¿Qué es el capi­ta­lis­mo? – Rolan­do Astarita

Rolo

1. Intro­duc­ción

Hace muchos años un defen­sor del sis­te­ma capi­ta­lis­ta, un señor lla­ma­do Man­de­vi­lle, escri­bió un libro que en su momen­to fue famo­so, La fábu­la de las abe­jas. Ahí sos­te­nía que “…para con­ten­tar al pue­blo aun en su míse­ra situa­ción, es nece­sa­rio que la gran mayo­ría siga sien­do tan igno­ran­te como pobre”. Man­de­vi­lle pen­sa­ba que el cono­ci­mien­to por par­te del pue­blo era peli­gro­so por­que “amplía y mul­ti­pli­ca nues­tros deseos, y cuan­to menos desea un hom­bre tan­to más fácil­men­te pue­den satis­fa­cer­se sus nece­si­da­des”.[1] Y mucha gen­te sigue pen­san­do así; de hecho, inclu­so, hace poco en el dia­rio La Nación, de amplia cir­cu­la­ción entre la cla­se pudien­te, apa­re­ció un lar­go artícu­lo, lleno de elo­gios a Man­de­vi­lle y su La fábu­la de las abe­jas.

Pues bien, el obje­ti­vo de este peque­ño escri­to es hacer exac­ta­men­te lo opues­to de lo que que­ría Man­de­vi­lle. O sea, vamos a expli­car, de la mane­ra más sen­ci­lla posi­ble, qué es el sis­te­ma capi­ta­lis­ta, por qué es un sis­te­ma que pro­du­ce con­cen­tra­ción de la rique­za, por un lado, y al mis­mo tiem­po gene­ra mise­ria, des­ocu­pa­ción, y tra­ba­jos mal pagos y ago­ta­do­res. Que­re­mos ayu­dar a ubi­car en una pers­pec­ti­va amplia las luchas socia­les que el pue­blo empren­de dia­ria­men­te. O sea, que los tra­ba­ja­do­res, los des­ocu­pa­dos, conoz­can por qué el actual sis­te­ma eco­nó­mi­co podría cam­biar­se, y la socie­dad podría orga­ni­zar­se de mane­ra que millo­nes de per­so­nas no ten­gan que estar en una situa­ción míse­ra. Que se conoz­ca por qué tene­mos el dere­cho de cono­cer para “ampliar y mul­ti­pli­car nues­tros deseos”, y para que algún día ten­ga­mos un mun­do libre de mise­rias y pri­va­cio­nes.

Empe­ce­mos expli­can­do las cla­ses sociales.

2. Las dos gran­des cla­ses sociales

El sis­te­ma capi­ta­lis­ta se carac­te­ri­za, en pri­mer lugar, por el hecho de que las fábri­cas, los cam­pos, los ban­cos, los comer­cios, es decir, los medios para pro­du­cir, comer­ciar y para el intercam­bio, son pro­pie­dad pri­va­da de un gru­po social, los capita­listas. Fren­te a ellos se encuen­tra una inmen­sa mayo­ría de per­so­nas que no son pro­pie­ta­rias de nin­gún medio para pro­du­cir, y deben tra­ba­jar para los capi­ta­lis­tas por un sala­rio. Son los obre­ros.

Ser obre­ro o capi­ta­lis­ta no es algo que poda­mos ele­gir a volun­tad, por­que está deter­mi­na­do por la for­ma en que está orga­ni­za­da la socie­dad. Para com­pren­der este impor­tan­te pun­to, supon­ga­mos dos niños, uno hijo de obre­ros, el otro de empresa­rios. El pri­me­ro, cuan­do lle­gue a adul­to, a lo sumo ten­drá como heren­cia la casa de sus padres; con eso no podrá para mantener­se, y debe­rá hacer lo mis­mo que hicie­ron sus padres: con­tra­tar­se como emplea­do u obre­ro. Es decir, perte­nece a la cla­se obre­ra des­de su naci­mien­to, a la cla­se que no es propieta­ria de los medios para pro­du­cir. Es una situa­ción que no eli­ge, por­que la con­for­ma­ción de la socie­dad lo des­ti­na a ese lugar. El segun­do, en cam­bio, cuan­do lle­gue a adul­to va a here­dar la empre­sa de sus padres, y esta­rá des­ti­na­do «social­men­te» a ser empre­sa­rio. Como vemos, cada uno de estos niños per­te­ne­ce­rá a gru­pos socia­les dis­tin­tos. ¿Qué los dis­tin­gue? El hecho de que uno de esos gru­pos es propieta­rio de los medios de pro­duc­ción, el otro no lo es. Los que no son pro­pie­ta­rios están obli­ga­dos a tra­ba­jar bajo el man­do de los que son propietarios.

A los gru­pos de per­so­nas que se dis­tin­guen por la pro­pie­dad o no pro­pie­dad de los medios de pro­duc­ción, se los lla­ma CLASES SOCIALES. La cla­se capi­ta­lis­ta es la cla­se o gru­po de gen­te pro­pie­ta­ria de los medios de produc­ción. La cla­se obre­ra es el gru­po que no es pro­pie­ta­rio de los medios de produc­ción y debe tra­ba­jar por un sala­rio, bajo el man­do de los capita­listas. Un obre­ro pue­de ganar más o menos dine­ro, pero mien­tras no sea pro­pie­ta­rio de las herra­mien­tas y máqui­nas con las que tra­ba­ja, y esté obli­ga­do a emplear­se por un sala­rio bajo las órde­nes del empre­sa­rio, segui­rá per­te­ne­cien­do a la cla­se obrera.

En esta socie­dad exis­ten dos gran­des cla­ses socia­les, los pro­pie­ta­rios de los medios de pro­duc­ción, que emplean obre­ros; y los no pro­pie­ta­rios de los medios de pro­duc­ción, que tra­ba­jan como asa­la­ria­dos para los primeros.

Entre estas dos gran­des cla­ses socia­les exis­te otra cla­se, que llamare­mos la peque­ña bur­gue­sía. Este gru­po ocu­pa una posi­ción inter­me­dia entre la cla­se obre­ra y la cla­se capi­ta­lis­ta, por­que por lo gene­ral tie­nen una pro­pie­dad (por ejem­plo, un taxi, un peque­ño comer­cio, son pro­fe­sio­na­les indepen­dientes), pero no emplean obre­ros, y viven de su trabajo.

Tam­bién exis­ten otros sec­to­res, que son más difíci­les de cla­si­fi­car; por ejem­plo, los ladro­nes, los men­di­gos. Pero lo impor­tan­te es que nos concentre­mos por aho­ra en las dos gran­des cla­ses, la capi­ta­lis­ta y la obre­ra, para ana­li­zar qué rela­ción exis­te entre ambas. Esta rela­ción nos mos­tra­rá el secre­to del fun­cio­na­mien­to de este sis­te­ma capitalista.

Antes de ter­mi­nar este pun­to, que­re­mos refu­tar una idea que tra­tan de incul­car, y que vie­ne a decir que es «natu­ral» que los seres huma­nos per­te­nez­can a cla­ses dife­ren­tes. Según este argu­mento, pare­cie­ra que la natu­ra­le­za ha dis­pues­to que algu­nos ven­gan a este mun­do sien­do pro­pie­ta­rios de los medios para pro­du­cir y comer­ciar, y otros no. En el mis­mo sen­ti­do, se nos quie­re hacer creer que hace muchos años, hubo un gru­po de gen­te que aho­rra­ba y tra­ba­ja­ba mucho, y otro que hara­ga­nea­ba todo el día. Enton­ces, el pri­mer gru­po se hizo pro­pie­ta­rio, y a par­tir de allí sus hijos y todos sus des­cen­dien­tes ya no tuvie­ron que tra­ba­jar. Mien­tras que los del segun­do gru­po, los hol­ga­za­nes, se vie­ron obli­ga­dos a tra­ba­jar como emplea­dos, y todos sus descendien­tes tam­bién, y ya no pudie­ron salir de esa situación.

Como se pue­de intuir, todos estos son cuen­tos para disi­mu­lar el hecho de que esta socie­dad está divi­di­da en cla­ses, que esta situa­ción ha sido provoca­da por la evo­lu­ción de la his­to­ria huma­na, y por lo tan­to es modi­fi­ca­ble. Vea­mos aho­ra qué suce­de cuan­do un obre­ro tra­ba­ja para el patrón.

3. La explo­ta­ción I: ¿qué es el valor?

Vamos a comen­zar por una pre­gun­ta que está en la base de toda la econo­mía: de dón­de vie­ne el pre­cio de las cosas que com­pra­mos o ven­de­mos. Aquí vamos a dar una explica­ción muy senci­lla, que nos ser­vi­rá para lo que sigue.

Cuan­do habla­mos de pre­cio, nos refe­ri­mos al valor eco­nó­mi­co que tie­ne una mercan­cía. Por ejem­plo, si un reloj tie­ne un pre­cio muy alto, deci­mos que tie­ne mucho valor; de un pro­duc­to de mala cali­dad, deci­mos que vale muy poco. Enton­ces, ¿Qué es lo que da valor a las cosas? ¿Por qué algu­nas tie­nen mucho valor (son caras) y otras no?

En el siglo pasa­do, varios eco­no­mis­tas lle­ga­ron a la conclu­sión de que lo que otor­ga valor a las mer­can­cías (por lo menos, de todas las que se hacen con vis­tas a la ven­ta) es el tra­ba­jo humano emplea­do para producir­las.

