Pen­sa­mien­to crí­ti­co. Ensan­char sin medi­da lo posi­ble: Once tesis sobre el comunismo

Por Collet­ti­vo C17, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 15 de abril de 2021.

1. Espec­tro

Don­de está en el poder el Par­ti­do Comu­nis­ta, el comu­nis­mo hace mucho que ha des­apa­re­ci­do. Pre­va­le­cen el mer­ca­do y la explo­ta­ción, pero sin liber­tad de expre­sión ni parlamentos.

El comu­nis­mo es una his­to­ria dege­ne­ra­da, derro­ta­da, liqui­da­da; en Euro­pa y en el mundo.

Raras veces ocu­rre que una derro­ta siga sien­do un espec­tro, que man­ten­ga la capa­ci­dad de seguir ame­dren­tan­do: es el caso, raro, del comu­nis­mo. La pala­bra se ha vuel­to impro­nun­cia­ble, el sen­ti­do o el pro­yec­to difí­ci­les de esclarecer.

El enemi­go, sin embar­go, no ha deja­do de tener cla­ras sus ideas; cier­ta­men­te no está tan ate­rro­ri­za­do como en 1848, y sin duda ha apren­di­do a pre­ve­nir. Al capi­ta­lis­mo con­tem­po­rá­neo lo ame­dren­ta no ser amedrentado.

Sabe­mos, des­de Hob­bes, que el mie­do rei­na sobe­rano: hoy el mie­do, el chan­ta­je per­ma­nen­te que supo­ne vivir vidas pre­ca­rias, hacen posi­ble la explotación.

Si es así, hay algo que no cua­dra: las vidas, por pre­ca­rias que sean y por mucho que siem­pre estén a pie de obra, son un peli­gro, ade­más de estar en peli­gro.

Comu­nis­mo es el nom­bre de ese exce­den­te que, a pesar de todo, sigue cau­san­do miedo.

La vic­to­ria del capi­tal, como una néme­sis, no deja de pro­du­cir ese exce­den­te (de rela­cio­nes, de movi­li­dad, de fuer­za-inven­ción, de coope­ra­ción productiva…).

La vic­to­ria del capi­tal, como una néme­sis, no cesa de pro­du­cir las con­di­cio­nes obje­ti­vas del comu­nis­mo: la reduc­ción del “tra­ba­jo nece­sa­rio” a la repro­duc­ción social de la fuer­za de trabajo.

2. Neo­li­be­ra­lis­mo

“Capi­ta­li­zar la revo­lu­ción”: des­de 1968, es el sello de la gran trans­for­ma­ción en la que esta­mos inmersos.

Si, con las luchas, la vida se des­goz­na y sale de la fábri­ca, es nece­sa­rio ir tras ella en todas par­tes, poner a pro­du­cir sus ras­gos úni­cos e irre­pe­ti­bles, nego­ciar con los gus­tos esté­ti­cos y los com­por­ta­mien­tos de cada uno, trans­for­mar la maqui­na­ria en pró­te­sis del “cere­bro social” (tec­no­lo­gías digi­ta­les y de las comu­ni­ca­cio­nes: de la PC a la Web, de los Smart Pho­nes a las Redes Socia­les) y el inte­lec­to gene­ral en algo­rit­mo.

Fue lo que acon­te­ció mien­tras corría rau­da la glo­ba­li­za­ción y una vio­len­ta acu­mu­la­ción toma­ba por asal­to el Este y el Sur del mundo.

Pen­sar los dos pro­ce­sos por sepa­ra­do, o en opo­si­ción, es un error pre­ña­do de con­se­cuen­cias polí­ti­cas nefas­tas: la glo­ba­li­za­ción neo­li­be­ral es una tra­ma de tem­po­ra­li­da­des múl­ti­ples y hete­ro­gé­neas; un espa­cio común pero seg­men­ta­do. Pode­mos com­pren­der Sili­con Valley gra­cias a las zonas eco­nó­mi­cas espe­cia­les de Chi­na o Polo­nia, y viceversa.

El neo­li­be­ra­lis­mo, para ser más exac­tos, es la con­tra­rre­vo­lu­ción, la res­pues­ta capi­ta­lis­ta a 1968, acon­te­ci­mien­to de lucha — de la Sor­bo­na a Viet­nam, de Ber­ke­ley a Pra­ga, de Roma a Tokio — ple­na­men­te global.

Pen­sar la glo­ba­li­za­ción sin haber com­pren­di­do las fuer­zas deco­lo­nia­les sig­ni­fi­ca no pen­sar­la en absoluto.

