Por Emma Avila Garavito. Resumen Latinoamericano, 14 de septiembre de 2020.
Cuándo Sandra Guzmán ingresó al baño de la Estación de Policía Germania, encontró a su hija Sandra Catalina Vásquez de 9 años, violada y estrangulada. Habían pasado apenas veinte minutos desde que la pequeña entró a buscar a su padre quien trabajaba allí, sin saber que en manos de otro agente de policía encontraría a su violador y asesino. Este relato es el de una noticia que hace 27 años sorprendió al país, y que durante años fue recordada y narrada a muchas niñas que crecimos en esa década, con el temor más grande de caer en manos de un monstruo de estos.
Desafortunadamente, este tipo de noticias ya ni siquiera son una sorpresa; la violencia se ha normalizado tanto en nuestro país, que ninguna noticia de este tipo nos sorprende: contamos ya más de 1.000 líderes sociales asesinados, muchos de ellos por buscar garantizar la implementación de los Acuerdo de Paz firmado en La Habana; o por buscar la titulación de sus tierras, esas de las cuales fueron desplazados; o liderar los procesos de sustitución de cultivos de uso ilícito para buscar sembrar alimentos; o por defender los territorios de la explotación de minería ilegal y otras economías criminales.
Solo durante el 2020 se han presentado cerca de 55 masacres en las cuales han sido asesinados 218 personas, cifra que no se veía desde el periodo 2000 – 2004. Y aunque las causas que se han identificado están relacionadas con la disputa territorial de las rutas del narcotráfico y la reacomodación de los actores armados en el territorio, desde ONU Colombia se ha hecho un llamado al gobierno para que se tomen las «acciones necesarias para eliminar esa violencia y no escatimar esfuerzos en investigaciones y judicializaciones de quienes atentan contra las garantías de seguridad de las comunidades«.
Pese a esto, las masacres, persecuciones y asesinatos selectivos, se mantienen en las zonas que históricamente han sido más afectadas por el conflicto armado y en cuyos territorios la violencia se recrudeció después de la tensa calma que se respiraba mientras se realizaba el Proceso de Paz. Esa violencia estructural de Colombia que obedece a las profundas desigualdades sociales, económicas y políticas que se evidencian entre los ricos y pobres, entre los mestizos y las comunidades étnicas, entre las ciudades y el campo, etc., han servido de caldo de cultivo para el estallido social que hemos visto en los últimos días, en donde producto del asesinato de un ciudadano al interior de un CAI de la policía, se produjo una protesta que a la fecha deja como saldo 10 personas asesinadas, cientos de heridos y todo tipo de vulneración de los derechos humanos por parte de agentes del Estado.
Precisamente en el marco de esta ola de violencia, la noche del viernes 10 de septiembre se conoció de la agresión a tres mujeres quienes bajo la frase “¿cómo vamos a arreglar?” fueron detenidas, abusadas y sobornadas por dos agentes de policía con la complicidad de una patrullera, esta vez en el CAI de San Diego. De nuevo aparece la historia que no es para nada desconocida sobre las violencias sexuales y de género por agentes de la fuerza pública del Estado, tal y como sucedió en el mes de febrero en Bogotá cuando un policía de la estación de Los Mártires violó a una mujer al interior de un bus de la institución. O como sucedió en Cali en el mes de abril en donde otro agente de la policía detuvo a una mujer por incumplir el aislamiento obligatorio, la llevó al CAI cercano al centro comercial Jardín Plaza y allí también abusó sexualmente de ella. O la menor violada en el mes de mayo al interior de una patrulla por un policía adscrito al CAI de Juan Rey, localidad de San Cristóbal Sur[7]. Y como sucedió también con la niña Nukak Makú del Guaviare quien presuntamente fue violada por soldados del ejército hace un año en un caso que aún no se resuelve; un caso muy cercano a el de la niña Emberá que fue violada por 7 soldados en junio de este mismo año.
Desafortunadamente estos son algunos de los hechos que se han denunciado y visibilizado en una práctica que tiene tanta historia como el mismo conflicto armado colombiano y que ha dejado cientos o quizás miles de víctimas de violencia sexual en el marco del conflicto sin la fuerza siquiera de alzar la voz para denunciar esos hechos atroces procedentes de todos los grupos armados; o peor aún, que al denunciar son re victimizadas por las instituciones del Estado que no respaldan ni siquiera a las mujeres que pertenecen a las fuerzas armadas del Estado y quienes padecen, desde dentro de las mismas, toda clase de acosos, humillaciones y abusos, como sucedió con la Teniente de la policía violada por el Capitán quien era su superior en la cadena de mando en diciembre de 2018.
Aunque el gobierno nacional se ha empeñado en señalar que todas estas prácticas son hechos aislados (como los asesinatos a líderes sociales y las masacres), no cabe duda que estas violaciones son recurrentes y obedecen a dos elementos fundamentales: por una parte, la falta de formación en el respeto a la vida digna, el cumplimiento a los derechos humanos y al Derecho internacional Humanitario al interior de estas instituciones; por otra parte, obedece a la impunidad sobre estos hechos. Un ejemplo claro de esto, es que al policía Diego Fernando Valencia Blandón violador y asesino de la niña Sandra Catalina, después de haber sido sentenciado a 45 años de cárcel tan sólo estuvo 10 años preso debido a su “buen comportamiento y a los estudios adelantados en la cárcel”.
Con todo esto, no cabe duda que se requiere no solo una reforma estructural de la policía de y todas las fuerzas armadas del Estado, sino el cumplimiento a los Acuerdos de Paz para garantizar que en los territorios cese la violencia. El respeto a los derechos humanos es una exigencia para todas las personas y aún más para las fuerzas que son pagadas con nuestros impuestos y que, como servidores públicos, deben obedecer a los mandatos de la democracia, la Constitución y la ciudadanía. En este momento que la ciudad sigue manifestándose en contra de los abusos y la brutalidad policial, es más vigente que nunca este fragmento del poema en honor a Sandra Catalina, titulado “Un jardín para la siempreviva” que acompaña una placa en su honor allí en el parque de Germania:
“Hoy en un rincón de tu ciudad,
en esta colmena humana que ha crecido
al ritmo doloroso de tu ausencia,
hemos poblado un pequeño rincón
con flores que son como tú, ‘Siemprevivas’,
con setos que esparcen la flor ‘Parasiempre’,
sembradas en el país del ‘nuncamás’”.
Fuente: Revista Hekatombe