Por ejem­plo, si un mue­ble tie­ne una made­ra muy puli­da, si tie­ne muchas manos de bar­niz, es decir, si tie­ne muchas horas de tra­ba­jo inver­ti­das en su fabri­ca­ción, ten­drá más valor que otra mesa mal ter­mi­na­da, mal puli­da. Supon­ga­mos que en la pri­me­ra se han emplea­do 20 horas de tra­ba­jo, y en la segun­da 10 horas. La pri­me­ra ten­drá el doble de valor que la segun­da y eso se mani­fes­ta­rá en el pre­cio: pode­mos supo­ner que la pri­me­ra cos­ta­rá el doble de dine­ro que la segun­da. Por ejem­plo, si la pri­me­ra vale 100 pesos y la segun­da 50 pesos,[2] esa dife­ren­cia expresa­rá que en la pri­me­ra se empleó aproximada­mente el doble de tiem­po de tra­ba­jo para producirla.

La fuen­te de valor es el tra­ba­jo humano que se invier­te en pro­du­cir, en modi­fi­car mate­rias toma­das de la natu­ra­le­za, para crear los bie­nes de uso que emplea­mos en nues­tras vidas.

Enton­ces el valor es una cua­li­dad, una pro­pie­dad, de los bie­nes que com­pra­mos o ven­de­mos, que tie­ne algo así como dos «caras»: por un lado, es el tiem­po de tra­ba­jo que se emplea para pro­du­cir ese bien; ésta sería la cara ocul­ta, la que no vemos a pri­me­ra vis­ta, cuan­do esta­mos en el mer­ca­do. Por otro lado, ese tiem­po de tra­ba­jo se nos mues­tra en el pre­cio, en el dine­ro que paga­mos cuan­do lo com­pra­mos o que reci­bi­mos cuan­do lo ven­de­mos; esta es la cara visi­ble del valor, que hace que no nos demos cuen­ta de que, al com­prar o ven­der cosas, esta­mos com­pran­do o ven­diendo tiem­pos de trabajo.

Por eso, cuan­do deci­mos que un bien (una mesa, una cami­sa, etc.) vale tan­to dine­ro, esta­mos dicien­do en el fon­do que se empleó una cier­ta can­ti­dad de tra­ba­jo para pro­du­cir­la. A pesar de que esto no apa­re­ce a la vis­ta, los empre­sa­rios siem­pre están cal­cu­lan­do los tiem­pos de tra­ba­jo emplea­dos. Por ejem­plo, los empre­sa­rios del ace­ro cal­cu­lan que en Argen­ti­na, para pro­du­cir una tone­la­da de ace­ro, hoy hacen fal­ta 11 horas de tra­ba­jo, en Bra­sil 8 y en Méxi­co 12. Estas dife­ren­cias pue­den estar dadas por las dife­ren­tes téc­ni­cas, o por otros motivos.

Por supues­to, un tra­ba­jo más com­ple­jo, más difí­cil, agre­ga más valor. Dare­mos un ejem­plo. Supon­ga­mos que un cam­pe­sino leña­dor va a un bos­que y cor­ta un árbol, y lo trans­por­ta has­ta el pue­blo, don­de ven­de la made­ra, y que toda esa ope­ra­ción le lle­va 10 horas de tra­ba­jo; supon­ga­mos que en cada hora de tra­ba­jo los hache­ros gene­ran 5 pesos de valor. Por lo tan­to, este cam­pe­sino podrá ven­der la made­ra en 50 pesos (10 horas de tra­ba­jo x 5 pesos = 50 pesos). Pero quien com­pra aho­ra la made­ra es un arte­sano, talla­dor exper­to, que saca de ella un boni­to adorno. Supon­ga­mos que este arte­sano emplea otras 10 horas de tra­ba­jo, pero esta vez, como su tra­ba­jo es más com­ple­jo, más difí­cil, en cada hora de tra­ba­jo agre­ga 15 pesos de valor, en lugar de los 5 que gene­ra­ba el leña­dor. Por lo tan­to, habrá suma­do a la made­ra un valor de 150 pesos (10 horas de tra­ba­jo x 15 pesos = 150 pesos). El adorno, de con­jun­to, val­drá 200 pesos = 50 pesos (valor crea­do por el leña­dor) + 150 pesos (valor crea­do por el talla­dor). Estos 200 pesos repre­sen­ta­rán 10 horas de tra­ba­jo «sim­ple», del leña­dor, y 10 horas de tra­ba­jo com­ple­jo, del arte­sano talla­dor. Tam­bién podría­mos redu­cir todo a horas de tra­ba­jo sim­ple, por ejem­plo, decir que los 200 pesos que vale el adorno repre­sen­tan 40 horas de un tra­ba­jo tan sim­ple como el que reali­zó el leñador.

4. La explo­ta­ción II: ¿qué es el plusvalor?

Cono­cien­do qué es el valor, pode­mos saber cómo sur­ge la ganan­cia del empre­sa­rio. Vea­mos qué suce­de cuan­do el obre­ro tra­ba­ja en una fábri­ca por un salario.

Supon­ga­mos que en una empre­sa el obre­ro uti­li­za un telar, e hila algo­dón. El algo­dón que emplea dia­ria­men­te para hacer el hila­do tie­ne un valor de 100 pesos. Supon­ga­mos tam­bién que el obre­ro hace un tra­ba­jo sim­ple, duran­te 10 horas, y crea un nue­vo valor, de 50 pesos. Por otra par­te, por el des­gas­te del telar, los gas­tos de luz, agua, y otros, hay que agre­gar otros 10 pesos de valor. La cuen­ta es:

100 pesos que vale el algo­dón que emplea

+ 50 pesos que agre­ga el obre­ro con su tra­ba­jo dia­rio de 10 horas

10 pesos de gas­tos del telar, y otros gastos

Total: 160 pesos que vale el hilado.

¿Dón­de está la ganan­cia del due­ño de la empre­sa? ¿De dón­de pue­de salir? Esta era la gran pre­gun­ta que se hacían los econo­mistas en el siglo pasa­do, y no acer­ta­ban a res­pon­der. La res­pues­ta que dio Car­los Marx es la siguien­te: el obre­ro agre­gó con su tra­ba­jo 50 pesos de valor al hila­do. Pero el due­ño de la empre­sa no le devuel­ve ese valor que pro­du­jo, por­que sólo le paga de acuer­do a lo que nece­si­ta para man­te­ner­se él y su fami­lia, que será menos que los 50 pesos de valor que ha crea­do. Por ejem­plo, si el obre­ro nece­si­ta ‑en pro­me­dio- 25 pesos por día para comer, ves­tir­se, pagar el alqui­ler, man­te­ner a sus hijos (aun­que sea a nivel míni­mo), el due­ño de la empre­sa pro­cu­ra­rá pagar­le sólo esos 25 pesos, que repre­sen­tan 5 horas de tra­ba­jo. De esta mane­ra, el obre­ro habrá emplea­do 5 horas en pro­du­cir un valor igual a su sala­rio, de 25 pesos. Y otras 5 horas habrá tra­ba­ja­do gra­tis, produ­ciendo un PLUSVALOR o PLUSVALÍA de 25 pesos, que se los apro­pia el capitalista.

En algu­nos casos los obre­ros, con sus luchas, con­si­guen aumen­tos, por ejem­plo, lle­var la paga a 27 pesos; en otros casos, el due­ño de la empre­sa logra­rá bajar el sala­rio, por ejem­plo a 23 pesos. Pero siem­pre exis­ti­rá ese plusva­lor en favor del capi­tal. Haga­mos aho­ra las cuen­tas totales:

El due­ño de la empre­sa invir­tió: 100 pesos en com­prar algo­dón; invir­tió antes en las ins­ta­la­cio­nes y las máqui­nas, y esto se lo va cobran­do poco a poco, car­gan­do 10 pesos por día en sus cos­tos[3]; ade­más, pagó 25 pesos al obre­ro: Por lo tan­to el cos­to del hila­do para él es de 125 pesos. Pero como el obre­ro creó un nue­vo valor «extra» por 25 pesos, podrá ven­der el hila­do en 150 pesos. Le que­dan 25 pesos de ganan­cia. Aho­ra, en cuentas:

100 pesos de algodón

10 pesos de des­gas­tes de la máquina

+ 25 pesos de sala­rio del obrero

25 pesos de plus­va­lía

Total: 160 pesos

Obser­ve­mos enton­ces que el capi­ta­lis­ta le paga al obre­ro no de acuer­do al valor que pro­du­jo, sino de acuer­do al valor de los ali­men­tos, de la ropa, de la vivien­da, que nece­si­ta para vivir. Por eso Marx dice que el due­ño de la empre­sa le paga al obre­ro el valor de su fuer­za de tra­ba­jo. El valor de la fuer­za de tra­ba­jo es el valor de la canas­ta de bie­nes que con­su­me el obre­ro para vivir y reproducirse.

De esta mane­ra el due­ño de la empre­sa dis­po­ne de una for­ma de gene­rar ganan­cias sin tener que tra­ba­jar; o a lo sumo, traba­ja en la vigi­lan­cia de los trabaja­dores, en cui­dar que éstos produz­can lo debi­do. Pero cuan­do es podero­so, con­tra­ta a los capa­ta­ces y super­vi­so­res para esa tarea. A esto le lla­ma­mos explota­ción, por­que el obre­ro pro­du­ce más valor que el que reci­be a cambio.

