Las muje­res de Octubre

Las muje­res juga­ron un gran papel en ambas revo­lu­cio­nes de 1917, y en mucha mayor medi­da del que tuvie­ron en 1905. El levan­ta­mien­to de Febre­ro fue, de hecho, des­en­ca­de­na­do por una huel­ga de muje­res de la indus­tria tex­til en su doble papel como obre­ras y, en muchos casos, viu­das de los sol­da­dos del fren­te. Envia­ron lla­ma­mien­tos a los obre­ros del metal para que se unie­ran a ellas y, para el final del día, más de 50.000 obre­ros esta­ban mani­fes­tán­do­se en las calles de la capi­tal. A ellos se unie­ron amas de casa mar­chan­do hacia la Duma exi­gien­do pan. Era el Día Inter­na­cio­nal de la Mujer de Tra­ba­ja­do­ra (8 de mar­zo en el calen­da­rio gre­go­riano), que la acti­vis­ta bol­che­vi­que Kon­kor­dia Samoi­lo­va había dado a cono­cer a los rusos en 1913 y que había sido cele­bra­do, obser­va­do y mar­ca­do des­de ese año en ade­lan­te. Habi­tual­men­te era un acon­te­ci­mien­to públi­co más bien peque­ño en unas pocas ciu­da­des. Cele­brar­lo con una huel­ga de masas lide­ra­da por obre­ras no tenía pre­ce­den­tes. Había impli­ca­da una iro­nía espe­cial: los capi­ta­lis­tas de Rusia tenían asu­mi­do que ya que las muje­res eran el gru­po más opri­mi­do, dócil y social­men­te atra­sa­do (en el sen­ti­do de que a dife­ren­cia de las terro­ris­tas de las déca­das pre­vias, una gran mayo­ría eran anal­fa­be­tas) de la socie­dad rusa, eso les con­ver­ti­ría, según la lógi­ca capi­ta­lis­ta, en los miem­bros más obe­dien­tes y nada pro­ble­má­ti­cos de la fuer­za de tra­ba­jo. Fue un error de cálcu­lo. Mien­tras la Pri­me­ra Gue­rra Mun­dial con­ti­nua­ba, con­ti­nua­ba la nece­si­dad de más empleo. El por­cen­ta­je de muje­res en las fábri­cas se dupli­có y tri­pli­có. La indus­tria arma­men­tís­ti­ca de Puti­lov esta­ba tam­bién pro­du­cien­do a los obre­ros más mili­tan­tes y orga­ni­za­do­res bol­che­vi­ques, muje­res y hombres.

En Mos­cú, tam­bién, las obre­ras se esta­ban radi­ca­li­zan­do. Una de ellas, Anna Lit­vei­ko, de die­cio­cho años en 1917, des­cri­bi­ría más tar­de la cues­tión de la mujer en el pro­ce­so en unas bre­ves memo­rias. Ella y dos ami­gas apro­xi­ma­da­men­te de su edad esta­ban tra­ba­jan­do en la fábri­ca Elek­tro­lam­pa del cin­tu­rón indus­trial de Mos­cú. Ella recor­da­ba a su padre regre­san­do a casa en 1905 de la últi­ma barri­ca­da que que­da­ba en la ciu­dad, todo gol­pea­do, con su ropa rota y sus bol­si­llos lle­nos de car­tu­chos. Esta vez era dife­ren­te. Muchos sol­da­dos y cosa­cos esta­ban de su lado. En octu­bre, había que ele­gir. ¿De qué lado esta­ban? ¿Men­che­vi­ques o bol­che­vi­ques? Anna admi­ra­ba a las dos orga­ni­za­do­ras bol­che­vi­ques que tra­ba­ja­ban con ella. En su fábri­ca, los men­che­vi­ques envia­ban inte­lec­tua­les para diri­gir­se a ellas des­de afue­ra, pero enton­ces me dije­ron que habi­tual­men­te era al revés: los men­che­vi­ques eran los obre­ros y los bol­che­vi­ques los inte­lec­tua­les. ¿Cómo podría ave­ri­guar­lo? Un día espe­ró a uno de los bol­che­vi­ques y le pre­gun­tó: ¿Cuál es la dife­ren­cia entre los bol­che­vi­ques y los men­che­vi­ques? Él contestó:

Ya ves, el Zar ha sido echa­do, pero los burzhuis [bur­gue­ses] se han que­da­do y se apro­pian de todo el poder. Los bol­che­vi­ques son los que quie­ren luchar con­tra los burzhuis has­ta el final. Los men­che­vi­ques no son ni una cosa ni la otra.

Anna deci­dió que si era has­ta el final, enton­ces voy a unir­me a los bol­che­vi­ques. Sus dos ami­gas pron­to siguie­ron su ejemplo.

