Pen­sa­mien­to crí­ti­co. La memo­ria no se disuel­ve en el aire

Por Mar­ce­lo Val­ko, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 1 de agos­to de 2020.

Yo ven­go a hablar por vues­tras bocas muertas

Pablo Neru­da

Cabe­zas que retoñan

Ingre­san­do en agos­to mes de la Pacha­ma­ma (Madre Tie­rra) me pro­pon­go exa­mi­nar bre­ve­men­te el tra­ta­mien­to dado por el poder a los cadá­ve­res enemi­gos. El meca­nis­mo habi­tual es invi­si­bi­li­zar la muer­te como si no hubie­se teni­do lugar y lo prue­ban las dece­nas de miles de per­so­nas a lo lar­go de Amé­ri­ca han sido des­apa­re­ci­das. Sin áni­mo de esta­ble­cer com­pa­ra­cio­nes sobre ima­gi­na­rios cul­tu­ra­les o mar­cos ideo­ló­gi­cos me intere­sa cen­trar­me en Atahual­pa, Túpac Ama­ru II, San­dino y Gue­va­ra y deter­mi­na­das mane­ras de mos­trar­nos lo que no nos per­mi­ten ver.

Para el ima­gi­na­rio andino, el ase­si­na­to de Atahual­pa en 1533 a manos del por­que­ri­zo Piza­rro, fue y sigue sien­do un cata­clis­mo. No obs­tan­te ello, tam­po­co tie­ne des­can­so el tra­ba­jo comu­ni­ta­rio para ela­bo­rar la catás­tro­fe. Cap­tu­ra­do en Caja­mar­ca median­te una trai­ción le exi­gen a Atahual­pa un cuan­tio­so res­ca­te en oro y pla­ta. Pese a que el secues­tra­do cum­ple con el pago el secues­tra­dor lo ahor­ca median­te garro­te vil, lue­go exhi­be el cuer­po duran­te una jor­na­da com­ple­ta para que el pue­blo se con­ven­za de la muer­te. Al día siguien­te lo man­da a ente­rrar. Ape­nas Piza­rro aban­do­na Caja­mar­ca, los capi­ta­nes del Inca sus­traen el cadá­ver con obje­to de momi­fi­car­lo y man­te­ner­lo con vida en el más allá. Lue­go ocul­tan su mal­qui (momia) en algu­na cue­va que jamás fue des­cu­bier­ta. Para el ima­gi­na­rio andino tan­to su muer­te como el des­tino del cadá­ver ingre­sa en el terri­to­rio legen­da­rio. La creen­cia que sur­ge tras su des­apa­ri­ción se cor­po­ri­za en el mito de Inkarry (Inca y Rey) que afir­ma que el Inca fue deca­pi­ta­do y escon­di­da su cabe­za. Lo intere­san­te es que en el lugar don­de se encuen­tra ocul­ta la cabe­za no deja de cre­cer recu­pe­ran­do su cuer­po par­te a par­te. En algún lugar de los Andes su cabe­za está cre­cien­do, madu­ra len­ta­men­te como un tubércu­lo, como una papa, una semi­lla mági­ca pro­te­gi­da en la clan­des­ti­ni­dad de la tie­rra y se pre­pa­ra para expul­sar a los inva­so­res. Al estar en un algún sitio des­co­no­ci­do pue­de estar y está en la tota­li­dad de terri­to­rio. Todo el mun­do andino es su tum­ba úte­ro-ori­gi­na­rio del cual emer­ge­rá vic­to­rio­so cuan­do la meta­mor­fo­sis esté con­clui­da. Nece­si­ta tiem­po, habi­ta la tem­po­ra­li­dad del mero estar, la del “aho­ri­ta” del cre­ci­mien­to de los ciclos de la tierra.