¿Por qué el capi­ta­lis­ta pudo hacer esto? Recor­de­mos lo bási­co: por­que es el due­ño de los medios de pro­duc­ción, es decir, de los medios para crear lo que nece­si­tan los seres huma­nos para vivir. Sin herra­mien­tas, sin mate­rias pri­mas, sin dine­ro para man­te­ner­se mien­tras pro­du­ce, el obre­ro no pue­de vivir. Por eso está obli­ga­do a ven­der su fuer­za de tra­ba­jo al empre­sa­rio, y a pro­du­cir plus­va­lía para éste. Recor­de­mos lo que decía­mos al comien­zo: des­de su cuna los obre­ros están des­ti­na­dos a ir a tra­ba­jar por un sala­rio, por­que no dis­po­nen de los medios para pro­du­cir. Y si care­ce­mos de herra­mien­tas y de las mate­rias pri­mas, si tam­po­co tene­mos un peda­zo de natu­ra­le­za para proveer­nos, es impo­si­ble alimentar­nos, ves­tir­nos, tener vivien­da. Estar caren­te de pro­pie­dad es como estar enca­de­na­do al capi­tal; el obre­ro es libre sólo en apariencia.

5. ¿Qué es capital?

Aho­ra esta­mos en con­di­cio­nes de defi­nir qué es capi­tal: es el dine­ro, los medios de pro­duc­ción, y las mer­can­cías, que son pro­pie­dad de los empre­sa­rios y se uti­li­zan en la extrac­ción de plus­va­lía. Vea­mos esto con detenimiento.

Cuan­do el empre­sa­rio deci­de inver­tir su dine­ro, ese dine­ro es la for­ma que toma su capi­tal. Con ese dine­ro com­pra el algo­dón, el telar, el edi­fi­cio de la fábri­ca; por lo tan­to, en esta segun­da eta­pa, su capi­tal está com­pues­to por algo­dón, telar, edi­fi­cio de la fábri­ca; o sea, el capi­tal del empresa­rio cam­bia de for­ma: antes era dine­ro, aho­ra se trans­formó en medios de producción.

Pero ade­más, nues­tro empre­sa­rio con­tra­ta obre­ros, y por lo tan­to una par­te de su dine­ro se trans­for­ma en el tra­ba­jo humano que gene­ra la plusva­lía. Así, otra par­te de su capi­tal que tenía la for­ma dine­ro, aho­ra, mien­tras tra­ba­ja el obre­ro, se ha trans­formado en tra­ba­jo, que está crean­do valor.

Pos­te­rior­men­te, apa­re­ce el hila­do ter­mi­na­do, que se destina­rá a la ven­ta. Por con­si­guien­te, aho­ra el capi­tal tomó la for­ma de hila­do, exis­te como hila­do; nue­va­men­te el capi­tal cam­bió de for­ma. Por últi­mo, cuan­do el empresa­rio ven­de el hila­do, habrá obte­ni­do dine­ro, es decir, su capi­tal ha vuel­to a la for­ma de dinero.

Si lo ana­li­za­mos des­de el pun­to de vis­ta del valor, pode­mos ver que, por ejem­plo, había un valor igual a 1.000 pesos, que esta­ba en bille­tes; lue­go ese valor se trans­for­mó en medios de produc­ción (algo­dón, telar, etc.), y en tra­ba­jo de los obre­ros; al salir del pro­ce­so de produc­ción, los 1.000 pesos de valor se habían transfor­mado en hila­do, y ade­más se había engen­dra­do una plusva­lía, supon­ga­mos de otros 50 pesos. Por lo tan­to, el valor ori­gi­na­rio, de 1000 pesos, se ha incre­men­ta­do; deci­mos que el valor se ha valo­ri­za­do, gra­cias al tra­ba­jo del obrero.

En vis­ta de esto, pode­mos decir que el capi­tal es valor en movi­mien­to y trans­for­ma­ción: pri­me­ro apa­re­ce bajo la for­ma de dine­ro, lue­go de medios de produc­ción y tra­ba­jo, lue­go de mercan­cía, y por últi­mo de nue­vo como dine­ro. Capi­tal es enton­ces valor que gene­ra más valor sus­ten­ta­do por la explo­ta­ción de los obre­ros. El telar es capi­tal por­que está den­tro de este movi­mien­to; lo mis­mo pode­mos decir del algo­dón, de la fábri­ca, o del dinero.

Obser­ve­mos que si el capi­ta­lis­ta com­pra­ra el algo­dón y el telar, y contra­tara al obre­ro para que le hicie­ra un hila­do para su uso per­so­nal, el dine­ro gas­ta­do, el algo­dón, el telar o el tra­ba­jo no serían capi­tal. En este caso, el capi­ta­lis­ta probable­mente esta­ría mejor ves­ti­do, pero no habría incrementa­do el valor del dine­ro que poseía; por el con­tra­rio, lo habría gas­ta­do. Sólo hay capi­tal cuan­do se invier­te con vis­tas a obte­ner una ganancia.

6. La acu­mu­la­ción de capital

Una vez pues­to en fun­cio­na­mien­to un capi­tal, es decir, una vez que un capita­lis­ta ini­ció el pro­ce­so de com­prar medios de produc­ción y fuer­za de tra­ba­jo, para pro­du­cir plus­va­lor, pue­de seguir acre­cen­tan­do su capital.

Supon­ga­mos que un capitalis­ta tie­ne 10.000 pesos ini­cia­les, inver­ti­dos en máqui­nas y mate­ria pri­ma, con los cua­les explo­ta a un obre­ro. Supon­ga­mos que este obre­ro gana 200 pesos men­sua­les, y pro­du­ce otros 200 pesos de plus­va­lía por mes. Supon­ga­mos tam­bién que el capita­lista tie­ne aho­rra­do dine­ro, de mane­ra que pue­de vivir como vive el obre­ro, duran­te varios meses. Si hace tra­ba­jar al obre­ro duran­te varios meses, y aho­rra la plus­va­lía, al cabo de 50 meses habrá reu­ni­do un fon­do de 10.000 pesos (200 de plus­va­lía por mes x 50 meses). Con este dine­ro aho­ra podrá com­prar otra maqui­na­ria y con­tra­tar un segun­do obre­ro, al que le paga­rá tam­bién 200 pesos y del cual saca­rá otros 200 pesos de plus­va­lor. Con dos obre­ros bajo su man­do, nues­tro capi­ta­lis­ta podrá uti­li­zar 200 pesos de plus­va­lía para con­su­mir y aho­rrar otros 200 pesos de plus­va­lía por mes. O sea, ya no nece­si­ta vivir de su fon­do de reser­va; aho­ra vive de la plusvalía.

Así, al cabo de otros 50 meses ten­drá otros 10.000 pesos, con los que podrá contra­tar a un ter­cer obre­ro. Si todo sigue igual, aho­ra obten­drá otros 200 pesos de plus­va­lía. Aho­ra podrá con­su­mir un poco más, por ejem­plo, vivir con 250 pesos, y le que­da­rán 350 para aho­rrar. Aho­ra podrá con­tra­tar a un cuar­to obre­ro en poco más de 28 meses. Si lo hace, y con­ti­núan las ven­tas de sus pro­duc­tos, y los sala­rios siguen al mis­mo nivel, su plusva­lía pasa­rá a 800 pesos por mes. Y des­pués de varios ciclos ten­drá nece­si­dad de ampliar su estable­cimiento, para con­tra­tar más obre­ros, que le darán más plus­va­lía. Por supues­to, ya no ten­drá nin­gu­na necesi­dad de vivir estrecha­mente. Y dis­pon­drá de un capi­tal de varias dece­nas de miles de dólares.

Este ejem­plo es ima­gi­na­rio, pero en líneas gene­ra­les se repro­du­ce en la vida real. Muchos capi­ta­lis­tas en sus orí­ge­nes vivie­ron pobremen­te. De allí que muchos empresa­rios nos digan que ellos, o sus padres, o sus abue­los «empe­za­ron des­de cero». Pero esto no es cier­to, por­que tuvie­ron la posibili­dad de tener un peque­ño capi­tal ini­cial, y ade­más tuvie­ron la suer­te de que nada inte­rrum­pie­ra la acu­mu­la­ción. Si se die­ron esas condi­ciones, a par­tir de la explo­ta­ción del obre­ro el capi­ta­lis­ta pudo acu­mu­lar la plus­va­lía, acre­cen­tan­do más y más su capi­tal. Esto se lla­ma la ACUMULACIÓN DE CAPITAL.

Por otra par­te, los obre­ros, con­de­na­dos a vivir con 200 pesos men­sua­les ‑el valor de su fuer­za de tra­ba­jo- no pue­den acu­mu­lar. Des­pués de varios años habrán per­di­do su salud traba­jando, y esta­rán tan pobres como cuan­do empeza­ron. En el otro polo, el capi­ta­lis­ta habrá acu­mu­la­do rique­za. El hijo del obre­ro esta­rá con­de­na­do, con toda pro­ba­bi­li­dad, a repe­tir la his­to­ria de su padre. El hijo del capi­ta­lis­ta esta­rá des­ti­na­do a otra histo­ria, por­que ini­cia­rá su carre­ra sobre la base de la rique­za acumulada.

Vol­ve­mos en cier­to sen­ti­do al prin­ci­pio, pero aho­ra vien­do cómo este movi­mien­to del capi­tal repro­du­ce en un polo a los obre­ros y en el otro a los capi­ta­lis­tas, es decir, repro­du­ce las cla­ses socia­les. Y no sólo las reprodu­ce, sino que las repro­du­ce de for­ma amplia­da, por­que el capi­ta­lis­ta cada vez con­tra­ta más obre­ros, al tiem­po que con­cen­tra más capital.

