Uru­guay. La ines­pe­ra­da par­ti­da del fis­cal Enri­que Via­na: un hom­bre de izquier­da que no se some­tió al Sistema

Por Nahuel Maciel, Resu­men Latinoamericano,1 de agos­to de 2021.

En la tar­de del mar­tes pasa­do y de for­ma ines­pe­ra­da, falle­ció en la Ciu­dad Vie­ja de Mon­te­vi­deo, el abo­ga­do Enri­que Via­na Ferreira.

Enri­que Via­na era titu­lar de la Fis­ca­lía Letra­da Nacio­nal en lo Civil de Ter­cer Turno de Mon­te­vi­deo, cuan­do tomó con­tac­to con la comu­ni­dad de Gua­le­guay­chú en el mar­co de la lucha con­tra la pas­te­ra UPM (ex Botnia).

En rigor, fue uno de los pocos hom­bres de la Jus­ti­cia que se ani­mó a ini­ciar un pro­ce­so con­tra el Esta­do uru­gua­yo obser­van­do una serie de irre­gu­la­ri­da­des come­ti­das por la admi­nis­tra­ción del Eje­cu­ti­vo en el pro­ce­so de auto­ri­za­ción de la empre­sa Botnia.

Via­na vivió su infan­cia en Fray Ben­tos, aun­que nació en Mon­te­vi­deo. Egre­sa­do como abo­ga­do de la Uni­ver­si­dad de la Repú­bli­ca en 1985, des­de 1991 comen­zó a desa­rro­llar la carre­ra judi­cial como fis­cal en dis­tin­tas instancias.

Via­na siem­pre mani­fes­tó adhe­rir a la pers­pec­ti­va que seña­la al Dere­cho Ambien­tal de mane­ra bien defi­ni­da, con pre­cep­tos de orden públi­co e inte­rés gene­ral. Y ense­ña­ba que sólo con el ejer­ci­cio pleno del con­cep­to de Repú­bli­ca se pue­de evi­tar la sumi­sión del Esta­do a otro inte­rés que no sea el general.

Sos­te­nía de mane­ra valien­te que el Poder Eje­cu­ti­vo y espe­cial­men­te el Minis­te­rio del Ambien­te uru­gua­yo, al acep­tar la ins­ta­la­ción de una indus­tria de las carac­te­rís­ti­cas de Bot­nia, adop­ta­ron una pos­tu­ra incom­pa­ti­ble con el nivel jurí­di­co de pro­tec­ción ambien­tal exi­gi­do por la Cons­ti­tu­ción de la Repú­bli­ca y por la Ley.

Tam­bién sos­te­nía que el Dere­cho Ambien­tal no es un dere­cho difu­so, por­que es un Dere­cho per­fec­ta­men­te defi­ni­do, con pre­cep­tos de orden públi­co y de inte­rés gene­ral. Esto quie­re decir, entre otras cosas, que está al mar­gen de la volun­tad de gober­nan­tes y gober­na­dos, y que es innegociable.

Su ines­pe­ra­da par­ti­da no solo ha con­mo­cio­na­do a Gua­le­guay­chú sino a los pue­blos ribe­re­ños, que lo lle­va­rán en la memo­ria colec­ti­va como una per­so­na de ideas cla­ras, con­duc­ta hon­ra­da y com­pro­mi­so con la vida.

Enri­que Via­na: In memoriam

Por Hoe­nir Sarthou 

Aca­bo de lle­gar del vela­to­rio, don­de los más direc­tos alle­ga­dos a Enri­que Via­na me con­fir­ma­ron las cir­cuns­tan­cias de la muer­te, que efec­ti­va­men­te ocu­rrió por un infar­to ful­mi­nan­te, cuan­do esta­ba por subir a su auto, en ple­na Ciu­dad Vie­ja, lue­go de asis­tir a una audien­cia judi­cial. Tam­bién me con­fir­ma­ron que el cuer­po, al que al pare­cer se inten­tó reani­mar, estu­vo lue­go como tres horas tira­do en la vere­da en la que había caí­do, sin que se die­ra avi­so a la fami­lia o a sus ami­gos (algu­nos muy noto­rios), lo que cons­ti­tu­ye una demo­ra inexplicable.

Hago estas pre­ci­sio­nes para aven­tar espe­cu­la­cio­nes fan­ta­sio­sas, sin per­jui­cio de que no está bien que una fami­lia se ente­re de la muer­te de uno de sus miem­bros horas des­pués, al reci­bir lla­ma­das de veri­fi­ca­ción tras ser dada la noti­cia por la pren­sa, como ocu­rrió en este caso.

