«Here­ne­gun»: el poder asal­ta la Historia

En 1956, el gobierno vascongado en el exilio despertó brevemente, de su siesta de veinte años. Acuciado por el reconocimiento internacional del franquismo, contraprogramó un Congreso Mundial Vasco. No se sabe muy bien con qué propósito se incluyó en este, un programa dedicado a la Historia. Fue el I Congreso de Historia Vasca, al que fueron invitados, y participaron, varios miembros de EKIN. Lo que luego sería ETA. Este congreso fue poco más que un afari-merienda, de los habituales, sin ninguna importancia ni repercusión. Entre otras cosas, porque los americanos, los británicos y un largo etcétera ya habían reconocido a Franco. España estaba a punto de entrar en la ONU e Eisenhower hacía las maletas para ir a Madrid a abrazar a Franco. Por parte de EKIN, aquellos días terminaron de convencerles que con el PNV, todas las puertas estaban cerradas.

En 1987, treinta años después, el gobierno vascongado era menos importante todavía y tenía menos reconocimiento internacional, que aquel de la siesta del 36. Y su Historia no había mejorado lo más mínimo. Nadie sabía nada de los problemas vascos, salvo por una organización armada, que había dado a conocer a medio mundo el problema nacional vasco y la necesidad de una solución. Quizá por eso, alguien decidió que era el momento de otro <em>afari</em>-merienda. Así se organizó el II Congreso Mundial Vasco. Y cómo no, la Historia una vez más estuvo allí. Representada, controlada y dirigida por los que empezaban a ser ya una parte del poder y de la casta de las subvenciones.

En este segundo asunto «histórico», ETA no es que no fuera invitada. Es que ni siquiera, ninguna de las casi sesenta ponencias y comunicaciones encargadas, que se incluyeron en la sección del siglo XX (el siglo de ETA), se refería a ella. Ni la citaba. Esto, a pesar de que en el Comité organizador había historiadores que habían escrito que ETA «era el fenómeno histórico más importante desde la postguerra». También existían ya numerosos libros, artículos, investigaciones académicas, tesis doctorales etc., sobre este asunto. Incluso alguno de los participantes, historiadores invitados y, convenientemente cribados, eran auténticos expertos en la historia de la organización armada. 

Era obvio. El poder político ya había tomado la Historia por asalto. Y el Comité de selección, recibió la orden de rechazar cualquier aportación o página que recordase que existía ETA, a pesar de su presencia habitual en la vida política y social de la época. Esto es algo tan incomprensible, como vergonzoso. Que todavía llama la atención de los historiadores, conscientes de los abusos del poder contra la Historia. De su intervencionismo y control, sobre los intelectuales mercenarios, de la sumisión oficial de organizadores y organizaciones, funcionarios, académicos, universitarios… intelectuales varios, que ya formaban parte del pesebre autonómico.    

En 1976, Jean Chesneaux escribió: 

En las socie­da­des de cla­ses, la his­to­ria for­ma par­te de los ins­tru­men­tos por medio de los cua­les la cla­se diri­gen­te man­tie­ne su poder. El apa­ra­to del Esta­do tra­ta de con­tro­lar el pasa­do, al nivel de la polí­ti­ca prác­ti­ca y al nivel de la ideología.

Es decir, el Esta­do con­tro­la el pasa­do. Por la cuen­ta que le tie­ne. Para evi­tar que su correc­to cono­ci­mien­to y ense­ñan­za se pue­dan vol­ver con­tra él. Si los que inves­ti­gan la His­to­ria y escri­ben sobre ella lo hacen en otra direc­ción que no sea apo­yar y jus­ti­fi­car el poder, se pro­du­ci­rá una con­tra­dic­ción difí­cil­men­te expli­ca­ble. Si los que estu­dian his­to­ria acce­den a unos con­te­ni­dos de for­ma­ción dis­tin­tos y anta­gó­ni­cos, de aque­llos que jus­ti­fi­can el poder, es posi­ble que su acti­tud no sea dema­sia­do sumi­sa ni com­pla­cien­te, con el poder político.

