Por Jaime Bordel Gil. Resumen Latinoamericano, 8 de enero de 2021.
En Chile y Perú, hartas de los estrechos horizontes que les deparan el neoliberalismo y la corrupción de las élites, las nuevas generaciones se han eregido como la avanzadilla del cambio.
Decía Miguel Hernández que la juventud que no se atreve no es juventud. En América Latina, los jóvenes parecen haberse grabado a fuego las palabras del poeta alicantino, y en los últimos años han estado a la cabeza de las luchas más importantes del continente, como las movilizaciones a favor de la ley del aborto en Argentina o las protestas en Colombia, Ecuador o Chile. Los últimos en unirse a esta ola han sido los jóvenes peruanos, que este noviembre salieron a las calles a pedir la dimisión del presidente Manuel Merino. Tras varios días de intensas protestas, finalmente Merino presentó su renuncia y abandonó el cargo certificando así la victoria del pueblo peruano, liderada por los jóvenes de la llamada generación del bicentenario.
Si en el final del 2020 han sido protagonistas los jóvenes peruanos, hace un año fue el momento de los chilenos. En octubre de 2019, un grupo de estudiantes de secundaria se organizaba para realizar evasiones masivas en el metro de Santiago como protesta a una subida del precio del transporte público. Unas protestas que inmediatamente sufrieron la represión de la fuerza pública chilena y que abrieron paso a un estallido social que obligó a la clase política a abrir un proceso constituyente que continua en curso a día de hoy.
A pesar de la creciente influencia de la juventud en toda la región, Chile y Perú han sido dos de los lugares donde la acción de estos ha sido más determinante en el curso de los acontecimientos políticos, dando lugar a la apertura de un proceso constituyente en el caso de los primeros, y provocando la dimisión del presidente en el de los segundos. Dos contextos completamente diferentes que han tenido un denominador común: una juventud que ha impulsado movilizaciones que reclaman cambios profundos en la sociedad. Pero, ¿de dónde vienen estos jóvenes y cómo han logrado influir de esta manera en la vida política de sus respectivos países?
Chile, una larga trayectoria de lucha estudiantil
Abril de 2006. Un grupo de estudiantes secundarios que va tornándose cada vez más numeroso toma las calles de Santiago. Los manifestantes son jóvenes, la mayoría ya nació en democracia, por lo que no llegaron a vivir la represión de los años de Pinochet. Todos ellos portan sus uniformes escolares blancos y negros, que en poco tiempo pasarán a convertirse en el símbolo de las movilizaciones. Comenzaba así, la que se denominaría como “revolución pingüina” —en referencia a los uniformes de los estudiantes que tomaron las calles aquella primavera. Más de 6 meses de marchas, huelgas y tomas estudiantiles (ocupaciones de centros educativos), que pusieron en jaque al recién estrenado gobierno Bachelet, en la que hasta ese momento era la mayor oleada de movilizaciones desde el fin de la dictadura.
Estas revueltas inauguraron una trayectoria de lucha estudiantil que llega hasta nuestros días. Desde entonces, los estudiantes han sido una de las vanguardias de la lucha social en Chile, y las movilizaciones impulsadas por estos volvieron a poner el país patas arriba en 2011, 2017 o 2019. En este último año, la terrible represión, y el apoyo manifiesto a las protestas de una amplia mayoría de la población, difuminaron el protagonismo de los jóvenes, que en las últimas dos décadas han tenido una influencia fundamental en el desarrollo de la política nacional. En 2006 pusieron encima de la mesa el problema de la educación, aún sin resolver a día de hoy, y en 2011 su actividad en las calles se materializó posteriormente en el nacimiento del Frente Amplio, uno de los experimentos políticos más innovadores de la izquierda latinoamericana en la última década.
La capacidad de los jóvenes de marcar el rumbo de la agenda política ha sido una de las señas de identidad de la política chilena en los últimos años, donde el estudiantado se ha convertido en un actor político de peso
Esta capacidad de los jóvenes de marcar el rumbo de la agenda política ha sido una de las señas de identidad de la política chilena en los últimos años, donde el estudiantado, secundario y universitario, gracias a su enorme capacidad de organización y al alto nivel de conciencia política de los jóvenes, se ha convertido en un actor político de peso.
En primer lugar, la existencia de numerosas organizaciones estudiantiles y plataformas de representación de los estudiantes a nivel nacional permite una mejor organización e impulsa la participación política de los jóvenes chilenos. Plataformas como las Federaciones de Estudiantes de la Universidad de Chile y la Universidad Católica, además de operar como organismos de coordinación y representación de las demandas de los estudiantes, también han servido como centros de formación y reclutamiento de las élites políticas. Un gran número de políticos chilenos se formaron en estos organismos, cuya actividad ha contribuido a la temprana politización de varias generaciones.