Prohi­bi­do recor­dar memorias

Es vox popu­li la tre­men­da cruel­dad del supli­cio apli­ca­do a José Gabriel Con­dor­can­qui cono­ci­do como Túpac Ama­ru II. Des­pués de obli­gar­lo a pre­sen­ciar la tor­tu­ra y eje­cu­ción de su espo­sa e hijos, el ban­do del corre­gi­dor Are­che orde­na cor­tar­le la len­gua y ama­rrar sus extre­mi­da­des a cua­tro caba­llos para des­pe­da­zar­lo. Los miem­bros tras ser exhi­bi­dos jun­to con su cabe­za son que­ma­dos y espar­ci­das las ceni­zas. Más allá del terri­ble supli­cio pade­ci­do en 1781 por el rebel­de, debe­mos adver­tir que seme­jan­te cruel­dad es un indi­ca­ti­vo del terror expe­ri­men­ta­do por los fun­cio­na­rios rea­lis­tas ante la mayor insu­rrec­ción de la épo­ca Colo­nial con cien mil muer­tos y un núme­ro varias veces mayor de des­pla­za­dos que huyen de la zona de con­flic­to. Aun­que nun­ca se mató tan­ta gen­te en tan poco tiem­po, los aires de inde­pen­den­cia con­ti­núan soplan­do cada vez más recios y la des­me­su­ra­da cruel­dad es el sín­to­ma de una admi­nis­tra­ción que asis­te al colap­so de su mun­do. El temor y tem­blor se mani­fies­ta en otros aspec­tos de la pena, igual­men­te impor­tan­tes por sus con­se­cuen­cias estruc­tu­ra­les pero que fue­ron opa­ca­dos por el sal­pi­cre de san­gre de la sentencia.

Des­apa­re­ci­do Túpac Ama­ru II, el corre­gi­dor Are­che decre­ta una suer­te de cas­ti­gos fác­ti­cos y otros de carác­ter sim­bó­li­co para “las india­das rebel­des”. En un inten­to por mode­lar el cuer­po del adver­sa­rio a la pro­pia ima­gen y seme­jan­za orde­na la uti­li­za­ción de ropas y pei­na­dos penin­su­la­res prohi­bien­do “los tra­jes y bai­les de indios que solo sir­ven para recor­dar­les memo­rias”. No debía que­dar nada, e inclu­so orde­na el empleo obli­ga­to­rio del cas­te­llano prohi­bien­do el que­chua, un idio­ma que en su momen­to fue una len­gua fran­ca que faci­li­tó la Con­quis­ta. La repre­sión apun­ta a la memo­ria, a la pala­bra y tam­bién al futu­ro que se avi­zo­ra oscu­ro para el impe­rio Espa­ñol. Jus­ta­men­te el cas­ti­go sim­bó­li­co más estruc­tu­ral y que guar­da rela­ción con el por­ve­nir es el que luce como más iló­gi­co. Are­che orde­na que no que­de ni una pie­dra de la casa natal del rebel­de y lue­go “salar el sitio”. Lle­van enor­mes can­ti­da­des de sal grue­sa con el fin de este­ri­li­zar el sue­lo natal don­de emer­gió seme­jan­te rebel­de. Ima­gi­nan que ese sue­lo es una suer­te de por­tal y la inten­ción es cerrar­lo, este­ri­li­zar­lo para que no crez­ca y regre­se esa pode­ro­sa semi­lla. Con­dor­can­qui para los suyos es un fru­to mági­co, un sue­ño eterno de espe­ran­zas y para los rea­lis­tas una pesa­di­lla de horror. Por eso es nece­sa­rio neu­tra­li­zar el espa­cio que le dio vida. Nece­si­tan matar la semi­lla, ame­dren­tar la tie­rra, este­ri­li­zar el sue­lo, secar la hume­dad nutri­cia de los flui­dos cícli­cos de agua, san­gre, semen, leches y ori­nes. Deben cas­ti­gar esa tie­rra pari­do­ra. La idea que sub­ya­ce bus­ca impe­dir que nadie seme­jan­te bro­te y flo­rez­ca en ese terreno. Pro­cu­ran impe­dir el regre­so de Inkarry neu­tra­li­zan­do la poten­cia ger­mi­na­ti­va del sue­lo natal que pro­du­jo aque­lla cabe­za rebel­de. Real­men­te se tra­ta de un exor­cis­mo que apun­ta a anu­lar aquel por­tal por don­de vino al mun­do. Des­truir­lo y este­ri­li­zar­lo de nue­vos naci­mien­tos, de nue­vos retor­nos, por eso se ensa­ñan con la tie­rra mis­ma que gene­ró al rebel­de. Recor­de­mos que cuan­do Con­dor­can­qui asu­mió su nue­vo nom­bre uti­li­zó el de Túpac Ama­ru, el del últi­mo Inca cap­tu­ra­do en Vil­ca­bam­ba en 1572 y así con­ti­nuar el ciclo de retornos.

