La oposición escuálida venezolana definió desde hace bastante tiempo que primero el gobierno legítimo de Hugo Chávez y ahora el de Nicolás Maduro es su enemigo, y a partir de ello iniciaron un proceso de conspiración permanente para derrocarlo. Sin embargo, fueron fracasando en todas las vías que recorrieron: la electoral, las violencia callejera y hasta el golpe de Estado que culminara en magnicidio (más reciente). Ahora, se da la intervención directa del Imperio, ya sin intermediario. Obama acusa a Venezuela de ser un “peligro” para su seguridad nacional, y pone en marcha una escalada de imprevisibles consecuencias. Para todas estas fases desestabilizadoras, el gran aliado ha sido el Terrorismo Mediático, personificado en esos medios desinformativos y mentirosos que tienen como objetivo confundir, desanimar, derrocar al actual gobierno.
De allí, que sea imprescindible marcar a fuego a estos enemigos de los pueblos del continente, y de eso se trata este ESPECIAL DE RESUMEN LATINOAMERICANO, que iremos editando a partir de hoy bajo la coordinación de nuestra compañera Marina Pérez Damil.
EL INSPIRADOR
MEDIOS APLICAN LOS 11 PRINCIPIOS DE JOSEPH GOEBBLES CONTRA VENEZUELA
El padre de la propaganda nazi fue Joseph Goebbels, responsable del Ministerio de Educación Popular y Propaganda, creado por Adolf Hitler a su llegada al poder en 1933.
Hoy en día sus principios son utilizados por las grandes trasnacionales de la comunicación (estadounidenses, españolas, colombianas, etc) para atacar a la Revolución Bolivariana:
1.- “Individualizar al adversario en un único enemigo” que para estos mercenarios de la información no es otro que el mismísimo presidente Nicolás Maduro.
2.- “Reunir diversos adversarios en una sola categoría o individuo” como el término “madurismo” que han intentado posicionar.
3.- “Cargar sobre el adversario los propios errores o defectos” como hacen hoy en día con la guerra económica y los planes desestabilizadores que impulsan en diversas entidades del país.
4.- “Principio de la exageración y desfiguración. Convertir cualquier anécdota, por pequeña que sea, en amenaza grave”
5.- “La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar” así visualizan los medios de la derecha a sus propios usuarios.
6.- “Si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad”. Un principio que aplican a diario con toda la ola de rumores que suelten incluso a través de las redes sociales entre ellas twitter.
7.- “Hay que emitir constantemente informaciones y argumentos nuevos a un ritmo tal que cuando el adversario responda el público esté ya interesado en otra cosa”
8.- “Construir argumentos a partir de fuentes diversas e informaciones fragmentarias”
9.- “Acallar sobre las cuestiones sobre las que no se tienen argumentos y disimular las noticias que favorecen el adversario”
10.- “La propaganda opera siempre a partir de un sustrato preexistente, como un complejo de odios y prejuicios” motivo por el cual se han encargado primero de disociar a todos sus seguidores.
11.- “Principio de la unanimidad. Llegar a convencer a mucha gente que se piensa “como todo el mundo”, creando impresión de unanimidad” para lo cual decenas de medios se han unido contra Venezuela.
Texto tomado de la publicación: http://laradiodelsur.com.ve
1° principio de Goebbles- “Individualizar al adversario en un único enemigo” que para estos mercenarios de la información no es otro que el mismísimo presidente Nicolás Maduro.
Nota completa:
3° Principio de Goebbles- “Cargar sobre el adversario los propios errores o defectos”
Cuando el Gobierno venezolano de Nicolás Maduro autorizó a su guardia pretoriana a usar armas de fuego contra las manifestaciones callejeras de los estudiantes sabía muy bien lo que hacía: seis jóvenes han sido asesinados ya en las últimas semanas por la policía tratando de acallar las protestas de una sociedad cada vez más enfurecida contra los atropellos desenfrenados de la dictadura chavista, la corrupción generalizada del régimen, el desabastecimiento, el colapso de la legalidad y la situación creciente de caos que se va extendiendo por todo el país.
Este contexto explica la escalada represora del régimen en los últimos días: el encarcelamiento del alcalde de Caracas, Antonio Ledezma, uno de los más destacados líderes de la oposición, al cumplirse un año del arresto de Leopoldo López, otro de los grandes resistentes, y meses después de haber privado abusivamente de su condición de parlamentaria y tener sometida a un acoso judicial sistemático a María Corina Machado, figura relevante entre los adversarios del chavismo. El régimen se siente acorralado por la crítica situación económica a la que su demagogia e ineptitud han llevado al país, sabe que su impopularidad crece como la espuma y que, a menos que diezme e intimide a la oposición, su derrota en las próximas elecciones será cataclísmica (las encuestas cifran su popularidad en apenas un 20%).
