Daniel Albarracín /Resumen Latinoamericano /17 de abril de 2020
Me gustaría tratar una hipótesis que para muchos, desde hace décadas, se ha querido presentar como anacrónica. Me refiero a las ventajas que podría ofrecer una solución basada en un modelo económico de planificación democrática y ecosocialista.
Posiblemente, una propuesta así en este preciso momento, por la envergadura de la crisis y desafíos que el mundo atraviesa se pone de nuevo actualidad. Aparte de ser, posiblemente, la mejor vía para intentar superar los problemas que vivimos.
Con la conmoción que ha causado la crisis del coronavirus, hay muchos que esperan una mayor intervención del Estado en la economía. Estos creen que el nuevo escenario podría traer un cambio en las reglas de juego en la sociedad. Ahora, el Estado siempre fue la institución protagonista en la historia del modo de producción capitalista, dándole forma, cuerpo legal y orden para que la economía de mercado fuese estable y funcionase de algún modo no del todo irracional. Por lo tanto, no basta con hablar de más o menos Estado, sino que se trata es de estudiar de qué Estado estamos hablando.
En el marco del capitalismo se da la articulación de una determinada forma de Estado (burgués) y una determinada forma de mercado (capitalista), que también han tenido modalidades y relaciones entre sí diferentes según cada época y país.
Las limitaciones del Mercado (capitalista)
Fijémonos ahora en esa institución llamada Mercado, que en su formato actual, podríamos llamar, siendo necesario los apellidos, como mercado lucrativo.
Los liberales clásicos, ensalzaban la nueva sociedad burguesa justificándola por las siguientes virtudes:
● Para ellos, la propiedad de los medios productivos (la riqueza) se legitima por el trabajo realizado para conseguirla.
● En su opinión, el libre mercado de competencia perfecta asigna óptimamente los recursos disponibles.
● La libre iniciativa empresarial y la búsqueda del interés propio da como resultado la mejor toma de decisiones individual y la mejor solución de conjunto.
Sin embargo, estas ideas no resisten la prueba de la realidad. En el sistema capitalista realmente existente, suceden cosas bien distintas:
● La forma de conseguir la propiedad basada en el trabajo propio explica poco su distribución real. Esta se suele conseguir sobre todo a partir la herencia, el acaparamiento y, especialmente, la explotación. Rara vez se logra con trabajo o creatividad. Debido a la desigual distribución social de la riqueza existente, la libertad en la esfera de la circulación mercantil causa precisamente más desigualdad. Podemos decir que esto es lo que coacciona a la mayoría social que solo tiene su fuerza de trabajo para poder conseguir un ingreso. Podemos asegurar que esta situación es la causa principal que cohíbe la autonomía, el libre desarrollo personal y la democracia en nuestra sociedad.
● Por otro lado, la competencia perfecta es un modelo abstracto que no se da en la práctica. Las grandes corporaciones oligopólicas determinan, hasta cierto punto, precios y cantidades de producción, y establecen jerarquías internas también con su propia burocracia. Nadie podrá negar, a la luz de la experiencia, que la democracia no llega dentro de las puertas de las empresas.
● Finalmente, la suma de intereses individuales, parece claro, causa más veces descoordinación, injusticia e ineficiencia que una solución buena para la sociedad.
Profundizando más, el modelo de la economía de mercado capitalista, se caracteriza por seguir:
● Una serie de vectores limitados de estímulo, como son la rentabilidad y la expectativa de negocio.
● Al modelo capitalista le es connatural una fórmula productivista, de acumulación constante, sin la cual el sistema cortocircuita. Debemos tener en cuenta que todo proceso de transformación destruye para producir, y además genera residuos. Esto es, toda producción causa una huella ecológica.
● Además, no contempla el valor del trabajo doméstico o de crianza, vale decir, la reproducción de la vida. Este asunto clave queda en manos de las familias, especialmente de las mujeres. Cuando se realiza entre trabajo bajo una forma mercantil, lo trata prácticamente como un trabajo de servidumbre, con regímenes sociales y laborales peor retribuidos.
● El mercado desatiende las necesidades sociales que no se expresan con dinero. Sólo atiende la demanda que es solvente. En palabras de Machado, confunde valor y precio.