Mie­do al muerto

Cua­tro días des­pués de orde­nar la eje­cu­ción de Augus­to San­dino, el jefe de la Guar­dia Nacio­nal (GN) Anas­ta­sio “Tacho” Somo­za anun­ció la crea­ción de una comi­sión inves­ti­ga­do­ra “para ave­ri­guar los deplo­ra­bles suce­sos ocu­rri­dos la noche del 21 de febre­ro de 1934” cuan­do San­dino tras cenar en la resi­den­cia del pre­si­den­te Juan Saca­sa, fue dete­ni­do, con­du­ci­do a un des­cam­pa­do y eje­cu­ta­do jun­to a dos cola­bo­ra­do­res cer­ca­nos. Tras el cri­men Somo­za fue per­so­nal­men­te “a tomar vis­ta” del cadá­ver para cer­cio­rar­se. El cuer­po del “gene­ral de los hom­bres libres” fue des­po­ja­do de todas su per­te­nen­cias y lo arro­ja­ron a una fosa. La pla­na mayor de la GN hizo un jura­men­to de silen­cio e inclu­so fir­mó un acta, o más bien un pac­to de san­gre don­de acor­da­ron la eli­mi­na­ción de San­dino, una suer­te de comi­da toté­mi­ca con obje­to de socia­li­zar el cri­men. El docu­men­to men­cio­na inclu­so que el emba­ja­dor de EEUU Artur Bliss Lane “aprue­ba el asunto”.

Una ver­sión brin­da­da por Gre­go­rio Sel­ser afir­ma que el cadá­ver del héroe de las Sego­vias per­ma­ne­ció en la fosa ori­gi­nal has­ta 1944. En ese enton­ces, Somo­za teme­ro­so que los opo­si­to­res des­cu­bran la ubi­ca­ción del cuer­po y lo uti­li­cen como emble­ma con­tra su gobierno, man­da des­en­te­rrar los res­tos, los inci­ne­ra y lue­go espar­ce las ceni­zas por el lago Mana­gua. Sin saber­lo, el dic­ta­dor Somo­za uti­li­za el mis­mo pro­ce­di­mien­to que el fun­cio­na­rio espa­ñol empleó para des­ha­cer­se has­ta de las ceni­zas de Tupac Ama­rú II. El mis­mo pro­ce­di­mien­to del poder ante el mis­mo terror de per­der el poder a manos de un nue­vo muer­to, que pare­ce ser el mis­mo muerto.

Mira­das en fuga

Ernes­to Gue­va­ra apre­sa­do con vida en la Que­bra­da de Yuro en 1967, fue exhi­bi­do pri­me­ro ante la pren­sa como un ani­mal aris­co al que logran suje­tar a tiro lim­pio; lue­go, una vez eje­cu­ta­do, lo expo­nen como un tro­feo de caza en aque­lla mesa rodea­do por agen­tes y mili­ta­res ufa­nos de exhi­bir el cadá­ver de la pre­sa cau­ti­va. En ese momen­to de auge revo­lu­cio­na­rio, es nece­sa­rio mos­trar que el muer­to está bien muer­to, expo­ner el pecho des­cu­bier­to de Gue­va­ra con los ori­fi­cio de entra­da de los pro­yec­ti­les, mos­trar que está ven­ci­do. El tor­so des­nu­do con los impac­tos de las balas ense­ña aque­llo que el poder desea demos­trar y creer, que el revo­lu­cio­na­rio no es inmor­tal, que la revo­lu­ción se pue­de matar, sólo es cues­tión de per­se­ve­ran­cia. Sin embar­go ese muer­to los per­tur­ba en aque­lla escue­la que hace las veces de mor­gue y por eso lo mues­tran como Piza­rro cuan­do exhi­bió a Atahual­pa tras ase­si­nar­lo. Nece­si­tan con­ven­cer­se que el muer­to está muer­to. Pero el cadá­ver de ojos abier­tos los mira fijo. No advier­ten que la mira­da de Gue­va­ra se les esca­pa en las cáma­ras foto­grá­fi­cas. Se fuga aun­que lo sigan vien­do expues­to sobre aque­lla mesa. La his­to­ria repi­te situa­cio­nes para corre­gir las esce­nas en espe­ra del gran estreno y las pupi­las que miran fijo lo saben y por eso no hay quien se atre­va a cerrar esos ojos mira­do­res. Muer­to, su cuer­po se liga a ese espa­cio don­de lo exhi­ben y su memo­ria ingre­sa mul­ti­pli­ca­da a un ima­gi­na­rio legen­da­rio y se suma a las otras y es aún más peli­gro­so que cuan­do esta­ba en el monte.