Por eso ha desatado el terror de manera desembozada y cínica, alegando la excusa consabida: una conspiración internacional dirigida por Estados Unidos de la que los opositores democráticos al chavismo serían cómplices. ¿Conseguirá acallar las protestas mediante los crímenes, torturas y redadas masivas? Hace un año lo consiguió, cuando, encabezados por los estudiantes universitarios, millares de venezolanos se lanzaron a las calles en toda Venezuela pidiendo libertad (yo estuve allí y vi con mis propios ojos la formidable movilización libertaria de los jóvenes de toda condición social contra el régimen dictatorial). Para ello fue necesario el asesinato de 43 manifestantes, muchos centenares de heridos y de torturados en las cárceles políticas y millares de detenidos. Pero en el año transcurrido la oposición al régimen se ha multiplicado y la situación de libertinaje, desabastecimiento, oprobio y violencia sólo ha servido para encolerizar cada vez más a las masas venezolanas. Para atajar y rendir a este pueblo desesperado y heroico hará falta una represión infinitamente más sanguinaria que la del año pasado.
Maduro, el pobre hombre que ha sucedido a Chávez a la cabeza del régimen, ha demostrado que no le tiembla la mano a la hora de hacer correr la sangre de sus compatriotas que luchan por que vuelva la democracia a Venezuela. ¿Cuántos muertos más y cuántas cárceles repletas de presos políticos harán falta para que la OEA y los gobiernos democráticos de América latina abandonen su silencio y actúen, exigiendo que el gobierno chavista renuncie a su política represora contra la libertad de expresión y a sus crímenes políticos y faciliten una transición pacífica de Venezuela a un régimen de legalidad democrática?
En un excelente artículo, como suelen ser los suyos, “Un estentóreo silencio”, publicado en el diaro El País el 25 del mes pasado, Julio María Sanguinetti censuraba severamente a esos gobiernos latinoamericanos que, con la tibia excepción de Colombia ‑cuyo presidente se ha ofrecido a mediar entre el gobierno de Maduro y la oposición‑, observan impasibles los horrores que padece el pueblo venezolano por un gobierno que ha perdido todo sentido de los límites y actúa como las peores dictaduras que ha padecido el continente de las oportunidades perdidas. Podemos estar seguros de que la emotiva llamada a la decencia del ex presidente uruguayo a los mandatarios latinoamericanos no será escuchada. ¿Qué otra cosa se podría esperar de esa lastimosa colección entre los que abundan los demagogos, los corruptos, los ignorantes, los politicastros de tres por medio? Para no hablar de la Organización de Estados Americanos, la institución más inservible que ha producido América latina en toda su historia; al extremo de que, se diría, cada vez que un político latinoamericano es elegido secretario general parece reblandecerse y sucumbir a una suerte de catatonia cívica y moral.
Sanguinetti contrasta, con mucha razón, la actitud de esos gobiernos “democráticos” que miran al otro lado cuando en Venezuela se violan los derechos humanos, se cierran canales, radioemisoras y periódicos, con la celeridad con que esos mismos gobiernos “suspendieron” de la OEA a Paraguay cuando este país, siguiendo los más estrictos procedimientos constitucionales y legales, destituyó al presidente Fernando Lugo, una medida que la inmensa mayoría de los paraguayos aceptó como democrática y legítima. ¿A qué se debe ese doble rasero? A que el señor Maduro, que ha asistido a la transmisión de mando presidencial en Uruguay y ha sido recibido con honores por sus colegas latinoamericanos, es de “izquierda” y quienes destituyeron a Lugo eran supuestamente de “derecha”.
Aunque muchas cosas han cambiado para mejor en América latina en las últimas décadas ‑hay menos dictaduras que en el pasado, una política económica más libre y moderna, una reducción importante de la extrema pobreza y un crecimiento notable de las clases medias‑, su subdesarrollo cultural y cívico es todavía muy profundo, y esto se hace patente en el caso de Venezuela: antes de ser acusados de reaccionarios y “fascistas”, los gobernantes latinoamericanos que han llegado al poder gracias a la democracia están dispuestos a cruzarse de brazos y mirar a otro lado mientras una pandilla de demagogos asesorados por Cuba en el arte de la represión van empujando a Venezuela hacia el totalitarismo. No se dan cuenta de que su traición a los ideales democráticos abre las puertas a que el día de mañana sus países sean también víctimas de ese proceso de destrucción de las instituciones y las leyes que está llevando a Venezuela al borde del abismo, es decir, a convertirse en una segunda Cuba y a padecer, como la isla del Caribe, una larga noche de más de medio siglo de ignominia.
El presidente Rómulo Betancourt, de Venezuela, que era de otro calibre de los actuales, pretendió, en los años sesenta, convencer a los gobiernos democráticos de la América latina de entonces (eran pocos), de acordar una política común contra los gobiernos que ‑como el de Nicolás Maduro- violentaran la legalidad y se convirtieran en dictaduras: romper relaciones diplomáticas y comerciales con ellos y denunciarlos en el plano internacional, a fin de que la comunidad democrática ayudara de este modo a quienes, en el propio país, defendían la libertad. No hace falta decir que Betancourt no obtuvo el apoyo ni siquiera de un solo país latinoamericano.
La lucha contra el subdesarrollo siempre estará amenazada de fracaso y retroceso mientras las dirigencias políticas de América latina no superen ese estúpido complejo de inferioridad que sienten ante una izquierda a la que, pese a las catastróficas credenciales que puede lucir en temas económicos, políticos y de derechos humanos (¿no bastan los ejemplos de los Castro, Maduro, Morales, los Kirchner, Dilma Rousseff, el comandante Ortega y compañía?), todavía le conceden una especie de superioridad moral en temas de justicia y solidaridad social.