Nin­guno de los par­ti­ci­pan­tes o diri­gen­tes de los par­ti­dos polí­ti­cos clan­des­ti­nos encla­va­dos en la capi­tal tenía ni idea de que era el pri­mer día de una revo­lu­ción, excep­to las ofi­ci­nis­tas a las que escu­chó Suja­nov poco des­pués de lle­gar a tra­ba­jar aque­lla maña­na. Las muje­res salie­ron al siguien­te día y esta vez, tam­bién los hom­bres. Y los par­ti­dos de la izquier­da fue­ron aho­ra des­per­ta­dos por com­ple­to, escri­bien­do, impri­mien­do y dis­tri­bu­yen­do pan­fle­tos, muchos de los cua­les eran de un tono simi­lar excep­to aque­llos de los bol­che­vi­ques, que tam­bién rei­vin­di­ca­ban paz y un final inme­dia­to para la gue­rra impe­ria­lis­ta. Para aquel fin de sema­na la sua­ve bri­sa se había con­ver­ti­do en una tor­men­ta. Suja­nov, aho­ra fue­ra en las calles toman­do notas y sabo­rean­do la situa­ción, escu­chó a dos espec­ta­do­res poco sim­pá­ti­cos. ¿Qué es lo que quie­ren?, dijo un hom­bre de aspec­to som­brío. De vuel­ta vino la res­pues­ta de su seme­jan­te: Quie­ren pan, paz con los ale­ma­nes e igual­dad para los yids[1]. Han dado en el blan­co, pen­sa­ría el futu­ro his­to­ria­dor, expre­san­do su delei­te ante esta bri­llan­te for­mu­la­ción del pro­gra­ma de la gran revo­lu­ción.

Solo había dos muje­res miem­bros del Comi­té Cen­tral bol­che­vi­que en 1917: Ale­xan­dra Kollon­tai y Ele­na Sta­so­va. Var­va­ra Yako­vle­va se unió un año más tar­de y fue minis­tra de Edu­ca­ción en 1922, con­vir­tién­do­se pos­te­rior­men­te en minis­tra de Hacien­da. Los men­che­vi­ques no esta­ban mucho mejor. El con­tras­te numé­ri­co con la orga­ni­za­ción terro­ris­ta Volun­tad del Pue­blo no podría haber sido más lla­ma­ti­vo, pero inclu­so su suce­sor, el Par­ti­do Social-Revo­lu­cio­na­rio (SR), mos­tra­ba cuán­to había cam­bia­do en el nue­vo siglo. La pro­por­ción de muje­res en sus órga­nos direc­ti­vos, tam­bién, había regis­tra­do un decli­ve muy agu­do, aun­que mar­gi­nal­men­te menor en su bra­zo terro­ris­ta secre­to, la Orga­ni­za­ción de Combate.

Las razo­nes para esta situa­ción eran varia­das. Las obre­ras esta­ban sien­do reclu­ta­das en gran­des núme­ros en los com­ple­jos indus­tria­les. Una com­pa­ra­ción polí­ti­ca es igual­men­te reve­la­do­ra. Aque­llos hom­bres y muje­res de los vie­jos gru­pos que que­rían man­te­ner sus leal­ta­des en dife­ren­tes épo­cas podrían haber ingre­sa­do en los SR. La mayo­ría de ellos aho­ra apa­re­cían en públi­co sin la más­ca­ra del terrorismo. 

Ale­xan­dra Kollon­tai no fue la úni­ca mujer que jugó un impor­tan­te papel en la pri­me­ra Unión Sovié­ti­ca, pero fue sin duda una de las más dota­das, poseía una men­te y un espí­ri­tu fie­ra­men­te inde­pen­dien­tes. Es en su obra en la que pode­mos ver la sín­te­sis del femi­nis­mo revo­lu­cio­na­rio (socia­lis­ta, no radi­cal). Enten­dió mejor que la mayo­ría las nece­si­da­des socia­les, polí­ti­cas y sexua­les de la libe­ra­ción de las muje­res. Pudo ser dura a veces en sus apre­cia­cio­nes sobre las muje­res con dife­ren­tes orí­ge­nes de cla­se, pero esas visio­nes no eran com­par­ti­das por muchos de sus cama­ra­das, hom­bres o muje­res. Fue deli­be­ra­da­men­te malin­ter­pre­ta­da y retra­ta­da como una defen­so­ra del liber­ti­na­je per­ma­nen­te; en el cam­po, los peque­ños terra­te­nien­tes uti­li­za­ron su nom­bre para aler­tar a los cam­pe­si­nos pobres sobre que si iban ade­lan­te con el plan de colec­ti­vi­za­ción agrí­co­la ten­drían que com­par­tir a las muje­res más jóve­nes de sus fami­lias con todos los demás hom­bres, mien­tras las muje­res más mayo­res serían redu­ci­das a jabón. 