Si los capi­ta­lis­tas se enri­que­cen cada vez más, si con ello aumen­tan las fuer­zas de la pro­duc­ción y la rique­za, y si los traba­jado­res siguen ganan­do lo mis­mo, enton­ces, en propor­ción, los traba­jadores son cada vez más pobres. Inclu­so los obre­ros pue­den aumen­tar el con­su­mo de bie­nes, pero no por ello dejan de ser pobres, por­que la pobre­za o la rique­za están en rela­ción con la situa­ción de la socie­dad y el desa­rro­llo de la pro­duc­ción. Por ejem­plo, en el siglo 19 prácticamen­te nin­gún trabaja­dor tenía reloj; el reloj era para los ricos y nadie se considera­ba extremada­mente pobre si no tenía reloj. En las fábri­cas hacían sonar unas sire­nas para desper­tar a los obre­ros a las maña­nas y anun­ciar la hora de entra­da al tra­ba­jo. Sin embar­go hoy, en Argenti­na un obre­ro que no ten­ga dine­ro para com­prar un reloj (aun­que sea uno «des­car­ta­ble») es con­si­de­ra­do extremada­men­te pobre. Con rela­ción a la rique­za pro­du­ci­da por las moder­nas fuer­zas pro­duc­ti­vas, pode­mos decir que los obre­ros y las masas opri­mi­das son hoy tan o más pobres que lo eran hace cien años.

7. La lucha entre el capi­tal y el tra­ba­jo y el ejér­ci­to de des ocupados

Pero a medi­da que ha ido cre­cien­do el núme­ro de obre­ros agrupa­dos bajo el man­do de los capi­ta­les, se fue­ron orga­ni­zan­do para luchar por una par­te de esa rique­za. Los sin­di­ca­tos, los par­ti­dos obre­ros y otras for­mas de orga­ni­za­ción sur­gie­ron al calor de este movi­mien­to de los tra­ba­ja­do­res. Los obre­ros pelea­ron por aumen­tos del sala­rio, para que se les paga­ra mejor el valor de lo úni­co que pue­den ven­der, su fuer­za de tra­ba­jo. Esta es una mani­fes­ta­ción de la lucha de cla­ses en la socie­dad capi­ta­lis­ta, es decir, de la lucha en defen­sa de los intere­ses de cla­se, unos por aumen­tar la explo­ta­ción, otros por ir en el sen­ti­do con­tra­rio. Todas las mejo­ras de los tra­ba­ja­do­res se con­si­guie­ron gra­cias a esa pre­sión, a las huel­gas, manifestacio­nes, inclu­so revolu­ciones con­tra el sis­te­ma explota­dor. Las mejo­ras de vida de la cla­se obre­ra no fue­ron el resul­ta­do de la bon­dad de los empre­sarios, sino con­quis­tas que se arran­ca­ron con pelea, es decir, con la lucha de la cla­se obre­ra. Los polí­ti­cos de la bur­gue­sía, así como la igle­sia y otros ideó­lo­gos, tra­tan de fre­nar y des­viar la lucha de cla­ses, pre­di­can­do la con­ci­lia­ción entre obre­ros y patro­nos. Los actua­les diri­gen­tes de los sindica­tos, que han pasa­do al lado de la patro­nal, hacen lo mis­mo. Los revolu­cionarios, en cam­bio, mostra­mos la raíz de la explo­ta­ción para for­ta­le­cer la concien­cia de cla­se obre­ra, para demos­trar que la lucha entre el capi­tal y el tra­ba­jo es inevi­ta­ble y nece­sa­ria, y el úni­co camino para aca­bar con la explotación.

A pesar de las gigan­tes­cas luchas obre­ras den­tro del sis­te­ma capi­ta­lis­ta, los empre­sa­rios logra­ron, a lo lar­go de la histo­ria, man­te­ner a raya los sala­rios; los trabajado­res muchas veces obliga­ron a ceder, pero nun­ca pudie­ron hacer desapa­recer la plus­va­lía con la lucha sin­di­cal. Tome­mos el ejem­plo ante­rior, en don­de al obre­ro le paga­ban 25 pesos dia­rios por su fuer­za de tra­ba­jo, y produ­cía 25 de plus­va­lía. Diji­mos que las luchas obre­ras podían arran­car aumen­tos de sala­rio y dismi­nuir la plus­va­lía. Por ejem­plo lle­var el sala­rio a 27 pesos y la plus­va­lía a 23 pesos. Tal vez a 30 de sala­rio y 20 de plusva­lía; inclu­so si la lucha obre­ra fue­ra muy fuer­te, y los capi­ta­lis­tas estuvie­ran muy nece­si­ta­dos de tra­ba­jo, los sala­rios podrían lle­gar a 35 pesos por día y la plus­va­lía bajar a 15. ¿Pue­de seguir­se así has­ta aca­bar con la plus­va­lía y la explotación?

La expe­rien­cia nos mues­tra que no, que esta lucha eco­nó­mi­ca tie­ne un lími­te. Lle­ga­do un pun­to los capi­ta­lis­tas ace­le­ran las innovacio­nes, introdu­cen maqui­na­rias que reem­pla­zan la mano de obra y des­pi­den obre­ros. Marx cuen­ta un caso de una zona de Ingla­te­rra en que fal­ta­ban cose­cha­do­res, y los trabajado­res con­se­guían más y más aumen­tos sala­ria­les. Pero lle­gó un momen­to en que a los empresa­rios les con­vino com­prar máqui­nas cosechado­ras, en lugar de con­tra­tar obre­ros. Al poco tiem­po había enor­mes masas de desocu­pados, que pelea­ban por un pues­to de tra­ba­jo, y los sala­rios se des­plo­ma­ban. Hoy en todos lados los capi­ta­lis­tas reempla­zan a los obre­ros por máqui­nas; en las fábri­cas automotri­ces, por ejem­plo, en muchas líneas de mon­ta­je los robots hacen el tra­ba­jo de varios obreros.

Así se gene­ran más y más des­ocu­pa­dos, es decir, se crea un EJÉRCITO DE DESOCU­PADOS, que es la prin­ci­pal arma que tie­ne el capi­tal para derro­tar las luchas sin­di­ca­les. Por eso Marx decía que la maqui­na­ria se ha trans­for­ma­do en un arma pode­ro­sa con­tra la cla­se obre­ra. La maqui­na­ria debe­ría ser un ins­tru­men­to para libe­rar al ser humano de las pena­li­da­des del tra­ba­jo manual, pero bajo el domi­nio del capi­tal se con­vier­te en un instrumen­to para esclavi­zar más al obre­ro; por­que crea desocu­pados, pero tam­bién por­que los que con­ser­van el empleo son some­ti­dos a mayo­res rit­mos de pro­duc­ción, a peo­res salarios.

Pero exis­te otra vía por la cual se crea desocupa­ción. Cuan­do los capi­ta­lis­tas ven que las ganan­cias están dismi­nuyendo, comien­zan a inte­rrum­pir sus inversio­nes. Por ejem­plo, el empre­sa­rio que ven­de el hila­do, en lugar de con­tra­tar de nue­vo a los obre­ros, guar­da el dine­ro a la espe­ra de que mejo­ren las condi­ciones para sus nego­cios. Cuan­do muchos capi­ta­lis­tas hacen lo mis­mo, habla­mos de una cri­sis, y por todos lados apa­re­cen obre­ros sin tra­ba­jo. En estos perío­dos se crean enor­mes masas de desocupados.

En el mun­do capi­ta­lis­ta des­de hace por lo menos 20 años que ha esta­do cre­cien­do la masa de des­ocu­pa­dos, por­que se fre­na­ron las inver­sio­nes y por­que se introdu­cen maquina­rias que des­pla­zan a los obre­ros. Cuan­do se habla de la can­ti­dad de robos que exis­ten actual­men­te, de que no hay segu­ri­dad en las calles, de que las cár­ce­les están lle­nas, se pasa por alto la raíz del fenó­meno: la explo­ta­ción capi­ta­lis­ta y las leyes de la acumula­ción. Estos des­ocu­pa­dos y mar­gi­na­dos por el sis­te­ma pre­sio­nan hacia aba­jo los sala­rios; y los capi­ta­lis­tas chan­ta­jean a los que tie­nen tra­ba­jo con la ame­na­za de man­dar­los a la mise­ria si no se some­ten a sus exigencias.

El capi­ta­lis­mo crea cons­tan­te­men­te una masa de mar­gi­na­dos, de pobres abso­lu­tos, que son uti­li­za­dos como arma de domi­na­ción con­tra la cla­se obrera.

Tomar con­cien­cia de los lími­tes de las luchas por las reivindica­ciones eco­nó­mi­cas es fun­da­men­tal para que la cla­se obre­ra no siga ata­da a los polí­ti­cos de la bur­gue­sía y para empe­zar a for­jar su inde­pen­den­cia de cla­se, esto es, sus pro­pias orga­ni­za­cio­nes, con un pro­gra­ma y una estra­te­gia que apun­ten con­tra la explo­ta­ción del capital.

8. Hablan defen­so­res del sis­te­ma capitalista

Hace años, cuan­do el sis­te­ma capi­ta­lis­ta esta­ba sur­gien­do, los defen­so­res del sis­te­ma capi­ta­lis­ta eran bas­tan­te cons­cien­tes de lo que esta­ba sucediendo.