A pesar de estas premisas, en los últimos tiempos, los historiadores «profesionales» vascos tenían la sensación de que el poder había perdido interés por su trabajo o por su aportación al control de la ideología dominante. Apenas se publicaban nuevas investigaciones. Las tesis doctorales disminuían. Habían pasado de moda las generaciones que queríamos saber lo que el franquismo nos había escondido. Y escribir, y en su caso enseñar, la Historia de otra manera.

Las facultades se vaciaban. La de Historia de Deusto, un vivero tradicional, incluso desaparecía. Solo se mantenía, casi de oficio, la de la UPV. Cuyo <em>staff</em> de catedráticos o becarios, antivascos y anti-independentistas notorios, la habían convertido en un búnker españolista infranqueable. En todo caso, los historiadores ya no tenían futuro. No encontraban trabajo, ni podían practicar el «dragoneo» profesional. Eran simples titulados como enseñantes, de una ciencia sin horizonte ni ayuda. Condenados a contratas y subtrabajos que nada tenían que ver con sus estudios ni vocaciones. Nadie quería a la Historia. Nadie llamaba a la puerta de los historiadores. Salvo para algunas esporádicas labores de apoyo y propaganda contra ETA, cada vez más insignificantes.

Sin embargo, parece que en los últimos años, paradójicamente, la desaparición de ETA, ha reavivado el pesebre. Con la llegada de nuevas subvenciones y mecenazgos. Si, según Chesnaux, «el Estado y el poder organizan el tiempo pasado y conforman su imagen en función de sus intereses políticos e ideológicos…» los burócratas han creído conveniente acudir, otra vez, a la Historia. Supuesto que ETA ha desaparecido y se ha desarmado. Pero no parece haber sido derrotada. Al menos no del todo. Ya que falta acabar con su herencia ideológica. Sus motivos. Sus justificaciones, su trayectoria histórica, etc. 

Tampoco parece que ETA se haya rendido. No al menos a gusto de todos. Y con toda la contundencia, que se espera de una cosa así. Y como todo esto no se puede prohibir, ni ocultar, es necesario combatirlo. Empezando por la raíz, que no es otra que la enseñanza de la Historia. Es entonces, el momento del remate. De la liquidación final. Que debe alcancar a todo el cuerpo social. Sobre todo a los más jóvenes. Mas fáciles de moldear y engañar. Un cuerpo, en el que alguna vez pueda germinar una simpatía, una colaboración, una justificación… Es la hora de una intervención estatal poderosa, que impida el rebrote de algún virus rebelde. Una brasa que haya podido quedar suelta, que vuelva a prender en una sociedad, política y nacionalmente enferma y en precario, como la vasca. Es decir, una sociedad de clases. Con una lucha nacional. Como es hoy Euskadi. Como ha sido, siempre desde el siglo XIX.

For­ma­ción del Espí­ri­tu Nacional

En esta situa­ción, el poder polí­ti­co, cuan­to más si es débil, por ser dele­ga­do, pre­ca­rio e ines­ta­ble, como el vas­con­ga­do, pone en mar­cha un nue­vo asal­to a la His­to­ria. Esta vez, no se tra­ta de un fan­tas­mal, arti­fi­cio­so e ino­cuo Con­gre­so. Esta vez, vie­ne de la mano de un orga­nis­mo gober­nan­te, reple­to de fun­cio­na­rios intere­sa­dos. Uno más de esos cien­tos, que pulu­lan como ame­bas en con­ti­nua fase de repro­duc­ción, den­tro del ele­fan­tiá­si­co apa­ra­to buro­crá­ti­co del poder, que ha crea­do una nue­va fór­mu­la de con­trol men­tal edu­ca­ti­vo, con base en la His­to­ria y en la nega­ción de la orga­ni­za­ción arma­da ETA.

