Viet­nam, el nom­bre de la vic­to­ria- Car­los Aznárez

El 30 de abril de 1975, Sai­gón era defi­ni­ti­va­men­te libe­ra­da por par­te de los com­ba­tien­tes viet­na­mi­tas. El anhe­la­do sue­ño de Ho Chi Minh, de Giap y tan­tos otros patrio­tas revo­lu­cio­na­rios y comu­nis­tas se con­ver­tía en reali­dad: Viet­nam se reuni­fi­ca­ba en una sola y vic­to­rio­sa Nación.
Dos años antes, en enero de 1973, en París, el Fren­te de Libe­ra­ción Nacio­nal, los Esta­dos Uni­dos y una dele­ga­ción sud­viet­na­mi­ta habían fir­ma­do los Acuer­do de paz, que las dos últi­mas par­tes incum­plie­ron de for­ma manifiesta.

Como todo pue­blo que rei­vin­di­que su dig­ni­dad y auto­es­ti­ma, ese hoy recor­da­do año 40 del triun­fo con­tra el impe­ria­lis­mo nor­te­ame­ri­cano, sur­ge de una lar­ga his­to­ria de com­ba­tes y sufri­mien­tos. “Nada que ten­ga que ver con la eman­ci­pa­ción popu­lar se logra sin sacri­fi­cios”, supo decir el inol­vi­da­ble patrio­ta viet­na­mi­ta Ho Chi Minh, y eso se con­vir­tió en una máxi­ma defen­di­da con uñas y dien­tes por sus lea­les seguidores.

Hablar de Viet­nam hoy es recor­dar una de las gran­des proezas de la his­to­ria con­tem­po­rá­nea. La de la tena­ci­dad, con­fian­za en las ideas y lucha a bra­zo par­ti­do duran­te déca­das, para qui­tar­se de enci­ma las dis­tin­tas face­tas de inje­ren­cia impe­ria­lis­ta de diver­so signo.

Pri­me­ro fue­ron los fran­ce­ses, los que a media­dos del Siglo XIX habían empren­di­do la con­quis­ta del país, y se encon­tra­ron con una resis­ten­cia heroi­ca que “una y mil veces nos hizo retro­ce­der en nues­tros inten­tos”, como lo expli­ca­ría pos­te­rior­men­te uno de los jefes mili­ta­res de París. Sin embar­go, el pode­río de fue­go y la masi­vi­dad en la inter­ven­ción mili­tar faci­li­tó que pro­gre­si­va­men­te el país se con­vir­tie­ra en una colo­nia. Pero des­de el esta­ble­ci­mien­to de la domi­na­ción de los impe­ria­lis­tas fran­ce­ses el Movi­mien­to de Libe­ra­ción Nacio­nal del pue­blo viet­na­mi­ta se desa­rro­lló continuamente.

En 1939 esta­lló la Segun­da Gue­rra Mun­dial, Fran­cia fue rápi­da­men­te ocu­pa­da por los nazis, y Viet­nam pasó a trans­for­mar­se en colo­nia de los japo­ne­ses. Fue ese el momen­to en que el Par­ti­do Comu­nis­ta de Viet­nam ana­li­zó con pron­ti­tud y cer­te­za la nue­va situa­ción, con­clu­yen­do que se ini­cia­ba un nue­vo ciclo de gue­rras y revo­lu­cio­nes. Poco des­pués se for­ma­ba el Viet­minh (Fren­te de la Inde­pen­den­cia de Viet­nam) que ini­ció la gue­rra de gue­rri­llas, que se agi­gan­ta­rían a par­tir de 1945 (cuan­do el Ejér­ci­to Rojo sovié­ti­co y las fuer­zas alia­das derro­ta­rían al ejér­ci­to japo­nés) y cul­mi­na­rían con una insu­rrec­ción gene­ral y la ins­tau­ra­ción del poder popu­lar en Hanoi y en todo el país. Ho Chi Mính, el máxi­mo líder de todas las vic­to­rias viet­na­mi­ta pre­si­día el gobierno y se pro­cla­ma­ba la inde­pen­den­cia y se crea­ba la Repú­bli­ca Demo­crá­ti­ca de Viet­nam, pri­me­ra demo­cra­cia popu­lar del sudes­te asiático.