Para ver­lo, vol­va­mos un momen­to al señor Man­de­vi­lle, quien escri­bía:[4]

“La úni­ca cosa que pue­de hacer dili­gen­te al hom­bre que tra­ba­ja es un sala­rio mode­ra­do: si fue­ra dema­sia­do peque­ño lo des­ani­ma­ría o, según su tem­pe­ra­men­to, lo empu­ja­ría a la deses­pe­ra­ción; si fue­ra dema­sia­do gran­de se vol­ve­ría inso­len­te y perezoso…”

Obser­ve­mos en esto tan impor­tan­te: hay que man­te­ner a la gen­te de mane­ra que esté siem­pre “a raya”; si los sala­rios son altos, los obre­ros son “inso­len­tes”, o sea pue­den desa­fiar al patrón. Man­de­vi­lle continúa:

“… en una nación libre, don­de no se per­mi­te tener escla­vos, la rique­za más segu­ra con­sis­te en una mul­ti­tud de pobres laboriosos”

Efec­ti­va­men­te, “pobres labo­rio­sos”, esto es, gen­te que tra­ba­ja y es pobre. Vean más aba­jo cómo éste es un ras­go típi­co del sis­te­ma capi­ta­lis­ta actual.

Otro autor defen­sor del sis­te­ma capi­ta­lis­ta, lla­ma­do Mor­ton Eden, escribía:

“Las per­so­nas de posi­ción inde­pen­dien­te deben su for­tu­na casi exclu­si­va­men­te al tra­ba­jo de otros, no a su capa­ci­dad per­so­nal, que en abso­lu­to es mejor que la de los demás. Es… el poder de dis­po­ner del tra­ba­jo lo que dis­tin­gue a los ricos de los pobres…”

Mor­ton Eden tam­bién decía que lo que con­ve­nía a los pobres no era una situa­ción “abyec­ta o ser­vil”, sino “una rela­ción de depen­den­cia ali­via­da y libe­ral”. Esto para que estén más entu­sias­ma­dos por tra­ba­jar. Pero que nun­ca ganen lo sufi­cien­te como para libe­rar­se del capitalismo.

Otro teó­ri­co, lla­ma­do Storch, escribía:

“El pro­gre­so de la rique­za social engen­dra esa cla­se útil de la socie­dad que ejer­ce las ocu­pa­cio­nes más fas­ti­dio­sas, viles y repug­nan­tes, que echa sobre sus hom­bros todo lo que la vida tie­ne de des­agra­da­ble y de escla­vi­zan­te, pro­por­cio­nan­do así a las otras cla­ses el tiem­po libre, la sere­ni­dad de espí­ri­tu y la dig­ni­dad con­ven­cio­nal del carácter.”

Una cla­se hace las tareas más “fas­ti­dio­sas”, para que la otra cla­se ten­ga tiem­po libre para dis­fru­tar sus coun­tries, Pun­ta del Este, recrea­cio­nes de todo tipo y pue­dan, ade­más, cul­ti­var sus exqui­si­tos espíritus.

Un reve­ren­do, lla­ma­do Tow­send, agregaba:

“… el ham­bre no sólo cons­ti­tu­ye una pre­sión pací­fi­ca, silen­cio­sa e ince­san­te, sino que ade­más… pro­vo­ca los esfuer­zos más inten­sos

Este señor “la tenía muy cla­ra”, como se dice hoy: la ame­na­za del ham­bre es una “pre­sión silen­cio­sa” que hace tra­ba­jar inten­sa­men­te. ¿Qué tra­ba­ja­dor no se sien­te refle­ja­do en estas palabras?

Pero ade­más, estas vie­jas ideas, ¿se siguen defen­dien­do hoy? La res­pues­ta es que sí, que se siguen defen­dien­do. Por ejem­plo, a los alum­nos de Cien­cias Eco­nó­mi­cas se les ense­ña, en los cur­sos que dic­tan los docen­tes que adhie­ren a la doc­tri­na “ofi­cial”, que:

a) Debe exis­tir un nivel de des­em­pleo, que ellos lla­man “natu­ral”, para que la eco­no­mía fun­cio­ne de mil maravillas.

b) Que por lo tan­to el gobierno no debe inten­tar bajar esa tasa natu­ral; lo úni­co que pue­de hacer es dete­rio­rar más las con­di­cio­nes de tra­ba­jo y bajar salarios.

c) Que el que está des­ocu­pa­do es por­que quie­re, por­que no acep­ta tra­ba­jar por el sala­rio que se le ofre­ce. Hace algu­nos años, en 2001, un alto fun­cio­na­rio del Minis­te­rio de Eco­no­mía dijo que la des­ocu­pa­ción en Argen­ti­na era volun­ta­ria. Lo dijo cuan­do millo­nes de seres huma­nos esta­ban deses­pe­ra­dos bus­can­do un trabajo.

Estas teo­rías jus­ti­fi­can enton­ces la des­ocu­pa­ción y los bajos sala­rios, por­que de lo que se tra­ta es de man­te­ner sobre los obre­ros esa “pre­sión pací­fi­ca, silen­cio­sa e ince­san­te” para que hagan los “esfuer­zos más inten­sos”, de mane­ra que siga aumen­tan­do la acu­mu­la­ción de rique­za y el goce de la cla­se pro­pie­ta­ria de los medios de producción.

9. El racis­mo, la dis­cri­mi­na­ción, la xeno­fo­bia, ayu­dan al capital

El capi­ta­lis­mo no sólo ha domi­na­do a tra­vés de la des­ocu­pa­ción y la ame­na­za del ham­bre. O de la repre­sión abier­ta de los tra­ba­ja­do­res cuan­do éstos qui­sie­ron cues­tio­nar seria­men­te el sis­te­ma (aun­que este aspec­to del pro­ble­ma no lo vamos a tocar en este curso).

El sis­te­ma capi­ta­lis­ta tam­bién ha domi­na­do con las divi­sio­nes que se pro­du­cen entre los tra­ba­ja­do­res a par­tir de la dis­cri­mi­na­ción. De múl­ti­ples mane­ras en la socie­dad se incul­ca la idea de que, por ejem­plo, los negros son infe­rio­res. Expre­sio­nes como “negro ville­ro” son comu­nes, y meten la idea de que una per­so­na de piel oscu­ra pue­de ser some­ti­da a las peo­res con­di­cio­nes de tra­ba­jo por­que “es un ser inferior”.

De la mis­ma mane­ra las muje­res son dis­cri­mi­na­das sis­te­má­ti­ca­men­te. Por ejem­plo, está com­pro­ba­do que en pro­me­dio, y por igual tra­ba­jo, una mujer gana un 30% menos de sala­rio que el hombre.

Otro ejem­plo es lo que suce­de con nues­tros her­ma­nos para­gua­yos, boli­via­nos, perua­nos. Cons­tan­te­men­te en los medios se los pre­sen­ta como “sucios”, “ladro­nes”, inclu­so como “no ciu­da­da­nos”. Hace un tiem­po el dia­rioCró­ni­ca titu­ló una noti­cia: “Mue­ren tres ciu­da­da­nos y dos boli­via­nos en un acci­den­te de trán­si­to”. De esta mane­ra tam­bién a ellos se los pre­sio­na para que acep­ten las peo­res con­di­cio­nes de trabajo.

Todo lucha­dor social debe­ría com­ba­tir por todos los medios estas for­mas de dis­cri­mi­na­ción, que divi­den al pue­blo. Toda divi­sión del pue­blo tra­ba­ja­dor sólo favo­re­ce el domi­nio del capi­tal. Y no habrá libe­ra­ción de los tra­ba­ja­do­res de la explo­ta­ción del capi­tal en tan­to no supe­re­mos estas lacras.

10. La com­pe­ten­cia y la con­cen­tra­ción de la riqueza

Si bien los capi­ta­lis­tas están uni­dos cuan­do se tra­ta de man­te­ner la explo­ta­ción, entre ellos exis­te la más feroz compe­tencia. Cada empre­sa­rio tra­ta de ven­der más que sus com­pe­ti­do­res, sacar­le clien­tes. Para eso, cada uno bus­ca aumen­tar la explo­ta­ción de sus obre­ros y tec­ni­fi­car­se. Si un capi­ta­lis­ta des­cu­bre una téc­ni­ca mejor para pro­du­cir, pro­cu­ra que la com­pe­ten­cia no la conoz­ca, con la espe­ran­za de bajar los pre­cios y arrui­nar a los otros. Los capita­listas que no logran seguir el rit­mo de la reno­va­ción tec­no­ló­gi­ca, se arrui­nan y son absorbi­dos por la com­pe­ten­cia o van a la quiebra.

Por eso Marx decía que la com­pe­ten­cia es como un láti­go, que obli­ga a cada empre­sa­rio a ir has­ta el fon­do en la explo­ta­ción de sus obre­ros. Esta es una ley de hie­rro en la socie­dad actual. Por esta razón la explo­ta­ción no tie­ne que ver con la bue­na o mala volun­tad de algu­nos empresa­rios indivi­duales. Pue­de haber due­ños de empre­sas que con­si­de­ren inhu­ma­nas las condi­ciones en que viven los trabajado­res, pero segui­rán man­te­nien­do los sala­rios bajos y exi­gien­do más y más rit­mo de tra­ba­jo, argumentan­do que «si no lo hace­mos la com­pe­ten­cia nos va a arrui­nar». Por eso no hay que espe­rar que los capi­ta­lis­tas «compren­dan» las nece­si­da­des de los tra­ba­ja­do­res y modi­fi­quen voluntaria­mente sus comportamientos.

