Por Cristóbal García Vera, Resumen Latinoamericano, 16 de abril de 2021.
«Intentar que las obreras consideren a las burguesas sus aliadas es la mejor manera de perpetuar el sistema que las explota»
¿Constituyen las mujeres una única «clase social, económica y culturalmente diferente de las otras clases masculinas», explotada por los hombres de todas las clases sociales y relacionada con ellos en «régimen de servidumbre», tal y como sostiene en una de sus tesis principales el Partido Feminista de España? ¿Podrían, en ese caso, las asalariadas esperar algún tipo de «solidaridad» por parte de una banquera, la multimillonaria heredera de Inditex Sandra Ortega o la ejecutiva de una multinacional? La resolución de este debate tiene mucho que ver – sostiene en este artículo nuestro colaborador Cristóbal García Vera – con el combate entre las corrientes feministas asumibles por el sistema capitalista y un feminismo socialista que siempre ha aspirado a conjugar la lucha por la liberación de la mujer con el proyecto de construir una sociedad libre de todo tipo de explotación y opresión (…).
«Económica y socialmente, las mujeres de las clases explotadoras no son un sector independiente de la población. Su única función social es la de ser instrumentos para la reproducción natural de las clases dominantes… Las mujeres de la burguesía… son los parásitos de los parásitos del cuerpo social».
Rosa Luxemburgo. «El voto femenino y la lucha de clases» (1912) (1)
«La cuestión de la mujer sólo puede ser resuelta a través de la línea de las mujeres trabajadoras contra los hombres y mujeres en el poder.Las mujeres de la clase dirigente tienen exactamente los mismos intereses que sus hombres en sostener y perpetuar la sociedad capitalista”.
Evelyn Reed. «Sexo contra sexo o clase contra clase» (1977) (2)
Si encabezamos esta crítica a la tesis que pretende categorizar a todas las mujeres como una única “clase social” con las citas de Rosa Luxemburgo y Evelyn Reed ‑pionera feminista-marxista estadounidense- no es con la pretensión de apelar, falazmente, al “argumento de autoridad” que un espíritu crítico debe rechazar por principio, y sea quien sea la pretendida “autoridad”. Nuestra intención es, simplemente, poner de manifiesto hasta dónde se pueden rastrear los antecedentes históricos de un debate que, en cualquier caso, continúa vigente y cuya traducción práctica es absolutamente fundamental para determinar la dirección que pueda tomar en nuestros días el movimiento feminista.
El propósito que nos mueve a escribir este artículo es el de llamar la atención sobre las catastróficas consecuencias políticas derivadas de hacer creer a las mujeres trabajadoras que podría existir entre ellas y las mujeres de las clases dominantes alguna suerte de “solidaridad”. O, por ejemplificarlo con la claridad que requiere un tema de tanta importancia, alertar sobre la enorme ayuda que se ofrece a la reproducción del sistema capitalista, que explota a las trabajadoras de manera especialmente sangrante, convenciéndolas de que una camarera de piso, la obrera de una fábrica o una peluquera pueden tener como aliadas potenciales a una banquera, la multimillonaria heredera de Inditex Sandra Ortega, una alta ejecutiva de Coca Cola o las mujeres que hacen carrera en la política institucional; solo porque todas tienen en común su capacidad para gestar y parir.
Ello no niega, obviamente, el hecho de que el sexismo existe aún en nuestras sociedades y que cualquier mujer puede ser objeto de varias formas de violencia machista; pero tanto la posibilidad de que esto se dé como la capacidad de la mujer para enfrentarse a esa violencia varían enormemente dependiendo de la clase social a la que pertenezca.
UNA TESIS DEL FEMINISMO BURGUÉS APENAS BARNIZADA DE “MARXISTA” POR EL PARTIDO FEMINISTA DE ESPAÑA
La tesis de la mujer como “clase” – o “casta”- social, antagónica a las clases de los hombres, fue formulada en los años 70 del pasado siglo XX por autoras del llamado“feminismo radical”, como Shulamith Firestone o Christiane Dupont, que para justificarla conceptualizaron también el trabajo doméstico como un supuesto “modo de producción” (3).