Insis­tir en la eco­no­mía del cono­ci­mien­to sin pres­tar aten­ción a los movi­mien­tos estu­dian­ti­les o a los movi­mien­tos obre­ros de recha­zo del tra­ba­jo (repe­ti­ti­vo) equi­va­le a ren­dir por com­ple­to la inno­va­ción tec­no­ló­gi­ca al con­trol capitalista.

El neo­li­be­ra­lis­mo ha replan­tea­do — a esca­la mun­dial — , con dife­ren­tes inten­si­da­des, hacién­do­los cró­ni­cos — fenó­me­nos de acu­mu­la­ción ori­gi­na­ria: el des­po­sei­mien­to, median­te el aca­pa­ra­mien­to de tie­rras[1], de millo­nes de muje­res y hom­bres tan­to como la pri­va­ti­za­ción de los sabe­res median­te las paten­tes; la ero­sión del sala­rio indi­rec­to, a tra­vés de los impues­tos regre­si­vos y los recor­tes del bien­es­tar[2], tan­to como la con­trac­ción del sala­rio direc­to a resul­tas de los pro­ce­sos de pre­ca­ri­za­ción del tra­ba­jo; el encar­ce­la­mien­to en masa de los pobres tan­to como el uso de la fuer­za de tra­ba­jo migran­te para des­es­ta­bi­li­zar las rigi­de­ces sala­ria­les; la aso­cia­ción, siem­pre obje­to de con­de­na moral, entre eco­no­mía delic­ti­va y nego­cio “lim­pio”.

Empo­bre­ci­mien­to, pero acce­so gene­ra­li­za­do al con­su­mo, a las tec­no­lo­gías; movi­li­dad reno­va­da y pro­li­fe­ra­ción de los muros; exal­ta­ción de las dife­ren­cias y radi­ca­li­za­ción de la explo­ta­ción: el neo­li­be­ra­lis­mo es la com­bi­na­ción, siem­pre reac­ti­va­da, de esos procesos.

3. Cri­sis

Según los eco­no­mis­tas, la cri­sis en la que, des­de hace diez años, segui­mos hun­dién­do­nos es una Gran Depresión.

Gran­de, como en los años seten­ta del die­ci­nue­ve, como la que esta­lló en 1929 y no apla­có sino des­pués de varias dece­nas de millo­nes de muer­tos en 1945. Algu­nos eco­no­mis­tas, tras echar mano de nue­vo del léxi­co de los años trein­ta (del siglo XX), hablan de “estan­ca­mien­to secu­lar”: déca­das de esca­so cre­ci­mien­to, bajos sala­rios, ele­va­das tasas de des­em­pleo, pobre­za. Hay moti­vos para la esperanza…

La cri­sis, en ese sen­ti­do, ya no es sólo una enfer­me­dad, sino la “cura” que se apli­ca cada día para que la dolen­cia se exacerbe.

Se impo­ne la pre­gun­ta: ¿por qué, si ha sali­do ven­ce­dor en todas par­tes, pre­ci­sa de la cri­sis el capi­ta­lis­mo para gober­nar el mundo?

Una pri­me­ra res­pues­ta nos dice que el mun­do es cual­quier cosa menos gober­na­do: la hege­mo­nía esta­dou­ni­den­se está en men­gua; una nue­va mul­ti­po­la­ri­dad se dibu­ja ame­na­zan­te; la gue­rra mata en la peri­fe­ria y en el cen­tro, y se libra con armas, aten­ta­dos, divi­sas, comercio.

Una segun­da res­pues­ta, en cam­bio, nos dice que la cri­sis es una for­ma de gobierno de la fuer­za de tra­ba­jo. Pre­ci­sa­men­te por­que la vic­to­ria del capi­tal no cesa de pro­du­cir, a pesar de sí mis­ma, las con­di­cio­nes obje­ti­vas del comu­nis­mo, el gobierno[3] del capi­tal renue­va sin des­can­so ese extra de vio­len­cia extra­eco­nó­mi­ca que había carac­te­ri­za­do sus orí­ge­nes des­de el siglo XVI.

Cuan­to más se sus­ti­tu­ya por el robot el tra­ba­jo humano, tan­to menos podrá el capi­ta­lis­mo per­mi­tir­se la jus­ti­cia social y la democracia.

Cuan­to más incor­po­ren los suje­tos los ins­tru­men­tos de pro­duc­ción, tan­to más habrá que des­mo­ra­li­zar a esos suje­tos, empo­bre­cer­los, disciplinarlos.

La ges­tión neo­li­be­ral de la cri­sis supe­di­ta el con­trol de las con­duc­tas a la reac­ti­va­ción de las dis­ci­pli­nas, trá­te­se de la coer­ción en el tra­ba­jo, la vio­len­cia mas­cu­li­na con­tra las muje­res, la repre­sión de los pobres y de los migran­tes (del inter­na­mien­to a la expulsión).