Kollon­tai era muy cons­cien­te de la natu­ra­le­za absur­da de la mayo­ría de la pro­pa­gan­da y se irri­tó espe­cial­men­te cuan­do le acu­sa­ron de prio­ri­zar el sexo sobre el amor. En su bre­ve ensa­yo auto­bio­grá­fi­co Auto­bio­gra­fía de una mujer comu­nis­ta sexual­men­te eman­ci­pa­da, expli­ca que el amor siem­pre había supues­to una amplia par­te de su vida, pero que era una expe­rien­cia pasa­je­ra. Más impor­tan­te era la nece­si­dad de enten­der que el amor no era el prin­ci­pal obje­ti­vo de nues­tra vida y que sabe­mos cómo situar el tra­ba­jo como su cen­tro. Podría haber aña­di­do, …como hacen los hom­bres. Ella que­ría que el amor fue­se armo­nio­sa­men­te com­bi­na­do con el tra­ba­jo, pero una y otra vez, las cosas resul­tan dife­ren­tes, des­de que los hom­bres siem­pre inten­tan impo­ner su ego sobre noso­tras y adap­tar­nos ple­na­men­te a sus pro­pó­si­tos. La elec­ción era acep­tar esta posi­ción para el res­to de la vida o, al con­tra­rio, ter­mi­nar con ella. Expli­ca­ba que des­de que el amor se había con­ver­ti­do en un gri­lle­te, la úni­ca sali­da era a tra­vés de una inevi­ta­ble rebe­lión inte­rior… nos sen­tía­mos escla­vi­za­das e inten­tá­ba­mos rela­jar el víncu­lo amo­ro­so. No pre­ten­día que no hubie­ra con­tra­dic­cio­nes en el camino hacia la liber­tad, sino al con­tra­rio: Está­ba­mos de nue­vo solas, infe­li­ces, soli­ta­rias, pero libres –libres para per­se­guir nues­tro ama­do y que­ri­do tra­ba­jo ideal. Fue una de las pri­me­ras decla­ra­cio­nes fun­da­men­ta­les de los valo­res femi­nis­tas moder­nos, y uno de los que el siglo vein­tiuno se ha reti­ra­do, a pesar de los ale­lu­yas inter­mi­na­bles hon­ran­do el matri­mo­nio gay.

Lenin escri­bió en 1918 que des­de la expe­rien­cia de todos los movi­mien­tos de libe­ra­ción, pue­de adver­tir­se que el éxi­to de una revo­lu­ción pue­de ser medi­do por la exten­sión de la impli­ca­ción de las muje­res en él. Prác­ti­ca­men­te todos los revo­lu­cio­na­rios rusos, inde­pen­dien­te­men­te de su fac­ción o par­ti­do, habían esta­do siem­pre de acuer­do en esto. Como dis­cu­tía en el capí­tu­lo 12, des­de los años 1860 en ade­lan­te, las muje­res rusas juga­ron un papel ejem­plar, mucho más avan­za­das que sus her­ma­nas en el res­to de Euro­pa y en todos los demás continentes.

Los deba­tes sobre el papel de la fami­lia nuclear en las ciu­da­des y el cam­po, y sobre la fun­ción del matri­mo­nio, esta­ban más avan­za­dos y eran más autén­ti­cos en Rusia que en nin­gu­na otra par­te duran­te el final del siglo die­ci­nue­ve y el comien­zo del siglo vein­te. Las revo­lu­cio­nes de 1917 ace­le­ra­ron mucho más este pro­ce­so, ya que estos temas aho­ra ya no eran abs­trac­cio­nes. Era nece­sa­rio tomar medi­das con­cre­tas. Marx, Engels y Bebel habían insis­ti­do en que el capi­ta­lis­mo esta­ba negan­do los usos y nece­si­da­des tra­di­cio­na­les de la fami­lia. En las socie­da­des cam­pe­si­nas, la fami­lia actua­ba como una uni­dad colec­ti­va de pro­duc­ción. Todo el mun­do tra­ba­ja­ba, aun­que las muje­res mucho más dura­men­te. Cla­ra Zet­kin, diri­gen­te del SPD ale­mán, uti­li­zan­do el tra­ba­jo de los tres mayo­res como pun­to de par­ti­da, ana­li­zó las dife­ren­cias entre una fami­lia cam­pe­si­na y una pro­le­ta­ria. Esta últi­ma, argu­men­ta­ba, era una uni­dad de con­su­mo, no de pro­duc­ción. Esto fue lle­va­do más lejos por los teó­ri­cos sovié­ti­cos des­pués de la revo­lu­ción. Para Niko­lái Buja­rin, el desa­rro­llo del capi­ta­lis­mo había sem­bra­do todas las semi­llas nece­sa­rias para la desin­te­gra­ción de la fami­lia: la uni­dad de pro­duc­ción tras­la­da­da a la fábri­ca, el tra­ba­jo asa­la­ria­do tan­to para las muje­res como para los hom­bres y, por supues­to, la natu­ra­le­za peri­pa­té­ti­ca de la vida y el tra­ba­jo en la ciu­dad. Kollon­tai esta­ba de acuer­do en que la fami­lia esta­ba al bor­de de la extin­ción. Lo que era cru­cial para el Gobierno bol­che­vi­que era hacer la tran­si­ción a las nue­vas for­mas lo menos dolo­ro­sa­men­te como fue­ra posi­ble, con el Esta­do pro­ve­yen­do guar­de­rías de alta cali­dad, escue­las, ins­ta­la­cio­nes ali­men­ta­rias comu­nes y ayu­dan­do con el tra­ba­jo domés­ti­co. Lenin apo­ya­ba fuer­te­men­te este pun­to de vis­ta. Sus cen­su­ras a la fami­lia eran carac­te­rís­ti­ca­men­te áspe­ras. Denun­cia­ba la deca­den­cia, putre­fac­ción y obs­ce­ni­dad del matri­mo­nio bur­gués con su difí­cil diso­lu­ción, su per­mi­so para el mari­do y ser­vi­dum­bre para la espo­sa, y sus des­agra­da­ble­men­te fal­sas mora­li­dad y rela­cio­nes sexua­les.