La crítica de esa tesis corrió a cargo de autoras marxistas, como la citada Evelyn Reed, o la feminista vasca Fini Rubio quien, en la presentación de una obra colectiva dedicada fundamentalmente a recusar a las «radicales», advertía en 1977 que:
“La tendencia radical feminista, al definir a la mujer como clase y a la familia como modo de producción, desvirtúa y tergiversa la acepción marxista de los términos clase y modo de producción e introduce un factor de antagonismo entre los sexos difícil si no imposible de convertir en una práctica política cuanto menos progresiva” (4).
Más de cuarenta años después nos encontramos, en el Estado español, ante una “originalidad” política que refleja muy bien la confusión teórica e ideológica que caracteriza a nuestro tiempo: la asunción de la tesis de la mujer como “clase social” por parte de una organización que se autoproclama marxista, el Partido
Feminista de España presidido por Lidia Falcón, y su promesa de “fundamentarla” de una manera rigurosamente “científica”. La reformulación de esta tesis, publicada en la web oficial del PFE con fecha de 2016, carece por completo de cualquier análisis basado en la tradición marxista que ‑aunque muy amplia y diversa- parte de algunos supuestos fundamentales, incluye un determinado enfoque metodológico y no es un cajón de sastre compatible con cualquier tipo de especulación sin fundamento empírico (5).
SEXO CONTRA SEXO HASTA EN EL SOCIALISMO: UN “ANTAGONISMO” QUE SE PRESENTA COMO FUNDAMENTAL
Asumiendo la teorización de las “feministas radicales”, el PFE sostiene, en efecto, que «Las mujeres constituyen una clase social, económica y culturalmente diferente de las otras clases masculinas», con respecto a las cuales establece una relación de “antagonismo” como clase explotada.
Y para explicar la separación entre estas supuestas «clases« incurre en un determinismo biologicista:
«Las causas materiales de la explotación femenina se hallan en su propia constitución fisiológica, en su especialización reproductora, en la servidumbre de la gestación, de la parición (sic) y del amamantamiento» (6).
Un planteamiento contrario al marxista que, sin negar un fundamento biológico en la originaria división sexual del trabajo, destaca el carácter social e histórico del proceso de subordinación de la mujer.
Finalmente, el PFE también coincide con las feministas radicales en elevar el trabajo doméstico a la categoría de “modo de producción” que determinaría este antagonismo “natural” entre las mujeres y los hombres.
En su tesis, el Partido Feminista realiza un tratamiento totalmente ahistórico del trabajo doméstico que le lleva a sostener que los hombres en “toda sociedad” – lo mismo en una comunidad primitiva, que en un país capitalista del S. XXI u otro país con un Estado socialista como la antigua Unión Soviética -, “someten y explotan a las mujeres en régimen de servidumbre”.
El hilo de este razonamiento lleva a la redactora de la tesis a proponer una “solución” políticamente no igualitaria para acabar con el dominio “feudal” ejercido por los hombres:
“Para que no existiera explotación en la apropiación de ese trabajo excedente de la mujer sería preciso que se le retribuyera por él equitativamente al esfuerzo realizado. Es decir, que las mujeres tendrían que recibir una parte mucho mayor de la riqueza social que los hombres, lo que las constituiría en el grupo más poderoso de la sociedad” (7).
Aunque la tesis no desarrolla esta sugerencia de sociedad “amazónica”, sí deja meridianamente claro que el antagonismo entre hombres y mujeres no se resolvería ni con una revolución socialista, ni con la continuada praxis de construcción de hombres y mujeres nuevos que, especialmente después de la misma, sería precisa para ir superando todas las concepciones que reproducen la subordinación femenina.