¿Y los muertos?

Las imá­ge­nes tie­nen nece­si­dad de mos­trar y adoc­tri­nar como lo han expues­to con des­par­pa­jo duran­te gene­ra­cio­nes las lámi­nas esco­la­res que mani­pu­la­ron nues­tra infan­cia. Poseen una capa­ci­dad dis­cur­si­va efec­ti­va. Lo adver­ti­mos en los ini­cios del arte parie­tal con la impo­si­ción de manos sobre el dibu­jo de algún ani­mal que se desea cazar. Des­de siem­pre se mani­pu­la­ron las repre­sen­ta­cio­nes, bas­ta ver el tra­ta­mien­to del tama­ño de la figu­ra des­co­mu­nal de algún faraón y la mul­ti­tud de sir­vien­tes que no le lle­gan a la rodi­lla. Seño­res y vasa­llos tran­si­tar una dia­léc­ti­ca cir­cu­lar don­de el emi­sor siem­pre es el poder y el recep­tor inva­ria­ble­men­te es el que obe­de­ce. Es tan impor­tan­te la pre­sen­cia de la ima­gen como su ausen­cia, algo que EEUU puso en prác­ti­ca duran­te la Gue­rra del Gol­fo y lue­go per­fec­cio­nó en Irak y Afga­nis­tán. Y así sur­ge la para­do­ja que duran­te esas gue­rras, los muer­tos, el mate­rial que más abun­da, es lo que está más ausen­te, sobre todo los muer­tos pro­pios. Nun­ca vol­ve­rían a come­ter el gra­ve error semio­ló­gi­co de Viet­nam mos­tran­do la vul­ne­ra­bi­li­dad de los muer­tos pro­pios. Ya el mis­mo Her­nán Cor­tes había dado cáte­dra en ese sen­ti­do al ente­rrar a escon­di­das a sus pri­me­ros sol­da­dos muer­tos por los mexi­cas para man­te­ner la idea de abso­lu­ta supe­rio­ri­dad sobre el adver­sa­rio. Ade­más de no des­mo­ra­li­zar al fren­te interno, la idea que sub­ya­ce es demos­trar la pro­pia inmor­ta­li­dad del poder, mien­tras que el enemi­go derro­ta­do posee una muer­te invi­si­ble, una muer­te de des­apa­re­ci­do, una muer­te que no impor­ta, la muer­te asép­ti­ca de los seres que no exis­ten. Los muer­tos solo tie­nen exis­ten­cia si se ven, muer­tos con­tan­tes y sonan­tes. Los muer­tos enemi­gos se supo­nen o se ima­gi­nan o mues­tran que no los mues­tran que es una mane­ra de poner de relie­ve la ino­cen­cia del victimario.