El ros­tro más cono­ci­do del capi­ta­lis­mo-cri­sis es Donald Trump: mul­ti­mi­llo­na­rio afín a Gold­man Sachs, por tan­to a Wall Street, no des­de­ña — por el con­tra­rio, defien­de y, cuan­do pue­de, ins­ti­ga — a la dere­cha nacio­na­lis­ta y racis­ta. El neo­li­be­ra­lis­mo, que duran­te años ha rima­do con glo­ba­li­za­ción, refuer­za su polo agre­si­vo y auto­ri­ta­rio; el espa­cio de las finan­zas se des­po­sa con el de los muros, la dis­cri­mi­na­ción y la patria.

Es más: en la cri­sis resur­ge el arcaís­mo de la sobe­ra­nía, la gue­rra civil y la gue­rra con­tra los pobres.

En ese esce­na­rio, si la izquier­da neo­li­be­ral — la que esta­ba en boga en la épo­ca de los Clin­ton, los Blair y los Schrö­der — se enco­ge en casi todas par­tes, la dere­cha (neo­li­be­ral) se redes­cu­bre xenó­fo­ba y no des­car­ta la retó­ri­ca fascista.

4. Pro­le­ta­ria­do

De ser váli­do cuan­to se ha escri­to has­ta aho­ra, ya no es posi­ble defi­nir el pro­le­ta­ria­do sin tener en cuen­ta la hibri­da­ción de la pro­duc­ción y la repro­duc­ción, la glo­ba­li­za­ción (y su cri­sis), la hete­ro­ge­nei­dad de los tiem­pos his­tó­ri­cos del capi­tal (“con­tem­po­ra­nei­dad de lo no con­tem­po­rá­neo”[4]).

De hecho, resul­ta difí­cil dis­tin­guir entre el tra­ba­jo y la vida; no tan­to y no sólo por­que el tiem­po de tra­ba­jo y el tiem­po de vida tien­dan a coin­ci­dir, sino tam­bién y sobre todo por­que para tra­ba­jar y pro­du­cir plus­va­lía es fun­da­men­tal valer­se de aque­llos recur­sos afec­ti­vos, rela­cio­na­les y sim­bó­li­cos que arti­cu­lan la vida mis­ma y su reproducción.

Del mis­mo modo, es impo­si­ble des­cri­bir a los suje­tos pro­duc­ti­vos sin poner en el cen­tro la movi­li­dad; inclu­so cuan­do ésta se ve obs­ta­cu­li­za­da o mayor­men­te apro­ve­cha­da para favo­re­cer nue­vos pro­ce­sos de jerar­qui­za­ción del mer­ca­do de trabajo.

Digá­mos­lo una vez más: en el mis­mo terri­to­rio pue­den coexis­tir empre­sas de alta tec­no­lo­gía[5], con­tra­ta­ción ilí­ci­ta de mano de obra[6] y semi­es­cla­vi­tud en la pro­duc­ción agrí­co­la, tra­ba­jo de cui­da­dos mal paga­do, eco­no­mía infor­mal y delic­ti­va. El pro­le­ta­ria­do, por tan­to, debe defi­nir­se siem­pre aten­dien­do a tres cri­te­rios: dife­ren­cia sexua­da; dimen­sión trans­na­cio­nal (nue­vo régi­men migra­to­rio; jerar­quías racia­les); mul­ti­pli­ca­ción del tra­ba­jo (y for­mas de explotación).

La cla­se obre­ra blan­ca, “mas­cu­li­na, dema­sia­do mas­cu­li­na”, nun­ca ha sido todo el proletariado.

La revo­lu­ción rusa, por ejem­plo, se ini­ció con la huel­ga de las muje­res el 8 de mar­zo de 1917 (22 de febre­ro en el calen­da­rio juliano).

El pro­le­ta­ria­do, que evi­den­te­men­te abar­ca tam­bién a la cla­se obre­ra mun­dial (a tener muy en cuen­ta a Chi­na o Ban­gla­desh, entre otros), es hoy más que nun­ca mujer, es joven y esco­la­ri­za­do, es negro, es emigrante.

En la inter­sec­ción de esos ele­men­tos, pues, se encuen­tran los suje­tos explo­ta­dos de la esce­na con­tem­po­rá­nea. Un pro­le­ta­ria­do que es mayo­ría, pero que está hecho de mino­rías, un teji­do híbri­do que esca­pa a la identidad.

5. Lucha de clases

Cuan­do pro­duc­ción y repro­duc­ción se entre­la­zan, a menu­do al pun­to de con­fun­dir­se, no hay lucha de cla­ses que no sea tam­bién con­flic­to por la afir­ma­ción y la defen­sa de las for­mas de vida.