Sin embar­go, el 23 de sep­tie­bre de 1945, el Cuer­po Expe­di­cio­na­rio fran­cés abrió el fue­go en Sai­gón, gene­ran­do a par­tir de ese día, y duran­te nue­ve años, el desa­rro­llo de una gue­rra de libe­ra­ción nacio­nal que fina­li­zó con la vic­to­ria viet­na­mi­ta en Dien Bien Fu.

El cuar­to y últi­mo capí­tu­lo de esta esca­la­da de ata­ques impe­ria­les de dis­tin­to signo que sufrió Viet­nam comen­zó en 1959 y se pro­lon­gó has­ta 1975, pro­ta­go­ni­zan­do esta vez el inten­to el pode­ro­so apa­ra­to mili­tar de los Esta­dos Uni­dos, que tra­ta­ba así de impe­dir la reuni­fi­ca­ción de Viet­nam en una sola nación. Cien­tos de miles de mari­nes se dis­pu­sie­ron a defen­der al gobierno títe­re de Viet­nam del Sur, y como le ocu­rrie­ra a fran­ce­ses y japo­ne­ses, cho­ca­ron con el muro de resis­ten­cia de todo un pue­blo enro­la­do en el Fren­te de Libe­ra­ción de Viet­nam. A par­tir de ese momen­to y duran­te quin­ce lar­gos años de con­tien­da des­pa­re­ja, en la que los inva­so­res uti­li­za­ron las más sofis­ti­ca­das armas de des­truc­ción masi­va con­tra la pobla­ción civil viet­na­mi­ta, se escri­bió una de las pági­nas más estre­me­ce­do­ras y emo­ti­vas de la his­to­ria revo­lu­cio­na­ria mundial.

El resul­ta­do de la agre­sión fue demo­le­dor: más de cin­co millo­nes de muer­tos, entre los cua­les 58.100 fue­ron sol­da­dos nor­te­ame­ri­ca­nos y el res­to pobla­do­res y mili­cia­nos viet­na­mi­tas, a lo que hay que sumar la devas­ta­ción gene­ra­li­za­da de un terri­to­rio, sus vivien­das e infra­es­truc­tu­ra, que fue­ron miles de veces bom­bar­dea­dos con alre­de­dor de 8 millo­nes de tone­la­das de poten­tí­si­mas car­gas explo­si­vas y tam­bién con napalm y “agen­te naran­ja” que arra­sa­ron con aldeas y seres huma­nos. A todo este accio­nar béli­co nor­te­ame­ri­cano hay que agre­gar lo que para sus tro­pas de inter­ven­ción en dis­tin­tos paí­ses es algo común: los malos tra­tos gene­ra­li­za­dos, las tor­tu­ras y todo tipo de sevi­cias con­tra los pobla­do­res dete­ni­dos, tan­to que el pro­pio gobierno de EE.UU tuvo que reco­no­cer pos­te­rior­men­te que 278 sol­da­dos fue­ron con­de­na­dos por tri­bu­na­les mili­ta­res por las atro­ci­da­des cometidas.

Viet­nam ven­ció y no fue por casua­li­dad, sino que su lide­raz­go revo­lu­cio­na­rio, pro­ta­go­ni­za­do por muchos hom­bres y muje­res, entre los cua­les emer­gen con luz pro­pia el pre­si­den­te Ho Chi Minh ‑quien lamen­ta­ble­men­te falle­ció en 1969- y el gene­ral Vo Ngu­yen Giap, impu­so una moda­li­dad exi­to­sa a la hora de com­ba­tir a los inva­so­res: la gue­rra de todo el pue­blo a tra­vés de la cons­truc­ción de un Ejér­ci­to popu­lar. Como el pro­pio Giap lo defi­nie­ra: “La resis­ten­cia era pre­ci­sa­men­te la con­ti­nua­ción de la revo­lu­ción nacio­nal demo­crá­ti­ca bajo la for­ma de una lucha armada”.