● La lógica de mercado, también ignora en sus cálculos aspectos que no se reflejan en forma de precio, renta o beneficio. Así que no contempla procesos tan reales, como los límites de las fuentes de energía, la disponibilidad de materias primas, los equilibrios de la biosfera y de los ecosistemas, la reposición de la vida, los ciclos del agua, las consecuencias de la generación de residuos o contaminación, la emisión de gases de efectos invernadero, etcétera. Además, se desentiende de establecer regulaciones sobre los bienes comunes, generando incentivos a su mal uso.
● La dinámica capitalista genera situaciones de sobreproducción periódicas, malas decisiones de inversión, así como desequilibrios entre sectores. Justamente lo contrario a lo que nos cuentan, la lógica de mercado puede considerarse bastante ineficiente.
● Si miramos a medio y largo plazo, la dinámica capitalista causa ciclos y crisis industriales periódicas. Por un lado, dilapida y destruye riqueza productiva aun cuando pueda ser útil o viable, simplemente por no ser la más rentable. Por otro, se sostienen financieramente empresas zombies que no van a ningún lado, gracias a políticas de rescate o de financiación que realizan los bancos centrales.
● Al mismo tiempo, infrautiliza recursos productivos, rara vez opera a plena capacidad. Esta es una de las causas del desempleo. A su vez, promueve el consumo suntuario, de lujo, para una minoría, mientras que la miseria es experiencia común en amplias capas sociales. El sistema da pie a la existencia de algunas capas sociales que viven de las rentas sin producir nada, por ejemplo, los terratenientes o las personas o empresas que tienen muchos pisos de alquiler.
● En el marco del mercado se toman decisiones de inversión sólo de corto plazo. Con lo que la innovación tecnológica se dosifica o se cohíbe en función de las ventajas competitivas o de rentabilidad que se esperen a corto plazo. No se asumen grandes riesgos de inversión. No se llevarán a cabo si no hay certidumbre de beneficio, ausencia de costes de amortización significativa de viejas infraestructuras, y si no hay condiciones de financiación seguras. El conocimiento aplicado y la creación intelectual de los trabajadores se queda, por lo general, bajo la propiedad de la empresa (se estima que un 80% de las innovaciones viene de los trabajadores 1/, sin apenas compensaciones, lo que inhibe la creatividad).
● Cabe también decir, que el mercado funciona bajo una fórmula de competitividad rivalista, que promueve muchas veces descoordinación, duplicidades y estrategias para entorpecer a otros productores del mismo sector, frente a la alternativa de la cooperación o la mejora propia. A este respecto, antepone estrategias que distorsionan la percepción de los consumidores, como el marketing o la publicidad, o, también, emplea legiones de profesionales en torno al comercio y los litigios que causa la rivalidad de mercado (comerciales, abogados, consultores, lobbies…). Su lógica industrial diseña procesos de producción o comerciales que promueven la obsolescencia programada, por ejemplo, mejorando la apariencia, pero deteriorando la calidad de la producción o la duración de los productos (Nieto, M.; 2018: 309).
● La formación de sociedades anónimas, empresas-red y los mercados financieros, que sirven también para agrupar financiación o potenciar el tamaño de empresa, se emplean sobre todo para fines de acumulación por desposesión o para diluir las responsabilidades que tienen como empleadores y para evadir e eludir impuestos.
● En definitiva, la economía de mercado genera anarquía macroeconómica, debido a la atomización de decisiones y los obstáculos a la coordinación colectiva para poder orientar democráticamente el excedente social (Nieto, M.; 2018:306). En definitiva, todo esto hace que el capitalismo (un euro, un voto) sea incompatible con la democracia.
Las limitaciones del Plan Burocrático centralizado
Pasemos ahora, a analizar el sistema de planificación centralizada que funcionó durante 70 años en los países del llamado “socialismo real”, un periodo que confirma su viabilidad. Como sabemos, aquel sistema se basaba en el Gosplan y los planes quinquenales (Albarracín, J.; 1994). En la Unión Soviética, el modelo de plan económico aplicado trataba de organizar la producción de hasta 24 millones de productos en unas circunstancias técnicas y políticas muy diferentes a las de la actualidad.
