Si alguna vez las Bolsas tuvieron algún sentido, en la actualidad no son sino una trampa «para cazar incautos», según sostiene Antonio Alvarez-Solís. El periodista, con su característica agudeza, cree que Banca y Estado se han convertido en una especie de «policía económica» que vela por los intereses de aquella, y a la que solo podrá oponerse la ira de las naciones que sufren sus tropelías.
Posiblemente en el momento esplendoroso del sistema económico burgués las Bolsas sirvieran para evaluar las empresas en que interesaba participar por una u otra razón: por su buena marcha o, en caso contrario, por la esperanza de una resurrección que suscitaban sus dirigentes, conocidos o renovados. La Banca formaba parte de esta evaluación ‑entonces eran muy importantes en esta función bancaria los hoy esmirriados directores de sucursales- y justificaba con sus previsiones la función de las Bolsas. Hablamos de los dos primeros siglos, sobre poco más o menos, de la revolución industrial. Desde luego ya había una serie de farsantes y bandidos en la Bolsa, pero significaban poca cosa en el orden económico. Mi padre perdió dos mil pesetas en la Bolsa de Madrid apostando por Navieras de Salamanca, cantidad que entregó a un joven y agudo broker de la época para que operase con ellas tras seguir su experta recomendación.
Pues bien, todo eso ya no existe. La Bolsa constituye una descarada, sonora y mortal trampa para cazar incautos o para que los que manipulan el dinero como en un juego de yoyó ‑dinero muchas veces inexistente- empleen el parquet para sus correrías corsarias. La Bolsa es la letal Viuda Negra que hasta hace unos años devoraba las imprudentes y simples moscas que caían en su tela y que ahora está en proceso de muerte por atreverse con víctimas cuyo volumen o fortaleza las convierte en victimarias con mucha frecuencia. La Viuda Negra se ha visto en la necesidad, al desaparecer el ochenta por ciento de la economía real, de practicar la autofagia. De ahí el llanto de los banqueros, piratas que ahora navegan con bandera de conveniencia al servicio del Estado para que les abastezca de eso que artificiosamente se denomina liquidez, que no es sino un simple mecanismo de asalto y trasvase por el que se canaliza el dinero de los ya esquilmados, sudorosos y asendereados ciudadanos a las entidades financieras sirviéndose del dineroducto estatal ‑impuestos directos o indirectos, gabelas diversas, etc‑, les parezca bien o mal a esos ciudadanos, para compensar las pérdidas que ya no pueden superar los bancos por haber hecho del dinero la única mercancía, bajo el dogma de que el dinero produce dinero, dogma radicalmente falso como todos los dogmas, sean del carácter que sea.
Una de las virtudes que han quedado inservibles es la ensalzada virginidad de la Banca, que le permitía dirigirse a la ciudadanía desde un altar cuyas velas y espléndidos ornamentos paga todavía religiosamente el pueblo maltratado. La Banca y el Estado que tiene bajo secuestro se han convertido en una policía económica y moral que hacen funcionar sus bielas sobre el eje judicial con el combustible biodegradable de los Parlamentos. Con todo ello, y sea dicho unciéndonos al lenguaje moderno, el Estado y la Banca practican lo que podríamos denominar, con pompa y circunstancia, ecologismo económico, que desgraciadamente, dado el envase retórico que lo contiene, vende bastante más de lo que parece. Frente a la estulticia creciente de gran parte de los pueblos imperialistas, que se tienen por fieles capataces de la fe herética, sólo cabe confiar en que la redención llegue a la humanidad mediante la ira de las naciones a quienes sus sufrimientos les arman la mano. Si hay algo que respete a estas alturas es esa ira que está hecha de verdades sangrantes que no aciertan a entender del todo aquellos que las protagonizan, por culpa de la enseñanza básica de los explotadores que dominan el ambiente. Pero ira absolutamente válida, al fin y al cabo.