El enemi­go era siem­pre el mari­do, que evi­ta­ba el tra­ba­jo domés­ti­co y el cui­da­do con­jun­to de los niños. El mez­quino tra­ba­jo domés­ti­co, se enfu­re­cía Lenin en 1919, aplas­ta, estran­gu­la, atro­fia y degra­da, enca­de­na a ella a la coci­na y la cuna, y des­per­di­cia su tra­ba­jo en una bár­ba­ra­men­te impro­duc­ti­va, mez­qui­na, ener­van­te, degra­dan­te y aplas­tan­te tarea peno­sa. Sus solu­cio­nes eran las mis­mas que aque­llas de otros líde­res revo­lu­cio­na­rios de la épo­ca: coci­nas, lavan­de­rías, tien­das de repa­ra­cio­nes y guar­de­rías colec­ti­vas, etcé­te­ra. Pero para Lenin, la abo­li­ción de la escla­vi­tud domés­ti­ca no sig­ni­fi­ca­ba la des­apa­ri­ción de las fami­lias u hoga­res individuales.

Estas visio­nes se refle­ja­ron en la arqui­tec­tu­ra de los cons­truc­ti­vis­tas. Los edi­fi­cios de apar­ta­men­tos de Moi­sei Ginz­burg, tan­to gran­des como peque­ños, expre­sa­ron la nue­va épo­ca. Las lavan­de­rías y come­do­res comu­nes fue­ron con­si­de­ra­dos un gran éxi­to. El par­que de jue­go para los niños era visi­ble des­de la coci­na de cada apar­ta­men­to, y el tama­ño del espa­cio podía ser modi­fi­ca­do movien­do enor­mes pare­des de made­ra sobre rue­das. La visión de Ginz­burg esta­ba, como expli­ca en su obra maes­tra Épo­ca y esti­lo, amplia­men­te ins­pi­ra­da por sus cin­co años en Cri­mea, don­de tuvo tiem­po, a pesar de la gue­rra civil, para visi­tar anti­guas mez­qui­tas y otros edi­fi­cios de los que apren­dió mucho más de lo que había apren­di­do nun­ca en la aca­de­mia clá­si­ca de Milán. Des­cri­bía la arqui­tec­tu­ra espon­tá­nea, impul­si­va, del pue­blo tár­ta­ro como dis­cu­rrien­do a lo lar­go de un cur­so natu­ral, siguien­do sus cur­vas e irre­gu­la­ri­da­des, aña­dien­do un moti­vo a otro con una espon­ta­nei­dad pin­to­res­ca que ocul­ta un orden crea­ti­vo dis­tin­to. El edi­fi­cio de Prav­da en Lenin­gra­do, cons­trui­do en 1924, sobre el que tra­ba­jó feliz­men­te con otros dos arqui­tec­tos, esta­ble­ció su repu­tación como uno de los mejo­res expo­nen­tes de la nue­va cul­tu­ra. Su tra­ba­jo fue pron­to eclip­sa­do por los aho­rra­do­res de tiem­po de la épo­ca de Sta­lin, pero afor­tu­na­da­men­te Ginz­burg fue deja­do solo. Murió cómo­da­men­te en la cama en 1946.

Los bol­che­vi­ques esta­ban extre­ma­da­men­te orgu­llo­sos de sus pri­me­ros decre­tos, la mayo­ría de los cua­les estu­vie­ron redac­ta­dos por Lenin. Para cele­brar el pri­mer ani­ver­sa­rio de la revo­lu­ción en octu­bre de 1918, el Comi­té Eje­cu­ti­vo Cen­tral de los Soviets apro­bó uná­ni­me­men­te el nue­vo Códi­go sobre el Matri­mo­nio, la Fami­lia y la Tute­la. Fue redac­ta­do por el juris­ta radi­cal Ale­xan­der Goij­barg, de trein­ta y cua­tro años en ese momen­to, quien expli­ca­ba que su pro­pó­si­to era impul­sar la extin­ción de la fami­lia tra­di­cio­nal. El poder pro­le­ta­rio, escri­bió, en un momen­to en el que espe­ran­zas como la suya eran bas­tan­te comu­nes, cons­tru­ye sus códi­gos y todas sus leyes dia­léc­ti­ca­men­te, para que cada día de su exis­ten­cia soca­ve la nece­si­dad de que exis­tan. El obje­ti­vo era una ley para hacer la ley super­flua. Goij­barg, un anti­guo men­che­vi­que, basa­ba sus ideas en la filo­so­fía polí­ti­ca que sub­ya­ce en El Esta­do y la revo­lu­ción de Lenin. Un buen núme­ro de his­to­ria­do­res ha remar­ca­do que duran­te el pri­mer año de la revo­lu­ción, pare­cía como si la Comu­na de París estu­vie­ra repitiéndose.

La nue­va ley sobre la fami­lia no tenía pre­ce­den­tes en la His­to­ria. Las leyes zaris­tas sobre la fami­lia esta­ban enmar­ca­das por las nece­si­da­des de la Igle­sia Orto­do­xa y otras reli­gio­nes cuan­do era nece­sa­rio. Una com­pa­ra­ción con las pres­crip­cio­nes con­tem­po­rá­neas waha­bíes y de Ara­bia Sau­dí es instructiva:

Las fábri­cas habían des­apa­re­ci­do hacía mucho tiem­po pero un blo­que de apar­ta­men­tos de tama­ño medio para fami­lias de cla­se obre­ra aún esta­ba en el lugar. Todas las coci­nas tenían ven­ta­nas des­de las que los par­ques de jue­go de los niños eran per­ma­nen­te­men­te visi­bles. Los muros de made­ra sobre rue­das varia­ban la dis­po­si­ción según las nece­si­da­des. No pude evi­tar com­pa­rar este Jeru­sa­lén, con sus espa­cios ver­des, con la mayo­ría de los bru­ta­les blo­ques de vivien­das de la Gran Bre­ta­ña de pos­gue­rra. La fal­ta de ima­gi­na­ción en Gran Bre­ta­ña era impac­tan­te. Épo­cas y estilos.