En fin, el Gosplan se basaba en la toma de decisiones centralizada, y establecía un plan que exigía su cumplimiento a todas las unidades productivas. ¿Cuáles fueron sus características y consecuencias?
● Constituía un plan de carácter burocrático. Ni qué decir tiene que adolecía de una ausencia de debate democrático a la hora de determinarlo. Tan sólo un grupo de burócratas definía e imponía los objetivos de producción. Con todo, el Gosplan apenas alcanzaba a detallar los balances materiales de unos 2.000 bienes en sus planes anuales (Cockshott y Cottrell, 2018:267) por la dificultad técnica que entrañaba en aquella época.
● Es muy importante señalar que no contaban con los desarrollos en el campo de la computación, y de tecnologías de la información y la comunicación existente sólo después de mediado de los años 90 (Cockshott y Cottrell, 2018). De tal manera que la complejidad del plan y la información incompleta hacían inviable la optimización de los recursos.
● A su vez, el sistema dirigista y jerárquico generaba numerosas disfunciones; dicho de otra forma:
a) Los objetivos planeados respondían a los intereses de la burocracia, y no siempre a los de la sociedad en su conjunto.
b) Las unidades productivas estaban más preocupadas de cumplir el plan, no de reducir costes o de llevar más lejos la producción o las mejoras de calidad. Los gerentes preferían pedir más recursos, sobreestimando su necesidad, para cumplir mejor el plan, que mejorar la eficiencia.
c) Desde este punto de vista, debido a que había excedentes de algunas mercancías y escasez de otras, se daba cierta distorsión de los canales de distribución, creando relaciones informales toleradas que movilizaban el trueque y los favores, y, en ocasiones pasaban a ser prácticas de corrupción.
d) Nos encontrábamos con un modelo económico que no conectaba bien plan, empresas productoras y necesidades sociales. En suma, que no identificaba correctamente las prioridades sociales. Uno de sus rasgos más problemáticos, es que se invertía demasiado en industria militar.
e) Todo esto se traducía en una falta de democracia que deslegitimaba socialmente el sistema burocrático centralizado, minando la moral colectiva y la credibilidad del modelo, cundiendo el malestar y la desafección en la población.
El capitalismo entraña una articulación entre el Estado, la empresa y el mercado.
Ahora bien, debemos tener en cuenta que aislar analíticamente plan y mercado como lo hemos hecho, sin más, sin caracterizar sus rasgos específicos y sus relaciones entre sí, puede conducirnos a una interpretación ahistórica, pedagógica, pero no del todo ajustada a la realidad. El Estado, desde el inicio de las revoluciones burguesas, fue determinante en la configuración de las naciones, la delimitación de fronteras, las garantías a la propiedad privada, el establecimiento de la legislación mercantil, los impuestos, servicios públicos, y los marcos de seguridad jurídica y económica para que las empresas capitalistas y el mercado adoptasen algunos comportamientos económicamente ordenados en el mercado. Dicho de otra forma, en el capitalismo siempre se ha dado una articulación combinada entre Estado, empresa y mercado.
Desde otro ángulo, tampoco la idea del plan ha sido ajena a la historia del capitalismo. Pongamos como ejemplo, los conocidos planes indicativos. El ejemplo más consolidado y recordado de todo esto, fue el modelo de plan indicativo keynesiano establecido tras la II Guerra Mundial, con sus primeras experiencias en Francia. Los planes indicativos se aplicaron para un modelo de economía mixta, y no eran de cumplimiento obligatorio. Estos empleaban estímulos como los subsidios o los impuestos, para orientar las decisiones económicas del sector privado, siempre en cooperación con las empresas y favoreciendo el funcionamiento del mercado, si acaso, incluyendo algunas regulaciones.
El perfil del Neoliberalismo de Estado
Los esquemas de articulación Estado-empresa-mercado no han sido abandonados en absoluto, a día de hoy, si bien se rigen por un perfil de lo que podríamos llamar “Neoliberalismo de Estado”.