«Mientras el proletariado es una clase en ascenso… todavía puede movilizar a las mujeres en su propio beneficio, y convencerlas de que la lucha por el socialismo es su propia lucha. Alcanzada la victoria de aquellos países donde se ha producido una revolución proletaria, las mujeres quedan en un lugar secundario en la sociedad, y siguen siendo explotadas por los hombres en la reproducción, la sexualidad y el trabajo doméstico» (8).
Una revolución socialista, por tanto, solamente podría servir a las mujeres para “iniciar el camino de su lucha”, a condición de que entiendan que su nueva situación en relación con los varones será en realidad:
«Un fiel remedo, en la dialéctica de la lucha de clases, de la de los siervos y los campesinos medievales que se transformaron en proletarios, con igualdad de derechos civiles y políticos que sus antiguos señores, solo para cambiar la explotación servil por la entrega de plusvalía al capital» (9).
Los avances sin precedentes alcanzados por las mujeres en los países que intentaron, o intentan, construir el socialismo se despachan con el tratamiento expeditivo de «una aparente” concesión de “derechos civiles y políticos”; mientras que los obstáculos que siguieron frenando en ellos la conquista de una plena igualdad no son estudiados, de forma concreta, como pervivencias de una vieja mentalidad patriarcal. Por el contrario, la tesis del Partido Feminista de España defiende la existencia de un conflicto de “clase” entre hombres y mujeres en el socialismo que sitúa, exactamente, al mismo nivel fundamental que el que enfrenta a los obreros con los burgueses.
UNA PROPUESTA DE COLABORACIÓN INTERCLASISTA CAMUFLADA EN EL SINSENTIDO DE LA “CLASE MUJER”
La explicación marxista sobre el funcionamiento de las sociedades de clase se realiza a partir de un modelo en el que se identifican dos grupos fundamentales enfrentados por un conflicto objetivo, determinado por la propiedad de los medios de producción. Por un lado, los propietarios de estos medios de producción; por el otro, los productores directos que, por carecer de los mismos, son explotados por los primeros, que se apropian de su esfuerzo y del fruto de su trabajo (10).
En ningún caso, la teorización marxista sostiene que estas clases fundamentales son las únicas presentes en una formación social determinada. En el marco de una sociedad concreta encontramos siempre, junto a las clases fundamentales, otras clases y fracciones de clase ‑divisiones internas– que complejizan su estructura, diversifican las mentalidades de estos grupos y hacen también más complejo el trabajo político de las organizaciones revolucionarias (11).
Tampoco sugiere la explicación marxista que el conflicto esencial – asalariados/as contra burgueses/as en el capitalismo – sea el único existente o agote todas las formas de opresión, desigualdad o discriminación presentes en una sociedad.
Los marxistas sí insisten en señalar, en cambio, que este antagonismo fundamental – irresoluble en el marco del propio capitalismo– determina y modula el resto de contradicciones y opresiones y actúa como motor fundamental en la lucha de clases. Y lo hace en combate constante con las diferentes formas de la ideología dominante: desde las que intentan decretar el «fin del trabajo»,hasta las corrientes postmodernas que ocultan la esencia de esta explotación bajo el “velo de la diversidad”, en beneficio de la reproducción del sistema.
Este mismo “favor” a la perpetuación del capitalismo podría llegar a hacerlo la idea sostenida por el Partido Feminista de España de que la constatable pertenencia de las mujeres a diversas clases sociales ¡no existe en la realidad!, sino que sería fruto de una obnubilación de la conciencia provocada por la “ideología patriarcal-capitalista”; por lo que las mujeres de las clases dominantes que actúan conforme a sus intereses materiales lo harían – según esta extravagante tesis – porque aún no se ha desarrollado la “conciencia de clase para sí” en la Mujer (12).
