Por Mario Osava, Resumen Latinoamericano, 17 de mayo de 2021.
La monotonía del monocultivo de soja domina el paisaje en muchas áreas de Mato Grosso y otros estados brasileños. La regularidad de las lluvias en el bioma del Cerrado (sabana brasileña) favorece ese cultivo al empezar las lluvias, en septiembre u octubre, y permite una segunda siembra, de maíz o algodón, antes del estiaje.
“La lluvia es fundamental, los riachuelos que tenemos no darían abasto para la irrigación, aunque fuesen el río Amazonas”, apuntaló Dirceu Dezem, sobre la profusión de agua exigida por los extensos cultivos en el centro-oeste de Brasil.
Este país de dimensiones continentales se vanagloria de concentrar 12 por ciento del agua dulce del mundo, pero las sequías que agravaron la miseria en la región del Nordeste e impusieron un racionamiento hídrico en algunas grandes ciudades en la última década, comprobaron que importan más las lluvias, en parte generadas por los ecosistemas forestales, una infraestructura natural mutilada.
No basta la cantidad, “llover en el momento oportuno” también es clave para la productividad, acotó Dezem, presidente del Sindicato Rural (gremio de hacendados) de Tapurah, uno de los municipios de la región del Medio-norte, en el norteño estado de Mato Groso.
Es allí donde se concentra la mayor producción nacional de soja, maíz y algodón y convirtieron a Brasil en el mayor productor y exportador mundial de soja.
Las lluvias no están disminuyendo en esa región, asegura este agricultor de 64 años que migró del sur brasileño en 1986 y prosperó donde “no había nada” antes. “Son corazonadas de quienes no conocen la realidad” las informaciones sobre escasez, sostuvo a IPS, por teléfono desde su ciudad.
Se basa en mediciones propias desde hace más de 20 años, en un pluviómetro que admite no ser muy preciso pero que apunta variaciones de 1600 a 1800 milímetros al año, con repuntes de 1500 y 2500. Su año es el agrícola, de septiembre a septiembre.
Pero el sector eléctrico, que también depende fundamentalmente de las lluvias ya que los ríos proveen dos tercios de la electricidad del país, vive otra realidad.
Los embalses de las centrales hidroeléctricas tienen poca agua almacenada, especialmente en dos regiones brasileñas claves, Centro-oeste y Sureste, debido a la reducción de las lluvias en todo el país, advirtió el Operador Nacional del Sistema Eléctrico, que controla las fuentes generadoras.
La escasez de agua obliga a activar las centrales termoeléctricas que consumen combustibles fósiles y generan una electricidad más cara, además de gases el efecto invernadero.
El campesino Abel Manto, logro cultivar en su finca, en el interior del estado de Bahia, en la región del Nordeste de Brasil, hortalizas y frutales, en un vergel en la ecorregión del Semiárido, gracias al agua de lluvia almacenada en varias cisternas. Sin riachuelos cercanos, su producción durante todo el año depende del acopio de lluvia. Foto: Mario Osava /IPS
Algunas regiones metropolitanas ya enfrentan dificultades en el suministro de agua. La de São Paulo, con 22 millones de habitantes, sufrió fuerte escasez de 2014 a 2016, seguida por Brasilia (tres millones) en 2017 – 2018 y de Curitiba (3,7 millones), que padece racionamientos desde 2019, sin perspectivas de superación este año.
“La intensidad y frecuencia de las sequias aumentaron en todas las regiones de Brasil, desde los años 2000, con excepción del Sur”, informó Ana Paula Cunha, investigadora del estatal Centro Nacional de Monitoreo y Alertas de Desastres Naturales (Cemaden), basada en un estudio hecho con 13 de sus colegas y datos desde 1961.
La región del Sur es favorecido por la proximidad con la Antártida, los frentes fríos de vientos que provocan lluvias. El extremo meridional de Brasil, así como el septentrional, tienen lluvias todo el año, sin el período seco de otras regiones, según Cunha, que habló con IPS desde São José dos Campos, donde tiene su sede el Cemaden.
“La circulación atmosférica es el principal mecanismo de formación de lluvias en el centro-sur de Brasil, con los frentes fríos y la Zona de Convergencia del Atlántico Sur que producen lluvias durante el verano”, añadió el climatólogo José Marengo, también investigador de Cemaden.
Esa zona de convergencia trae la nebulosidad del noroeste amazónico al Sureste, pasando por el Centro-oeste, lo que asegura lluvias también a la gran agricultura de Mato Grosso, que ocupa principalmente parte del bioma del Cerrado (sabana) beneficiada también por estar rodeada de bosques amazónicos, al norte y a suroeste.
Si ese sistema deja de operar, las lluvias pueden reducirse hasta la mitad, como pasó en el Pantanal (en la frontera centro-occidental de Brasil), que sufrió terribles incendios en los dos últimos años.