Salí del vela­to­rio con una doble sen­sa­ción de tris­te­za. Por un lado, como es obvio, por­que Via­na se había vuel­to uno de los refe­ren­tes de un espa­cio de opi­nión públi­ca que com­par­to, el que cri­ti­ca al mode­lo de glo­ba­li­za­ción en cur­so, mate­ria­li­za­do des­de hace años en con­tra­tos de inver­sión inad­mi­si­bles y aho­ra en las demen­cia­les polí­ti­cas pan­dé­mi­cas. Su apor­te en ideas y en acción era muy impor­tan­te para ese espa­cio, por lo que, sin duda, hará mucha falta.

Pero ade­más salí con una sen­sa­ción de pér­di­da más per­so­nal, que sólo pue­do expli­car remon­tán­do­me a la épo­ca en que lo cono­cí, hace cer­ca de vein­te años.

Tenía yo un pro­ble­ma judi­cial, con una actua­ria que se había equi­vo­ca­do en el pro­ce­di­mien­to para el cálcu­lo de un cré­di­to y una juez que, por soli­da­ri­dad con la actua­ria (el Poder Judi­cial pue­de ser muy cor­po­ra­ti­vo), se nega­ba a corre­gir el error. El resul­ta­do era una ile­ga­li­dad y ade­más (no siem­pre las dos cosas coin­ci­den) una injus­ti­cia que per­ju­di­ca­ba a mi clien­te. Lue­go de algu­nos inten­tos de diá­lo­go con la actua­ria y con la juez, tuve que impug­nar la liqui­da­ción y el expe­dien­te mar­chó en vis­ta fis­cal, para que un fis­cal dic­ta­mi­na­ra sobre el asun­to antes de la deci­sión final de la juez.

Temien­do que, por iner­cia buro­crá­ti­ca, el fis­cal actuan­te le die­ra la razón a la actua­ria sin estu­diar­lo mucho, fui a la fis­ca­lía y pedí hablar con el fis­cal a car­go del asun­to. Cuan­do me die­ron el nom­bre de Enri­que Via­na, tra­gué sali­va. En esa épo­ca, sobre todo por res­pec­ti­vos ante­ce­den­tes fami­lia­res, el ape­lli­do Via­na y el mío eran anti­té­ti­cos, como el agua y el acei­te. Ima­gino que él tam­bién habrá tra­ga­do sali­va cuan­do me anunciaron.

Me sen­té a espe­rar ser aten­di­do, cre­yen­do que me toca­ría una “aman­sa­do­ra” lar­ga, lue­go un tra­ta­mien­to frío, y final­men­te la total indi­fe­ren­cia por el asun­to que me movía. Estu­ve ten­ta­do a irme, pero la vie­ja máxi­ma de “no hay peor ges­tión que la que no se hace” me lle­vó a quedarme.

No tuve que espe­rar mucho. A los pocos minu­tos me hicie­ron pasar a una peque­ña ofi­ci­na, en la que había un escri­to­rio tam­bién peque­ño, y detrás la monu­men­tal figu­ra de Enri­que Via­na, que hacía pare­cer más dimi­nu­ta a la ofi­ci­na, al escri­to­rio y a la silla en la que se sentaba.

Al ver­me se paró un poco tra­ba­jo­sa­men­te (todo pare­cía que­dar­le chi­co), me miró a los ojos mien­tras me exten­día la mano, me invi­tó a sen­tar­me, mur­mu­ró ape­nas algu­na fór­mu­la de cor­te­sía, algo así como “Mucho gus­to”, y, sin otro preám­bu­lo, pre­gun­tó: “¿Qué lo trae por aquí, Doc­tor?”. Me sor­pren­dió lo cor­dial y bien modu­la­da que podía ser su voz.

Le expli­qué en muy pocas pala­bras mi asun­to y le dije que lo que pedía no era un dic­ta­men favo­ra­ble sino un estu­dio aten­to del asun­to. Asin­tió y con­tes­tó: “Qué­de­se tran­qui­lo, Doc­tor. Lo voy a estu­diar y, si es como Ud. dice, haré el dic­ta­men corres­pon­dien­te”. Nada más. Nin­gu­na pala­bra de sobra, nin­gu­na son­ri­sa inne­ce­sa­ria. Sin embar­go, había algo cor­dial y res­pe­tuo­so en su voz gra­ve, en su eco­no­mía de pala­bras y de movi­mien­tos. Se levan­tó otra vez, tra­ba­jo­sa­men­te, vol­vió a exten­der­me la mano, le dí la mía, mur­mu­ré “Mucho gus­to”, y me fui.