La lucha eco­nó­mi­ca, his­tó­ri­ca­men­te con­fia­da al sin­di­ca­to, ve des­di­bu­jar­se sus con­fi­nes, rebo­sa con­ti­nua­men­te en el terreno de la sexua­li­dad, de la edu­ca­ción, del dere­cho a la ciu­dad, del anti­rra­cis­mo, de la comunicación.

En ese sen­ti­do, des­apa­re­ce la tra­di­cio­nal dis­tin­ción entre luchas eco­nó­mi­cas y luchas polí­ti­cas; si aca­so, asis­ti­mos a pro­ce­sos de poli­ti­za­ción que insis­ten y se dis­lo­can tan­to en la esce­na pro­duc­ti­va como en la coope­ra­ción social, tan­to en la con­duc­ta como en la defen­sa del común[7], tan­to en la inti­mi­dad como en las relaciones.

Lucha de cla­ses es tan­to la huel­ga mun­dial de las muje­res como Gezi Park[8], Black Lives Mat­ter como los enfren­ta­mien­tos — enco­na­dos y dura­de­ros — por aumen­tos sala­ria­les en Chi­na y la India, o las pri­me­ras huel­gas de los tra­ba­ja­do­res de Uber y Foodora.

Como han podi­do demos­trar en par­ti­cu­lar las muje­res, la huel­ga ya no es ins­tru­men­to exclu­si­vo de los sin­di­ca­tos, sino prác­ti­ca que per­mea las luchas con­tra la vio­len­cia patriar­cal, con­tra la explo­ta­ción y la des­igual­dad sala­rial, por la reapro­pia­ción demo­crá­ti­ca del bien­es­tar, por los dere­chos socia­les y civiles.

La huel­ga, glo­bal des­de el 8 de mar­zo, es (final­men­te) un pro­ce­so de politización.

En los ejem­plos cita­dos, los momen­tos que toda­vía apa­re­cían en orden secuen­cial en el Mani­fies­to de Marx y Engels — “coli­sión” entre pro­le­ta­ria­do local y capi­ta­lis­ta indi­vi­dual, “coa­li­ción” de los tra­ba­ja­do­res, lucha polí­ti­ca — de súbi­to coexis­ten y con­quis­tan terre­nos que se creía forá­neos a la lucha de clases.

Pero esa coexis­ten­cia o co-arti­cu­la­ción man­tie­ne intac­to — o en todo caso refuer­za y com­pli­ca — la fuer­za del pro­ce­so cons­ti­tu­yen­te: de aba­jo — des­de la vida y su poder, des­de las rela­cio­nes socia­les y la explo­ta­ción, des­de las luchas mole­cu­la­res, des­de el len­gua­je y sus con­ta­gios… — hacia la cima — del poder.

La vio­len­cia, com­po­nen­te inelu­di­ble de la lucha de cla­ses y del ejer­ci­cio del poder, redes­cu­bre los ras­gos del ius resis­ten­tiae[9]: no es tan­to la ene­mis­tad, polí­ti­ca y mili­tar, lo que defi­ne su fiso­no­mía y su rit­mo, sino la “defen­sa de las obras de amis­tad”, de la coope­ra­ción social, de las for­mas de vida alternativas.

6. Las comu­nis­tas, los comu­nis­tas[10]

¿Quié­nes son, hoy, las comu­nis­tas y los comu­nis­tas? Mejor: ¿qué están haciendo?

Par­ta­mos una vez más, esque­má­ti­ca­men­te, de las indi­ca­cio­nes del Mani­fies­to deMarx y Engels: los comu­nis­tas hacen “emer­ger los intere­ses comu­nes”, más allá de los perí­me­tros loca­les y nacio­na­les de las luchas; se dedi­can pacien­te y resuel­ta­men­te a la “for­ma­ción del pro­le­ta­ria­do en cla­se”; luchan por tomar el poder polí­ti­co; expre­san dema­ne­ra gene­ral las “rela­cio­nes de fuer­za de una lucha de cla­ses exis­ten­te” (“es decir, de un movi­mien­to his­tó­ri­co que tie­ne lugar ante nues­tros ojos”).

Por tan­to, las comu­nis­tas y los comu­nis­tas, en pri­mer lugar, con­quis­tan o cons­tru­yen, en su luchas, el común[11].

Empe­ño tan­to más nece­sa­rio si se tie­ne la inten­ción, con toda serie­dad, de lidiar con la mul­ti­pli­ci­dad irre­duc­ti­ble y el hori­zon­te glo­bal de esas luchas, la dis­pa­ri­dad de los rit­mos his­tó­ri­cos, la pri­ma­cía de las dife­ren­cias sobre las identidades.

