Un poco de historia
Afganistán es un país multiétnico. El grupo principal (50%) es de los pastunes y el segundo el de los tayicos. Estas dos etnias hablan la misma lengua, el dari, una lengua persa. Después viene la comunidad chiita en la provincia de Herat, en otra época persa. En el norte, hay comunidades de origen turco.
Todas estas etnias están igualmente presentes en los países vecinos. Así, los pastunes constituyen el segundo grupo de Pakistán. Los tayicos están por supuesto en Tayikistán, los kazajos en Kazajistán y los chiitas de Herat se encuentran en Irán. Esto explica en parte por qué el «problema afgano» tiene un gran impacto en toda la región.
¿Cuál es la riqueza del país? ¿Por qué el control de esta región es tan importante para las grandes potencias?
Afganistán posee minerales, especialmente de los llamados estratégicos como el cobalto, cobre, oro, hierro, litio –se calcula que Afganistán puede tener reservas de litio equivalentes a las de Bolivia – , lantano, cerio, neodimio y otros, además de gas y petróleo. A eso se le suma que es uno de los mayores productores de opio en el mercado mundial del narcotráfico. Pero sobre todo es su ubicación geoestratégica, haciendo frontera con China y con Irán, con países de Asia Central y con Pakistán, su cercanía a Rusia, lo que convierte a Afganistán en clave para controlar Asia, que es el continente de mayor desarrollo económico y donde se juega la batalla por la dominación mundial. Estados Unidos ha querido siempre lograr el control de esta zona y acosar a Rusia, China e Irán, tratar de romper su alianza y de impedir que India se sume a ella.
Afganistán cobró importancia geopolítica a partir del siglo XIX, despertando el interés de grandes imperios de la época, como el ruso o el británico, ya que «controlar Afganistán permitía una gran influencia en Asia Central, sobre todo en función de las rutas comerciales terrestres, además de la posibilidad de explotar sus variadas materias primas».
En el siglo XIX y principios del XX, el Imperio Británico intentó subyugar a los afganos en tres ocasiones. En la primera guerra anglo-afgana de 1838 – 1842, en que los británicos quisieron utilizar a los afganos contra los rusos para defender su colonia india, frente al imperio ruso que tras batir al imperio otomano en 1840, tomó el control del Cáucaso y Asia Central y se dirigía hacia la India. Con ese objetivo, los británicos invadieron Afganistán, llegaron a las puertas de Kabul, pero luego sus tropas fueron rodeadas y privadas de abastecimiento y destruidas.
La segunda guerra anglo-afgana de 1878 fue también para contener la expansión rusa en Asia Central y para defender los intereses coloniales ingleses. A pesar de que el gobernador británico Sir Durand utilizó un cuerpo de 40.000 hombres y llegó a tomar Kabul, no pudo frente al levantamiento popular afgano y tuvo que retirarse. Pero dividió el territorio pastún afgano en dos, anexionando una parte a Pakistán, y creó la «línea Durand», nueva divisoria fronteriza entre Afganistán y Pakistán, que nunca será reconocida por los pastún.
Tras la derrota de Alemania en 1918 se produce la tercera guerra anglo-afgana. Los afganos, mediante una estrategia de guerra de guerrillas, se enfrentan y vencen a un ejército británico muy superior en número –740.000 hombres– y en tecnología –artillería pesada, carros y aviones – , logrando la independencia. Tras la independencia lograda por los afganos en 1919, los ingleses tratan de nuevo de enfrentarlos al nuevo Estado soviético pero Afganistán, por el contrario, se acerca a su nuevo vecino comunista, quien ejerce una influencia en la modernización y desarrollo de Afganistán.
