Las niñas per­di­das- Caro­li­na Vás­quez Araya

Caro­li­na Vás­quez Araya

Pren­sa libre​.com De nada sir­ve cerrar los ojos y pre­ten­der la fan­ta­sía de una reali­dad alter­na­ti­va, en la cual pal­pi­ta la espe­ran­za de un mejor maña­na. Entre luces navi­de­ñas y fue­gos de arti­fi­cio se apa­gan tem­po­ral­men­te los esta­dos alte­ra­dos de con­cien­cia, pero las cosas son como son y, entre ellas, sopor­tar el emba­te impa­ra­ble de orga­ni­za­cio­nes cri­mi­na­les en cada una de las acti­vi­da­des coti­dia­nas es la nota pre­do­mi­nan­te. Entre esas redes pasa­ron el 31 muchas de las niñas per­di­das de Gua­te­ma­la. Nadie sabe cuán­tas son. Las imper­fec­tas esta­dís­ti­cas, el subre­gis­tro, el mie­do a denun­ciar o, sim­ple­men­te, la ausen­cia de repor­te por volun­tad de unos padres cóm­pli­ces, ocul­tan una terri­ble reali­dad. Algu­nas fue­ron arran­ca­das de los bra­zos mater­nos, otras ado­les­cen­tes caye­ron camino a la escue­la o mien­tras se dedi­ca­ban a las labo­res del hogar.
Pero tam­bién las hay entre­ga­das a las redes por su pro­pia fami­lia. Estas niñas, cuyo valor ha sido deter­mi­na­do por el mer­ca­do de la tra­ta —una de las múl­ti­ples varian­tes de las orga­ni­za­cio­nes cri­mi­na­les más pode­ro­sas del con­ti­nen­te— son el obje­to del deseo de una clien­te­la dis­pues­ta a pagar has­ta el últi­mo de los cos­tos acu­mu­la­dos en la ope­ra­ción, inclui­do por supues­to el pre­cio de la joven esclava.
Las orga­ni­za­cio­nes civi­les cuya misión es com­ba­tir este nego­cio per­ver­so se estre­llan con­tra toda cla­se de obs­tácu­los en su inten­to por dete­ner el trá­fi­co humano. Ame­na­za­dos de muer­te e impo­ten­tes ante un muro de impu­ni­dad eri­gi­do has­ta en las más altas ins­tan­cias del sis­te­ma, care­cen de los recur­sos para parar la enor­me ola de inti­mi­da­ción e influen­cias que cru­zan el país de extre­mo a extre­mo. Las niñas per­di­das, mien­tras tan­to, cru­zan fron­te­ras o se pudren en los cuar­tu­chos inmun­dos de un pros­tí­bu­lo de pro­vin­cia, en don­de nadie las reclama.

¿Qué mal­di­ción pesa sobre las niñas de Gua­te­ma­la? Pobres de pobre­za abso­lu­ta, pri­va­das de opor­tu­ni­da­des de estu­dio y a mer­ced de la volun­tad de quie­nes —por tra­di­ción o por fuer­za— las some­ten a su domi­nio, muchas niñas de Gua­te­ma­la cuyos talen­tos podrían repre­sen­tar un cam­bio sig­ni­fi­ca­ti­vo en la vida de sus comu­ni­da­des, se pier­den para siem­pre. Las auto­ri­da­des res­pon­sa­bles de bus­car­las y regre­sar­las a sus hoga­res están sobre­pa­sa­das por las ele­va­das esta­dís­ti­cas de crí­me­nes de mayor impac­to, hacia don­de deri­van la mayo­ría de sus esfuerzos.

Hace algu­nos años se lan­zó una cam­pa­ña cuyo lema reza­ba: “Niña edu­ca­da, madre del desa­rro­llo”, una cam­pa­ña como muchas otras en bús­que­da de equi­dad, edu­ca­ción y reco­no­ci­mien­to de talen­tos, accio­nes fun­da­men­ta­les para res­ca­tar del olvi­do y la injus­ti­cia a miles de niñas cuyo des­tino per­ma­ne­ce en jaque des­de el momen­to mis­mo de su naci­mien­to. Esos esfuer­zos deben ir mucho más allá de una cam­pa­ña de dura­ción limi­ta­da por un presupuesto.

Deben con­ver­tir­se en ini­cia­ti­vas masi­vas de carác­ter ciu­da­dano para que nun­ca más se pier­da una niña entre las redes de las mafias inter­na­cio­na­les, para que nun­ca más sea ase­si­na­da impu­ne­men­te. Para que esas niñas rele­ga­das a las tareas domés­ti­cas vayan a la escue­la, se edu­quen y crez­can en un ambien­te de res­pe­to por sus dere­chos huma­nos. Esto no es solo obli­ga­ción del Esta­do, es una misión de nación.

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