No obstante, la existencia de un fuerte tejido asociativo secundario y universitario no explica por sí sola la capacidad de influencia de los jóvenes chilenos. El alto grado de concienciación y politización de los estudiantes también ha sido clave a la hora de articular un movimiento estudiantil fuerte y capaz de identificar tanto sus problemas como las soluciones a estos. En este sentido, un factor que paradójicamente ha contribuido a esta politización es el modelo educativo chileno, uno de los más desiguales del continente, y que obliga a endeudarse a más de la mitad de los estudiantes para poder acceder a la universidad.
En diciembre de 2017, casi 400.000 estudiantes se encontraban atados a los Créditos con Aval del Estado (CAE), un sistema patrocinado por el estado que utiliza a la banca como prestamista, y a través del cual miles de estudiantes acceden cada año a la educación superior. Si no tienes beca y no puedes costearte los estudios (que pueden llegar a costar hasta 6.000 euros al año en una universidad pública), toca acudir al CAE, un sistema perverso que endeuda cada año a miles de estudiantes chilenos. Según un estudio de la Fundación Sol de 2018, un 40,3% de los beneficiarios se hallaba en mora por estas fechas, y entre los jóvenes que se gradúan la morosidad alcanza el 30%. Ni siquiera el término de los estudios garantiza el pago de una deuda que algunos estudiantes deben continuar pagando durante diez o quince años después de graduarse.
Un factor que paradójicamente ha contribuido a esta politización es el modelo educativo chileno, uno de los más desiguales del continente, y que obliga a endeudarse a más de la mitad de los estudiantes para acceder a la universidad
Esta situación ha contribuido a generar un enorme rechazo por parte del estudiantado al sistema educativo chileno. Un modelo defendido a ultranza por las élites económicas nacionales, pero que paradójicamente ha acabado jugando en contra de sus intereses, ya que ha contribuido a generar una juventud plenamente consciente y convencida de querer derribar el entramado neoliberal sostenido por la constitución de Pinochet aún vigente a día de hoy.
La influencia de los jóvenes este año, donde los chilenos eligen nuevo presidente y a los diputados que redactarán la nueva constitución, será fundamental. Si en las últimas décadas los jóvenes habían sido el grupo de edad más abstencionista, en el plebiscito de octubre de 2020 su participación fue clave en la arrolladora victoria del “Apruebo”. Las comunas más jóvenes fueron aquellas que tuvieron una participación más alta y las que más apoyaron la redacción de un nuevo texto constitucional. Un dato que pone de manifiesto la importancia de un grupo cuyas preferencias y preocupaciones se separan bastante de las de sus mayores. La educación, junto a la salud, las pensiones o la corrupción, se encuentra entre los principales problemas que perciben los jóvenes, que a diferencia de sus mayores no sitúan la delincuencia entre los problemas más graves del país.
Por ahora, sus preferencias electorales no se inclinan decididamente por ningún candidato, pero sí se colocan más a la izquierda que en el resto de la población. En la última encuesta de Activa Research, la suma de las diferentes candidaturas de la izquierda para las elecciones presidenciales alcanzaba un 34,8% entre los más jóvenes mientras que la derecha no llegaba al 20 (18,8%). Una diferencia que se reducía en el total de la población, con un 30% para los candidatos de la izquierda y un 24,5% para los de la derecha, y que se invertía en los grupos de más edad, ya que entre los adultos entre 41 y 50 años, los candidatos de la derecha suman un 31,8% frente al 28,1% de los de la izquierda, y entre los mayores de 51 donde ambos bloques empatan con un 24% para cada uno. Una situación que muestra el importante papel que deben jugar los jóvenes dentro de la izquierda si esta aspira a liderar el cambio social que demanda el país.
La generación del bicentenario y el rechazo a un sistema corrupto
Mucho se ha hablado las últimas semanas de los jóvenes peruanos, cuya demostración de fuerza en las calles consiguió tirar abajo el gobierno encabezado por Manuel Merino, que no llegó a aguantar una semana en el cargo. Merino, un hombre que apenas había obtenido 5.000 votos en las últimas elecciones, asumió el poder en una situación completamente inusual tras la destitución del expresidente Martín Vizcarra. La destitución por incapacidad moral impulsada por el Congreso, se basaba en un supuesto caso de corrupción de hace más de una década, cuando Vizcarra formaba parte del gobierno regional de Moquegua.
El pueblo peruano, que había celebrado hace más de un año la disolución del Congreso por parte de Vizcarra como una gesta contra la corrupción de la clase política, se opuso fervientemente a este proceso impulsado por el Congreso. Una vez más, una coalición de partidos sin ningún tipo de proyecto común más allá de la destitución del presidente sumía al país en una crisis política en uno de los momentos más críticos de los últimos años.
