Por Orlando Oramas León, Resumen Latinoamericano, 30 junio 2020
RL/Foto de portada: Yaimi Ravelo/Resumen Latinoamericano Cuba.
La labor de las brigadas médicas cubanas, léase cooperación sanitaria internacional de la pequeña isla, merece el premio Nobel de la Paz, al menos así lo proponen personalidades y organizaciones de diversas partes del planeta.
Este año no será, pues la candidatura ya está cerrada, probablemente el otro tampoco, porque ese comité no está exento de presiones a la hora de otorgar un lauro que resulta prestigioso a nivel mundial.
Pero lo cierto es que, aunque sería bien recibido, la labor de los expertos cubanos de la salud en el mundo se recompensa con las vidas salvadas y el reconocimiento de pacientes, ciudadanos y autoridades de numerosos países.
Sobre todo en estos tiempos de pandemia, cuando Cuba desplegó a sus galenos y otros expertos en salud a solicitud de más de una treintena de naciones.
En ello hay un antes, ahora y después. Cuando comenzó la pandemia había colaboradores de la salud cubanos, por miles, en 59 naciones, la mayoría de países del Tercer Mundo.
Muchos de ellos se desempeñan en “los rincones más oscuros” del planeta, a los cuales el que fue presidente de Estados Unidos, George W. Bush, prometió bombardear a diestra y siniestra.
No puedo olvidar mi experiencia como corresponsal en esos recónditos parajes.
Tuve la oportunidad de cubrir en Paraguay, el país que recibió a la primera brigada médica de Cuba en el cono sur latinoamericano.
Empiezo por aquel recorrido, acompañando al doctor Osnay Mederos, por la la inhóspita región del Chaco. Era la previa del actual siglo y mi compatriota consultó a una anciana marcada por las arrugas y las dolencias.
Mederos fue el primer médico que asistía a su humilde morada. “Mi vieja, le dijo el doctor, la semana próxima le traigo sus remedios”.
“No me engañe», espetó la paciente, a esas alturas incrédula por lo que describió como promesas de políticos y enfermedades sin atender.
Volvimos; nos costó nueve horas empujando una camioneta cuatro por cuatro en el fangizal en el que se convierten los caminos del Chaco de ese país en tiempos de lluvia.
Es solo un ejemplo de lo que viví en Paraguay, nación que se adelantó en otro siglo a la época y luego fue obligado por sangrienta guerra trilateral, imperios concernidos, a la distorsión de la historia y el subdesarrollo.
Recuerdo de aquellos meses a un poblareño en Caaguazú, que calificaba a los médicos caribeños como ángeles.
Debo rememorar a otro doctor con el que viajé en una especie de piragua rústica por los esteros del Paraná, para visitar islotes en aquel sumidero donde lo esperaban filas de pacientes.
Retengo el nombre del médico Félix Contreras, un mulato que enseñaba artes marciales a los niños de Pozo Colorado, otra localidad en el Chaco paraguayo.
Para llegar allí hay una carretera de dos vías, pastizales por aquí, pastizales por allá. Todo un paisaje monótono y una recta que adormece, hasta que llegas a una curva adornada de cruces funerarias, exponente de múltiples accidentes.
Allí llegué. Había un accidente; cuerpos tirados en los arrabales. El cubano, reconocible por su color de piel y bata blanca, diligente, acompañado por un jefe policial.
Desconozco si eso lo enseñan en las facultades de Medicina de la isla, pero aquel compatriota improvisó parihuelas, dio consuelo, órdenes, en fin, se hizo cargo de aquel accidente.
Decía para sí, y yo escuchando y tomando notas: éste fractura de cadera, el otro de pelvis, etc.
Anónimamente, le ayudé a cargar a los lesionados a la pick-up de la policía municipal.
“Acere de p…” frase inconfundible en la que los cubanos se identifican y que le expresé ya de viaje en la cama de la camioneta.
“Coño, tu eres cubano”, respondió sin saber que un día escribiría el libro “Póhanora (curanderos, guaraní) , Médicos cubanos en Paraguay”.
O aquella otra anécdota paraguaya en la que un galeno caribeño, también en el lodazal, controló a mano la hemorragia a un herido de arma blanca y llevarlo, luego de horas de angustia, a buen y salvador destino.
Más de un parto se decidió así en el historial de aquella primera brigada médica cubana esa región nuestra, donde hasta hacía poco el dictador Alfredo Stroessner prohibía las barbas al estilo Fidel Castro y también las transmisiones de Radio Habana Cuba.
Y mientras escribo se suman las rememoraciones, como aquel otro galeno de la occidental provincia de Pinar del Río, destinado a una localidad en la frontera con Brasil, donde predominan los llamados brasiguayos, una ocupación que esconde la expansión del gigante brasileño.
El cubano vivía en una habitación de tablas, con rendijas, acogido en su humanitaria misión por un joven matrimonio rubio que manejaba el español con acento portugués. Ellos me lo narraron: “era una madrugada gélida (bajo cero) y nosotros preocupados por el cubano; al final lo encontramos hipotérmico, nos abrazamos a él, y recuperó su temperatura normal”.
Aquel abrazo, entre otras historias que compilé, me refuerzan el convencimiento de que los médicos y especialistas cubanos de la salud merecen el Nobel, aunque nunca se los otorguen.