La bru­ta­li­dad patriar­cal era for­za­da por la Igle­sia con el mis­mo vigor. Las muje­res nece­si­ta­ban el per­mi­so de los hom­bres para prác­ti­ca­men­te todo, inclui­do un pasa­por­te. La obe­dien­cia total era for­za­da y las muje­res no tenían dere­chos excep­to con res­pec­to a la pro­pie­dad. Las leyes sobre la fami­lia de Euro­pa occi­den­tal ori­gi­na­rias del feu­da­lis­mo pro­pia­men­te dicho habían ins­ti­tui­do la pro­pie­dad con­jun­ta, lo que de for­ma efec­ti­va sig­ni­fi­ca­ba la pro­pie­dad y domi­na­ción mas­cu­li­nas. La Igle­sia rusa per­mi­tía dere­chos de pro­pie­dad sepa­ra­dos en tan­to estu­vie­sen con­cer­ni­das las dotes, heren­cias, dona­cio­nes y tie­rras. Éste es el caso tam­bién en Ara­bia Sau­dí. A las muje­res se les denie­gan dere­chos polí­ti­cos e igual­dad pero pue­den tener pro­pie­da­des; las muje­res de nego­cios fun­cio­nan per­fec­ta­men­te bien.

Unos meses des­pués de octu­bre de 1917, un decre­to abo­lía todas las leyes zaris­tas sobre la fami­lia y la cri­mi­na­li­za­ción de la sodo­mía. Las muje­res ya no eran legal­men­te infe­rio­res, tenían igua­les dere­chos que los hom­bres; el matri­mo­nio reli­gio­so era nulo y solo los matri­mo­nios civi­les esta­ban reco­no­ci­dos por la ley; el divor­cio esta­ba garan­ti­za­do cuan­do lo soli­ci­ta­se cual­quie­ra de los dos, y no se con­si­de­ra­ba nece­sa­rio moti­var­lo. Así como la manu­ten­ción: las mis­mas garan­tías para ambos miem­bros de la pare­ja. Las leyes de pro­pie­dad que se exten­dían siglos atrás fue­ron abo­li­das, ter­mi­nan­do con los pri­vi­le­gios mas­cu­li­nos y supri­mien­do el estig­ma de la ile­gi­ti­mi­dad. A todos los hijos se les otor­ga­ron igua­les dere­chos, inde­pen­dien­te­men­te del matri­mo­nio de sus padres. Esto cons­ti­tu­yó una rees­truc­tu­ra­ción radi­cal de las leyes euro­peas, al des­vin­cu­lar las obli­ga­cio­nes fami­lia­res de los con­tra­tos o cer­ti­fi­ca­dos matri­mo­nia­les. Intere­sa­da­men­te, las adop­cio­nes pri­va­das fue­ron inha­bi­li­ta­das sobre la base de que el nue­vo Esta­do sería un mejor padre que las fami­lias indi­vi­dua­les. Dada la pre­pon­de­ran­cia del cam­pe­si­na­do, se temía que faci­li­ta­se el uso de tra­ba­jo infan­til en el cam­po. Los edu­ca­do­res más utó­pi­cos argu­men­ta­ron que abo­lir la adop­ción pri­va­da era un paso tran­si­cio­nal hacia que el Esta­do se hicie­se car­go del cui­da­do infan­til para todos.

Los crí­ti­cos del nue­vo códi­go denun­cia­ron las medi­das como una capi­tu­la­ción hacia las nor­mas bur­gue­sas. Goij­barg escri­bió: Nos gri­tan: Regis­tro del matri­mo­nio, matri­mo­nio for­mal, ¿qué cla­se de socia­lis­mo es éste? Y N. A. Ros­la­vets, una dele­ga­da ucra­nia­na al Comi­té Eje­cu­ti­vo Cen­tral de los Soviets de 1918 don­de fue dis­cu­ti­do el nue­vo códi­go, esta­ba lívi­da ante el hecho de que el Esta­do tuvie­se algo que hacer sobre el matri­mo­nio en sí. Era una deci­sión indi­vi­dual y debía ser deja­da tal cual. Denun­ció el códi­go como una super­vi­ven­cia bur­gue­sa: la inter­fe­ren­cia del Esta­do en la cues­tión del matri­mo­nio, inclu­so en la for­ma de regis­tro que el Códi­go sugie­re, es com­ple­ta­men­te incom­pren­si­ble, no solo en un sis­te­ma socia­lis­ta, sino en la tran­si­ción, y con­cluía irri­ta­da­men­te, no pue­do enten­der por qué este Códi­go esta­ble­ce la mono­ga­mia obli­ga­to­ria. En res­pues­ta, Goij­barg ale­gó que ella y otros debían enten­der que la prin­ci­pal razón para tener un códi­go desa­cra­li­za­do era para pro­veer a la gen­te que desea­se regis­trar un matri­mo­nio una alter­na­ti­va a la Igle­sia. Si el Esta­do no lo hacía, mucha gen­te, espe­cial­men­te en el cam­po, ten­dría bodas ecle­siás­ti­cas clan­des­ti­nas. Ganó el argu­men­to, pero tras un con­si­de­ra­ble debate.