Derrocamiento del rey Mohammed Zahir Shah en julio de 1973 y establecimiento de un régimen republicano
En 1965 se crea el partido comunista que se denominará Partido Democrático del Pueblo Afagano (PDPA) con bases en la intelectualidad urbana, los estudiantes y algunos oficiales del ejército. Pronto aparecen dos corrientes, la Khalq por una parte y la Parcham por la otra. Para lograr una revolución democrática, la Khalq afirmaba que la clase obrera debía jugar un papel de vanguardia mientras que la Parcham apoyaba una alianza en pie de igualdad de todas las clases sociales favorables a la revolución. Esta disensión no impidió que ambas corrientes hicieran frente común en las elecciones organizadas en 1965 y 1969 bajo la monarquía de Zahir Shah.
Las divergencias se cristalizaron en la estrategia elaborada por estas dos tendencias para obtener un cambio en Afganistán. La Parcham se aproximó al príncipe Daud y en 1973 lograron derrocar la monarquía, que duraba desde 1933, convirtiendo al príncipe en presidente de la nueva república. Pero el nuevo jefe de Estado no estuvo a la altura de las esperanzas y a la democratización tan esperada respondió con la represión a los oponentes. Khalq, considerando el putch de 1973 como un mal menor, concluyó que debía continuar el combate por la revolución democrática. Parcham, por su parte, que había participado en el acceso al poder del príncipe Daud, consideró la operación como un fracaso. Y así, las dos corrientes decidieron hacer de nuevo causa común para derrocar al régimen, produciéndose la reunificación del PDPA en 1977. Un año más tarde, el príncipe Daud es derrocado y el PDPA toma el poder con Nur Muhammad Taraki a la cabeza.
La revolución de Saur del 27 de abril de 1978
El 19 de abril de 1978, un destacado izquierdista llamado Mir Akbar Khyber fue asesinado atribuyéndose el asesinato a la República de Afganistán de Mohammad Daud Khan. Su muerte sirvió de unión para los afganos procomunistas. Temiéndose un golpe de Estado comunista, Daud ordenó el arresto de ciertos líderes del PDPA, incluidos Taraki y Karmal, mientras que colocaba a otros como Hafizullah Amin bajo arresto domiciliario. El 27 de abril de 1978 se inició la Revolución Saur, supuestamente por Amin mientras aún estaba bajo arresto domiciliario. Daud Khan fue ejecutado al día siguiente junto con la mayor parte de su familia. El PDPA ganó rápidamente el control y el 1 de mayo Taraki se convirtió en presidente del Consejo Revolucionario, un papel que incluía las responsabilidades tanto de presidente como de presidente del consejo de ministros (primer ministro). Luego el país pasó a llamarse República Democrática de Afganistán (DRA), instalando un sistema de Estado que duraría hasta abril de 1992.
Fue el mejor período para el pueblo afgano, con gran peso de caciques feudales, que se encontraba muy atrasado y pobre, con grandes desigualdades, una enorme marginación de la mujer y muy elevadas tasas de analfabetismo. El gobierno procedió a vastas reformas agrarias sin compensación para ayudar a los campesinos pobres –para mediados de 1979 se redistribuyeron 665.000 Ha y se distribuyeron tierras entre más de 250.000 campesinos. Se construyeron carreteras, miles de escuelas e infraestructuras de sanidad (hospitales, gran incremento de camas hospitalarias y de médicos…). Fue también el mejor período para las mujeres. Así, se declaró la igualdad jurídica entre el hombre y la mujer y la educación universal para ambos sexos. Miles de mujeres dejaron de usar el chador, se prohibió la dote de las bodas y se estableció la libertad de elección para las mujeres en el matrimonio aboliendo el matrimonio infantil. Las jóvenes de las ciudades, donde el gobierno tenía más peso, podían quitarse el velo, salir en público, ir a la escuela y conseguir trabajo. Asimismo se incorporaron a la producción y se integraron en los destacamentos populares de defensa de la revolución con las armas en la mano. Hubo un gran programa de alfabetización que alcanzó a millones de personas, se abolió la ley islámica y se prohibió el cultivo del opio. Evidentemente estas reformas suscitaron una fuerte oposición en las capas más reaccionarias del país, entre los terratenientes, clero islámico… con degollamientos y asesinatos como respuesta.