“El periodo seco parece hacerse más seco, más caliente y largo, retardando el inicio de las lluvias y ampliando el riesgo de incendios”, destacó Marengo a IPS, también desde São José dos Campos, en el estado de São Paulo, en la región del Sureste del país.
“Los bosques en general son fuente de humedad para las lluvias en su región y regiones adyacentes, además de proteger el suelo y los manantiales de los ríos”, recalcó.
En color amarillo destaca el área con mayor producción de soja en Brasil, además de maíz y algodón, en el bioma del Cerrado (sabana), en el centro del norteño estado de Mato Grosso. Lluvias regulares, abundantes entre septiembre y abril, y tierras llanas favorecieron la siembra de la oleaginosa por agricultores que migraron del sur a partir de los años 70. En la zona se produce 28 por ciento de la soja de la que Brasil es el mayor productor y exportador del mundo. Mapa: Francisco Marcuzzo, Thiago Guimarães Faria y Murilo Raphael Dias Cardoso
La Amazonia forestal recicla un volumen gigantesco de agua, generando tres cuartos de la lluvia local y “transportando humedad, los llamados ríos voladores, a la cuenca del Plata” y al centro-sur de Brasil.
La Mata Atlántica, una franja boscosa en la costa brasileña con centenares de kilómetros de ancho en algunos puntos, conduce la humedad del océano al interior, especialmente en el Sur y Sureste donde son más extensos. En el Nordeste ocupan pocas áreas costeras y son los vientos alisios que llevan las nubes del océano adentro del continente.
“La extracción de la Mata Atlántica en la costa contribuyó al clima más caliente y con menos lluvia en la región Nordeste”, apuntó Cunha. La mayor parte de la región, 61 por ciento, tiene clima semiárido, con pluviometría de 200 a 800 milímetros de lluvia al año.
La Caatinga, el bioma exclusivo de la región del Semiárido, de vegetación baja, torcida y de pocas hojas, también sufrió gran degradación, resultando menos lluvia y mayor temperatura, realzó la investigadora, física con doctorado en meteorología.
Es importante considerar, según ella, que la temperatura más elevada agrava el déficit hídrico, al provocar más pérdida de agua por evapotranspiración (evaporación más transpiración vegetal). Es decir la sequía se intensifica con el calor.
“Sacar la vegetación no tiene impacto inmediato en el clima, lleva tiempo, se va acumulando. Pero si impacta el clima y la alteración del clima impacta la vegetación”, en un círculo vicioso que explica los “cambios en microclimas locales”, con diferencias crecientes entre vecindades que observan los pobladores, observó Cunha.
Silos y almacenes en la localidad de Lucas do Rio Verde, una de las capitales de la soja en Mato Grosso, un estado del norte de Brasil, reflejan la pujanza de la agricultura local, que lidera la producción de soja, maíz y algodón en el país. Foto: Mario Osava /IPS
“Los bosques ayudan a mantener el ciclo hidrológico, a producir más lluvias y contener la temperatura local. La cobertura vegetal en la costa era un mecanismo para sostener el flujo de humedad territorio adentro, pero enrareció”, lamentó.
Ese proceso es visible en la división territorial, lluviosa y boscosa en el litoral donde sobrevivió la vegetación original, y una zona de transición con menos lluvia y bosques menos copiosos antes del Semiárido, el “sertão” o sertón.
Los daños ambientales se reflejan en el avance de la desertificación de algunas áreas, pero la semiaridez y sus eventuales sequías se deben a la circulación océano-atmósfera en que intervienen tanto fenómenos del Atlántico como del Pacífico, como el Niño y la Niña, aclaró Cunha.
Con ríos intermitentes y pocos perennes, la lluvia es vital en el Semiárido del Nordeste. Recoger agua de lluvia en cisternas familiares y acopiar en los más variados medios se hizo una masiva microinfraestructura en el medio rural, que atenuó los daños de la más larga sequía en la región, de 2012 a por lo menos 2017.
En la región de la soja en Mato Grosso, la lluvia es más un factor económico.
“Varía mucho, llueve mucho un año, menos en el siguiente, pero el promedio se mantiene. Este año, por ejemplo, las lluvias se atrasaron un poco. Se podía sembrar desde 20 de septiembre, pero aguantamos hasta octubre”, comentó el hacendado Dezem.
El ciclo de la vida allá es pluviométrico. Del 10 de enero a 25 de febrero se cosecha la soja y a la vez se siembra el maíz, porque “se necesita 90 días de humedad para una zafra llena” y en abril empieza a disminuir la pluviosidad, hacia el estiaje de mayo a agosto.
La lluvia oportuna y la tierra de topografía llana, propicia para la mecanización, componen las condiciones básicas de producción a gran escala que atrajeron agricultores del sur al ahora granero de Brasil.
Fuente: http://www.ipsnoticias.net/2021/04/brasil-depende-lluvias-necesitan-sosten-forestal/, Rebelión.