Tras los años 90 se extendió el modelo neoliberal de cooperación público-privada, en la que, básicamente, con financiación, garantía o amparo del Estado, multiplicidad de servicios y actividades de interés general se externalizaban o privatizaban, de algún modo creando mercados artificiales en los que las empresas pudieran sacar rentabilidad. Así, el Sector público dejó de ser proveedor directo de muchas actividades que se mercantilizaban. Cabe con esto advertir, que es perfectamente factible, como así ha sucedido en las últimas décadas, que el Estado sea el vehículo tanto para mercantilizar bienes comunes y públicos, y juegue al mismo tiempo el rol de protector del capital para, dado el caso, operar socializando deudas o pérdidas del sector privado. Dicho de otra manera, la lógica de que los beneficios son privados pero las pérdidas, sociales. De tal modo, que ante la crisis, por ejemplo como la que estamos viviendo con la pandemia del coronavirus, es perfectamente viable un aumento del gasto público (a costa del esfuerzo del mundo del trabajo y de la austeridad futura en servicios públicos universales) y una potenciación de la lógica capitalista, rescatando al capital.
La potencia y virtud de un plan económico democrático y socialista.
Bien, hagamos ahora el ejercicio de construir una propuesta que supere todo lo anterior. Marx y Engels dedican en El Capital y en Crítica al programa de Gotha algunas referencias de lo que podría ser la nueva sociedad. Distinguieron entre el socialismo, como fase de transición en la que aún habría problemas de escasez, y el comunismo en la que ya se darían las condiciones para el reparto libre, gracias a la abundancia ocasionada por el desarrollo de las fuerzas productivas, haciendo posible la consigna: “¡De cada cual, según su capacidad; a cada cual, según sus necesidades!”.
Nosotros, sin renunciar a esta última consigna, ni a la de la construcción de una sociedad de “personas productoras y cuidadoras libres asociadas”, consideramos que el metabolismo sociedad-naturaleza impuesto por el capitalismo, como también le sucedía al del “socialismo real”, ha superado con mucho la capacidad de carga de nuestro planeta. De tal manera, que las perspectivas que nos quedan no es la de una abundancia plena, sino la de una humilde aspiración de una vida digna y buena para todas y todos, combinando austeridad energética y material con mucha generosidad social.
Marx estableció criterios para una sociedad en la que la idea de planificación difería significativamente de la que la burocracia soviética aplicó después en los países del Este. Así, nos fijaremos, por tanto, en aquellos criterios generales y los vamos a adaptar a lo que sería un plan ecosocialista en una perspectiva para el siglo XXI:
● Primero, los medios de producción estratégicos han de ser propiedad colectiva, y estarán dirigidos bajo control democrático, del que estarán ausentes los capitalistas. Sectores como el sanitario, el farmacéutico o el de atención a personas dependientes serían públicos, algo que la crisis actual está demandando. También lo serían el sector de la energía, el de la banca, el de las telecomunicaciones y las grandes tecnológicas, así como la distribución del sector alimentario, entre otros, o los servicios públicos generales (educación, hacienda, etcétera). Tengamos, no obstante, en cuenta que esta propiedad colectiva puede ser pública o estar dentro de la economía social, es decir, la que estaría autogestionada, formada por cooperativas, independientes y libres, en un marco regulado. El modelo plasmaría una la alianza público-social, entre lo público a todos los niveles, y las organizaciones sociales autogestionadas, que conjugue el papel coordinador institucional de lo público con la iniciativa, innovación y la cercanía de la economía social a las necesidades de cada territorio y población.
● Segundo, los criterios de decisión se adoptarán en el marco de nuevos órganos democráticos, a diferentes escalas (central, y descentralizada a nivel territorial o de unidad productiva). Todos los miembros serían elegibles y revocables. En estos órganos democráticos se tomarán decisiones sobre el peso de la inversión y el consumo, sobre el destino prioritario de fondos a unos sectores u a otros. El plan no tiene por qué detallar todos sus aspectos, sólo debe definir el nivel de producción para satisfacer un nivel de vida, la proporción de la inversión y del consumo en la producción global, el peso de los impuestos para sufragar bienes colectivos públicos, de tal manera que las deliberaciones democráticas podrán ser sobre grandes líneas y admitirán la participación amplia de la sociedad.