Cono­ce­do­res de las teo­rías mile­na­rias de cómo com­ba­tir a incur­so­res tan pode­ro­sos como los mari­nes nor­te­ame­ri­ca­nos, el lide­raz­go nacio­nal viet­na­mi­ta inter­pre­tó ‑como ya había ocu­rri­do con los fran­ce­ses- que la estra­te­gia enemi­ga se orien­ta­ba a una acción rápi­da para una deci­sión rápi­da. De allí, que resul­ta­ba de pura lógi­ca para cual­quier plan­teo resis­ten­te, que la pro­lon­ga­ción even­tual de la gue­rra pri­va­ría a los esta­dou­ni­den­ses de sus pun­tos fuer­tes mien­tras agra­va­ba más sus debi­li­da­des. Así se fue deli­nean­do un plan ope­ra­ti­vo de res­pues­ta, con­sis­ten­te en cons­truir todo un sis­te­ma de líneas de ata­que y cer­co que per­mi­tió a las tro­pas revo­lu­cio­na­rias viet­na­mi­tas lan­zar ‑año tras año- ince­san­tes asal­tos en olea­das suce­si­vas. Ese sis­te­ma, con sus innu­me­ra­bles trin­che­ras, túne­les que gene­ra­ron una autén­ti­ca nación sub­te­rrá­nea por deba­jo del esce­na­rio “real” de com­ba­te, sus bases de arti­lle­ría, sus pues­tos de man­do, se fue­ron mul­ti­pli­can­do y ter­mi­na­ron por hacer más visi­ble un triun­fo que pare­cía impo­si­ble por la poten­cia y la masi­vi­dad del agre­sor. Vale recor­dar que los mari­nes de EE.UU con­ta­ron ade­más con el apo­yo de efec­ti­vos de Aus­tra­lia, Nue­va Zelan­dia y Corea, que tam­bién mor­die­ron el pol­vo de la derro­ta fren­te a los imba­ti­bles vietnamitas.

No cabe nin­gu­na duda que a la hora de eva­luar cir­cuns­tan­cias espe­cia­les de lo que fue esa gue­rra de eman­ci­pa­ción nacio­nal, resul­tó estra­té­gi­ca la con­tri­bu­ción de las tro­pas espe­cia­les del Ejér­ci­to Popu­lar. Dichos cuer­pos de com­ba­te fue­ron crea­dos por el Pre­si­den­te Ho Chi Minh, y se con­vir­tie­ron rápi­da­men­te en uni­da­des de eli­te posee­do­ras de fuer­zas acuá­ti­cas, terres­tres y urbanas.

A dife­ren­cia de sus enemi­gos envia­dos por Washing­ton, su poten­cia no se basa­ba en sofis­ti­ca­das armas sino en la expe­rien­cia acu­mu­la­da de las his­tó­ri­cas gue­rras de defen­sa nacio­nal, una pacien­cia ejem­plar, una rara capa­ci­dad de resis­ten­cia cor­po­ral y, sobre todo, una férrea voluntad.

A sus com­ba­tien­tes se les cono­cía como los hom­bres y muje­res de “cabe­za des­cu­bier­ta y pie des­cal­zo” que con el correr de los años se con­vir­tie­ron en una autén­ti­ca pesa­di­lla para los mari­nes yanquis.

Fue­ron innu­me­ra­bles las accio­nes lle­va­das a cabo por estas tro­pas, pero si hay que dar ejem­plos de lo que se pue­de lograr con dis­ci­pli­na y con­vic­ción de que se está luchan­do por una cau­sa jus­ta, habría que nom­brar la ope­ra­ción de los 14 puen­tes, que fue el mayor ejer­ci­cio ofen­si­vo duran­te la gue­rra, con la par­ti­ci­pa­ción de una divi­sión, una bri­ga­da, cua­tro bata­llo­nes y nume­ro­sos coman­dos urbanos.

Así se logró la ocu­pa­ción del puen­te Ghenh, ope­ra­ti­vo lle­va­do a cabo bajo la direc­ción del coro­nel Van Ninh. La idea era defen­der ese obje­ti­vo “sea como sea”. Con una valen­tía sin par 52 mili­cia­nos com­ba­tie­ron duran­te dos días ante un des­co­mu­nal ata­que de los mari­nes, y sólo dos de ellos que­da­ron con vida, pero nin­guno retro­ce­dió de su pues­to y defen­die­ron el obje­ti­vo has­ta el final.