Mien­tras tan­to, en 1919, el Gobierno revo­lu­cio­na­rio lan­za­ba Zhe­not­del (el Depar­ta­men­to para el Tra­ba­jo entre las Muje­res Obre­ras y Cam­pe­si­nas), cuyo pro­pó­si­to era la eman­ci­pa­ción de las muje­res. Su direc­ción con­sis­tía en muje­res que habían esta­do acti­vas en este cam­po duran­te los cru­cia­les años pre­rre­vo­lu­cio­na­rios –Ines­sa Armand, Ale­xan­dra Kollon­tai, Sofía Smi­do­vich, Kon­kor­dia Samoi­lov­na y Klav­di­ya Niko­lae­va– y enten­dían las nece­si­da­des espe­cia­les de las muje­res. Esta libe­ra­ción de las muje­res no era un obje­ti­vo para la mayo­ría de las muje­res. Las social­de­mó­cra­tas y tan­to Vera Zasu­lich como Rosa Luxem­burg lo veían como una des­via­ción en un momen­to en el que la huma­ni­dad en su con­jun­to afron­ta­ba gigan­tes­cas tareas. Las muje­res del Zhe­not­del no se veían a sí mis­mas como utó­pi­cas. Sim­ple­men­te pen­sa­ba que la eman­ci­pa­ción de las muje­res debía ser una de las tareas que afron­ta­se la revo­lu­ción. Nin­gu­na de ellas pen­sa­ba que podría con­se­guir­se rápi­da­men­te o inclu­so duran­te sus vidas, pero había que comen­zar aho­ra o la cues­tión sim­ple­men­te se mar­chi­ta­ría en un segun­do plano. Y era nece­sa­rio tomar accio­nes inme­dia­tas en rela­ción a la trans­fe­ren­cia de las tareas domés­ti­cas y el cui­da­do infan­til a las ins­ti­tu­cio­nes esta­ta­les. Pero esto para ellas no sig­ni­fi­ca­ban gigan­tes­cos falans­te­rios, como ima­gi­na­ron Fou­rier, Cher­ni­chevs­ki o Buja­rin. Las muje­res que­rían admi­nis­tra­cio­nes que en cada ciu­dad pro­ve­ye­ran ins­ti­tu­cio­nes loca­les, como guar­de­rías, come­do­res y lavan­de­rías gra­tui­tas. Diri­gién­do­se a una con­fe­ren­cia de muje­res en sep­tiem­bre de aquél año, Lenin argu­men­tó que las rei­vin­di­ca­cio­nes y el tra­ba­jo del Zhe­not­del no pue­den mos­trar nin­gún resul­ta­do rápi­do… y no pro­du­ci­rán nin­gún efec­to bri­llan­te. Trotsky argu­men­ta­ba lo mis­mo en algu­nos artícu­los perio­dís­ti­cos, citan­do muchos ejem­plos de la vida de la cla­se obre­ra que suge­rían que la pre­cau­ción era nece­sa­rio, aun­que tam­bién defen­dien­do la idea de que la pro­pa­gan­da abs­trac­ta no era sufi­cien­te para trans­for­mar las rela­cio­nes de géne­ro. Debía haber algu­nas accio­nes, algu­nos expe­ri­men­tos para mos­trar las ven­ta­jas a todas las interesadas.

En reali­dad fue­ron, por des­gra­cia, los vie­jos bol­che­vi­ques (hom­bres y muje­res) los que resul­ta­ron ser los utó­pi­cos. La abo­li­ción de la pro­pie­dad pri­va­da no era sufi­cien­te. La vic­to­ria del con­ser­va­du­ris­mo en la Unión Sovié­ti­ca tras 1930 lle­vó a un Ter­mi­dor sexual y a la reite­ra­ción de los tra­di­cio­na­les roles feme­ni­nos inclu­so sin cam­biar las leyes, excep­to para recri­mi­na­li­zar la homo­se­xua­li­dad en 1934. En con­tras­te polar, las ideas efi­caz­men­te desa­rro­lla­das por el Zhe­not­del fue­ron apli­ca­das tras el final de la gue­rra civil por los arqui­tec­tos que dise­ña­ron los nue­vos blo­ques de vivien­das para obre­ros, como expli­cá­ba­mos arriba. 

A nivel nacio­nal, las miem­bros del Zhe­not­del fue­ron extre­ma­da­men­te acti­vas en ase­gu­rar que las muje­res no fue­ran pasa­das por alto cuan­do eran ele­gi­das para los comi­tés mili­ta­res revo­lu­cio­na­rios, los apa­ra­tos loca­les del par­ti­do y los sin­di­ca­tos y el depar­ta­men­to polí­ti­co del Ejér­ci­to Rojo. De nue­vo, la impli­ca­ción de la mujer rusa en las gue­rras par­ti­sa­nas y en el terro­ris­mo clan­des­tino ser­vía como ejem­plo. Las muje­res cam­pe­si­nas de 1812 habían des­pa­cha­do habi­tual­men­te a los sol­da­dos fran­ce­ses que que­da­ban cor­ta­dos del Ejér­ci­to de Napo­león usan­do gua­da­ñas u hor­cas, o sim­ple­men­te que­mán­do­los vivos.