Sin embargo, al contrario de lo que esperaban los que orquestaron el golpe contra Vizcarra, la destitución desató una airada reacción popular, que finalmente obligó a Merino a abandonar el poder tras una intensa semana de movilizaciones. Las marchas, que se saldaron con dos muertos y cientos de heridos, pusieron de manifiesto el rechazo a Merino y a las maniobras del Congreso. Más de un 65% de los peruanos consideraron la destitución excesiva o incorrecta, y casi 9 de cada 10 desaprueban a un Congreso que se encuentra en mínimos históricos de respaldo ciudadano.
Estas protestas no fueron lideradas por los sindicatos ni los partidos tradicionales, sino por los más jóvenes, quienes a través de las redes sociales y distintas estrategias de movilización inspiradas en los manifestantes de otras latitudes como Chile o Hong Kong propagaron las movilizaciones por todo el país. En un país donde los partidos políticos han dejado de ser los mecanismos de representación de la ciudadanía, los jóvenes asumieron el protagonismo, un hecho que se apreciaba en las redes, las calles y hasta en las pancartas de los manifestantes, donde los memes sustituyeron a los eslóganes políticos tradicionales.
En Perú los más jóvenes, a través de las redes sociales y distintas estrategias de movilización inspiradas en los manifestantes de otras latitudes como Chile o Hong Kong, propagaron las movilizaciones por todo el país
Las formas de comunicación han cambiado, como también lo han hecho la forma de manifestarse o los mecanismos de expresión popular. Las redes sociales han adelantado por la derecha a medios tradicionales como la prensa escrita, y gracias a la inmediatez y la gran capacidad de difusión de estas, la indignación se propagó rápidamente por todo el país. Quienes han encarnado este cambio han sido los más jóvenes, la denominada generación del bicentenario, que adopta este nombre por los doscientos años que se cumplen este 2021 de la independencia de Perú.
Un término acuñado por la socióloga Noelia Chávez, que además de dar identidad al grupo que vive su juventud durante este segundo centenario de la independencia del país, también pretende resignificar esta fecha. “No debemos considerar el Bicentenario como una mera conmemoración de la independencia, sino pensarlo a partir de las manifestaciones. El término Generación del Bicentenario nace para eso: para darle sentido a la protesta e intentar una narrativa más esperanzadora para el Bicentenario”.
Estas palabras de Noelia Chávez muestran como a través de las movilizaciones se ha buscado dotar al Bicentenario de una narrativa que dé sentido a una fecha que ya no será una simple conmemoración de la independencia. En abril habrá elecciones presidenciales en Perú y 2021 podría ser un año de cambios para un país donde el desprestigio de la clase política ha llegado a niveles elevadísimos. La generación del bicentenario, un sujeto poliédrico que venía formándose desde hace años con las movilizaciones contra la Ley Pulpin, o el movimiento feminista y LGTBI, se ha convertido en la principal representante del hartazgo de los peruanos hacia su clase política y su papel en los próximos años puede ser muy relevante.
La juventud como motor del cambio
Tanto Chile como Perú han demostrado durante estos últimos años el enorme potencial de cambio que existe en sus sociedades. La movilización social, que en ambos países recogió el testigo de movilizaciones pasadas, actuó como catalizadora del descontento y sacó a la luz unos anhelos de cambio que hasta entonces habían permanecido enterrados. A pesar de las diferencias entre ambos países, existe un cierto sustrato común en las protestas de los últimos años: la búsqueda de cambios sustanciales en la política y la economía y una crítica que ha dejado de ser a un gobierno concreto para tornarse más sistémica. En Chile a un entramado neoliberal que continúa empobreciendo a las clases populares del país, y en Perú hacia la corrupción y el clientelismo que impregnan el Congreso y buena parte de la política peruana.
La generación del bicentenario se ha convertido en la principal representante del hartazgo de los peruanos hacia su clase política y su papel en los próximos años puede ser muy relevante
Además, en ambos países los jóvenes han sido el principal motor de las protestas, mostrando su rechazo visceral hacia la corrupción y los privilegios de unas élites que se han hecho más intolerables que nunca ante a las precarias condiciones de vida y la falta de perspectivas de futuro de buena parte de la población. El desempleo juvenil o el enorme coste económico de las universidades son algunos de los problemas más graves que afectan a unos jóvenes que sienten que la política actual no les habla a ellos.
Los jóvenes chilenos y peruanos son distintos, aunque verdaderamente quieren cosas bastante parecidas. Este 2021 pueden cambiar bastantes cosas en Chile y en Perú. Chile elegirá a los diputados que redacten su nueva constitución y en Perú comienzan a resonar demandas que piden una nueva carta magna para el país. Con dos calendarios electorales bastante concurridos y una situación económica, política y social bastante incierta, el papel de la juventud y de las movilizaciones populares volverá a ser fundamental para empujar las transformaciones sociales en una u otra dirección. Veremos que nos depara el nuevo año.
Foto: Jorge García
Jóvenes huyen de los gases lacrimógenos en una manifestación en Lima.
Fuente: El Salto