For­mar al pro­le­ta­ria­do en cla­se, cuan­do éste esca­pa a las codi­fi­ca­cio­nes homo­gé­neas, sig­ni­fi­ca des­pla­zar la aten­ción del suje­to a los pro­ce­sos de sub­je­ti­va­ción. La cla­se que vie­ne no podrá ser sino “una tela de reta­zos[12]infi­ni­ta” o “una capa de arle­quín”; el méto­do de las comu­nis­tas y los comu­nis­tas, la composición.

Vol­va­mos a enco­men­dar­nos a las metá­fo­ras de los filó­so­fos: com­po­ner el pro­le­ta­ria­do en cla­se sig­ni­fi­ca hacer un archi­pié­la­go, deli­near cons­te­la­cio­nes. Sólo en medio de ese pro­ce­so, que es siem­pre tam­bién un labo­ra­to­rio de auto­apren­di­za­je, es posi­ble gene­ra­li­zar las luchas, cap­tar sus aspec­tos transversales.

Las comu­nis­tas y los comu­nis­tas, en el com­ba­te, expre­san esos aspec­tos con su pro­pia vida, no los con­vier­ten en mera cháchara.

7. Comu­nis­mo

A menu­do se con­fun­de con la comu­nión de bie­nes, ya sean natu­ra­les o arti­fi­cia­les. Vale la pena, en cam­bio, ser lite­ral: comu­nis­mo es la “abo­li­ción de la pro­pie­dad pri­va­da bur­gue­sa”. Cons­cien­tes de que esta últi­ma es una rela­ción social de explo­ta­ción; que equi­va­le al robo del tra­ba­jo ajeno. Mejor aún: del tra­ba­jo ajeno se roba el exce­den­te; es decir, lo que no es nece­sa­rio para la repro­duc­ción de la vida de quien trabaja.

De no asir­se ese núcleo duro, se con­fun­di­rá el comu­nis­mo con un sim­ple pro­ble­ma de dis­tri­bu­ción equi­ta­ti­va de la riqueza.

Es cier­to, sin embar­go, que no hay explo­ta­ción sin des­po­sei­mien­to (de la tie­rra, de los medios de pro­duc­ción, en gene­ral de las con­di­cio­nes obje­ti­vas de la repro­duc­ción): quie­nes ven­den su fuer­za de tra­ba­jo al mer­ca­do son los pobres, que no dis­po­nen de otra cosa no sea su fuer­za de trabajo.

Pero hoy, a dife­ren­cia de lo que ocu­rría en el siglo XVI, los pobres se ven des­de el prin­ci­pio arro­ja­dos a una red de comu­ni­ca­ción y movi­li­dad que el nue­vo modo de pro­duc­ción y la glo­ba­li­za­ción, a pesar de todo y según dife­ren­tes regí­me­nes de inclu­sión, han hecho posible.

En una por­ción con­si­de­ra­ble del mun­do se han socia­li­za­do amplia­men­te, entre otras cosas, los ins­tru­men­tos de pro­duc­ción (tec­no­lo­gía de la infor­ma­ción, tra­ba­jo digi­tal[13], etc.), se ha finan­cia­ri­za­do en gran medi­da la repro­duc­ción de la vida (deu­da).

El capi­tal, en ese sen­ti­do, se cali­fi­ca de con­jun­to suma­men­te arti­cu­la­do de “ope­ra­cio­nes extractivas”.

La extrac­ción de valor tie­ne lugar aguas arri­ba del pro­ce­so de pro­duc­ción (tie­rra, recur­sos natu­ra­les, ren­ta urba­na…), a tra­vés de meca­nis­mos de des­po­sei­mien­to y cie­rre; tie­ne lugar, por supues­to, en el pro­pio pro­ce­so, median­te la suc­ción de plus­va­lía abso­lu­ta y rela­ti­va; pero tam­bién tie­ne lugar — y cada vez más — aguas aba­jo, en la cap­tu­ra y el con­trol[14], por medio de algo­rit­mos y finan­zas, de la coope­ra­ción y de la crea­ti­vi­dad social.

“Expro­piar a los expro­pia­do­res” (o lucha de cla­ses), enton­ces, sig­ni­fi­ca abo­lir esa pro­pie­dad pri­va­da: lo en común[15] del comu­nis­mo con­cier­ne tan­to a los bie­nes y al bien­es­tar — su uso com­par­ti­do, su ges­tión demo­crá­ti­ca — como al recha­zo del tra­ba­jo para un patrón, tan­to a la inven­ción de nue­vas medi­das mone­ta­rias como a la auto­no­mía de la inte­li­gen­cia colec­ti­va y su capa­ci­dad cons­truc­ti­va (cien­tí­fi­ca, eco­nó­mi­ca, polí­ti­ca, artística).