Una estrategia política coherente con esta concepción debería conducir a las organizaciones de trabajadoras a intentar “concienciar” a sus “hermanas” de la patronal de que solo uniéndose a ellas para luchar contra la “explotación del varón” podrán alcanzar su liberación como “clase”. Tampoco sería incompatible con la decisión de confiar los intereses de una agrupación de asalariadas precarias a una alta ejecutiva de la empresa que las explota, si ésta dijera“comprender” que lo fundamental es siempre defender los derechos de “la mujer”. Y, obviamente, debería establecer como enemigo principal a combatir al hombre “opresor” que las somete a todas por igual en «régimen de servidumbre».
LA MUJER BURGUESA: “UN CONCEPTO TOTALMENTE ACIENTÍFICO” SEGÚN EL PFE
Contra toda evidencia el Partido Feminista de España sostiene que:
«El criterio con el que un gran sector de «marxistas» clasifican a algunas mujeres como «burguesas» resulta totalmente acientífico, porque… en la gran mayoría de los casos dichas mujeres no son las propietarias de los medios de producción ni detentan ningún poder económico ni político» (13).
Aunque la segunda parte de esta afirmación podría ser cierta si se refiriera a sociedades pasadas (14), resulta totalmente anacrónica cuando pretende describir la realidad actual. Pero, comoquiera que ni siquiera un texto tan especulativo como el del PFE puede ignorar el hecho de que sí existen mujeres propietarias de medios de producción, grandes accionistas de empresas multinacionales, banqueras o directoras de organismos financieros internacionales, su tesis las despacha afirmando que “son estadísticamente insignificantes”, para luego apostillar que:
«Incluso la mujer burguesa, que tiene la propiedad de los medios de producción, puede estar explotada por el marido dentro del modo de producción doméstico» (15).
¿“SORORIDAD” ENTRE MUJERES DE CLASES ANTAGÓNICAS?: LA CONCEPCIÓN QUE OCULTA UN 8 DE MARZO COOPTADO POR EL PODER
La ex alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, festejando el 8M institucionalizado e interclasista con un grupo de importantes empresarias
Desde este diario digital se ha venido denunciando la forma en que, coincidiendo con la ofensiva neoliberal iniciada en los años 70 y la imposición de las concepciones ideológicas posmodernas, se fue abriendo paso en todo el mundo occidental un feminismo cooptado por el poder (16), que ha arrinconado las posiciones más avanzadas del feminismo socialista:
Aquel que ha aspirado siempre a conjugar la lucha por la liberación de la mujer con el proyecto de construir una sociedad libre de todo tipo de explotación y opresión, por razón de clase, sexo, raza o cualquier otra condición humana, y donde se establezca una relación sostenible con el medioambiente del que depende nuestra especie para su reproducción.
Una clara expresión de la hegemonía de este “feminismo institucionalizado” fue la sustitución del 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer Trabajadora por el interesadamente ambiguo e interclasista “Día Internacional de la Mujer” (17).
La misma tendencia se ha expresado, en los últimos años, con la promoción por parte de los medios de comunicación corporativos, y los partidos “social liberales” de viejo o nuevo cuño – como el PSOE o Unidas-Podemos – de la idea de que sería posible alcanzar una alianza entretodas las mujeres, para construir una sociedad más justa e igualitaria. Así como en la fantasía de que “feminizando” la política, o situando a mujeres al frente de Gobiernos imperialistas (18) y ministerios de la Guerra (19) se podría atenuar de alguna forma la esencia depredadora y criminal del capitalismo.
Sin organizaciones políticas revolucionarias con incidencia suficiente para transmitir una recusación de esta expresión de la ideología dominante, la mayor parte de las jóvenes que se interesan actualmente por el feminismo acaban asumiendo esa trampa aparentemente “progresista”, y adscribiéndose a diversas corrientes del feminismo abiertamente burgués– como el liberal, o «reformista» como las llamadas “rad- fems” o el «Feminismo del 99%», una de las últimas manifestaciones de la socialdemocracia vergonzante que se presenta a sí misma como «anticapitalista». (20).