En el período entre 1978 y 1992 que duró el comunismo en el poder a través del PDPA, hubo varios líderes que regentaron la presidencia del gobierno. Los más importantes fueron Nur Muhammad Taraki, Babrak Karmal y Mohammed Najibullah. Fue un periodo turbulento, no exento de contradicciones entre corrientes, en la que intervino también alguna traición como la de Hafizullah Amin, que dio un golpe de Estado contra Taraki, que fue ejecutado, pero que fue reconducido al poco tiempo con la ayuda de los soviéticos, estableciendo a Badrak Karmal como presidente. Así, el 27 de diciembre de 1979 se produjo la intervención de las tropas soviéticas, muy reticentes al principio en entrar en Afganistan a pesar de las peticiones afganas en ese sentido, pero que se decidieron a hacerlo viendo el enorme acoso imperialista a través de los muyahidines y la traición de Amin. Muerto Amin en el asalto de una unidad del KGB al palacio presidencial, Karmal llegó tras los tanques soviéticos en las primeras horas de 1980 para hacerse cargo de la secretaría general del PDPA, la presidencia del Consejo revolucionario (o jefatura del Estado) y la jefatura del Gobierno, puesto este que cedió en 1981 a Sultan Ali Keshtmand.
La intervención imperialista contra el gobierno de izquierda desde 1978
Antes que la URSS entrara en Afganistán en diciembre de 1979 en apoyo del gobierno, Estados Unidos, de la mano de la CIA, armó a diferentes jefes de guerra locales y reclutó decenas de miles de mercenarios muyahidines con el apoyo financiero de Arabia Saudita y el apoyo logístico del servicio de inteligencia pakistaní, el ISI. Jefes de guerra locales como el pastún Hekmatyar, el tayiko Massoud, el general kazajo Dostom e Ismail Khan de Herat. Todos eran representantes de la vieja sociedad feudal y tribal. Tal como reconoció el mismo Zbigniew Brzezinski, asesor en temas internacionales del presidente Jimmy Carter, seis meses antes de la intervención soviética, el 3 de julio de de 1979, el presidente Carter firmó la primera directiva sobre asistencia clandestina para los oponentes al gobierno de Kabul, es decir firmó el apoyo a saco de la guerra terrorista contra el gobierno afgano. La idea era «matar dos pájaros de un tiro», tumbar el gobierno de izquierda y atraer a la URSS a una trampa mortal infestada de muyahidines, es decir de terroristas islamistas radicales contratados, y tomarse la revancha de la entonces reciente humillante derrota de Vietnam (1975), creándole a la URSS su «propio Vietnam» en Afganistán.
Pakistán, previo golpe de Estado del general Zia ul-Haq manejado por la CIA, en el que colgaron al primer ministro Bhutto (el padre de Benazir), jugó un papel esencial a través de su servicio de inteligencia ISI en el reclutamiento, organización y apoyo de los muyahidines, adiestrados en cientos de campamentos ubicados en Pakistán. Arabia Saudita también jugó un papel esencial sobre todo en la financiación, con muchos miles de millones de dólares, pero también en el reclutamiento de jóvenes islamistas árabes y africanos en mezquitas de todo el mundo, con el objeto de expandir su contrarrevolución islamista wahabita reaccionaria al máximo de países. La CIA fue quien básicamente los armaba y quien dirigía la guerra de los muyahidines, siempre con la colaboración del Mossad y otros servicios secretos como el de Corea del Sur. En este proceso interviene Bin Laden como organizador de mercenarios y es donde surge Al Qaeda, como organización de terroristas islamistas al servicio de los intereses del imperialismo.