8. For­mas de vida

Apro­pia­ción comu­nis­ta — es decir, recha­zo del tra­ba­jo asa­la­ria­do, demo­cra­ti­za­ción del bien­es­tar… — es tam­bién abo­li­ción de la “per­so­na”.

En la socie­dad bur­gue­sa, nos recuer­dan Marx y Engels, sólo el capi­tal es “inde­pen­dien­te y per­so­nal”, mien­tras que “lo imper­so­nal” es el tra­ba­jo vivo. Don­de ter­mi­na el capi­tal, ter­mi­na tam­bién la fic­ción indi­vi­dual, con sus perímetros.

La tra­di­ción polí­ti­ca libe­ral y hoy, mucho más mar­ca­da­men­te, la guber­na­men­ta­li­dad neo­li­be­ral insis­ten en la pri­ma­cía indis­cu­ti­ble del indi­vi­duo sobre la sociedad.

Al prin­ci­pio de la con­tra­rre­vo­lu­ción, mien­tras aplas­ta­ba a los mine­ros y, en gene­ral, a los sin­di­ca­tos bri­tá­ni­cos, Mar­ga­ret That­cher repe­tía el man­tra: “no exis­te la socie­dad, exis­ten sólo los indi­vi­duos”[16]. Slo­gan encar­na­do en la exten­sión des­me­su­ra­da de la for­ma empre­sa[17] (el empre­sa­rio de sí mis­mo), en la cele­bra­ción del capi­tal humano, en la pro­li­fe­ra­ción del tra­ba­jo por cuen­ta propia.

Aca­bar con la explo­ta­ción, aho­ra que se pre­sen­ta en la cap­tu­ra del valor más allá de los con­fi­nes de la fábri­ca, en la sub­sun­ción de la coope­ra­ción social, en la coin­ci­den­cia del tiem­po de vida y del tiem­po de tra­ba­jo, sig­ni­fi­ca aca­bar con el indi­vi­dua­lis­mo competitivo.

Comu­nis­mo es auto­no­mía del tra­ba­jo vivo, pri­ma­cía del pre­sen­te sobre el pasa­do (capi­tal, tra­ba­jo acu­mu­la­do), por tan­to afir­ma­ción del carác­ter irre­duc­ti­ble­men­te social del indi­vi­duo.

Es más: no pue­de haber abo­li­ción de la per­so­na­li­dad del capi­tal sin des­man­te­la­mien­to de la fami­lia y el patriar­ca­do, sin inven­ción de nue­vas ins­ti­tu­cio­nes amo­ro­sas.

Eso no es todo. Repi­ta­mos, pre­ci­sa­men­te aho­ra que la crea­ti­vi­dad y la dimen­sión esté­ti­ca se con­ju­gan de for­ma iné­di­ta con la inno­va­ción tec­no­ló­gi­ca y pro­duc­ti­va, el ada­gio del joven Marx: “la supre­sión de la pro­pie­dad pri­va­da repre­sen­ta, pues, la ple­na eman­ci­pa­ción de todos los sen­ti­dos[18].”

Más allá de Marx, deci­mos que la con­quis­ta de nue­vos modos de sen­tir no es sólo un pun­to de lle­ga­da, sino que acom­pa­ña todo pro­ce­so de liberación.

9. Pro­gra­ma

Al igual que la cla­se, el pro­gra­ma se com­po­ne. Des­de ese pun­to de vis­ta, no son las “cues­tio­nes socia­les” tan deci­si­vas como las luchas y los pro­ce­sos de subjetivación.

Mere­ce la pena insis­tir en ello, tam­bién para dis­tin­guir la polí­ti­ca comu­nis­ta de la populista.

La mul­ti­pli­ci­dad irre­duc­ti­ble de las pre­gun­tas hace del pue­blo un “sig­ni­fi­can­te vacío”, que lle­nar median­te un con­jun­to de movi­mien­tos dis­cur­si­vos y hegemónicos.

La mul­ti­pli­ci­dad irre­duc­ti­ble de las luchas y de los fenó­me­nos de poli­ti­za­ción liga­dos a ellas, en cam­bio, encar­na las rei­vin­di­ca­cio­nes, las pone a obrar en un plano polé­mi­co y a la vez cons­truc­ti­vo; la hege­mo­nía no con­cier­ne ya sólo a los dis­cur­sos, sino que insis­te en las for­mas de vida.

En ese sen­ti­do, el pro­gra­ma comu­nis­ta no es, sim­ple­men­te, un pro­gra­ma de gobierno.

For­mar al pro­le­ta­ria­do como cla­se sig­ni­fi­ca “con­quis­tar la demo­cra­cia”, aquí y aho­ra.

