Durante el siglo XX se han producido tres grandes oleadas de creación de estados, con el derrumbe de los imperios otomano y austro-húngaro tras la Primera Guerra Mundial, con los procesos de descolonización en la segunda mitad del siglo, y por último con el colapso del régimen soviético a finales de los años ochenta. Por otra parte, a principios del siglo XXI encontramos demandas de autogobierno en estados consolidados de Europa y América del Norte, algunas de las cuales plantean nuevas fórmulas institucionales o, incluso, la creación de nuevos estados.
En este escenario es relevante plantearse: ¿Hasta qué punto puede resultar plausible pensar en una cuarta ola de creación de estados? ¿De qué puede depender? ¿Nos puede servir de algo examinar la experiencia de los nuevos estados aparecidos con el derrumbe de los países comunistas? Éstas son las preguntas que enmarcan el estudio «Nuevas estatalidades y procesos de soberanía» que se presentó hace unas semanas en el Parlamento Europeo.
Hay muchas maneras de plantearse un estudio de este tipo, en nuestro caso nos propusimos el estudio transversal de los casos donde se presentan estas demandas soberanistas conjuntamente con los casos de creación de nuevos estados en Europa. En total se escogieron 17 casos de estudio. Diez casos de creación de nuevos estados europeos que cubren gran parte de los nuevos estados de la tercera oleada: Bosnia, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Kosovo, Letonia, Lituania, Macedonia, Montenegro, Ucrania; seis casos de sociedades europeas con minorías territoriales que presentan demandas de profundización de su autogobierno y de reforma institucional: Catalunya, Escocia, Euskadi, Flandes, Groenlandia, Irlanda del Norte y, por último, un caso en Norte América, dentro de la OCDE, que ha servido de modelo en el que se han reflejado algunas de estas sociedades: Quebec.
Las principales conclusiones del estudio pueden dividirse en tres bloques.
En lo que respecta a los posibles candidatos, puede descartarse, de entrada, cualquier hipótesis que haga referencia a una variable geodemográfica como determinante para marcar ninguna diferencia explicativa entre candidatos a convertirse en nuevos estados y los que ya lo son.
En segundo lugar, desde el punto de vista de los elementos distintivos y de cohesión respecto del estado del que forman parte todos estos casos, lo que podríamos llamar los factores sobre los que se construye el demos propio subestatal, no observamos más factores donde estas comunidades o naciones sin estado se convirtieron en estados que allí donde esto no se ha dado. Al contrario, si examinamos los nuevos estados aparecidos a partir de los años 90 nos damos cuenta de que estas sociedades presentan menos factores distintivos respecto de los «estados matriz» de los que formaban parte que los que presentan algunas minorías territoriales o «naciones sin estado» que encontramos actualmente en democracias liberales consolidadas y que reclaman nuevas fórmulas de encaje en sus respectivos estados.
De hecho, si examinamos un mapa de las autodenominadas naciones sin estado en Europa, nos damos cuenta de que allí donde las reivindicaciones soberanistas están más estructuradas social y políticamente, coinciden en tener estas tres características:
Primeramente, haber dispuesto de instituciones propias en en la edad moderna (XV-XVIII) o/y…
En segundo término, no pertenecer a la cultura mayoritaria o dominante del estado matriz del que forman parte, tomando como indicador la existencia de una lengua o/y religión diferente, y…
Por último, disponer de algún tipo de administración pública propia, y algún grado de reconocimiento institucional vinculado a ella, fruto de procesos de descentralización política y administrativa, lo que le permite disponer en la actualidad de un sistema de partidos propio.
Utilizando un lenguaje coloquial podríamos hablar de dos ligas en cuanto a la estructuración social y política de las reivindicaciones de las minorías territoriales. En la primera liga habría naciones o minorías con las características mencionadas.
El segundo objetivo de la investigación nos encaminaba hacia el examen de las transiciones de aquellos demos que se convirtieron en nuevos estados. Naturalmente, el contexto es muy singular e irrepetible. El derrumbamiento de un régimen político, el régimen comunista y soviético. Dejando de lado, pues, el contexto pueden destacarse algunos elementos que no son subrayados habitualmente.
En primer lugar, los movimientos sociales que reclamaban un nuevo encaje dentro del Estado, no eran independentistas o secesionistas en primer término, sino fundamentalmente de demanda de más democracia. Ninguno de los movimientos que se convirtieron, finalmente, en secesionistas lo era en un principio. Por eso los movimientos sociales consiguieron ser tan amplios y transversales.
En la transformación de estos movimientos en reclamaciones de signo secesionista es clave el papel del estado matriz, la respuesta negativa a cambios institucionales que garanticen un mejor encaje (desde el punto de vista de las particularidades culturales y territoriales) y más democracia. Lo que la literatura politológica ha denominado failure of recognition.
El ejemplo paradigmático de la importancia de la respuesta por parte del estado es Ucrania donde en el intervalo de ocho meses se hicieron sendos referendos. En el primero un 70% votaba a favor de seguir formando parte de la federación soviética, y en el segundo un 90% votaba a favor de la independencia. Entre medio, hubo el intento de golpe de estado involucionista que quería volver atrás en el proceso de descentralización y democratización.
Este nuevo esquema analítico nos permite llegar a nuevas conclusiones con las que analizar las demandas de más autogobierno que se están produciendo actualmente en estados como el Reino Unido, Bélgica, Dinamarca, Canadá o España. En este sentido se observan dos tipos de respuesta: modelo canadiense-danés-británico-belga y modelo español.
Tanto en Escocia, como en Quebec, como en Irlanda del Norte, Groenlandia y Flandes se han dado reconocimientos de la existencia de un demos distinto al que constituye el conjunto de la sociedad del estado matriz bajo fórmulas diversas. Por contra, la respuesta estatal es completamente diferente en Catalunya y Euskadi, donde no sólo no se produce un reconocimiento explícito de la identidad nacional distinta, sino que se postula la existencia de una única nación española. Lo que nos lleva a decir que es aquí donde la cuerda se está tensando más.