Aunque con una escasa influencia entre las nuevas generaciones, el PFE induce a creer también, con su tesis de “la mujer como clase social y económica”, en la posibilidad de establecer una alianza política entre explotadoras y explotadas. Y favorece el engaño mucho más sutil – y por tanto más peligroso – que a menudo conduce a las trabajadoras y trabajadores más humildes a ceder la dirección político-ideológica de sus luchas a sectores sociales que viven demasiado bien en este sistema como para adscribirse consecuentemente a un proyecto de cambio real que, inevitablemente, implica confrontar con el Poder a un nivel que nada tiene que ver con la esgrima mediática o los juegos florales parlamentarios. (21). Y todo ello, con la particularidad de que el Partido Feminista intenta camuflar el origen burgués de dicha teorización tras algunos términos marxistas y citas descontextualizadas de Marx, Engels o Nicos Poulantzas.
Una deriva ideológica congruente con esta manera de interpretar el conflicto social podría ser similar a la de la conocida líder sufragista británica Emmeline Pankhurst – citada por la redactora de la tesis del PFE para intentar reforzar su posición‑, que comenzó su militancia orientada hacia el ala izquierda del Partido Laborista, pero acabó sus días preocupada por la “amenaza del bolchevismo” y como miembro del muy clasista y exclusivo Partido Conservador.
Regresión política relativamente fácil de sufrir si se pierde de vista que las trabajadoras deben dirigir su lucha contra los hombres y mujeres que las explotan y el sistema que hace posible tanto esa explotación como su opresión específica por ser mujeres; y no contra todos “los hombres” –como propusiera Mrs. Pankhurst (22)- por su mera determinación biológica-sexual.
Notas y referencias bibliográficas:
(1) «El voto femenino y la lucha de clases». Rosa Luxemburgo.
(2) «Sexo contra sexo o clase contra clase». Evelyn Reed. Editorial Fontamara, S.A.
(3) La unidad doméstica se puede considerar la «base orgánica» de todos los modos de producción, pero no, en sí misma, uno de estos modos de produción. Las características de dichas unidades domésticas han ido variando a lo largo del tiempo y continúan haciéndolo en la actualidad en las sociedades capitalistas más desarrolladas, que van incorporando al mercado actividades antes realizadas en el ámbito de la familia.
(4) “Marxismo y liberación de la mujer”. Dédalo ediciones. 1977.
(5) No conviene confundir, sin embargo, la precisión filológica acerca del origen de la tesis del Partido Feminista de España, que realizamos solo por la pretensión infundada de su redactora de calificarla como «marxista», con la recusación de su validez para interpretar la naturaleza de la opresión particular a la que han sido sometidas las mujeres. La tesis del PFE no es insostenible y falsa porque sea «antimarxista» – ya que el marxismo no es ninguna suerte de Biblia laica en la que pueda leerse «La Verdad» revelada -, sino por su flagrante falta de correspondencia con la realidad social que pretende describir.
(6)Tesis del PFE. La mujer como clase social y económica.
(7) Ibídem.
(8) Ibídem.
(9) Ibídem.
(10) Como es conocido, esta oposición entre ambas clases antagónicas ha adoptado diferentes formas a lo largo de la historia. Desde las sociedades esclavistas, en las que los productores eran, al mismo tiempo, una propiedad de sus amos; hasta las modernas sociedades capitalistas, donde los asalariados son formalmente libres, pero están obligados a vender su fuerza de trabajo para sobrevivir.
(11) Por necesidades didácticas de nuestra exposición nos referimos en este texto, exclusivamente, al antagonismo fundamental que existe entre las mujeres trabajadoras y las mujeres de la burguesía o las clases dominantes. Sin embargo, la evidencia histórica, que brilla por su ausencia en la tesis especulativa del PFE, muestra que las mujeres de la pequeña burguesía y de determinados sectores de las llamadas «clases medias» ‑al igual que los varones de estas clases sociales- tienen un comportamiento fluctuante en momentos de cambio y confrontación social y, en no pocas ocasiones, han jugado un papel destacado como base de la reacción. A título de ejemplo, basta recordar que las mujeres de estas clases se convirtieron en Chile en un bastión del golpismo contra el gobierno de Salvador Allende, aportando al mismo, a nivel mediático, su patético «activismo del cacerolazo».