● Tercero, ¿Cómo se hará el reparto para el consumo? Pues bien, la distribución individual de medios de consumo se regirá por el principio de intercambio de mercancías equivalentes. Esto quiere decir que los precios se alinearían con las horas laborales que cuesta un bien o servicio, a razón del valor que cada bien o servicio contenga en términos de cantidad de trabajo para su consecución. En base al trabajo realizado la gente percibirá fichas de trabajo, descontando la parte para el fondo común en forma de impuesto, (Cockshott y Cottrell, 2018:269), posiblemente con tarjetas electrónicas, por el valor equivalente al trabajo realizado, que les servirá para comprar sus bienes de consumo. Hay que tener presente que el conjunto de fichas no puede exceder del valor del trabajo global realizado por toda la sociedad. A este respecto, en la sociedad socialista, aún el dinero cumplirá una función para facilitar las transacciones. Si bien los bienes y servicios públicos universales gratuitos o muy accesibles, así como el desarrollo de bienes comunes, crecerá, aminorando el espacio del mercado y del dinero.
● Cuarto, seguirá habiendo cálculo económico, pero, por ejemplo, las unidades productivas se fijarían más en los costes que en los precios. En este sentido, se incorporarían criterios de viabilidad económica global (previendo las transferencias entre sectores que sean precisas, si hay algún sector útil y necesario pero costoso al que apoyar), pero no se someterá al principio de máxima rentabilidad. A su vez, se incluirán criterios para minimizar el coste social y laboral (para facilitar la reducción de tiempo de trabajo, por ejemplo) y, especialmente, el estricto seguimiento de criterios medioambientales sostenibles:
● Quinto, el modelo ha de venir acompañado de un modelo laboral democrático en el que se plantee un nuevo compromiso social. Esto supone, pensar en esquemas en las que todos los trabajos se repartan, también aquellos que comportan tareas menos agradables o más duras, así como las de cuidado de las personas, o de protección medioambiental, para que pueda, si es posible, disponerse de mayor tiempo libre para realizar actividades sociales, de creación, de aportación de trabajo socialmente útil en otros campos, de manera libre y asociada.
Según W. Paul Cockshott o Allin Cottrell (2018), las restricciones técnico-informáticas de la era soviética ya no se dan. Las posibilidades técnicas del big data, los potentes sistemas de computación existentes, la inteligencia artificial y el estado de la técnica en el campo de la informática y la comunicación, con internet, permite realizar cálculos que integren tanto decisiones democráticas, incorporando las preferencias de los consumidores, a diferentes niveles, como de cálculo de ecuaciones complejo y múltiple de costes relativos de una manera apropiada y coherente, empleando el modelo input-output y sistemas de programación lineal.
En esta misma corriente, denominada Cibercomunismo, se encuadra a Maximilià Nieto. Nieto (2018: 296), afirma que la planificación socialista “constituye el marco institucional más favorable” para evitar los problemas de ineficiencia y equidad de la economía de mercado, y para responder democráticamente a las necesidades reales de la población. Con este marco, será posible movilizar todas las fuerzas creativas existentes en la sociedad, al sustituir el modelo de apropiación intelectual y de derechos de propiedad, como son las patentes, que va a manos de las empresas y restringe la difusión de los avances, por un sistema de incentivos y de financiación colectiva que animará a los espacios de investigación, trabajo y creación para emprender, aportando a la sociedad.
Hacia un Plan Democrático Ecosocialista.
Tomando todo esto en cuenta, nosotros retomamos estas ideas para el contexto de la crisis actual. Esta nos plantea mirar de frente los desafíos de la crisis capitalista, pero también las degradaciones gravísimas que causarán la crisis energética y climática, sin olvidarnos de introducir el cuidado de la vida en la ecuación en términos socialmente justos y de igualdad de género.
De tal modo, que no son sólo razones de justicia social las que nos mueven a proponer un modelo de planificación económica. Nos mueve sobre todo la urgencia de abordar el reto ecológico de un modo capaz de establecer planes de medio y largo plazo, para poder dar solución a las transiciones que exigen ahorrar energía, repartir la riqueza y adaptarse a entornos medioambientales desconocidos para la especie humana. En definitiva, solo un plan puede realizar previsiones coherentes a medio y largo plazo, que puede ser flexible y revisable, de cara a abordar las necesidades de cambio de modelo energético y productivo, que, de otro modo no se alcanzarán.