Se lla­ma Here­ne­gun que, con sus direc­tri­ces uni­di­rec­cio­na­les obli­ga­to­rias, recuer­da la impron­ta fran­quis­ta de aque­lla asig­na­tu­ra que se lla­ma­ba: For­ma­ción del Espí­ri­tu Nacio­nal. Esta vez, reci­cla­da como For­ma­ción del Espí­ri­tu anti-ETA. Una espe­cie de Inqui­si­ción adap­ta­da a las nue­vas tec­no­lo­gías de la into­xi­ca­ción del siglo XXI. Que deter­mi­na­rá, median­te bulas y nor­mas admi­nis­tra­ti­vas, lo que es «éti­co» en la His­to­ria. Y lo que no lo es. Que ela­bo­ra­rá, con cri­te­rios de inte­rés polí­ti­co, la abe­rra­ción de impo­ner pro­gra­mas indi­ca­ti­vos a pro­fe­so­res y estu­dian­tes. De dic­tar, des­de el gobierno, los cri­te­rios, ideas, obli­ga­cio­nes y deter­mi­na­cio­nes «éti­cas», aso­cia­das y ade­cua­das al poder. Y que lo hará des­de los des­pa­chos de Lakua y Aju­ria Enea, con la opo­si­ción (?) aplau­dien­do. Y tra­tan­do de maqui­llar su dik­tat, con algu­nos nom­bres de vetus­tos «pro­fe­sio­na­les» flo­re­ros, de la sub­ven­ción ofi­cial. Entre los cua­les, no fal­ta, algún céle­bre anti­na­cio­na­lis­ta vasco.

Des­pués de sopor­tar cua­ren­ta años de fran­co­fa­lan­gis­mo y nacio­nal­ca­to­li­cis­mo. Con una His­to­ria de cru­za­das y glo­rias nacio­na­les, que empe­za­ba en Cova­don­ga y ter­mi­na­ba el día de la Vic­to­ria fran­quis­ta. Con un rela­to que ase­gu­ra­ba que había reyes cató­li­cos y dic­ta­do­res pro­vi­den­cia­les. Que los vas­cos eran espa­ño­les des­de siem­pre. O que Cor­tés y Piza­rro habían ido a Amé­ri­ca a con­ver­tir al cris­tia­nis­mo a los pobres indios. No a vio­lar indí­ge­nas, escla­vi­zar indios y robar­les el oro y pla­ta. Aho­ra, se resu­ci­ta una His­to­ria igual de retro­gra­da y decre­ta­da des­de los des­pa­chos y cere­bros del poder. 

Des­pués de otros cua­ren­ta años de igno­ran­cia «demo­crá­ti­ca» abso­lu­ta, en una dic­ta­blan­da (1978) en la que el des­pre­cio por la His­to­ria era tan mani­fies­to que su pared cons­ti­tu­cio­nal no tie­ne siquie­ra un preám­bu­lo polí­ti­co para auto­jus­ti­fi­car­se. O expli­car lo que es Espa­ña. Pues bien, aho­ra, des­pués de estos ochen­ta años de escla­vi­tud inte­lec­tual, el poder regio­nal de los suce­so­res de Sota ame­na­za con otra inter­ven­ción qui­rúr­gi­ca con­tra la His­to­ria. En esta oca­sión no se con­for­man con tener ya el mono­po­lio de la vio­len­cia, pre­ten­den tam­bién mono­po­li­zar el rela­to de la vio­len­cia. Adju­di­cán­do­la a los otros, en mani­fies­ta des­igual­dad de con­di­cio­nes. Lla­man­do Memo­ria his­tó­ri­ca, a todo lo que con­ven­ga al poder, negan­do a los demás cual­quier par­ti­ci­pa­ción en el rela­to oficial.

La His­to­ria ha sido siem­pre la His­to­ria de los ven­ce­do­res. La ima­gen de impu­ni­dad inte­lec­tual y secre­tis­mo, con que se ha pre­sen­ta­do Here­ne­gun. La impo­si­ción de la direc­ción obli­ga­to­ria y el pen­sa­mien­to úni­co, des­de el poder… es pro­pio de una dic­ta­du­ra. Un rama­la­zo del tota­li­ta­ris­mo, que nun­ca se fue. En el que se nie­ga la liber­tad de inves­ti­ga­ción, de ense­ñan­za y de expre­sión. Y todo esto, solo pue­de pro­ce­der de la prac­ti­ca con­ti­nua­da y tota­li­ta­ria del poder. Si el poder corrom­pe, el poder total corrom­pe total­men­te. Y en esta vía de lle­ga­da, colo­ca Here­ne­gun a la His­to­ria vasca.