Y con­quis­tar la demo­cra­cia, aquí y aho­ra, sig­ni­fi­ca expro­piar a los expro­pia­do­res, hacer el común con­tra el capi­tal y sus ope­ra­cio­nes extractivas.

Pre­sen­ta­mos, por tan­to, sin jerar­quía algu­na, un pro­gra­ma que ya tie­ne una fuer­te pre­sen­cia en los nume­ro­sos con­flic­tos has­ta aho­ra men­cio­na­dos: ingre­so bási­co uni­ver­sal, des­vin­cu­la­do del ren­di­mien­to labo­ral y con car­go a los impues­tos gene­ra­les; sala­rio míni­mo glo­bal; reduc­ción de la jor­na­da labo­ral; liber­tad de cir­cu­la­ción de muje­res y hom­bres; tri­bu­ta­ción de la rique­za, de las tran­sac­cio­nes finan­cie­ras, de los robots; eli­mi­na­ción de los paraí­sos fis­ca­les; desa­rro­llo de la pro­duc­ción del común y para el común (sani­dad, cui­da­dos, inno­va­ción tecno-cien­tí­fi­ca…); apo­yo cons­tan­te a la edu­ca­ción públi­ca; lucha sin cuar­tel, des­de el jar­dín de infan­cia, con­tra el patriar­ca­do; ins­tau­ra­ción de la belle­za (urba­na, pai­sa­jís­ti­ca, cultural…).

10. Sóviet

Escri­bía Lenin en abril de 1917: “El pro­ble­ma fun­da­men­tal de todas las revo­lu­cio­nes es el del poder del Esta­do[19].”

Par­ta­mos, pues, de la pre­gun­ta: ¿qué es, hoy, el poder del Esta­do? ¿Sigue sien­do el Esta­do, como creía Lenin, y con él los comu­nis­tas del siglo XX, el lugar de máxi­ma con­cen­tra­ción del poder político?

Com­par­ti­mos la opi­nión de aque­llos que, al des­cri­bir la racio­na­li­dad neo­li­be­ral, han cues­tio­na­do la retó­ri­ca que en los últi­mos años ha insis­ti­do en la eva­po­ra­ción del Esta­do, o ha cele­bra­do las glo­rias del “Esta­do mínimo”.

El mode­lo ordo­li­be­ral euro­peo, por un lado, pero en sen­ti­do más gene­ral tam­bién el peso de los Esta­dos en los pro­ce­sos de neo­li­be­ra­li­za­ción que han barri­do el Este del mun­do (Chi­na y Rusia, en par­ti­cu­lar), mues­tran un esce­na­rio del todo dife­ren­te. Sin embar­go, tam­bién sabe­mos has­ta qué pun­to la glo­ba­li­za­ción neo­li­be­ral ha dis­tor­sio­na­do el espa­cio y los pode­res.

Las fron­te­ras nacio­na­les han sido sus­ti­tui­das por zonas eco­nó­mi­cas espe­cia­les, corre­do­res, flu­jos, acuer­dos trans­na­cio­na­les… Tan­to es así que ya no es posi­ble hacer coin­ci­dir el poder polí­ti­co, y su efi­ca­cia, con el poder del Estado.

Este últi­mo, si aca­so, es un actor impor­tan­te en los pro­ce­sos de neo­li­be­ra­li­za­ción (“refor­mas estruc­tu­ra­les”), sin lle­gar nun­ca a ser el direc­tor[20] úni­co o pri­vi­le­gia­do de esos pro­ce­sos. El ago­ta­mien­to de la hege­mo­nía esta­dou­ni­den­se, la defi­ni­ción de un mun­do pro­pia­men­te mul­ti­po­lar, no anu­lan la glo­ba­li­za­ción; la arti­cu­lan según tra­yec­to­rias iné­di­tas, tam­bién des­de el pun­to de vis­ta de las cri­sis bélicas.

El bre­ve tex­to de Lenin ante­rior­men­te cita­do, en el que este se inte­rro­ga sobre el poder del Esta­do des­pués de la Revo­lu­ción de Febre­ro, defi­ne un fenó­meno polí­ti­co deci­si­vo: la “dua­li­dad de poderes”.

Por un lado, el gobierno de la bur­gue­sía; por otro, aun­que embrio­na­rio, el gobierno de los Sóviets de obre­ros, cam­pe­si­nos, soldados.

El segun­do — en pala­bras de Lenin — es un poder “del mis­mo tipo que la Comu­na de París de 1871”: las nor­mas y los par­la­men­tos son sus­ti­tui­dos por la ini­cia­ti­va direc­ta des­de aba­jo, los ejér­ci­tos y la poli­cía por el pue­blo en armas, las buro­cra­cias por el man­da­to impe­ra­ti­vo.