A los pocos días, el expe­dien­te vol­vió al juz­ga­do con una vis­ta lapi­da­ria, bre­ve, muy bien fun­da­da y exce­len­te­men­te redac­ta­da. La juez, que podría haber­se apar­ta­do del dic­ta­men fis­cal, clau­di­có y dis­pu­so revi­sar la liquidación.

Pasa­ron varios años has­ta la siguien­te vez que lo ví. En ese tiem­po, Via­na fue con­vir­tién­do­se en el supues­to “fis­cal ver­de” (hay un malen­ten­di­do en eso), pesa­di­lla de los gobier­nos, de los jue­ces, de los inver­so­res extran­je­ros y de la admi­nis­tra­ción públi­ca en gene­ral. Sus pedi­dos de infor­ma­ción per­mi­tie­ron acce­der a con­tra­tos secre­tos, como el de Mon­tes del Pla­ta. Su denun­cia de la acti­tud omi­sa del INAU hizo cesar la explo­ta­ción de niños que eran usa­dos para lim­piar para­bri­sas has­ta la madru­ga­da. Las denun­cias judi­cia­les que hizo en base a la infor­ma­ción que obte­nía, en cam­bio, fue­ron sis­te­má­ti­ca­men­te archi­va­das. De hecho, lue­go fue­ron invo­ca­das por la jerar­quía de la Fis­ca­lía como prue­ba de su supues­ta incom­pe­ten­cia y de su pro­pen­sión a gas­tar recur­sos públi­cos en pro­ce­sos pena­les inútiles.

Via­na no era el mode­lo de fis­cal que­ri­do por el sis­te­ma polí­ti­co ni por el mun­do empre­sa­rial. Muchos de sus cole­gas fis­ca­les se pre­gun­ta­ban por qué dedi­ca­ba tan­to tiem­po y tra­ba­jo a cau­sas per­di­das, por qué no se limi­ta­ba a ir a audien­cias y a eva­cuar vis­tas de ruti­na, en lugar de andar bus­can­do y crean­do pro­ble­mas. Otros direc­ta­men­te lo acu­sa­ban de loco, o de tener ambi­cio­nes de glo­ria y de fama. El Fren­te Amplio ‑me cons­ta- no lo que­ría. Lo acu­sa­ban por el papel de su padre duran­te la dic­ta­du­ra y des­con­fia­ban de él. Lue­go me daría cuen­ta que no era sólo eso lo que les molestaba.

A estas altu­ras es nece­sa­ria una acla­ra­ción. Un fis­cal es un repre­sen­tan­te del inte­rés públi­co. Así de sim­ple y así de difì­cil. Sin embar­go, una vie­ja tra­di­ción nos ha acos­tum­bra­do a que los fis­ca­les se limi­ten a inter­ve­nir en cau­sas judi­cia­les ya enta­bla­das y no anden por el mun­do bus­can­do ende­re­zar­lo. El pro­ble­ma con Via­na es que, mien­tras fue fis­cal, se tomó en serio su fun­ción y se pro­pu­so repre­sen­tar real­men­te el inte­rés públi­co, inclu­so en temas que no esta­ban plan­tea­dos toda­vía ante el Poder Judi­cial. Eso resul­tó imperdonable.

El pun­to crí­ti­co de su carre­ra sobre­vino cuan­do entró en vigen­cia el actual Códi­go del Pro­ce­so Penal, que pone a los pro­ce­sos pena­les en manos de los fis­ca­les y some­te a éstos a las direc­ti­vas del Fis­cal Gene­ral. Via­na per­ci­bió que ese códi­go, copia de un mode­lo que los orga­nis­mos inter­na­cio­na­les pro­mue­ven en toda Amé­ri­ca, deri­va­ría en con­di­cio­na­mien­tos a los fis­ca­les y en una even­tual mani­pu­la­ción polí­ti­ca del sis­te­ma de jus­ti­cia penal. A fines de 2017, tras una pro­lon­ga­da con­flic­ti­va con el Fis­cal Gene­ral, renun­ció a la Fis­ca­lía y, sal­vo por un bre­ve parén­te­sis en que inten­tó ase­so­rar a un orga­nis­mo públi­co, se dedi­có al ejer­ci­cio par­ti­cu­lar de la abo­ga­cía en socie­dad con Gus­ta­vo Salle.

Pen­sé que podría resol­ver esta nota con rela­ti­va­men­te pocos carac­te­res. Me equi­vo­qué. Cuan­to más escri­bo sobre Via­na, más cosas me vie­nen a la men­te. Así que tra­ta­ré de sintetizar.