Sin embargo, recordémoslo, el reino de la abundancia plena encierra un mito irrealizable y contraproducente. Nuestro objetivo, desde este punto de vista, al encontrarnos en un planeta exhausto, ha de ser otro. Se trata de planear la vida económica con el propósito de vivir justa, libre y dignamente, en unas condiciones inestables y adversas. De tal modo, que no podemos prometer una república de reyes, sino si acaso una sociedad democrática de personas austeras y humildes que se respetan y cuidan entre sí y a su entorno natural.
Desde este punto de vista, la planificación ecosocialista que nos proponemos pone en el centro el desafío de abordar una transición ecológica socialmente justa que abra una ruta con los siguientes retos:
● Primero, el despliegue posible de infraestructuras para el uso de energías limpias y renovables, durante unas décadas. Una vez se amortizasen estas infraestructuras se abandonarían, dada su dependencia de fuentes fósiles. La idea es disponer de energía suficiente para impedir un cataclismo poblacional por la carestía de la misma, aprovechando las fuentes renovables, consiguiendo su distribución y acceso a la mayor parte de la población. Para tener una dimensión del desafío, se calcula que una vida digna requerirá un 20% de la actual energía disponible (A.Turiel), o el equivalente al nivel de vida de los años 1930 (J. Riechmann), justamente lo que un sistema productivo basado en renovables es lo que es capaz de proporcionar al máximo rendimiento.
● Preparar comisiones de prevención, investigación y gestión de la degradación medioambiental previsible para gestionar cambios de hábitos, adaptaciones productivas y de movilidad geográfica ordenada. Pensemos que una parte de las acciones necesarias para disponer de energía, no solo consistirán en extraerla de otro modo y de otras fuentes, sino, al conllevar dificultades para su acumulación y transporte sin perderla, planteará la necesidad de acercar buena parte de la población a las fuentes existentes.
● Preparar, desde el minuto uno y al mismo tiempo, a la población para un modo de vida ecológica y energéticamente austero, así como la concepción y desarrollo de tecnologías ligeras que permitan el autoconsumo energético, con materias primas disponibles, sin recurrir en absoluto a energías fósiles.
Daniel Albarracín es miembro de la Comisión de Economía Política de Anticapitalistas y del Consejo Asesor de viento sur
1/ Según el Informe de PriceWater (2015), citado por Nieto, M.; 2018:323.
Bibliografía:
– Albarracín, D. (2011) “¿Cuál es el papel y el carácter del sector público en España?”. Frente al capital impaciente /coord. por Bruno Estrada, 2011, págs. 69 – 92
– Albarracín, D. (2012) “¿De qué mercado y estado me hablas?: los fundamentos del capitalismo y las nuevas políticas de la burguesía”. Nuestra bandera: revista de debate político, Nº. 231, págs. 71 – 75
– Albarracín, J. (1990) “Hundimiento y plan tras el hundimiento del socialismo real”. Inprecor.
– Albarracín, J. (1994) La economía de mercado. Trotta. Especialmente, capítulo 4.
– Cockshottt, P. y Nieto M. (2017) Cibercomunismo. Planificación económica, computadoras y democracia. Trotta. Madrid.
– Cockshott, W. P. y Cottrell, A. (2018) “Planificación económica, ordenadores y valor trabajo”. En Qué Enseña la economía marxista. El Viejo Topo. Págs. 265 – 294.
– Guerrero, D. y Nieto, M. (Eds) (2018) Qué enseña la economía marxista. El Viejo Topo.
– Löwy, M. (2020) “Planificación y transición ecológica y social” https://vientosur.info/spip.php?article15813
– Mandel, E. (1989) “En defensa de la planificación socialista”. Inprecor. Respuesta de Mandel a Alec Nove.
– Marx, K. (1977) Crítica al programa de Gotha. Edit. Progreso. Moscú.
– Marx, K. (1978) El capital. Crítica de la economía política. Libros I, II y III; Madrid. Siglo XXI.
– Nieto, M. (2018) “La eficiencia dinámica en una economía planificada”. En Qué Enseña la economía marxista. El Viejo Topo. Págs. 295 – 330.
– Nove, A. (1986) La economía del socialismo factible. Siglo XXI.
– Tanuro, D. (2012) El imposible capitalismo verde. La Oveja Roja.