Sin la dua­li­dad de pode­res, sin la ejem­pli­fi­ca­ción y pro­fun­di­za­ción de otra for­ma de gobierno, no es posi­ble la revo­lu­ción, el derro­ca­mien­to del domi­nio burgués.

Al cri­ti­car a los sin­di­ca­tos, Anto­nio Grams­ci pre­sen­ta el con­se­jo de fábri­ca — en el que el sim­ple asa­la­ria­do es sus­ti­tui­do por el “pro­duc­tor”, un suje­to que deci­de sobre la coope­ra­ción social — como “el mode­lo del Esta­do proletario”.

Aún más: la dic­ta­du­ra del pro­le­ta­ria­do no es sino la con­fluen­cia de nue­vas “expe­rien­cias ins­ti­tu­cio­na­les de la cla­se oprimida”.

Pre­ci­sa­men­te aho­ra que el Esta­do ya no con­cen­tra la tota­li­dad del poder polí­ti­co, pre­ci­sa­men­te aho­ra que nue­vos ensam­bla­jes arti­cu­lan la gober­nan­za glo­bal, pre­ci­sa­men­te aho­ra que el tra­ba­jo vivo ha gana­do den­si­dad rela­cio­nal, lin­güís­ti­ca y afec­ti­va, la dua­li­dad de pode­res pier­de su carác­ter tem­po­ral para con­ver­tir­se en el terreno pri­vi­le­gia­do per­ma­nen­te de la ini­cia­ti­va comunista.

Ello no nos impi­de, por el con­tra­rio, apro­ve­char las opor­tu­ni­da­des y asu­mir el gobierno, cuan­do así lo pro­pi­cie la coyuntura.

Y no anu­la la con­cien­cia de que el régi­men neo­li­be­ral sue­le movi­li­zar y cap­tu­rar los pro­ce­sos de auto­or­ga­ni­za­ción, con­vir­tién­do­los en terreno de dis­cor­dia. Ello sig­ni­fi­ca, sin embar­go, que sin una den­sa red (vigo­ro­sa­men­te) trans­na­cio­nal de con­tra­po­de­res, de sóviets, ni la con­quis­ta del Esta­do trae nada nue­vo, des­ti­na­da a no dejar hue­llas duraderas.

Por lo tan­to, la Comu­na debe ir acom­pa­ña­da de fenó­me­nos de sin­di­ca­lis­mo revo­lu­cio­na­rio, ver­da­de­ras ins­ti­tu­cio­nes de tra­ba­jo vivo en que lucha de cla­ses y pro­ce­sos de poli­ti­za­ción, con­flic­to y auto­go­bierno vayan de la mano.

11. Futu­ro

Aún cuan­do se encuen­tren en el movi­mien­to real del tra­ba­jo vivo, en las luchas que hagan valer los intere­ses inme­dia­tos, los comu­nis­tas exhi­ben el “futu­ro del movi­mien­to” mis­mo: así con­clu­ye el Mani­fies­to de 1848.

Exhi­bir el futu­ro, hacer­lo vivir en las luchas sin­gu­la­res, sig­ni­fi­ca — se lo escu­cha­mos decir a Grams­ci hace sólo unos ins­tan­tes- — con­so­li­dar “expe­rien­cias ins­ti­tu­cio­na­les de la cla­se oprimida”.

Sig­ni­fi­ca, tam­bién, recu­pe­rar el futu­ro, pre­fi­gu­ra­ción, des­pués de dema­sia­dos años bajo el signo de la dis­to­pía, con un pre­sen­te que nos aprie­ta y nos deja sin alien­to, como si fue­ra una jau­la; años de deva­lua­ción neo­li­be­ral del refi­na­do arte pro­le­ta­rio de la orga­ni­za­ción y del pro­yec­to.

Hacer pla­nes, obvia­men­te, nada tie­ne que ver con la colec­ti­vi­za­ción for­za­da por medio de la vio­len­cia del Estado.

Pero quie­re decir, en la hori­zon­ta­li­dad de las luchas, ensan­char sin medi­da lo posi­ble; estar en el movi­mien­to ela­bo­ran­do — ins­ti­tu­cio­nal­men­te — sus vir­tua­li­da­des; deli­near para­dig­mas e ins­tru­men­tos para una guber­na­men­ta­li­dad del común.

Pro­yec­to comu­nis­ta es, enton­ces, un nue­vo cons­truc­ti­vis­mo, en que la pro­duc­ción, la repro­duc­ción, la deci­sión polí­ti­ca y las for­mas de vida se vuel­ven (final­men­te) inseparables.

fuen­te: La Tizza

Itu­rria /​Fuen­te

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