La CIA impulsó ampliamente el cultivo del opio para la financiación de la guerra –y otras guerras – , y también lo hicieron los propios muyahidines para mantener a sus combatientes. Un corresponsal del New York Times, en el sexto año de la guerra informaba que descubrió gran cantidad de campos de amapolas que estaban transformando el campo afgano en la principal fuente mundial de narcóticos. De hecho, las caravanas que transportaban armas de la CIA a Afganistan a menudo regresaban a Pakistán cargadas de opio, con el consentimiento por supuesto de los oficiales paquistaníes y norteamericanos. Durante la década de los 1980, la cosecha anual de opio de Afganistán se disparó de 100 tm a 2.000 tm. Para transformar el opio en heroína se abrieron cerca de 200 laboratorios en las zonas fronterizas entre Afganistan y Pakistan, y en 1984 se abastecía el 60% del mercado estadounidense y el 80% del europeo.
El terrorismo de Al Qaeda se va a convertir en lo sucesivo en una importante arma del imperialismo, para desestabilizar y derrocar países de mayoría musulmana, en función de los intereses norteamericanos. Tras la salida de la URSS de Afganistán, muyahidines serán transportados por tropas norteamericanas por ejemplo a Cachemira, para tensionar el conflicto indo-pakistaní, y a Bosnia en la cruzada antiserbia y de destrucción de Yugoslavia. Luego será utilizada en el Cáucaso contra Rusia, en Xinkiang contra China, en Oriente Medio y Norte de África contra países árabes progresistas y en África (Nigeria, Mali, Niger, Chad, Sudan, Somalia…) y Asia (Indonesia, Filipinas…) para ofrecer la coartada para la presencia militar norteamericana en aquellos países y regiones, con importantes recursos y/o importancia geoestratégica.
Cuando la URSS dejó Afganistán en 1988, los comunistas afganos propusieron un gobierno de coalición a los muyahidines, que fue rechazado. Estos últimos prosiguieron la guerra contra el comunismo que resistió durante cuatro años más, hasta 1992, en que el comandante Massoud se hace con Kabul, derrocando a los comunistas. La destitución del presidente Najibullah en 1992 fue seguida de la instauración de un gobierno islamista interino, con Tadjik Rabbani como primer presidente. Los señores de la guerra se repartieron el territorio en función de criterios étnicos. En principio, los señores de la guerra habían acordado rotar en la presidencia cada seis meses, pero no funcionó, y continuó la guerra entre ellos durante otros cuatro años, hasta 1996, siendo Kabul destruida y permaneciendo varios años sin agua corriente, sin teléfono ni electricidad.
La cruzada anticomunista impulsada por Occidente, condujo en resumen a la destrucción de 12.000 escuelas, a desorganizar todo el sistema agrario, a liquidar todos los servicios públicos esenciales, a destruir todo el potencial de desarrollo de Afganistán y a la producción de muchos miles de muertos y cientos de miles de exiliados. Una vez salida la URSS de Afganistán y derrocado el gobierno comunista, Estados Unidos se desentendió durante un tiempo de Afganistán, dejando que los señores de la guerra se liquidasen entre sí y terminaran de destruir el país. Pakistán, también debilitada por la guerra se vio forzada a acoger muchos miles de refugiados.
Los talibanes van a hacer irrupción en la guerra civil entre los señores de la guerra. Los talibanes o «estudiantes» en lengua pastún, surgieron a principios de la década de 1990 en el norte de Pakistán tras la retirada de Afganistán de las tropas de la Unión Soviética. Eran refugiados afganos en Pakistán a causa del conflicto, que estudiaron en las madrasas, o escuelas islámicas del islam wahabita impulsadas y financiadas por Arabia Saudíta, para expandir sus ideas por Asia Central. Cansados de los excesos de los muyahidines y de las luchas internas después de la expulsión de los soviéticos, la población afgana en general los recibió con buenos ojos cuando estos aparecieron por primera vez. La popularidad inicial se debió en gran parte a su éxito erradicando la corrupción, frenando la anarquía y por sus promesas de restaurar la paz y la seguridad, aún cuando defendían hacer cumplir una versión austera de la sharia o ley islámica, una vez en el poder.
