Eco­lo­gía Social. Lati­noa­mé­ri­ca en brasas

Por Ser­gio Ferra­ri, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 24 de agos­to de 2021.

En 2020 la Ama­zo­nia per­dió una super­fi­cie de sel­va igual a sie­te Londres

Si la Tie­rra arde, Amé­ri­ca Lati­na y el Cari­be son como bra­sas: son de las regio­nes del pla­ne­ta más afec­ta­das por el cam­bio cli­má­ti­co. Las pre­ven­cio­nes anti-ries­go regio­na­les sufren de insu­fi­cien­cia crónica.

Solo una sema­na des­pués de que el Gru­po de exper­tos inter­na­cio­na­les (IPCC, en inglés) publi­ca­ra su infor­me sobre la dra­má­ti­ca situa­ción mun­dial, el ter­cer mar­tes de agos­to la alar­ma sonó con deci­be­les latinoamericanos

La radio­gra­fía con­ti­nen­tal del nue­vo estu­dio de la Orga­ni­za­ción Meteo­ro­ló­gi­ca Mun­dial (OMM), publi­ca­do el 17 de agos­to reve­la un diag­nós­ti­co grave.

2020 fue uno de los tres años más calien­tes –des­de que exis­ten medi­cio­nes– en México/​América Cen­tral y el Cari­be. Y el segun­do más cáli­do en Amé­ri­ca del Sur. Las tem­pe­ra­tu­ras se situa­ron en 1°C, 0.8°C y 0.6°C, res­pec­ti­va­men­te, por enci­ma de la media de las déca­das 1980 – 2010.

En el sur de la Ama­zo­nia y el Pan­ta­nal, don­de con­flu­yen las aguas de nue­ve paí­ses de Amé­ri­ca del Sur y se con­cen­tra una déci­ma par­te del car­bono terres­tre, los incen­dios explo­ta­ron expo­nen­cial­men­te como resul­ta­do de la inten­sa sequía que azo­tó esa región. Sequía que no es ino­cen­te, sino el resul­ta­do del tala­do a gran esca­la de los bos­ques con el pro­pó­si­to de gene­rar tie­rras para la cría del gana­do y los cul­ti­vos de agro­ex­por­ta­ción. Fue la peor sequía de los últi­mos 60 años.

Según datos del Ins­ti­tu­to Nacio­nal de Pes­qui­sas Espa­ciais (INPE), la Ama­zo­nia bra­si­le­ña regis­tró en junio del año en cur­so 2.308 focos de incen­dios, su peor cifra des­de 2007. Superó en un 2.6% los del año pasa­do, los cua­les, según el infor­me de la OMM, ya habían sido récord.

La reduc­ción de la sel­va ama­zó­ni­ca en tan solo un año equi­va­le apro­xi­ma­da­men­te a un área sie­te veces el tama­ño de la ciu­dad de Lon­dres. A este rit­mo, la Ama­zo­nia corre el gran ries­go de no poder jugar más su rol de pul­món del pla­ne­ta. La pér­di­da de vege­ta­ción sel­vá­ti­ca podría con­ver­tir­se, a cor­to pla­zo, en una fuen­te aún mucho más gran­de e inten­sa de emi­sión de car­bono. En la actua­li­dad, Amé­ri­ca Lati­na y el Cari­be reúnen más del 55% de los bos­ques pri­ma­rios del mun­do, los cua­les alma­ce­nan unas 104 giga­to­ne­la­das de car­bono. Entre el 40% y el 50% de la bio­di­ver­si­dad mun­dial y un ter­cio de todas las espe­cies botá­ni­cas se encuen­tran allí.

El estu­dio de la OMM indi­ca que la sequía gene­ra­li­za­da en esa región tuvo un impac­to con­si­de­ra­ble en las rutas de nave­ga­ción inte­rior, el ren­di­mien­to de los cul­ti­vos y la pro­duc­ción de ali­men­tos, debi­do a lo cual se agra­vó la inse­gu­ri­dad ali­men­ta­ria en muchas zonas. Fenó­meno que se visua­li­za, en par­ti­cu­lar, en la región del Cari­be, con una vul­ne­ra­bi­li­dad muy alta. Varios de sus paí­ses inte­gran la lis­ta de terri­to­rios con mayor estrés hídri­co del mun­do, con menos de 1.000 m³ de recur­sos de agua dul­ce per cápi­ta. En el cen­tro de Amé­ri­ca del Sur, en 2020, los tota­les de pre­ci­pi­ta­ción se apro­xi­ma­ron al 40 % de los valo­res nor­ma­les. El perío­do de pre­ci­pi­ta­cio­nes esta­cio­na­les de sep­tiem­bre de 2019 a mayo de 2020 estu­vo mar­ca­do por un défi­cit de llu­vias que se agra­vó, par­ti­cu­lar­men­te, entre enero y marzo.