En estos ejer­ci­cios de memo­ria hay que recor­dar tam­bién el nom­bre del sar­gen­to Pham Duy Do, quien no sólo par­ti­ci­pó en la defen­sa del puen­te de la estra­té­gi­ca carre­te­ra Bien Hoa, sino que fue el gue­rri­lle­ro que hizo fla­mear la ban­de­ra de la libe­ra­ción en el pala­cio pre­si­den­cial de Sai­gón el día de la vic­to­ria definitiva.

La ofen­si­va final

A las 0 hora del 29 de abril de 1975, el alto man­do viet­na­mi­ta deci­dió que había lle­ga­do la Hora H de la ofen­si­va final. Sai­gón fue ata­ca­da por todas las direc­cio­nes, excep­to des­de el mar. Por la zona des­mi­li­ta­ri­za­da pene­tra­ron más uni­da­des, lo mis­mo que des­de Laos y des­de el cen­tro nor­te de Cam­bo­ya. Por la maña­na, la arti­lle­ría nor­viet­na­mi­ta bom­bar­deó inten­sa­men­te el puen­te New­port, la últi­ma cone­xión de Sai­gón con el mun­do exte­rior. Tras horas de inten­sa lucha, la ciu­dad que­dó com­ple­ta­men­te aislada.

En un bos­que de cau­cho pró­xi­mo a Dau Giay, aguar­da­ba una uni­dad de ata­que en pro­fun­di­dad for­ma­da por una bri­ga­da de carros de com­ba­te, un regi­mien­to de infan­te­ría y algu­nas uni­da­des más. Lle­va­ban los vehícu­los camu­fla­dos con ramas, los bra­zos con cin­tas rojas para dis­tin­guir­se y uni­for­mes impe­ca­bles para tomar la capi­tal. Mien­tras en el ban­do pro nor­te­ame­ri­cano, el gene­ral Cao Van Vien fir­mó la orden de resis­tir con la fra­se «defen­der has­ta la muer­te, has­ta el final, la por­ción de la tie­rra que nos que­da». Sin embar­go, como ocu­rrie­ra con nume­ro­sos ofi­cia­les y mari­nes yan­quis, ese “fiel” sol­da­do del gobierno títe­re, poco des­pués deser­ta­ba de su pues­to y huía del país.

A media tar­de del 29 de abril los trans­por­tes, los blin­da­dos viet­na­mi­tas salie­ron del bos­que y lle­ga­ron a la capi­tal aplas­tan­do toda resis­ten­cia que pudie­ron encon­trar. Al día siguien­te pene­tra­ron en Sai­gón mien­tras inva­so­res nor­te­ame­ri­ca­nos y sus laca­yos del Sur, tra­ta­ban de huir por cual­quier medio. Así fue toma­do por lo com­ba­tien­tes comu­nis­tas el cuar­tel gene­ral del Esta­do Mayor, el Pala­cio de la Inde­pen­den­cia, el cuar­tel gene­ral de la Zona Capi­tal Espe­cial, el Direc­to­rio Gene­ral de la Poli­cía y el aeró­dro­mo de Tan Son Nhut.

Sai­gón había caí­do y cien­tos de ban­de­ras rojas fla­mea­ban alti­vas en todo el ámbi­to del Pala­cio guber­na­men­tal. Cuan­do los mili­cia­nos pro­rrum­pie­ron en el des­pa­cho del atri­bu­la­do “pre­si­den­te” títe­re Minh, éste inten­tó un dis­cur­so for­mal de “trans­mi­sión del man­do”. La res­pues­ta fue tajan­te: “Usted no tie­ne nada que trans­fe­rir. Pue­de ren­dir­se incondicionalmente”.

Afue­ra, en medio de esce­nas de júbi­lo popu­lar y dis­pa­ros al aire, se podían obser­var las últi­mas y ver­gon­zo­sas “haza­ñas” de los mari­nes y per­so­nal diplo­má­ti­co yan­quis huyen­do a la atro­pe­lla­da. Subien­do a los coda­zos a heli­cóp­te­ros, gri­tan­do ate­rro­ri­za­dos y dibu­jan­do con esos ges­tos, imá­ge­nes que paten­ti­za­rían la peor derro­ta sufri­da por el impe­ria­lis­mo yan­qui. jun­to con la pali­za reci­bi­da en Bahía Cochi­nos y Pla­ya Girón, a manos de los revo­lu­cio­na­rios cubanos.

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