Por Paulo Giacobbe (La Retaguardia), Resumen Latinoamericano, 25 de marzo de 2021.
Edición: Fernando Tebele/Pedro Ramírez Otero
Con esta nota, La Retaguardia lanza una campaña un tanto pretenciosa pero no por eso imposible: cambiarle el nombre a la línea del Ferrocarril que hoy lleva el de Julio Argentino Roca. La propuesta es que lleve el de Rodolfo Walsh. El periodista y militante popular desaparecido el 25 de marzo de 1977, utilizó esa línea como último recorrido para venir a la CABA desde San Vicente, donde está la última casa que habitó, por cierto aún ocupada por la familia de un policía. (Por La Retaguardia)
Esa parte de la historia es conocida, o bastante conocida. Se fue armando como algunos de sus textos. Reconstruyendo de a gotas, pasos, saltos y tachaduras. Comienzos nuevos sobre otros comienzos, como si él mismo estuviera martillando su propia historia en una máquina de escribir. Ese obsoleto —usual en esos días— elemento de escritura, quedó asociado a su imagen, como sus anteojos. Escritor, periodista militante comprometido con su tiempo. En estas líneas no se va a decir nada nuevo sobre las últimas horas de Rodolfo Walsh.
La línea de Ferrocarril General Roca recorre grandes distancias del Sur de la Provincia de Buenos Aires. En 1977, un ramal de esas vías llegaba hasta San Vicente. Fue ahí donde Lilia Ferreyra y Rodolfo Walsh subieron a un tren rumbo a la otra cabecera: Plaza Constitución, en la Ciudad de Buenos Aires. Ya era más de la una de la tarde. Ahí se despidieron. Walsh tenía tres citas en su rol como integrante de Montoneros, ANCLA (Agencia de Noticias Clandestina) y Cadena Informativa. Fue solo. Ambos jugaban al Go, sabían de territorios cercados.
“No te olvides de regar las lechugas”, le dijo Lilia a su compañero. Suponían que Rodolfo volvería antes a San Vicente. Llevaba dos armas consigo. Una pequeña pistola 22, que utilizó con el objetivo de evitar ser acribillado cuando un grupo de tareas de la ESMA intentó secuestrarlo. En San Juan y Entre Ríos, a pocas cuadras de Constitución, no permitió que se lo llevaran con vida. Como meses antes lo había hecho Vicki, su hija, en la calle Corro.
Su otra arma fue la Carta Abierta de un Escritor a la Junta Militar. Walsh se estaba volviendo a llamar a sí mismo escritor. A un año del golpe denunció lo que los grandes medios encubrían y que nunca rectificaron en sus páginas. Por el contrario, leyendo algunos editoriales, aún hoy reivindican. En cambio, Walsh no calló: “Dictada por el Fondo Monetario Internacional según una receta que se aplica indistintamente al Zaire o a Chile, a Uruguay o Indonesia, la política económica de esa Junta sólo reconoce como beneficiarios a la vieja oligarquía ganadera, la nueva oligarquía especuladora y un grupo selecto de monopolios internacionales encabezados por la ITT, la Esso, las automotrices, la U.S. Steel, la Siemens, al que están ligados personalmente el ministro Martínez de Hoz y todos los miembros de su gabinete”.
La desaparición del periodista no fue reflejada en los medios comerciales argentinos. El cuerpo pudo haber sido calcinado y enterrado en el campo de deportes del Centro de Detención Tortura y Exterminio que funcionaba en la ESMA, que actualmente se utiliza para actividades recreativas.
La casa de San Vicente fue reventada. Un boleto de compraventa permitió que los criminales dieran con el inmueble. Fue saqueado. En la ESMA, el sobreviviente Martín Gras leyó un cuento secuestrado, Juan se iba por el río. La familia nunca pudo recuperar el cuento, ni otros objetos. Ni siquiera la casa, que fue usurpada por un policía.
Pero la vivienda está señalizada y la calle cambió de nombre. Triunvirato se llama ahora Rodolfo Walsh y, todos los años, la Mesa de la Memoria de San Vicente marcha hasta el lugar que tiene destino inevitable de Sitio de Memoria.
En la esquina donde el escritor fue asesinado, la agrupación Vecinos de San Cristóbal Contra la Impunidad colocó una placa recordándolo. Sobre San Juan, donde está el banco.
Prontuario
Julio Argentino Roca fue un genocida que buscaba la presidencia y cumplió funciones militares para el poder económico. La última dictadura cívico militar eclesiástica lo homenajeó con fervor al cumplirse cien años de sus crímenes. Osvaldo Bayer, junto a Raúl Fernández, explicaron sin cansarse la importancia de cambiar los nombres que no merecen homenaje. En Desmonumentar a Roca, Marcelo Valko escribió: “Personajes como Roca, ya están muertos: fallecieron cómodamente en sus camas. La Justicia no los puede alcanzar para que paguen por sus crímenes y crueldades, pero nosotros podemos castigarles la memoria. Un acto que constituye la única manera de elaborar los profundos traumas colectivos que arrastramos como Nación”.
En el caso de la línea del Ferrocarril Roca ocurre algo más. Ninguna línea de tren que tenga ese apellido puede tener como cabecera principal una estación con el nombre de Constitución. Si no se le cambia el nombre a la línea, habría que, por lo menos, cambiarle el nombre a la cabecera. “Exterminio” podría ser.
De Walsh, entonces, se conocen y están señalizadas dos puntas de su secuestro: su casa en San Vicente y su asesinato en San Cristóbal; pero el ramal del último recorrido que realizó en tren tiene nombre de genocida. Cambiar “Línea Roca” por “Línea Rodolfo Walsh” para unir la memoria, sería un acto de justicia.