En la Argen­ti­na, 2020 fue un año seco, con una ano­ma­lía nacio­nal esti­ma­da del −16.7 % con res­pec­to a la media de 1981 – 2010. Fue uno de los peo­res años des­de 1961 y el más seco des­de 1995. Los tota­les de pre­ci­pi­ta­ción por deba­jo de lo nor­mal fue­ron el resul­ta­do de la mis­ma sequía que afec­tó a la región del Pantanal.

Este calen­ta­mien­to sis­te­má­ti­co reper­cu­tió en los gla­cia­res andi­nos de Argen­ti­na y Chi­le. Según el estu­dio de la OMM, la pér­di­da de masa ha ido en aumen­to des­de 2010, en con­so­nan­cia con el incre­men­to de las tem­pe­ra­tu­ras y de la reduc­ción con­si­de­ra­ble de las precipitaciones.

Cata­clis­mos de un carác­ter muy dife­ren­te, aun­que igual­men­te devas­ta­do­res, los hura­ca­nes Eta e Iota, con una inten­si­dad 4, gol­pea­ron en rápi­da suce­sión a Cen­troa­mé­ri­ca. Siguie­ron tra­yec­to­rias igual­men­te des­truc­ti­vas por Nica­ra­gua y Hon­du­ras acen­tuan­do así los impac­tos acu­mu­la­ti­vos de una región tan inter­co­nec­ta­da. Los daños esti­ma­dos en ambas nacio­nes y en Gua­te­ma­la abar­can a casi 1 millón de hec­tá­reas cultivadas.

Los eco­sis­te­mas marí­ti­mos y lito­ra­les, así como las comu­ni­da­des huma­nas que depen­den de ellos, en par­ti­cu­lar en los peque­ños Esta­dos insu­la­res, se con­fron­tan hoy a las cre­cien­tes ame­na­zas deri­va­das del calen­ta­mien­to y la aci­di­fi­ca­ción de los océa­nos, el aumen­to del nivel del agua y una mayor inten­si­dad y fre­cuen­cia de las tor­men­tas tro­pi­ca­les. En la región, el 27% de la pobla­ción vive en áreas cos­te­ras. Y entre un 6 y un 8% habi­ta en zonas ame­na­za­das gra­ve­men­te por even­tua­les inundaciones.

Con un pro­me­dio de 3.6 milí­me­tros de incre­men­to anual en los últi­mos trein­ta años, el nivel del mar en la región del Cari­be ha supe­ra­do el pro­me­dio mun­dial, que fue de 3.3 milí­me­tros. El estu­dio recuer­da que el océano absor­be cer­ca del 23 % de las emi­sio­nes antro­po­gé­ni­cas anua­les del CO2 pre­sen­te en la atmós­fe­ra, y es, por lo tan­to, un ele­men­to esen­cial que con­tri­bu­ye a miti­gar los efec­tos del aumen­to de las emi­sio­nes en el cli­ma de la Tie­rra. Sin embar­go, el CO2 reac­cio­na con el agua aumen­ta­do su aci­dez. Este pro­ce­so en pau­la­tino incre­men­to afec­ta a muchos orga­nis­mos y eco­sis­te­mas mari­nos y ame­na­za la segu­ri­dad ali­men­ta­ria al poner en peli­gro la pes­ca y la acuicultura.

Doble con­de­na: cli­ma y deuda

El Infor­me El esta­do del cli­ma en Amé­ri­ca Lati­na y el Cari­be ela­bo­ra­do por la Orga­ni­za­ción Meteo­ro­ló­gi­ca Mun­dial (https://​library​.wmo​.int/​d​o​c​_​n​u​m​.​p​h​p​?​e​x​p​l​n​u​m​_​i​d​=​1​0​765), reúne los apor­tes mul­ti­dis­ci­pli­na­rios de 40 exper­tos. Sus con­clu­sio­nes se basan en una meto­do­lo­gía están­dar que eva­lúa los aspec­tos físi­cos del sis­te­ma cli­má­ti­co a par­tir de datos de 1.700 esta­cio­nes meteo­ro­ló­gi­cas de toda la región.

Sus con­clu­sio­nes pre­li­mi­na­res crean alar­ma y pro­du­cen esca­lo­fríos. Las medi­das de adap­ta­ción — en par­ti­cu­lar los sis­te­mas de aler­ta tem­pra­na mul­ti­rries­go– no están lo sufi­cien­te­men­te pre­pa­ra­das para hacer fren­te a los cata­clis­mos. El apo­yo de los gobier­nos, así como de la comu­ni­dad cien­tí­fi­ca y tec­no­ló­gi­ca, sería fun­da­men­tal para refor­zar­las y tam­bién para mejo­rar la reco­pi­la­ción y el alma­ce­na­mien­to de datos. De este modo, podría inte­grar­se mejor la infor­ma­ción sobre el ries­go de desas­tres en la pla­ni­fi­ca­ción del desa­rro­llo. No se pue­de sub­es­ti­mar el cos­to de la pre­ven­ción: es fun­da­men­tal con­tar con un apo­yo finan­cie­ro sóli­do para lograr esos objetivos.