Entre 2015 y 2017 vol­ví a reen­con­trar­me con él. Una mesa redon­da en el Pala­cio Legis­la­ti­vo, algún que otro pro­gra­ma de radio, lue­go una magis­tral inter­ven­ción que hizo en noviem­bre de 2017 en el Ate­neo, duran­te una mesa redon­da orga­ni­za­da por quie­nes hoy inte­gra­mos el Movi­mien­to Ciu­da­dano UPM2 NO. Digo “magis­tral” y no me equi­vo­co. Esa noche noté que Via­na había adver­ti­do, antes y mejor que nadie, algo que es esen­cial al mode­lo de glo­ba­li­za­ción eco­nó­mi­ca: la des­truc­ción de la sobe­ra­nía de los sis­te­mas repu­bli­ca­nos y demo­crá­ti­cos de todos los paí­ses, como requi­si­to para que el capi­tal trans­na­cio­nal pue­da apro­ve­char­se de los Esta­dos, inver­tir sin con­tro­les y dis­po­ner de los recur­sos natu­ra­les a voluntad.

Esa noche enten­dí tam­bién por qué se equi­vo­ca­ban los que lo lla­ma­ban “fis­cal ver­de”. Via­na no era pro­pia­men­te un ambien­ta­lis­ta. Era un repu­bli­cano. Sabía algo que muchos ambien­ta­lis­tas quie­ren igno­rar: que la explo­ta­ción des­truc­ti­va de los recur­sos natu­ra­les tie­ne como requi­si­to pre­vio neu­tra­li­zar la sobe­ra­nía y la capa­ci­dad de con­trol de los Esta­dos repu­bli­ca­nos y demo­crá­ti­cos. O, lo que es lo mis­mo, des­truir las sobe­ra­nías nacio­na­les y pros­ti­tuir a la cul­tu­ra repu­bli­ca­na y demo­crá­ti­ca para que el dine­ro impe­re sin límites.

Esa noche dejó de ser “Via­na” para mí y pasó a ser “Enri­que”.

Des­pués siguie­ron varios años en que con­ti­nuó esa línea de acción. Tuve la ale­gría de com­par­tir con él varios actos públi­cos con­tra UPM2, de con­ver­sar temas polí­ti­cos y jurí­di­cos. Lo vi abor­dar la polí­ti­ca elec­to­ral jun­to a Gus­ta­vo Salle, en lo que no los acom­pa­ñé, aun­que los voté.

Final­men­te se decla­ró la pan­de­mia y nue­va­men­te vol­vi­mos a coin­ci­dir, jun­to con muchos otros. Eso me con­ven­ció de que el eje glo­ba­lis­mo – sobe­ra­nis­mo es inelu­di­ble para pen­sar y enten­der nues­tro tiem­po. Al pun­to que, si se lo tie­ne pre­sen­te, se logran coin­ci­den­cias por sobre muchas otras dife­ren­cias que en el pasa­do pudie­ron separarnos.

Esta nota ten­drá algo de inaca­ba­do. Por­que la muer­te de Enri­que fue repen­ti­na y escri­bo bajo el influ­jo de un apre­cio y una amis­tad que iban cre­cien­do y que, en mi áni­mo, no dejan de cre­cer. Me vie­ne a la men­te, no sé por qué, la pesa­da figu­ra de Enri­que, que pare­cía augu­rar una pesa­dez gene­ral, des­men­ti­da por la mira­da pro­fun­da y rápi­da, y por el rit­mo de sus fra­ses, bre­ve, ágil, sin­té­ti­co, de pre­ci­sión qui­rúr­gi­ca por momen­tos. Su indig­na­ción con el sis­te­ma de jus­ti­cia, sumi­so ante las polí­ti­cas glo­ba­les, su fal­ta de resig­na­ción, su esca­sa auto­rre­fen­cia­li­dad, su caba­lle­ro­si­dad y su lucha por­fia­da con­tra lo que sabía que no podía cambiar.

No encuen­tro una fra­se fácil para fina­li­zar con opti­mis­mo este tex­to. La lucha que enta­bló Enri­que segui­rá, sin duda. Es obvio y es muy pre­vi­si­ble que yo lo diga. Pero hay una pér­di­da irre­pa­ra­ble, la huma­na, la per­so­nal. Esa ape­nas se miti­ga al pen­sar en la mucha gen­te valio­sa, y aun no cono­ci­da, que su pré­di­ca incor­po­ró a las cau­sas que defen­día. Lo sen­tí hoy en el vela­to­rio. De algu­na mane­ra, el diá­lo­go con los ami­gos muer­tos sigue por medio de quie­nes nos lle­gan a tra­vés de ellos.

Itu­rria /​Fuen­te

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