La des­apa­ri­ción de ETA, con su peti­ción de per­do­nes varios, no aca­ba de con­ten­tar las aspi­ra­cio­nes de sus enemi­gos, que bus­can una derro­ta con­so­li­da­da, en la His­to­ria. Con la que con­ver­tir el «des­ager­tea» de la orga­ni­za­ción en esa vic­to­ria que no tie­nen. Una vic­to­ria sóli­da, con­tun­den­te y con­sa­gra­da, con la ayu­da de la His­to­ria mer­ce­na­ria. Al fin y al cabo, estas eran las con­clu­sio­nes y reco­men­da­cio­nes del Infor­me Foron­da (2013) encar­ga­do y paga­do con nues­tros impues­tos. Here­ne­gun no es más que una de las hijue­las de aque­llas pro­pues­tas del Foron­da, para ata­jar de raíz cual­quier con­des­cen­den­cia con ETA. Por muy docu­men­ta­da e his­to­ria­da que pue­da estar. Y per­se­guir cual­quier jus­ti­fi­ca­ción inte­lec­tual o equi­pa­ra­ción de ambas vio­len­cias. La «gra­tui­ta» de ETA y la nece­sa­ria del Esta­do y las fuer­zas de ocupación.

Los ponen­tes buro­crá­ti­cos del vas­con­ga­do, han crea­do para ello una asig­na­tu­ra espe­cial, deli­mi­tan­do las fechas y los datos. Y des­de lue­go, impo­nien­do cri­te­rios mora­les, socia­les y polí­ti­cos, des­de el poder anti­de­mo­crá­ti­co. Eli­gien­do a dedo y arbi­tra­ria­men­te, a los auto­res. Si esto no es nazis­mo… Al menos se tra­ta de una inter­ven­ción tota­li­ta­ria del mun­do de la buro­cra­cia polí­ti­ca en el cam­po de la ense­ñan­za. Con ella se anu­la la liber­tad. Obli­ga a los más jóve­nes a acep­tar el rela­to y el dis­cur­so par­cial de una de las par­tes. Regre­san­do al pasa­do del fran­quis­mo y de la escue­la del nacio­nal­ca­to­li­cis­mo. El fran­quis­mo prohi­bió la His­to­ria que le cri­ti­ca­ba y con­de­na­ba. Aho­ra, los apren­di­ces de bru­jo, vuel­ven a hacer lo mis­mo: prohí­ben la His­to­ria que no les con­vie­ne. Y dicen, cómo y qué hay que con­si­de­rar o ense­ñar como Historia.

Los de Here­ne­gun afir­man, y se asom­bran, de que los jóve­nes vas­cos actua­les des­co­noz­can lo que ha pasa­do en los últi­mos sesen­ta años. No debe­ría de extra­ñar­les, tenien­do en cuen­ta que muchos de ellos han sido cóm­pli­ces de la gra­ve des­in­for­ma­ción his­tó­ri­ca pro­vo­ca­da por el régi­men del 78. Una de cuyas prue­bas, el II Con­gre­so Mun­dial Vas­co que hemos cita­do. Pero lo que no dicen, es que con sus pla­nes de impo­si­ción edu­ca­ti­va, con su nue­va Inqui­si­ción, esa mis­ma juven­tud y las siguien­tes, segui­rán sin saber la ver­dad de lo que ha pasado. 

Aun­que sin duda, es posi­ble que sea eso de lo que se tra­te. Siem­pre lo ha sido.

Jose­ma­ri Loren­zo Espi­no­saJose­ma­ri Loren­zo Espi­no­sa (Con­tra­his­to­ria­dor)

23 de junio de 2018

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