La Orga­ni­za­ción Meteo­ro­ló­gi­ca Mun­dial (OMM) anti­ci­pa malas noti­cias. El cam­bio cli­má­ti­co se ensa­ña­rá con Amé­ri­ca Lati­na, don­de se bati­rán récords en con­cep­to de hura­ca­nes, se sufri­rán sequías seve­ras, segui­rá aumen­tan­do el nivel del mar y habrá más incen­dios. Todo podría empeo­rar si no se logra dete­ner urgen­te­men­te la emi­sión de gases de efec­to invernadero.

El futu­ro ya es pre­sen­te. Las peo­res sequías en 50 años en el sur de la Ama­zo­nia y el récord de hura­ca­nes e inun­da­cio­nes en Cen­troa­mé­ri­ca duran­te 2020, cons­ti­tu­yen la nue­va nor­ma­li­dad que le espe­ra a Amé­ri­ca Lati­na. El con­ti­nen­te se pro­yec­ta como una de las zonas don­de los efec­tos e impac­tos del cam­bio cli­má­ti­co serán más pro­nun­cia­dos: olas de calor, dis­mi­nu­ción del ren­di­mien­to de los cul­ti­vos, incen­dios fores­ta­les, ago­ta­mien­to de los arre­ci­fes de coral y even­tos extre­mos rela­cio­na­dos con el aumen­to del nivel del mar.

Los exper­tos son con­tun­den­tes. Ase­gu­ran que es de vida o muer­te poner lími­tes al calen­ta­mien­to glo­bal por deba­jo de 2 gra­dos cen­tí­gra­dos en una región que ya enfren­ta asi­me­trías eco­nó­mi­cas y socia­les para su desa­rro­llo sostenible.

Y algu­nos ejem­plos hablan por sí mis­mos: en el Cari­be, los desas­tres natu­ra­les se tri­pli­ca­ron en los últi­mos 30 años y las pér­di­das eco­nó­mi­cas aso­cia­das se quin­tu­pli­ca­ron. La des­truc­ción cau­sa­da por los hura­ca­nes Irma y María en 2017 pro­du­jo pér­di­das equi­va­len­tes al 250% del Pro­duc­to Interno Bru­to (PIB) en paí­ses como Domi­ni­ca (https://​www​.cepal​.org/es).

Adi­cio­nal­men­te, en el terreno finan­cie­ro inter­na­cio­nal, entre los efec­tos ines­pe­ra­dos del cam­bio cli­má­ti­co se encuen­tra la acti­tud nefas­ta de las agen­cias cali­fi­ca­do­ras dedi­ca­das a eva­luar los ries­gos de inver­sio­nes. Las mis­mas con­si­de­ran que la vul­ne­ra­bi­li­dad cli­má­ti­ca es un cri­te­rio para reba­jar la cali­fi­ca­ción de segu­ri­dad y bene­fi­cio. Lo que pro­du­ce, según la CEPAL, con­se­cuen­cias gra­ví­si­mas por­que aumen­ta, injus­ta­men­te, el cos­to de la deu­da sobe­ra­na y el pago de intere­ses para aque­llos paí­ses en desa­rro­llo alta­men­te vul­ne­ra­bles ante el cam­bio cli­má­ti­co. Según el orga­nis­mo con­ti­nen­tal, esto agra­va, por ejem­plo, las capa­ci­da­des del Cari­be, de Argen­ti­na y de Ecua­dor los cua­les ya tie­nen una “car­ga muy pesa­da por los altos nive­les de deu­da enrai­za­da en los shocks exter­nos agra­va­dos por el impac­to de los desas­tres y las debi­li­da­des estruc­tu­ra­les, socia­les y económicas”.

La pro­tes­ta se consolida

Amé­ri­ca Lati­na y el Cari­be se con­fron­tan con un labe­rin­to casi sin sali­da. A pesar de ser res­pon­sa­bles sola­men­te del 8.3% de las emi­sio­nes de gases de efec­to inver­na­de­ro a nivel mun­dial, pagan uno de los pre­cios más altos por el dete­rio­ro cli­má­ti­co glo­bal. Y lo pagan con su vul­ne­ra­bi­li­dad coti­dia­na, que inclu­ye la fra­gi­li­dad de sus sis­te­mas de pre­ven­ción de riesgos.

Reali­dad pla­ne­ta­ria com­ple­ja, don­de la des­crip­ción fác­ti­ca del dra­ma cli­má­ti­co escon­de, muchas veces, los dife­ren­tes nive­les de res­pon­sa­bi­li­dad por con­ti­nen­tes, regio­nes y paí­ses, así como por sec­to­res de acti­vi­da­des y for­mas y lógi­cas de pro­duc­ción. De ahí que sean cada vez más poten­tes las voces socia­les que se escu­chan a lo lar­go y a lo ancho del mun­do ente­ro, espe­cial­men­te las juve­ni­les, que no se con­ten­tan de cons­ta­tar la cri­sis cli­má­ti­ca mun­dial. Y que exi­gen que se hable tam­bién de la nece­si­dad de una ver­da­de­ra jus­ti­cia cli­má­ti­ca planetaria.

Fuen­te: Rebelión.

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