En esa época, el imperialismo norteamericano, tras la caída de la URSS, empezó a perfilar el control y la utilización de los gigantescos recursos de petróleo y gas del Cáucaso y Asia Central. En concreto, preveía la construcción de un gasoducto que partiendo de Turkmenistán, pasara por Afganistán y luego Pakistán y llegara en su caso a India, el TAPI, evitando siempre pasar por Irán y Rusia. Y vio en los talibanes como la apuesta más segura para garantizar la construcción del tramo afgano del gasoducto, por lo que optaron por dar un fuerte apoyo a los talibanes en la última fase de la guerra civil afgana, con la esperanza de que los talibanes en el poder, estos harían posible la construcción del gasoducto. Así, con el apoyo de Estados Unidos, los talibanes capturaron en 1996, la capital afgana, Kabul, derrocando el régimen del presidente Burhanuddin Rabbani, uno de los padres fundadores de los muyahidines afganos que se enfrentaron al gobierno de izquierdas y a las tropas soviéticas, y ejecutaron, colgándolo, para escarmiento público, al último presidente comunista que permanecía detenido desde 1992, Mohamed Najibullah. Así se inaugurará el período de dominio talibán, de 1996 a 2001.
Pero sucedió que los talibanes no estaban de acuerdo con las condiciones de explotación que ofrecían los norteamericanos –la multinacional UNOCAL estaba de por medio– y, en el contexto de la vuelta de tuerca del dominio imperialista que acompañó a los sucesos del 11‑S, Estados Unidos y sus aliados lanzaron una guerra de acoso y derribo contra Afganistán en 2001. Utilizaron para cubrir la razón real, una razón formal que no se sostenía, como fue la petición de extradición de Bin Laden, uno de los supuestos inductores del 11‑S según los norteamericanos. Los talibanes se negaron a extraditarlo a menos que se les diera lo que consideraban una evidencia convincente de su participación en los ataques del 11‑S, e ignoraron las demandas de cerrar las bases terroristas y entregar otros sospechosos de terrorismo además de Bin Laden. Luego vinieron la invasión de Irak en 2003, las primaveras árabes, las revoluciones de colores…
Invasión de Afganistan por Estados Unidos y aliados el 7 de septiembre 2001
La invasión de Afganistán por Estados Unidos y aliados como el Reino Unido, realizado el 7 de octubre de 2001, con el nombre de «Operación Libertad Duradera», la sitúan oficialmente como el inicio de la llamada «Guerra contra el Terrorismo». Fue una campaña de bombardeos brutales de dos meses, que tuvo la colaboración –como la ha seguido teniendo después– de los señores de la guerra afganos unidos en torno a la Alianza del Norte y de Pakistan, que de nuevo, como en 1979, estaba preparada bajo la dirección de otro militar golpista, el general Parvez Musharraf, quien a las órdenes de Estados Unidos estaba dispuesto a apoyar en todo lo necesario a la operación de expulsión de los talibanes en Afganistán. La compensación ha sido entre otras, el pago desde 2001 de 33.000 millones de dólares anuales, hasta hace poco que, Pakistán no parece querer entrar por el redil norteamericano. El resultado inmediato fue el desalojo de los talibanes de las instituciones –el 17 de diciembre– y de las ciudades más importantes obligándoles a refugiarse en las zonas rurales y más montañosas y en Pakistán y la construcción de bases militares estadounidenses cerca de las principales ciudades del país.