Duran­te la gue­rra civil muchas muje­res sir­vie­ron como comi­sa­rias polí­ti­cas y enfer­me­ras en los hos­pi­ta­les de cam­pa­ña. La vida par­ti­sa­na era dura, pero a las muje­res les gus­ta­ba la igual­dad de la que dis­fru­ta­ban res­pec­to a los hom­bres, una tra­di­ción que sería des­ta­ca­da una vez más duran­te la Segun­da Gue­rra Mun­dial. Richard Sti­tes des­cri­be cómo las enfer­me­ras cap­tu­ra­das eran habi­tual­men­te tra­ta­das con espe­cial bru­ta­li­dad por los blan­cos. Cer­ca de Petro­gra­do en 1919, tres enfer­me­ras fue­ron ahor­ca­das con ven­das de su hos­pi­tal de cam­pa­ña con sus insig­nias del Kom­so­mol [Juven­tu­des Comu­nis­tas] atra­ve­sa­das en sus len­guas. Y miles de muje­res sir­vie­ron en el Ejér­ci­to Rojo y lucha­ron en cada fren­te y con cual­quier arma, sir­vien­do como tira­do­ras, coman­dan­tes de tre­nes blin­da­dos, arti­lle­ras. Tam­bién se hicie­ron espías. Lenin esta­ba extre­ma­da­men­te impre­sio­na­do por los infor­mes de Odes­sa y Bakú sobre como las más edu­ca­das muje­res del Ejér­ci­to Rojo se habían enfren­ta­do efi­caz­men­te a los sol­da­dos fran­ce­ses y bri­tá­ni­cos que com­ba­tían jun­to a los blan­cos y habían argu­men­ta­do en los pro­pios idio­mas de los sol­da­dos con­tra el inter­ven­cio­nis­mo extran­je­ro. Orde­nó la crea­ción de una escue­la espe­cial de espio­na­je y des­or­ga­ni­za­ción. Ésta fue situa­da en una gran casa de Mos­cú bajo el man­do del legen­da­rio revo­lu­cio­na­rio geor­giano Kamo, cuyas haza­ñas en la clan­des­ti­ni­dad anti-zaris­ta eran legión. Aque­llos que pasa­ron a tra­vés de la escue­la (muchos de los cua­les fue­ron muje­res, inclui­da la talen­to­sa Laris­sa Reis­ner) for­ma­ron el Pri­mer Des­ta­ca­men­to Par­ti­sano de Ope­ra­cio­nes Especiales.

Fue en otros fren­tes eman­ci­pa­to­rios en los que las femi­nis­tas bol­che­vi­ques encon­tra­ron serias resis­ten­cias. Hubo gran­des pro­ble­mas cuan­do esta­ble­cie­ron modes­tas sedes en el Cáu­ca­so y Asia Cen­tral o, para esa mate­ria, en Ucra­nia. Las muje­res loca­les esta­ban asus­ta­das y tími­das. Los hom­bres ame­na­za­ron a las femi­nis­tas con la vio­len­cia, inclu­so si a sus espo­sas se les ense­ña­ba sim­ple­men­te a leer en una de las cabi­nas de lec­tu­ra del Zhe­not­del.

Tras un via­je al Cáu­ca­so en 1920, Cla­ra Zet­kin infor­mó a la sede cen­tral del Zhe­not­del lo que las muje­res le habían dicho tras sema­nas emplea­das en con­ven­cer­las para hablar:

Éra­mos escla­vas silen­cia­das. Tenía­mos que escon­der­nos en nues­tras habi­ta­cio­nes y reba­jar­nos ante nues­tros mari­dos, que eran nues­tros amos.

Nues­tros padres nos ven­dían a la edad de diez años, inclu­so más jóve­nes. Nues­tro mari­do nos pega­ría con una vara y nos azo­ta­ría cuan­do le pare­cie­se. Si que­ría con­ge­lar­nos, nos con­ge­lá­ba­mos. A nues­tras hijas, una ale­gría para noso­tras y una ayu­da en la casa, las ven­día, jus­to como noso­tras había­mos sido vendidas. 

