez Cam­pos fue arro­gan­te y ven­ga­ti­va. Lleno de ren­cor por su fra­ca­so en el inten­to de paci­fi­car la Isla como en 1871, apo­yó la polí­ti­ca ruin y ren­co­ro­sa del Gobierno espa­ñol. Vale­riano Wey­ler lo sus­ti­tu­yó en el man­do de Cuba; éste, con la coope­ra­ción de los que envia­ron el aco­ra­za­do Mai­ne a bus­car jus­ti­fi­ca­cio­nes para la inter­ven­ción en Cuba, decre­tó la con­cen­tra­ción de la pobla­ción, que oca­sio­nó enor­mes sufri­mien­tos al pue­blo de Cuba y sir­vió de pre­tex­to a Esta­dos Uni­dos para esta­ble­cer su pri­mer blo­queo eco­nó­mi­co, lo cual dio lugar a una enor­me esca­sez de ali­men­tos y pro­vo­có la muer­te de incon­ta­bles personas.

Así se via­bi­li­za­ron las nego­cia­cio­nes de París, en la que Espa­ña renun­ció a todo dere­cho de sobe­ra­nía y pro­pie­dad sobre Cuba, des­pués de más de 400 años de su ocu­pa­ción en nom­bre del Rey de Espa­ña a media­dos de octu­bre de 1492, tras afir­mar Cris­tó­bal Colón: “esta es la tie­rra más her­mo­sa que ojos huma­nos vieron.”

La ver­sión espa­ño­la de la bata­lla que deci­dió la suer­te de San­tia­go de Cuba es la más cono­ci­da, y sin duda hubo heroís­mo si se ana­li­za el núme­ro y los gra­dos de los ofi­cia­les y sol­da­dos, que en la más des­ven­ta­jo­sa de las situa­cio­nes defen­die­ron la ciu­dad, hacien­do honor a la tra­di­ción de lucha de los espa­ño­les, que defen­die­ron su país con­tra los ague­rri­dos sol­da­dos de Napo­león Bona­par­te en 1808, o la Repú­bli­ca espa­ño­la con­tra la embes­ti­da nazi­fas­cis­ta en 1936.

Una igno­mi­nia adi­cio­nal cayó sobre el comi­té norue­go que otor­ga los pre­mios Nóbel, al bus­car ridícu­los pre­tex­tos para con­ce­der ese honor en el año 1906 a Theo­do­re Roo­se­velt, que fue elec­to dos veces Pre­si­den­te de Esta­dos Uni­dos en 1901 y 1905. Ni siquie­ra había que­da­do cla­ra su ver­da­de­ra par­ti­ci­pa­ción en los com­ba­tes de San­tia­go de Cuba al fren­te de los Rough Riders, y pudo haber mucho de leyen­da en la publi­ci­dad que reci­bió con posterioridad.

Yo sólo pue­do dar tes­ti­mo­nio de la for­ma en que la heroi­ca ciu­dad cayó en manos de las fuer­zas del Ejér­ci­to Rebel­de el Pri­me­ro de Enero de 1959.

¡Enton­ces las ideas de Mar­tí triun­fa­ron en nues­tra Patria!

Fidel Cas­tro Ruz

Mayo 18 de 2010

6 y 12 p.m.

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