En la Conferencia de Bonn, de diciembre de 2001, Hamid Karzai fue seleccionado para dirigir la Administración Provisional Afgana que, después de una Loya Jirga (Gran asamblea) en 2002 en Kabul, se convirtió en la Administración de Transición Afgana. En las elecciones de 2004 Karzai fue elegido presidente del país, ahora llamado República Islámica de Afganistán. En agosto de 2003, la OTAN se involucró como una alianza, tomando el mando de la ISAF (Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad). Una parte de las fuerzas estadounidenses en Afganistán operaba bajo el mando de la OTAN y el resto permanecía bajo el mando directo de Estados Unidos. El líder talibán Mullah Omar reorganizó el movimiento y, en 2002, lanzó una insurgencia contra el Gobierno y la ISAF que continuará hasta 2021 cuando en la ofensiva talibán los insurgentes conquistan el país.
El verdadero significado de la «retirada» norteamericana de Afganistán
Ha sido una retirada que estaba negociada de alguna manera en el Acuerdo de Doha de febrero de 2020, entre representantes de la Administración Trump y los talibanes –dejando de lado el Gobierno oficial de Afganistán – , donde se planteaba la retirada de las tropas estadounidenses en catorce meses, el no ataque a las fuerzas norteamericanas y la liberación de 5.000 presos. Luego, tras el anuncio de retirada por Joe Biden antes del 11‑S, las cosas se han acelerado y se ha producido un proceso vertiginoso de avances talibanes, que en dos semanas han llegado a tomar Kabul y hacerse con el poder, sin derramar apenas una gota de sangre, y con el gobierno de Ashraf Gani a la fuga con las maletas repletas de dólares.
Se están perfilando dos hipótesis interpretativas a nivel de la izquierda sobre el significado de estos acontecimientos, una que dice que la retirada y el consiguiente avance talibán estaban perfectamente planificados por Estados Unidos para crear en Afganistán una plataforma desestabilizadora de la región, y otra que dice que la salida de Estados Unidos –y precipitada– ha sido una gran derrota de los EEUU, aunque quedan los talibanes que habrá que ver qué hacen, sobre todo teniendo en cuenta sus declaraciones contemporizadoras y las posibles interinfluencias de Rusia, China e Irán.
Algunos pensamos que sí ha habido una derrota de los EEUU, así como un importante desprestigio y deslegitimación consiguientes –aunque esa derrota sea relativa por el hecho de que lo que queda son los talibanes – , porque entraron en Afganistán en 2001 para destruir el Taliban que primero había sido su socio pero que luego no había entrado en su juego del gasoducto TAPI, y no lo han conseguido tras veinte años de guerra, billones de dólares gastados, y miles y miles de muertos, exiliados, destrucción del país, etc. Tampoco han logrado la paz, la democracia, la estabilidad y todas esas cosas que son milongas para Estados Unidos y en las que nunca han creído. Hasta el propio Biden dice ahora que no querían llevar la democracia a Afganistán sino que fueron para impedir que Al Qaeda operara desde Afganistán (¡!) ¡Cuando Al Qaeda es un instrumento al servicio de ellos! Pero tampoco han logrado un gobierno no taliban con apariencias democráticas que les permita a los norteamericanos desestabilizar los países vecinos de una forma clara. Han conseguido un gobierno absolutamente corrupto, incapaz de llevar ninguna política en el país, que se ha seguido beneficiando del opio, y con un ejército-chatarra, absolutamente inútil e incapaz de derrocar a los talibanes, de imponer el control en el país, por muchos miles de millones que hayan gastado en armas y en asesoramiento. Han conseguido, eso sí, un estado fallido, empantanado.