El tra­ba­jo hecho por las muje­res de segun­do ran­go del Zhe­not­del a lo lar­go del país indu­da­ble­men­te dio fru­tos. Esta­ble­ció las bases para impo­ner un estric­to sis­te­ma de igual­dad de géne­ro en inclu­so las regio­nes más social­men­te atra­sa­das de la joven Unión Sovié­ti­ca. Estas muje­res valien­tes y segu­ras de sí mis­mas se enfren­ta­ron fron­tal­men­te a los hom­bres sin armas ni guar­dias. Tres cua­dros del Zhe­not­del fue­ron ase­si­na­das por ban­di­dos. En el cora­zón de una ciu­dad musul­ma­na, mos­tra­ron una pelí­cu­la que retra­ta­ba a una heroí­na musul­ma­na que recha­za casar­se con un vie­jo que la había com­pra­do. En Bakú, las muje­res que acu­dían al club del Zhe­not­del fue­ron ata­ca­das por hom­bres con perros (no había mucha dife­ren­cia entre ambos) y des­fi­gu­ra­ron sus ros­tros con agua hir­vien­do. Una mujer musul­ma­na de vein­te años, orgu­llo­sa de haber­se libe­ra­do, fue a bañar­se en baña­dor. Fue reba­na­da en tro­zos por su padre y sus her­ma­nos por­que había insul­ta­do su dig­ni­dad. Hubo 300 ase­si­na­tos simi­la­res (deli­tos con­tra­rre­vo­lu­cio­na­rios, en tan­to el Esta­do esta­ba afec­ta­do) a lo lar­go de tres meses solo en 1929. Pero a pesar del terror patriar­cal, las muje­res gana­ron al final. Cien­tos de musul­ma­nas y otras muje­res de esas regio­nes comen­za­ron a tra­ba­jar sien­do volun­ta­rias como tra­duc­to­ras y ofi­ci­nis­tas en las sedes del Zhe­not­del. Y hay infor­mes extre­ma­da­men­te con­mo­ve­do­res sobre cómo en cada Pri­me­ro de Mayo y Día Inter­na­cio­nal de la Mujer Tra­ba­ja­do­ra, miles de muje­res se des­po­ja­rían volun­ta­ria e inso­len­te­men­te de sus velos. Tam­po­co mira­ron hacia atrás. La auto­eman­ci­pa­ción fue el mode­lo suge­ri­do por el Zhe­not­del, no una impo­si­ción esta­tal. Y sucedió.

Un buen núme­ro de diri­gen­tes bol­che­vi­ques se habían opues­to al Zhe­not­del. Rikov, fuer­te­men­te vin­cu­la­do con los pre­do­mi­nan­te­men­te mas­cu­li­nos sin­di­ca­tos, exi­gió que el Zhe­not­del fue­se disuel­to por­que cau­sa­ba divi­sión. Zino­viev se opu­so inclu­so con­vo­can­do el Con­gre­so de Muje­res de 1919. Otros que­rían usar­lo como for­ma de apar­tar a las bol­che­vi­ques y dejar el autén­ti­co par­ti­do a los hom­bres, lo que fue el caso de todos modos. Ele­na Sta­so­va, la secre­ta­ria del par­ti­do en octu­bre de 1917, fue rele­va­da de su pues­to cuan­do la capi­tal se tras­la­dó a Mos­cú. Esta­ba enfa­da­da (inclu­so aun­que su suce­sor, Jacob Sverd­lov, era el orga­ni­za­dor más capa­ci­ta­do dis­po­ni­ble) y recha­zó ser deri­va­da al Zhe­not­del, con­vir­tién­do­se en una de las secre­ta­rias polí­ti­cas de la ofi­ci­na de Lenin. El mis­mo Lenin defen­dió vigo­ro­sa­men­te al Zhe­not­del con­tra todas las for­mas de reduc­cio­nis­mo. En el que fue pro­ba­ble­men­te su últi­ma entre­vis­ta sobre el asun­to (su inter­lo­cu­to­ra era Cla­ra Zet­kin), res­pon­dió irri­ta­da­men­te cuan­do ella le infor­mó de que muchos bue­nos cama­ra­das eran hos­ti­les a cual­quier noción de que el par­ti­do crea­se órga­nos espe­cia­les para el tra­ba­jo sis­te­má­ti­co entre las muje­res. Argu­men­ta­ban que todo el mun­do nece­si­ta­ba eman­ci­par­se, no solo las muje­res, y que Lenin se había ren­di­do al opor­tu­nis­mo en esta cues­tión. Zet­kin escribió:

Esto ni es nue­vo ni sir­ve en modo alguno como prue­ba, dijo Lenin. No se deje usted des­orien­tar. ¿Por qué en nin­gu­na par­te, ni siquie­ra en la Rusia sovié­ti­ca, mili­tan en el par­ti­do tan­tas muje­res como hom­bres? ¿Por qué es el núme­ro de muje­res orga­ni­za­das en los sin­di­ca­tos tan peque­ño? Los hechos nos obli­gan a refle­xio­nar… Esto es por lo que es correc­to que noso­tros pre­sen­te­mos rei­vin­di­ca­cio­nes favo­ra­bles a las muje­res… Nues­tras rei­vin­di­ca­cio­nes son con­clu­sio­nes prác­ti­cas que hemos extraí­do de las ardien­tes nece­si­da­des, la ver­gon­zo­sa humi­lla­ción de las muje­res en la socie­dad bur­gue­sas, inde­fen­sas y sin dere­chos… Reco­no­ce­mos estas nece­si­da­des y somos sen­si­bles a la humi­lla­ción de las muje­res, a los pri­vi­le­gios del hom­bre. Por lo que odia­mos, sí, odia­mos y abo­li­re­mos todo lo que tor­tu­ra y opri­me a la mujer tra­ba­ja­do­ra, ama de casa y cam­pe­si­na, a la espo­sa del peque­ño comer­cian­te, sí, y en muchos casos a las muje­res de las cla­ses posee­do­ras.

Tariq Ali

8 de mar­zo de 2017

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Cogi­do de: http://​www​.sin​per​mi​so​.info/​t​e​x​t​o​s​/​l​a​s​-​m​u​j​e​r​e​s​-​d​e​-​o​c​t​u​bre

Tra­duc­ción: Adrián Sán­chez Castillo

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