Hoy este impul­so del sis­te­ma capi­ta­lis­ta se ve mul­ti­pli­ca­do por la competen­cia inter­nacional. Los capi­ta­lis­tas de todos los paí­ses están lan­za­dos a una carre­ra desespe­rada por bajar los cos­tos, por aumen­tar la explo­ta­ción, para sobre­vi­vir en el Mer­co­sur y en otros mer­ca­dos mun­dia­li­za­dos. Los empre­sa­rios hacen un chan­ta­je a los trabajado­res por­que dicen: «si no acep­tan todas las condicio­nes de tra­ba­jo que impon­go, voy a inver­tir en otro país».

Esta lucha entre los capi­ta­lis­tas por aumen­tar la explo­ta­ción para sobre­vi­vir es la razón prin­ci­pal por la cual en el capi­ta­lis­mo exis­te un impul­so per­ma­nen­te a aumen­tar la explotación.

En la lucha entre los capi­ta­les, inevi­ta­ble­men­te muchos caen, y son «comi­dos» por los más fuer­tes. Como dice el dicho popu­lar, el pez gor­do se come al pez chi­co. Todos los días se fusio­nan capita­les, hay empre­sa­rios que com­pran fábri­cas en quie­bra, hay comer­cios y ban­cos que caen en pro­ble­mas y no pue­den sobrevi­vir. Millo­nes de cuentapropis­tas, de peque­ños campesi­nos, aun de peque­ños empre­sa­rios, se fun­den, y van a la pobre­za abso­lu­ta o a tra­ba­jar de obre­ros. Un ejem­plo es lo que suce­dió con la entra­da de los hiper­mer­ca­dos. Miles y miles de alma­ce­ne­ros, pana­de­ros, car­ni­ce­ros, se arruina­ron y ellos, o sus hijos, tuvie­ron que emplear­se como asa­la­ria­dos, muchas veces en los mis­mos supermer­cados que los hundieron.

Así los capi­ta­les cada vez más se con­cen­tran en pocas manos. Hoy, las 200 corpora­ciones más gran­des del pla­ne­ta tie­nen ven­tas equiva­lentes al 28% de la activi­dad eco­nó­mi­ca del mundo­. En cada país pode­mos ver cómo un puña­do de 300 o 400 empre­sas tie­ne un peso des­co­mu­nal en la eco­no­mía; algu­nas com­pa­ñías transna­cio­nales tie­nen ven­tas anua­les por sumas que supe­ran larga­mente los presu­puestos de la mayo­ría de los paí­ses. En manos de algu­nas dece­nas de miles de gran­des capi­ta­lis­tas se con­cen­tra el poder de dar tra­ba­jo o no a cien­tos de millo­nes de desposeídos.

11. ¿Qué es el capi­ta­lis­mo hoy?

Lo que expli­ca­mos teó­ri­ca­men­te tie­ne su refle­jo en la reali­dad del mun­do. El sis­te­ma capi­ta­lis­ta impul­sa a aumen­tar la explo­ta­ción. Ten­ga­mos enton­ces una visión global.

En todos los paí­ses se pro­cu­ra que cada pro­duc­to “con­ten­ga el máxi­mo posi­ble de tra­ba­jo impa­go” y para eso todo capi­ta­lis­ta bus­ca ace­le­rar los rit­mos de tra­ba­jo y redu­cir el valor de la fuer­za de tra­ba­jo. Se desa­rro­lla de así un ham­bre ince­san­te por el plus­va­lor, por el tiem­po de tra­ba­jo exce­den­te. ¿Por qué pue­de el capi­tal impo­ner esto?

Una razón es la ame­na­za de mudar plan­tas o de no inver­tir si la fuer­za labo­ral no se alla­na a las exi­gen­cias del capi­tal. Los empre­sa­rios muchas veces dicen: si los sin­di­ca­tos de este país no acep­tan tal o cual con­di­ción labo­ral, o tal o cual sala­rio, nos vamos a otro país. O sea, es el chan­ta­je de la lla­ma­da huel­ga de inver­sio­nes. “Si no se alla­nan a lo que pido, no invier­to”. Tam­bién está la pre­sión de las impor­ta­cio­nes. Es que hay empre­sa­rios que dicen: “si no se acep­tan estos sala­rios y con­di­cio­nes de tra­ba­jo, cie­rro la empre­sa por­que me con­vie­ne impor­tar más bara­to des­de otro país”.

En segun­do lugar, como hemos dicho, por la pre­sión que ejer­cen el ejér­ci­to de des­ocu­pa­dos. Según la Orga­ni­za­ción Inter­na­cio­nal del Tra­ba­jo, en 2004 había unos 188 millo­nes de des­ocu­pa­dos en el mun­do. En Argen­ti­na la des­ocu­pa­ción, a pesar de que bajó en los últi­mos años, sigue sien­do muy alta.

A esto se suman las corrien­tes migra­to­rias de mano de obra, espe­cial­men­te hacia los paí­ses ade­lan­ta­dos. Y la incor­po­ra­ción a la fuer­za labo­ral de muje­res, niños, inmi­gran­tes y mino­rías que en su mayo­ría tie­ne bajos índi­ces de sindicalización.

De esta mane­ra reapa­re­cen for­mas de explo­ta­ción que nos retro­traen a las esce­nas de Ingla­te­rra de los siglos 18 y 19 en los orí­ge­nes del capi­ta­lis­mo indus­trial. Por ejem­plo, en las fábri­cas de compu­tado­ras de Chi­na se impo­nen con­di­cio­nes que pue­den cali­fi­car­se direc­ta­men­te de “car­ce­la­rias”; en muchas empre­sas los tra­ba­ja­do­res o tra­ba­ja­do­ras no pue­den hablar, no pue­den levan­tar­se para ir a tomar agua o al baño; exis­ten regí­me­nes de cas­ti­go durí­si­mos por fal­tas leves o dis­trac­cio­nes, con jor­na­das de tra­ba­jo que pue­den pro­lon­gar­se has­ta 16 horas. En muchas fábri­cas las tra­ba­ja­do­ras duer­men en las empre­sas, en con­di­cio­nes extre­ma­da­men­te pre­ca­rias. El des­gas­te físi­co y ner­vio­so es tan gran­de que a veces son “vie­jas” con ape­nas 30 años; ade­más hay pro­ble­mas audi­ti­vos y visua­les, debi­do a las lar­gas horas que pasan pro­ban­do moni­to­res y equi­pos. Sobre los sala­rios, escu­che­mos este tes­ti­mo­nio de C., tra­ba­ja­do­ra en una empre­sa chi­na de pro­duc­tos electrónicos:

“He esta­do en la fábri­ca des­de hace dos años y medio y lo más que he gana­do ha sido un poco más de 60 dóla­res (por mes). Eso fue lo que obtu­ve des­pués de haber tra­ba­ja­do más de 100 horas extra. … ¿Cómo pue­de ser eso sufi­cien­te para noso­tros? Uno tie­ne que com­prar por lo menos las pro­vi­sio­nes dia­rias y si me com­pro algo de ropa se me ter­mi­na el suel­do. Es inclu­so peor en la tem­po­ra­da baja, cuan­do no tene­mos horas extra. Cuan­do nos obli­gan a tomar un día por­que no hay pedi­dos y no tene­mos tra­ba­jo que hacer, nos lo dedu­cen del sueldo”.

En muchos sec­to­res y paí­ses se repi­ten estas situa­cio­nes. El siguien­te es un tes­ti­mo­nio de K., un tra­ba­ja­dor del ves­ti­do de Bangladesh:

“No he teni­do des­can­so en dos meses y tra­ba­jo des­de las 8 de la maña­na has­ta las 9 o 10 de la noche; algu­nas veces inclu­so toda la noche. Por eso estoy enfer­mo. … Ten­go fie­bres y no ten­go ener­gía. … No pagan las horas extras, dicen que he tra­ba­ja­do 30 o 40 horas en un mes cuan­do en reali­dad he hecho 150. No hay regis­tro, de mane­ra que pue­den decir lo que quieren”.

Y el siguien­te es el tes­ti­mo­nio de Hele­na, ex tra­ba­ja­do­ra nica­ra­güen­se de una maquila:

“Los malos tra­tos eran per­ma­nen­tes. Cual­quie­ra pue­de come­ter un error: si te equi­vo­ca­bas, te gol­pea­ban en las manos, en la cabe­za, te tra­ta­ban de burra, de ani­mal. Si para­bas un segun­do para tomar un vaso de agua, aulla­ban. El sala­rio de base era de 22 dóla­res por sema­na. Yo lle­ga­ba a las 7 de la maña­na y salía, en gene­ral, a las 9 de la noche; hacía cua­tro horas extras, pero me paga­ban dos

Segu­ra­men­te cada uno de uste­des pue­de encon­trar tes­ti­mo­nios seme­jan­tes en Argen­ti­na. Inda­gue­mos cómo se tra­ba­ja en talle­res, en comer­cios, en empre­sas del trans­por­te. Ausen­cia de dere­chos sin­di­ca­les, fal­ta de res­pe­to a cual­quier nor­ma de segu­ri­dad o higie­ne, des­co­no­ci­mien­to de fran­cos y licen­cias por enfer­me­dad, sala­rios que muchas veces no alcan­zan siquie­ra para man­te­ner­se con el míni­mo de subsistencia.

