Resumen Latinoamericano, 4 de junio de 2020
Errores en la estrategia estatal han dificultado la prevención del coronavirus en las comunidades mapuche de Chile. Expertos exponen la situación y los problemas que agobian a ese pueblo y su cultura ancestral.
Hubo signos que pusieron en alerta al pueblo mapuche, desde siempre ligado a la naturaleza y acostumbrado a tomar en cuenta sus señales. Por ejemplo, el año pasado se secó el coligüe (una especie de caña), lo que fue interpretado como anuncio de una época muy difícil para la vida. Se venían tiempos duros, pero nada hacía pensar aún en la pandemia, que está golpeando en estos momentos con fuerza a Chile, donde no hay una política estatal específica para proteger a los pueblos indígenas del coronavirus.
«A pesar de que no hay cifras sobre la materia, toda la información que tenemos es que ellos están en una particular situación de vulnerabilidad frente a los impactos del COVID-19», dice José Aylwin, abogado especialista en derechos humanos y pueblos indígenas, y co-director del Observatorio Ciudadano.
«Hay contagiados y hay fallecidos, pero no tenemos una cifra exacta. El gran problema es que las informaciones del gobierno no nos dan la desagregación por pueblo indígena, a pesar de que desde 2016 hay una norma del Ministerio de Salud, que obliga a que todos los registros estadísticos la tengan», lamenta Andrés Cuyul, académico de la Universidad de La Frontera (Temuco) y magister en Salud Pública. Cuenta que «las aproximaciones se hacen a partir de comunas que tienen una alta concentración de población mapuche, como Puerto Saavedra y Lonquimay, que han tenido un brote muy acelerado en estos últimos días».
Miembros de una comunidad mapuche controlan la entrada a su territorio.
Se estima que gran parte de los contagios de la población mapuche rural de Chile se deriva de la relación que tiene la gente con la ciudad. «Mi comunidad está a 20 kilómetros de Temuco. Muchos jóvenes trabajan allí, otros han quedado desempleados. Pero la gente va a abastecerse, a comprar remedios, herramientas, fertilizantes, algunos alimentos…», cuenta Andrés Cuyul, pero acota que algo está cambiando: «Eso se ha relativizado, ya que las familas están sembrando tempranamente hoy, haciendo cultivos que se dan en invierno. Hay mucho intercambio de semillas, hay mucha economía interna que se está dando ahora, para que la gente no vaya a la ciudad y compre en el campo».
Otra realidad es la que afecta a la población indígena que habita en sectores urbanos. De acuerdo al censo de 2017, más del 80 por ciento vive en sectores urbanos. «Un millón vive en la región Metropolitana (Santiago). Esta región concentra más del 80 por ciento de los casos de COVID-19. Y un reciente estudio, que estamos por enviar al sistema de Naciones Unidas, da cuenta de la correlación que hay entre las comunas de mayor población indígena, que son las más pobres, y el porcentaje de COVID-19», señala Aylwin. «Los problemas más grandes los tienen los pobres, urbanos, indígenas, que han perdido su trabajo y no tienen cómo procurar su alimentación», afirma.
Estrategia insuficiente
Una de las grandes deficiencias en la forma de abordar la pandemia, en lo tocante al pueblo mapuche, ha sido la óptica meramente médica. Se requiere un enfoque más amplio, multisectorial, que tenga en cuenta las necesidades económicas de las comunidades rurales, afectadas además por una grave escasez de agua.
«El problema del agua es de los últimos 20 años, generado por la sequía que asola al sur de Chile y que va asociada a las forma de producción y de extractivismo que hay en nuestro teritorio. La gente recibe 500 litros de agua para una semana. Alguna comunidades se han organizado para tener agua potable rural, pero la mayoría de las familias sigue recibiendo el agua que reparten camiones aljibes. Hace 20 años teníamos autonomía de agua», indica Cuyul.
Andrés Cuyul, académico de la Universidad de La Frontera (Temuco) y magister en Salud Pública.
Entre las cosas que harían falta, además, José Aylwin meciona el respeto a las barreras sanitarias erigidas en algunos lugares por las propas comunidades indígenas para controlar la entrada de personas y evitar contagios, y la suspensión de grandes proyectos de inversión, que según las normas de la OIT requieren consulta previa con las comunidades locales. «Esas consultas, que generalmente son presenciales, no se pueden realizar de esa forma y el gobierno ha propuesto las consultas en línea. Obviamente, las comunidades no tienen los medios para poder participar en línea y por lo tanto están en una sitación de desventaja», subraya el abogado.
La espiritualidad herida
Pero, más allá de esos aspectos, hay uno fundamental que es el cultural, que no se tuvo en cuenta en la estrategia del Estado para frenar la pandemia. «El mensaje preventivo ha sido uniforme, como si todos fueran personas blancas, occidentales, de la ciudad; ha sido un tremendo error, ya que esos mensajes no han calado en la comunidad mapuche, sobre todo rural», dice el especialista en salud comunitaria, y explica: «La casa de la gente es el territorio, la comunidad. Y la familia es también la familia que está al lado, entonces el ‘quédate en casa’ no hacía mucho sentido, porque dentro de la cosmovisión mapuche, la persona se constituye como tal en la medida en que se relaciona con otros. Pedirle a alguien que no se relacione con nadie, es como quitarle su condición de persona».
Hay muchos aspectos de la espiritualidad mapuche que se han visto heridos por esta pandemia, que ha dictado la imposibilidad de hacer ceremonias en que participe toda la comunidad para despedir a los fallecidos. La despedida la hace ahora solo la familia, «pero la comunidad queda con un vacío. Eso hace que no se cierre el círculo de la vida», dice Andrés Cuyul, quien prevé un invierno difícil, como lo auguraban los singos de la naturaleza.