Por Geraldina Colotti, Resumen Latinoamericano, 11 de agosto de 2021.
Tras la caída de la Unión Soviética y el dominio del modelo capitalista, que impuso sus propias reglas mercantilistas también en las competiciones internacionales, la victoria de deportistas que vienen de países socialistas como Cuba o Venezuela, ha multiplicado su valor concreto y simbólico.
Y el segundo lugar de China, en los últimos Juegos Olímpicos de Tokio, por solo una medalla de diferencia detrás de Estados Unidos en las últimas etapas de la competencia, también en este contexto, fotografía la pérdida de hegemonía del sistema norteamericano. Un sistema basado en los negocios a toda costa, al que también debería adaptarse el esquema europeo.
En su decimocuarto plan quinquenal para 2021 – 2025, China se propuso hacer de la industria del deporte un pilar de su economía. En 2035, el sector alcanzará un valor de 696 mil millones de dólares. En los países capitalistas, además de ser un formidable vehículo de consenso a favor de las clases dominantes, el deporte tiene también un gran impacto en la industria (del textil a la publicidad, de los medios a la electrónica y hasta el aeroespacial), y mueve importantes palancas económicas y financieras que involucran grandes grupos y grandes intereses.
Antes de la pandemia, en la Unión Europea, el PIB vinculado al sector deportivo era de 279.700 millones de euros, equivalente al 2,12% del PIB europeo total. El empleo relacionado con el deporte había ascendido a 5.670 millones de personas, lo que equivale al 2,72% del empleo europeo total. Además, debe tenerse en cuenta que cada año se realizan entre 12 y 15 millones de viajes internacionales en todo el mundo, principalmente para asistir a eventos deportivos.
China también está manipulando las palancas del mercado para hacer crecer la economía nacional, por ejemplo promocionando sus propias marcas deportivas a través del capital privado, pero el control queda en manos del Estado, los modelos deportivos son diferentes a los imperantes en el mundo capitalista, y muestran una superioridad política y cultural similar a la existente en el siglo pasado entre Estados Unidos y la URSS.
En los EE.UU., son las empresas, las fundaciones y las universidades, no el Estado, las que financian a los atletas individuales, que se «construyen» para los Juegos Olímpicos en las universidades y se envían a competir gracias a los patrocinadores. Para el comunismo chino, los atletas emergentes reciben un salario del estado y compiten por intereses colectivos. Este año, el gobierno chino ha prometido alentar a 700 millones de personas a practicar deportes al menos una vez a la semana.
Incluso el cuerpo, decía Marx, es un producto social, fruto de las condiciones materiales de existencia y de las relaciones sociales de producción en las que está inmerso. Y la esencia de ese cuerpo, lo que lo define como humano, es el trabajo.
El deporte, en Cuba, es un instrumento de crecimiento social colectivo: un «derecho del pueblo», como sancionó la revolución de 1959, que se practica desde la primera infancia y se sigue ejerciendo en la vejez. Las 15 medallas obtenidas en Tokio por Cuba, así como las 4 ganadas por Venezuela, también deben multiplicarse, considerando el bloqueo al que está sometida la isla desde hace más de 60 años, y lo que sufre la Venezuela bolivariana, donde el deporte también es un derecho, consagrado en la constitución.
Desde fines de 2020, Cuba ha perdido millones de dólares y ha experimentado un aumento de costos de más del 30% por no poder comprar directamente productos y tecnología deportivos de vanguardia. Y así fue para Venezuela, que en Tokio elevó al más alto nivel el legado de Chávez al considerar el deporte como un instrumento de lucha por la paz y por la liberación de los pueblos.