Por otra par­te se cal­cu­la (datos de 2000) que en el mun­do tra­ba­jan unos 186 millo­nes de niños y niñas de entre cin­co y 14 años; de ellos, 5,7 millo­nes rea­li­zan tra­ba­jos for­za­dos; 1,8 millo­nes están en la pros­ti­tu­ción y 0,3 millo­nes en con­flic­tos armados.

Pero si se toman los que tra­ba­jan en for­ma inter­mi­ten­te, la cifra se ele­va a entre 365 y 409 millo­nes, y si se agre­ga el tra­ba­jo no con­ta­bi­li­za­do de las niñas –en su mayo­ría hoga­re­ño- la cifra osci­la entre 425 y 477 millo­nes. Los niños y niñas rea­li­zan tra­ba­jos tan diver­sos como agri­cul­tu­ra, con­fec­ción, fabri­ca­ción de ladri­llos, acti­vi­da­des mine­ras, arma­do de ciga­rros, cosi­do de pelo­tas de béis­bol o puli­do de pie­dras pre­cio­sas, entre otros. Casi por regla gene­ral están some­ti­dos a con­di­cio­nes infra­hu­ma­nas, son prác­ti­ca­men­te escla­vos pri­va­dos de su niñez y, por supues­to, de todo acce­so a la edu­ca­ción; en los paí­ses sub­de­sa­rro­lla­dos uno de cada sie­te niños o niñas en edad esco­lar no con­cu­rre a la escue­la. Dicen dos eco­no­mis­tas del Ban­co Mundial:

“En los noven­ta, lue­go de la Con­ven­ción de los Dere­chos del Niño (1989) y una con­fluen­cia de fac­to­res des­de la glo­ba­li­za­ción a la reco­lec­ción sis­te­má­ti­ca de esta­dís­ti­cas por la Orga­ni­za­ción Inter­na­cio­nal del Tra­ba­jo, el Ban­co Mun­dial y diver­sos paí­ses, el mun­do se hizo cons­cien­te de que des­de una pers­pec­ti­va glo­bal la situa­ción del tra­ba­jo infan­til no era mucho mejor de lo que había sido duran­te la Revo­lu­ción Indus­trial.”

Acla­re­mos que duran­te al Revo­lu­ción Indus­trial, ocu­rri­da en Ingla­te­rra a fines del siglo 17, se regis­tra­ban abu­sos terri­bles de explo­ta­ción del tra­ba­jo infan­til. Des­de enton­ces se nos ha dicho que aque­llas épo­cas habían que­da­do defi­ni­ti­va­men­te en el pasa­do, que en el capi­ta­lis­mo moderno ya no suce­dían. Pero vemos que no es así, que siguen suce­dien­do y a una esca­la mayor, por­que aho­ra se tra­ta del capi­ta­lis­mo en todo el mundo.

Inclu­so en paí­ses desa­rro­lla­dos como Gran Bre­ta­ña, Fran­cia o Esta­dos Uni­dos muchos meno­res en edad esco­lar están tra­ba­jan­do. En Gran Bre­ta­ña algu­nos estu­dios con­si­de­ran que en los últi­mos 35 años entre un ter­cio y dos ter­cios de los niños en edad esco­lar estu­vie­ron en tra­ba­jos remu­ne­ra­dos; si se toma en cuen­ta a quie­nes algu­na vez tra­ba­ja­ron (en lugar de a quie­nes están tra­ba­jan­do en el momen­to de la encues­ta) la cifra se ele­va a entre el 63 y 77%.

En la Unión Euro­pea de con­jun­to en los noven­ta apro­xi­ma­da­men­te un 7% de los niños de entre 13 y 17 años trabajaba.

En lo que res­pec­ta a las muje­res, en pro­me­dio reci­ben un sala­rio equi­va­len­te a las dos ter­ce­ras par­tes de lo que reci­ben los hom­bres, muchas veces care­cen de pro­tec­ción fren­te a malos tra­tos y abu­sos; y sufren más agu­da­men­te la pre­ca­ri­za­ción labo­ral que los hom­bres, ade­más de estar obli­ga­das a rea­li­zar tra­ba­jos por los que no reci­ben en abso­lu­to remu­ne­ra­ción alguna.

En los paí­ses desa­rro­lla­dos tam­bién se regis­tra la ten­den­cia al aumen­to de la explo­ta­ción de la cla­se obre­ra en su con­jun­to. Por ejem­plo en Gran Bre­ta­ña en los últi­mos años se faci­li­tó y aba­ra­tó el des­pi­do de tra­ba­ja­do­res, se esta­ble­ció que los chi­cos de 13 o 14 años pue­den ser emplea­dos has­ta 17 horas sema­na­les, se exten­dió el con­tra­to tem­po­ra­rio, se redu­je­ron las licen­cias, se supri­mió el sala­rio míni­mo, se exten­die­ron los “perío­dos de prue­ba” (has­ta 24 meses), se supri­mió el lími­te a la jor­na­da de tra­ba­jo (inclu­so para los jóve­nes de 16 a 18 años) y se dio ple­na liber­tad para tra­ba­jar los domin­gos. En algu­nos sec­to­res los sala­rios ape­nas per­mi­ten repro­du­cir el valor de la fuer­za de tra­ba­jo. Un obre­ro típi­co de la indus­tria de la con­fec­ción de Bir­mingham, con 17 años de anti­güe­dad, a media­dos de la déca­da de 1990 debía des­ti­nar dos ter­ce­ras par­tes de su sala­rio a pagar el alo­ja­mien­to y las fac­tu­ras de elec­tri­ci­dad. En la indus­tria del ves­ti­do son “nor­ma­les” jor­na­das de 12 horas por día de lunes a vier­nes y 8 horas los sába­dos, y es común encon­trar empre­sas que no pagan las horas extras ni los días de ausen­cia por enfer­me­dad. Como resul­ta­do de la caí­da gene­ral de los ingre­sos de los tra­ba­ja­do­res y de la des­ocu­pa­ción de lar­go pla­zo, a media­dos de la déca­da se cons­ta­ta­ba que el núme­ro de gen­te sin hogar se había dupli­ca­do, que el 26% de los niños depen­día de la ayu­da social para vivir, que 13,7 millo­nes de per­so­nas vivían en la pobre­za, que había 1,1 millo­nes menos de empleos a tiem­po com­ple­to que en 1990, que 300 mil per­so­nas gana­ban menos de 1,5 libras por hora y apro­xi­ma­da­men­te 1,2 millo­nes menos de 2,5 libras por hora.

En lo que res­pec­ta a Esta­dos Uni­dos, a media­dos de la déca­da de 1990, sobre los 38 millo­nes de esta­dou­ni­den­ses que vivían por deba­jo de la línea de la pobre­za, 22 millo­nes tenían un empleo o esta­ban liga­dos a una fami­lia en la cual uno de sus miem­bros tra­ba­ja­ba; esto dio ori­gen a la expre­sión “hacer­se pobre tra­ba­jan­do”. Ade­más, y obli­ga­dos a com­pen­sar los bajos sala­rios, casi 8 millo­nes de per­so­nas tenían doble empleo. Por otro lado la dura­ción media anual del tra­ba­jo aumen­tó el equi­va­len­te de un mes des­de la déca­da de 1970; en algu­nas empre­sas del auto­mó­vil había asa­la­ria­dos que tra­ba­ja­ban has­ta 84 ho­ras por semana.

En lo que hace a los pro­ce­sos de tra­ba­jo, a par­tir 1988 se exten­dió toyo­tis­mo. Con esta for­ma de orga­ni­za­ción de orga­ni­za­ción labo­ral la direc­ción de la empre­sa fomen­ta la com­pe­ten­cia entre los tra­ba­ja­do­res y debi­li­ta la soli­da­ri­dad sin­di­cal; intro­du­ce la mul­ti­pli­ci­dad de tareas; redu­ce las cali­fi­ca­cio­nes y aumen­ta la “ínter cam­bia­bi­li­dad” de los pues­tos; dis­mi­nu­ye la impor­tan­cia de la anti­güe­dad o inclu­so la aban­do­na o modi­fi­ca; des­car­ga en los obre­ros una mayor res­pon­sa­bi­li­dad por el cum­pli­mien­to de las tareas, sin com­pen­sa­ción sala­rial y sin dar­les mayor auto­ri­dad; y fomen­ta el sin­di­ca­lis­mo de empre­sa en detri­men­to de la unión a nivel de rama. El resul­ta­do es el tra­ba­jo súper intensivo:

“Mien­tras en las plan­tas manu­fac­tu­re­ras tra­di­cio­na­les el pro­ce­so de tra­ba­jo ocu­pa al obre­ro con expe­rien­cia apro­xi­ma­da­men­te 45 segun­dos por minu­to, en las plan­tas de pro­duc­ción fle­xi­ble la cifra es de 57 segun­dos. Los tra­ba­ja­do­res de pro­duc­ción en las líneas de ensam­bla­je de Toyo­ta en Japón hacen 20 movi­mien­tos cada 18 segun­dos, o un total de 20.600 movi­mien­tos por día” (toma­do de un estu­dio sobre el toyotismo).

El ata­que a las con­di­cio­nes labo­ra­les abar­ca tam­bién a paí­ses con fuer­te tra­di­ción sin­di­cal y de izquier­da. En algu­nos luga­res la ofen­si­va del capi­tal comen­zó por los tra­ba­ja­do­res inmi­gran­tes, apro­ve­chan­do la inse­gu­ri­dad jurí­di­ca a la que están sometidos.