Indudablemente de la situación de quiebra en que se encuentra la antaño poderosa economía granoccidental no vamos a salir mediante el fingimiento de una depuración moral de la tropa financiera. No cabe además esa depuración porque la economía financiera necesita funcionar venenosamente para seguir siendo tal economía. No estamos, pues, ante una serie de errores o delitos cometidos por individuos que tienen nombre y apellidos sino frente a una mecánica que ya se ha desgastado y ha de ser chatarreada para que la sociedad siga adelante.
Es preciso, radicalmente preciso, que el llamado mercado actual sea sustituido por un mercado basado en las necesidades reales de las masas y que opere sobre una base firme de realidades motoras controladas férreamente por la ciudadanía. Los derechos del individuo a crear realidad no pueden seguir en poder de un exiguo número de manos. Los grandes recursos, incluyendo los financieros, han de pertenecer al común a fin de que no sirvan para encarcelar al trabajo sino para liberarlo y convertirlo en una herramienta digna y justa. Y esa reforma revolucionaria no puede confiarse a los Estados porque los Estados se han tornado el arma letal para estrangular a los individuos. Los Estados han dejado de tener el nombre de la nación que dicen los sustentaba para adoptar el apellido de los poderosos. La República romana se ha convertido en la Roma de los césares.
Es decir, estamos ante una situación que exige el cambio radical del asentamiento de la ciudadanía o del modelo de sociedad. Necesitamos que las relaciones humanas tengan otro propósito que la riqueza de unos determinados individuos y que esa riqueza pase a ser socializada para que cada ciudadano sepa que puede contar con tres elementos a fin de protagonizar la verdadera ciudadanía: seguridad en la existencia, igualdad de posibilidades y justicia en los comportamientos.
Pero ¿qué hacer para facilitar esa radical transformación social? Ante todo reconquistar el lenguaje para que sirva a las pretensiones colectivas y no al engaño con que procede la minoría explotadora. Si se logra reconquistar o depurar el lenguaje podremos hablar de revolución con absoluta nobleza y no con el tornasol actual de que se trata de un comportamiento terrorista o que alimenta el terrorismo ¿Y qué clase de revolución? Es difícil proceder con una cierta seguridad en el acontecer revolucionario si no se gira un vistazo a algunos ejemplos de liberación acontecidos en el pasado.
Vayamos, pues, a la iniciativa revolucionaria nórdica que abrió las puertas a la burguesía creadora frente a los poderes imperiales, civiles y religiosos, que trataban de ahogar en sangre y violencia la pretensión liberal de aquella burguesía, que hoy ya ha degenerado y convertido en infecciosa, pero que en su momento significó un colosal avance en Europa. Hablemos del Hansa. Digamos que no se trata de hacer una absurda regresión histórica sino de emplear una incitación a un cambio profundo, como significaron en su día la revolución inglesa de la Carta Magna, la Revolución Francesa y la soviética.
El Hansa nació entre los siglos XII y XIII con la reunión de una serie de ciudades bálticas que se oponían al feudalismo, y en cierta manera al Imperio, en lo político, y defendían el derecho al comercio libre en lo social. La ciudad de Lübeck capitaneó esta protorevuelta burguesa que se constituyó en poder. Precisamente Lübeck preside la Nueva Hansa, creada en 1980, aunque con un propósito estrictamente comercial y turístico. Pero lo válido de este recuerdo es el ejemplo de libertad que triunfó frente a los grandes poderes del tiempo. Y ahora me pregunto si no será posible crear una gran confederación internacional de naciones oprimidas por Estados con un cierto ejercicio de neofeudalismo. Por ejemplo estimo, y no se qué pensará de ello el lehendakari actual, Sr. López, que hay esencia de feudalismo en la Ley de Partidos, que es como un derecho de pernada política de España sobre Euskadi. Esta confederación podría suponer el gran enfrentamiento universal contra el actual Imperio. Pero de ello quizá volvamos a hablar en breve. Por ahora se acabó el papel.