Zona de alie­na­ción- Borro­ka Garaia

En 1986 se pro­du­jo en la cen­tral nuclear de Cher­nó­bil un acci­den­te de efec­tos desas­tro­sos y devas­ta­do­res. Entre muchas de las con­se­cuen­cias que tuvo esa catás­tro­fe se encuen­tra la eva­cua­ción dejan­do todas sus per­te­nen­cias atrás de dece­nas y dece­nas de miles de per­so­nas que nun­ca vol­ve­rían a ver sus hoga­res. Ya que fue pre­ci­so la crea­ción de un perí­me­tro de 30 kiló­me­tros alre­de­dor de la cen­tral debi­do a la fuer­te con­ta­mi­na­ción radio­ac­ti­va creada.
Ese perí­me­tro es cono­ci­do como la Zona de alie­na­ción, la Zona Muer­ta o la zona de exclu­sión. Aun­que común­men­te sim­ple­men­te se le lla­ma “la Zona”. Es un lugar cus­to­dia­do por el ejér­ci­to y la poli­cía don­de está prohi­bi­da la entra­da y cual­quier acti­vi­dad resi­den­cial, civil o de nego­cios es puni­ble. Las úni­cas excep­cio­nes reco­no­ci­das lo han sido para acti­vi­da­des cien­tí­fi­cas o de obras de con­ten­ción en la cen­tral . El gobierno tam­bién ha orga­ni­za­do via­jes turís­ti­cos con máxi­ma exten­sión de 24 horas por los luga­res menos con­ta­mi­na­dos bajo estric­tas medi­das de segu­ri­dad. Se pien­sa que ten­drán que pasar aún algo más de 600 años para que la zona pue­da ser habi­ta­ble de nuevo.
Lo cier­to es que ese para­je se ha con­ver­ti­do en uno de los luga­res más extra­ños del mun­do. Como si se hubie­ra dete­ni­do el reloj y el tiem­po. Ciu­da­des aban­do­na­das, imá­ge­nes post-apo­ca­líp­ti­cas, efec­tos visi­bles de la con­ta­mi­na­ción radio­ac­ti­va como el cam­bio de color de algu­nos bos­ques por tonos roji­zos. Todo crea un cua­dro bas­tan­te fantasmagórico.
Sin embar­go, lo mas increí­ble de la zona son los lla­ma­dos “Samo­sely”. Per­so­nas que se esca­bu­lle­ron de la eva­cua­ción de urgen­cia o bien regre­sa­ron de mane­ra ilí­ci­ta tras acor­do­nar­se el perí­me­tro. La mayo­ría de ellos son ancia­nos. Se cal­cu­la actual­men­te que serían varios cien­tos, resi­dien­do la mayor par­te en el mis­mo Cher­nó­bil y los demás dis­per­sos en dife­ren­tes villas de la zona. Unos 1000 samo­sely han muer­to en los últi­mos 30 años y se sabe al menos de un naci­mien­to. A pesar de las órde­nes y del peli­gro, los resi­den­tes de la zona se nie­gan a des­alo­jar sea por­que no creen en las con­se­cuen­cias de la radio­ac­ti­vi­dad o por­que no les impor­tan. Se tra­tó duran­te mucho tiem­po que aban­do­na­ran el lugar pero sin nin­gún resultado.
Ayer se cele­bró un nue­vo abe­rri egu­na. 83 años han pasa­do des­de el pri­me­ro. Una patria que en todas estas déca­das y des­de tiem­po atrás has­ta hoy no ha con­se­gui­do hacer­se res­pe­tar y ase­gu­rar­se los dere­chos que le corres­pon­de no tie­ne mucho que cele­brar mas que su pro­pia auto­com­pla­cien­cia. Tan­to el capi­ta­lis­mo como los esta­dos espa­ñol y fran­cés siguen sien­do radio­ac­ti­vos y de peli­gro mor­tal para Eus­kal Herria. Ante ello, o se pro­du­ce un fuer­te cam­bio de las iner­cias actua­les y un resur­gir nacio­nal y social vas­co o el hori­zon­te his­tó­ri­co de nues­tro país será el de los samoselys.

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