Y la lucha que han tenido los talibanes con Estados Unidos no parece que haya sido una ficción o una pura parodia, sino una lucha real por echar a los norteamericanos de Afganistán. Los talibanes a diferencia de Al Qaeda y del ISIS, no son manipulables o no tan manipulables como estos, y son nacionalistas, muy ligados a su territorio y a su país, Afganistan y quizá sobre todo al territorio Pastún. Estados Unidos fue expulsado de Irak en 2011. Se fueron con la intención de volver si hacía falta, y «tuvieron que volver» porque Irak se les estaba yendo de las manos en el entretanto con sus relaciones con China. Tras la macabra experiencia del ISIS iniciada en 2014 y con la que volvieron, se encontraron con el fracaso y la destrucción del ISIS en Irak y la voluntad unánime del pueblo y de los partidos de Irak de que Estados Unidos se vaya de nuevo, para lo que le están azuzando militar y políticamente y terminarán por irse, lo cual será otra victoria. También se tendrán que ir de Siria y esa será otra victoria. Se trata entre otras cosas de ir echando a Estados Unidos de todas partes y de reducir sus campos de maniobra. Y por otra parte está el tema de que Estados Unidos ha demostrado ante el mundo de que abandonan a sus aliados cuando no les interesa, como objetos de usar y tirar, lo cual puede tener consecuencias importantes y sobre todo en el deterioro de la confianza de los países en Estados Unidos. Los kurdos del YPG y FDS de Siria, deberían sacar enseñanzas de esta experiencia. ¿A dónde irá ahora Estados Unidos tras salir de Afganistán? Tratarán por supuesto de darle la vuelta al tema, y de seguir desestabilizando en otras partes, por ejemplo en Asia Central. Tras la derrota relativa de Afganistán, los norteamericanos no se quedarán quietos, y tratarán de seguir por otras vías o de otra manera. Pero su salida de Afganistán le puede suponer un distanciamiento de Afganistán que no quisiera. Y por otra parte, el control amplio de los talibanes en Afganistan ya existía antes y asimismo su importante popularidad, entonces ¿Qué es lo que hace que salgan ahora, que no sea su propia impotencia, cansancio e incapacidad de dominar a los talibanes?
Por otra parte, aun siendo posible, no es seguro el papel de desestabilización que pueden jugar los talibanes o hasta que punto lo quieren o lo pueden jugar. Están más por Afganistán y por estructurar el país –a su forma y con sus planteamientos reaccionarios en muchos aspectos por supuesto. Como decíamos no son lo mismo que Al Qaeda o el ISIS, instrumentos apátridas al servicio exclusivo de Estados Unidos, allí donde los necesite, aunque podrían intentar desestabilizar en China y en Asia Central si se les permite o acoger a Al Qaeda, pero no parece demasiado probable.
Habrá que ver en que quedan sus afirmaciones de que han cambiado, de que permitirán a las niñas ir a la escuela o a las mujeres ir a trabajar o el nivel de represión que puedan ejercer con los no adscritos o sumisos a su versión del Islam, hombres o mujeres. Han realizado afirmaciones contemporizadoras con respecto a China, Irán o Rusia, y a las posibles relaciones comerciales y económicas que se pudieran dar. Estos países desconfían, han adoptado ya medidas militares en las fronteras y países fronterizos, y esperan a ver cómo se desarrollan los acontecimientos y en que se plasma su política interior como la exterior. China tiene el proyecto de la Ruta de la Seda, un proyecto propiciador del desarrollo de los pueblos, en condiciones de igualdad y de beneficio mutuo, y si entran por él puede ser un elemento desactivador y neutralizador de cualquier atisbo de agresividad por parte de los talibanes y una manera de mantenerlos alejados de la órbita norteamericana. Es de llamar la atención la versión, una vez más, del mercenario director fáctico de la política internacional de Gara, David Lazkanoiturburu, un anticomunista y pronorteamericano furibundo, que dice que a China solo le interesa que los talibanes no influencien entre los islamistas de Xinkiang, pueblo al que están supuestamente «colonizando». Es la enésima vez que lo dice, y la realidad es que los islamistas radicales y terroristas de Xinkiang –Turkestan Oriental según la definición turcófila – , han participado por miles en la guerra contra Siria de la mano del imperialismo y como entrenamiento para el objetivo fundamental de desestabilizar China a partir de Xinkiang, que es lo que quiere Estados Unidos, al igual que lo intenta con el Tibet, Hong Kong, Taiwan y el acoso en el Mar del Sur de China.
Iñaki Urrestarazu
8 de septiembre de 2021