Resumen Latinoamericano, 30 de julio de 2021
El impulso pacífico de los galeses en un contexto global de brutalidad colonial sobresale como un modelo de generosidad. Pero esta «amistad» sirvió finalmente para reforzar el proyecto colonizador en Argentina y más allá, escribe Lucy Taylor (Aberystwyth University).
En julio de 2015, habitantes de la provincia argentina de Chubut, y del país de Gales, conmemoraron el 150o aniversario de la colonia galesa – Y Wladfa Gymreig en galés. El tema central de los discursos, presentaciones, entradas de blog y artículos periodísticos fue la celebrada «amistad» entre los colonos galeses y las comunidades indígenas con quienes se encontraron. Pero ¿pueden los colonizadores y la gente indígena ser «amigos» en realidad? ¿A quién beneficia esa «amistad»? Y ¿cómo influencia a las relaciones de poder hoy en día?
Una pareja de mezcla indígena-galesa en la Patagonia del siglo XIX ( Museo Regional Trevelin)
Hoy en día una popular atracción turística, la comunidad galesa nació en 1865 con la llegada de 153 familias de habla galesa. Buscaban crear una nueva patria, forjada a través de su idioma galés, que reflejara los valores galeses, y desafiara a la élite inglesa que los menospreciaba. La estrategia elegida para llevar a cabo esta iniciativa fue, paradójicamente, la creación de un asentamiento de colonos.
El mito de la amistad se remonta a la historia del primer encuentro cuando el cacique Francisco y su esposa arribaron en una misión comercial. La historia más confiable y detallada nos cuenta que después de un miedo inicial, compartieron la comida. Sin embargo, uno de los líderes de la colonia refirió: «son solo ladrones y espías … ¡mátenlos a los dos!». Pero todos los demás opinaban diferente: «No haré eso» decía uno. «Demostremos nuestra valentía y nuestra naturaleza cristiana en lugar de apresurarnos a quitarle la vida a un hombre viejo y a su esposa», decía otro. «Todos estuvieron de acuerdo… de esta manera sentamos las bases de una amistad».
De acuerdo a este relato, los galeses resistieron la barbarie «habitual» de la violencia colonial y siguieron el camino justo de la caridad cristiana, adoptando la política de la amistad. Por supuesto, el impulso pacifista de los galeses, en un contexto global (y argentino) de brutalidad colonial sobresale como un modelo de generosidad. Sin embargo, esta «amistad» sirvió para reforzar, no menoscabar, el proyecto colonizador en Argentina – y más allá.
La amistad en la Patagonia galesa era ambigua, reflejaba desdén racial pero a la vez una afinidad genuina. Por ejemplo, los indígenas eran escenificados en los registros como «los niños del desierto» y la «natural» superioridad galesa, como europeos civilizados, nunca fue cuestionada. Ellos adoptaron la regla de oro de una política que reflejaba estas jerarquías geográfico-raciales: «tratemos a los indios tal y como nos tratamos entre nosotros y más aún, démosles – tal y como lo hacemos con los niños – indulgencia por su ignorancia».
Con todo, ellos también expresaron admiración y gratitud hacia los indígenas – especialmente hacia el cacique Francisco (véase abajo) – quien les enseñó a manejar caballos «salvajes» y vacas, a cazar guanacos, cocinar y acampar así como a gestionar el paraje. Fuera del entorno «colonial» galés, las relaciones de poder en la amistad cambiaron – los senderos, las fogatas, la comida y las noticias eran compartidas y los indígenas se convirtieron en «hermanos del desierto» en un paraje duro en el cual ellos, y no los galeses, estaban en su hogar.
Estas experiencias vividas de coexistencia y dependencia – al igual que el comercio – crearon una base significativa para una amistad genuina y el reconocimiento hacia los indígenas como «los dueños legítimos de esta tierra». Pero al mismo tiempo, los galeses nunca cuestionaron su propio derecho a establecerse.
Ellos afrontaron la discordancia resultante adoptando una estrategia propuesta en «El manual de la colonia galesa» en el cual se establece que: «no podemos ignorar los derechos de los indios de estas tierras [sino]… deberíamos intentar convertirnos en sus amigos, dándoles lo que sea honesto y justo». El trato equitativo y la no violencia son, por lo tanto, empleados como herramientas poderosas que pueden justificar el colonialismo de asentamiento.
Lejos de ser benigna, «la amistad» puede entonces legitimar la colonización despojándola de la obvia violencia asociada con la dominación política, apropiación de bienes y opresión cultural. Revestida en la cálida y vaga sensación de camaradería y ayuda mutua, en las fogatas compartidas y el comercio justo, el colonialismo se oculta en la bondad. No solo hace las relaciones coloniales difíciles de identificar sino que hace la colonización más difícil de combatir debido a que las manifestaciones habituales de injusticias están enmascaradas en actos de simpatía y generosidad.
El 150 aniversario del desembarque fue celebrado en Gales como un triunfo de la resistencia e integridad moral galesa, y en la Argentina como una historia de la edificación de la nación que ofreció alivio a la culpa general sobre el «genocidio» indígena. Hoy, el mito de la amistad guarda su poder de pasar por alto las relaciones coloniales.
Sin embargo, los galeses no se propusieron violar u oprimir sino evitar la opresión hacia ellos mismos. Aunque su presencia fortaleció el proyecto de edificación de la nación argentina, que diezmaría a la sociedad indígena de la Patagonia, la amistad galesa también surgió para resistir.
Cuando Argentina lanzó su «Conquista del desierto» en los años 1880, aspirando a establecer dominio sobre la Patagonia indígena, los galeses escribieron a los oficiales de la armada «suplic[ando] su clemencia». Durante una intervención en Valcheta, John Daniel Evans trató de ayudar a «mi amigo de la infancia, mi hermano del desierto» a escapar, pero fue en vano.
Este tipo de amistad fue muy significativo, pero fue incapaz de detener la monstruosidad de la modernidad capitalista, la formación del estado, el colonialismo de asentamiento y las jerarquías raciales globales que dominaban al mundo.
De: LSE
FUENTE: El Extremo Sur