En Fran­cia, por ejem­plo, el tra­ba­jo en negro y la con­tra­ta­ción a tiem­po par­cial de inmi­gran­tes están exten­di­dos en la cons­truc­ción (públi­ca o pri­va­da), lim­pie­za, hote­le­ría, gas­tro­no­mía, con­fec­ción de ropa y agri­cul­tu­ra, entre otras acti­vi­da­des. Los sala­rios de estos tra­ba­ja­do­res son infe­rio­res has­ta un 50% a la media y care­cen de organización.

En Ale­ma­nia el capi­tal y el gobierno están empe­ña­dos, des­de hace años, en una cam­pa­ña por redu­cir sala­rios socia­les y pro­lon­gar la jor­na­da laboral.

Ade­más, se ata­can los sala­rios socia­les, los sis­te­mas de jubi­la­ción y salud. Ita­lia, Ale­ma­nia y Sue­cia son repre­sen­ta­ti­vas de la ten­den­cia. Y en todos lados se tien­de al dis­ci­pli­na­mien­to de la fuer­za labo­ral median­te el des­em­pleo y a la pre­ca­ri­za­ción laboral.

Como resul­ta­do de estos pro­ce­sos en la mayo­ría de los paí­ses aumen­tó la des­igual­dad. Según la OIT, que reali­zó un estu­dio (publi­ca­do en 2004) de 73 paí­ses, en 12 desa­rro­lla­dos, 15 atra­sa­dos y 21 paí­ses con “eco­no­mías en tran­si­ción”, aumen­tó la des­igual­dad entre el dece­nio de 1960 y el dece­nio de 1990; estos 48 paí­ses com­pren­den el 59% de la pobla­ción total de los paí­ses bajo estu­dio. En tres paí­ses desa­rro­lla­dos, 12 atra­sa­dos y uno con “eco­no­mía en tran­si­ción”, que de con­jun­to repre­sen­tan el 35% de la pobla­ción bajo estu­dio, la dis­tri­bu­ción se man­tu­vo esta­ble. Por últi­mo, sólo en dos paí­ses desa­rro­lla­dos y sie­te atra­sa­dos (y nin­gu­na eco­no­mía en tran­si­ción) mejo­ró el ingreso.

12. Desa­rro­llo cada vez más des­igual y caren­cias y pade­ci­mien­tos sociales

Una de las teo­rías que se han plan­tea­do muchas veces es que a medi­da que el capi­ta­lis­mo se desa­rro­lla, y se hace más mun­dial, los ingre­sos entre los paí­ses tien­den a igua­lar­se. Pero la reali­dad es otra. Según las Nacio­nes Uni­das (Infor­mes sobre el desa­rro­llo humano) si la dife­ren­cia entre el ingre­so de los paí­ses más ricos y los más pobres era de alre­de­dor de tres a uno en 1820, había pasa­do a 35 a 1 en 1950, a 44 a 1 en 1973 y a 72 a 1 en 1992; y a comien­zos del nue­vo siglo lle­ga­ba a 77 a 1.

Por otra par­te, se pue­de ver la des­igual­dad de rique­za e ingre­sos que se gene­ra en este sis­te­ma. Los datos, tam­bién de las Nacio­nes Uni­das y otros orga­nis­mos inter­na­cio­na­les, nos dicen que el 20% de los seres huma­nos que vive en los paí­ses más ricos par­ti­ci­pa del 86% del con­su­mo pri­va­do total; uti­li­za el 58% de la ener­gía mun­dial y el 84% del papel; tie­ne el 87% de los vehícu­los; repre­sen­ta el 91% de los usua­rios de Inter­net y tie­ne el 74% de las líneas tele­fó­ni­cas totales.

En el otro polo, el 20% de la pobla­ción que vive en los paí­ses más pobres par­ti­ci­pa con sólo el 1% del con­su­mo total; uti­li­za el 4% de la ener­gía, el 1,1% del papel, tie­ne menos del 1% de los vehícu­los y el 1,5% de las líneas telefónicas.

En Argen­ti­na tam­bién se ha pro­du­ci­do una gran pola­ri­za­ción social. Así, en 2006, el 10% más rico de la pobla­ción tie­ne ingre­sos 31 veces más altos que el 10% más pobre. Esto sig­ni­fi­ca que en el 10% más rico cada per­so­na gana, en pro­me­dio, $2012, mien­tras que en el 10% más pobre cada per­so­na gana sólo $64. En el 10% más pobre que sigue a este estra­to, cada per­so­na gana sólo $143. Esta situa­ción se ha man­te­ni­do des­de los años noven­ta, más o menos estable.

Más en gene­ral, agre­gue­mos que de los 4.400 millo­nes de habi­tan­tes que están en los paí­ses lla­ma­dos “en desa­rro­llo”, casi tres quin­tas par­tes no tie­nen las infra­es­truc­tu­ras sani­ta­rias bási­cas, casi un ter­cio no tie­ne acce­so al agua pota­ble, una quin­ta par­te no tie­ne acce­so a ser­vi­cios moder­nos de salud; un ter­cio de los niños meno­res de cin­co años sufren malnu­tri­ción, 30 mil mue­ren por día por cau­sas pre­ve­ni­bles y uno de cada sie­te niños en edad de escue­la pri­ma­ria no asis­te a la escuela.

A comien­zos del nue­vo siglo había 840 millo­nes de per­so­nas en todo el mun­do des­nu­tri­das, lo que repre­sen­ta­ba el 14% de la pobla­ción mun­dial. Recor­de­mos que en 1980 vivían en con­di­cio­nes seve­ras de des­nu­tri­ción 435 millo­nes de per­so­nas, que repre­sen­ta­ban el 9,6% del total mundial.

De los 840 millo­nes de per­so­nas que hoy están des­nu­tri­das, 10 millo­nes se encuen­tran en los paí­ses ade­lan­ta­dos, 34 millo­nes en los ex paí­ses socia­lis­tas en tran­si­ción al capi­ta­lis­mo y 798 millo­nes en los paí­ses atrasados.

En Repú­bli­ca del Con­go, Soma­lia, Burun­di y Afga­nis­tán, más del 70% de la pobla­ción está des­nu­tri­da. Según la Orga­ni­za­ción Mun­dial de la Salud, las posi­bi­li­da­des de vida de un recién naci­do en un país avan­za­do son 12 veces mayo­res que las de un recién naci­do en un país atra­sa­do; si éste nace en Áfri­ca sub­saha­ria­na es 23 veces mayor.

En Argen­ti­na, un país “gra­ne­ro del mun­do”, que pue­de ali­men­tar a 300 millo­nes de per­so­nas, hay ham­bre cró­ni­ca, millo­nes que no alcan­zan al míni­mo caló­ri­co dia­rio vital.

La Agen­cia Cató­li­ca para el Desa­rro­llo seña­la una cifra que en sí mis­ma cons­ti­tu­ye todo un sím­bo­lo de la des­igual­dad: la vaca pro­me­dio euro­pea reci­be un sub­si­dio de 2,2 dóla­res por día, más que el ingre­so dia­rio que reci­be la mitad de la pobla­ción mun­dial.

13. Con­clu­sión

Hemos vis­to por qué y cómo el sis­te­ma capi­ta­lis­ta tien­de a gene­rar en un polo una rique­za cre­cien­te, y cada vez más con­cen­tra­da, y en el otro polo masas de gen­te que está obli­ga­da a hacer tra­ba­jos monó­to­nos, repe­ti­ti­vos, o con sala­rios bajos y con­di­cio­nes labo­ra­les pre­ca­rias, some­ti­dos a pre­sión cons­tan­te. Y tam­bién por qué se rege­ne­ran, perió­di­ca­men­te, gran­des ejér­ci­tos de desocupados.

Todo esto nos obli­ga a ubi­car las luchas rei­vin­di­ca­ti­vas, por mejo­ras labo­ra­les, por segu­ros de des­em­pleo, por salud y edu­ca­ción, en una pers­pec­ti­va correc­ta. Esto es, pelea­mos por mejo­rar en todo lo posi­ble den­tro del sis­te­ma; nece­si­ta­mos defen­der refor­mas que hagan más lle­va­de­ra la vida bajo el sis­te­ma capi­ta­lis­ta. Pero al mis­mo tiem­po hay que tomar con­cien­cia de que estas mejo­ras tie­nen un lími­te. Como decía una gran socia­lis­ta euro­pea de prin­ci­pios del siglo 20, lla­ma­da Rosa Luxem­bur­go, en tan­to no se aca­be este sis­te­ma de explo­ta­ción los sin­di­ca­tos y los tra­ba­ja­do­res esta­rán obli­ga­dos a reco­men­zar siem­pre sus luchas, por­que el ham­bre por el plus­va­lor del capi­tal es insa­cia­ble. Lo cual plan­tea la nece­si­dad de tomar con­cien­cia de que exis­te un pro­ble­ma de fon­do, que es social, y a él tene­mos que apuntar.


[1] Esto lo toma­mos de un libro que escri­bió Car­los Marx, El Capi­tal, don­de cita a Mandeville.

[2] Esto siem­pre es apro­xi­ma­do, por­que la pri­me­ra mer­can­cía pue­de tener un pre­cio de 101, 102, 99, etc., y lo mis­mo suce­de con la segun­da: pue­de cos­tar 48, 51, 49, 53, etc. Es decir, los pre­cios osci­lan alre­de­dor de un promedio.

[3] Cal­cu­la que al cabo de deter­mi­na­do tiem­po habrá recu­pe­ra­do esa inver­sión para com­prar de nue­vo máqui­nas y la fábrica.

[4] Todas las citas las toma­mos de El Capi­tal, de Marx.

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