(12) Tesis del PFE. La mujer como clase social y económica.
(13) Ibídem.
(14) Pese a ello, Rosa Luxemburgo ya advertía en 1912 a las trabajadoras que «las mujeres de las clases propietarias defenderán siempre fanáticamente la explotación y la esclavitud del pueblo trabajador gracias al cual reciben indirectamente los medios para su existencia socialmente inútil». Calificaba a las mujeres de los burgueses como «los parásitos de los parásitos del cuerpo social». Y, señalando que «los consumidores son a menudo mucho más crueles que los agentes directos de la dominación y la explotación de clase a la hora de defender su «derecho» a una vida parasitaria», denunciaba que «cuando la heroica Comuna obrera de París fue aplastada por los cañones, las radiantes mujeres de la burguesía fueron incluso más lejos que sus hombres en su sangrienta venganza contra el proletariado derrotado».
(15) Tesis del PFE. La mujer como clase social y económica.
(16)«Del «New York Times» a «Público»: Las cocinas mediáticas del feminismo low-cost, Tita Barahona.
(17) El 8 de marzo. Un día que no puede ser de todas las mujeres, Tita Barahona.
(18) Recientemente, la ministra de Igualdad del Gobierno de España, Irene Montero, expresaba en Twitter su «emoción» por el nombramiento como vicepresidenta de EE.UU. de «la primera mujer afroasiática, Kamala Harris« y su esperanza de que la nueva administración demócrata «abra una etapa de tolerancia, justicia social e igualdad». Más información al respecto en: Las «rompetechos de cristal» de lujo y sus palmeros «progresistas», Tita Barahona; «Kamala Harris: Una colorida presidenta para Joe Bideny «Se consuma la decepción con las nuevas democratas socialistas en EE.UU.», Tita Barahona.
(19) Las «feministras» lamebotas del imperio, Tita Barahona.
(20) El bautizado como «Feminismo del 99%« puede considerarse una de las últimas manifestaciones del reformismo socialdemócrata «vergonzante» que se presenta a sí mismo como «anticapitalista». Con un manifiesto escrito por Nancy Fraser, Cinzia Arruza y Tithi Bhattachar que ya que ha sido traducido a múltiples idiomas, fue presentado en el Estado español por la dirigente de Podemos Clara Serra en las pasadas Jornadas Feministas organizadas por la revista CTXT, en la que ella misma aportó un capítulo. Cuenta con la adhesión de la dirección de la Comisión 8‑M, hegemonizada también por el partido morado de Pablo Iglesias. Más información en: «Feminismo del 99%: ¿La última estrategia para despistar a las trabajadoras?«, Tita Barahona.
(21) Evidentamente, con esta afirmación no pretendemos negar el hecho de que algunos individuos llegan a desclasarse, a renunciar a cualquier privilegio y hasta a entregar sus vidas por las causa de los explotados y oprimidos. Una respetable lista de líderes revolucionarios lo atestigua. Ese fenómeno, sin embargo, no refuta las conclusiones generales que se pueden extraer del estudio del comportamiento colectivo de las clases sociales y sus diversas fracciones a lo largo de la historia, cuya omisión en la estrategia de las organizaciones populares solo puede conducirles a nuevas y trágicas derrotas.
(22) La autora de la tesis del PFE escribe: «En el momento en que Mrs. Pankhurts toma conciencia de que es necesario luchar contra los hombres ‑tanto los de la derecha como los de la izquierda-, ésta afirma: «A los hombres tenemos que agradecerles habernos enseñado la alegría de la lucha».