Mira­mos por vos

Hay un caso ejem­pli­fi­ca­dor. Duran­te los días pos­te­rio­res a la eje­cu­ción del jeque sau­di­ta Osa­ma Ben Laden en 2011, la admi­nis­tra­ción Oba­ma deba­tió sobre “la con­ve­nien­cia” de mos­trar su cadá­ver media­ti­za­do a tra­vés de una foto. Final­men­te, dado el carác­ter “atroz” del esta­do de Ben Laden, deci­den no faci­li­tar­la. El Pen­tá­gono ase­gu­ra “que se tra­ta de una ima­gen muy cru­da en la que apa­re­ce prác­ti­ca­men­te des­tro­za­da la cara del líder de Al Qae­da” (Cla­rín 04/​05/​2011). En lugar de apre­ciar el asun­to noso­tros mis­mos tuvi­mos opor­tu­ni­dad de obser­var a Oba­ma y su gabi­ne­te miran­do por TV la cace­ría y ase­si­na­to en direc­to y dete­ner­nos en la impre­sión que la esce­na le pro­vo­có a Hilary Clin­ton tapán­do­se la boca ante la mane­ra de impar­tir jus­ti­cia por el gobierno del demó­cra­ta y Pre­mio Nobel de la Paz Barak Oba­ma y del cual ella for­ma­ba par­te acti­va. En esa ima­gen que tuvo visi­tas record en la red, obser­va­mos que el gabi­ne­te obser­va aque­llo que no nos mues­tran. Para noso­tros resul­ta sufi­cien­te el ges­to de la sen­si­ble Hilary. La ima­gen es “atroz” y los úni­cos capa­ci­ta­dos para enfren­tar­la son los fun­cio­na­rios impe­ria­les que des­de hace siglos nos pro­te­gen de dia­blos, indios y terro­ris­tas. El Poder nos dice que pode­mos ver y a su vez nos mues­tran lo que solo ellos tie­nen capa­ci­dad de ver osten­tan­do una per­ma­nen­te tute­la sobre nues­tra mino­ri­dad. Los moti­vos son “altruis­tas”, para preservarnos…

Entre morir y no morir

La pose­sión que el poder ejer­ce sobre los res­tos bus­ca con­ver­tir­se en una suer­te de segun­da muer­te y pone en evi­den­cia que tras falle­cer el cadá­ver no es libre ni siquie­ra de morir. Por el con­tra­rio, se toma como rehén al cuer­po para evi­tar que su cor­po­ra­li­dad asu­ma el rol de un sím­bo­lo que indu­da­ble­men­te está más allá de sí mis­mo. La des­truc­ción cor­po­ral no es sufi­cien­te. El espa­cio que ocu­pa la memo­ria de la cor­po­ra­li­dad ausen­te es un pro­ble­ma gra­ve. Y el poder se deses­pe­ra con esa suer­te de fan­tas­ma y lo des­cuar­ti­za, lo inci­ne­ra, lo arro­ja a una fosa secre­ta, lo exhi­be en triun­fo como un cru­ci­fi­ca­do de ojos abier­tos o lo arro­ja al mar des­de los vue­los de la muer­te. Pero el cuer­po sigue moles­tan­do. Y el poder vaci­la. Occi­den­te es el inven­tor de la muer­te asép­ti­ca, qui­rúr­gi­ca y lim­pia, por eso opta por mos­trar que no lo mues­tra, lo tie­ne para sí, una muer­te que no mue­re y per­ma­ne­ce en ese impas­se jurí­di­co que impli­ca la cate­go­ría lím­bi­ca de des­apa­re­ci­do. Sin embar­go tal acto con­ju­ra­to­rio no le alcan­za para disol­ver el cuer­po temi­do que sigue estan­do y sus ceni­zas, sus hue­sos y sus nom­bres con­ti­núan esgri­mien­do una resis­ten­cia que resul­ta impo­si­ble de exor­ci­zar, ni siquie­ra prohi­bien­do recor­dar memo­rias… el ejem­plo de Inkarry regre­san­do una y otra vez pese a tan­to degüe­llo lo demues­tra. Espar­cir las ceni­zas no hizo más que mul­ti­pli­car­lo en una enor­me geo­gra­fía que pre­sen­ti­fi­ca cuer­pos ausen­tes y don­de la memo­ria se trans­for­ma en un espa­cio de dispu­ta en la vida de los pueblos.

Itu­rria /​Fuen­te

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