Por Stener Ekern*, Resumen Latinoamericano, 22 de octubre de 2021.
Texto de la presentación que hizo el antropólogo noruego Stener Ekern en el Conversatorio La comunidad como espacio de acción política indígena, llevado a cabo el día16 de septiembre de este año dentro del ciclo Pueblos indígenas y política en Guatemala: propuestas desde los hechos y desde las ideas, que organizan Prensa Comunitaria, la Fundación María y Antonio Goubaud y la Escuela de Ciencia Política de la USAC. Con esta publicación pretendemos seguir contribuyendo al debate sobre la acción política de los pueblos indígenas en Guatemala
Introducción
En las elecciones presidenciales de Guatemala en 2019, la mujer maya mam Thelma Cabrera obtuvo un 10,3 % de los votos, un porcentaje mucho más alto que cualquier otro candidato indígena en la historia del país. Sin embargo, su partido, Movimiento para la Liberación de los Pueblos (MLP) igual que los otros partidos nacionales de inspiración maya o indígena, no superó el 5% de los votos. De tal forma, a primera vista, pareciera que los mayas, como mayas, están a punto de formar una fuerza significativa en la vida política de este país mayoritariamente indígena. Más específicamente, en la política nacional electoral, pues en la política a nivel local existen ya varios ejemplos de victorias electorales mayas (por ejemplo, a través de los comités cívicos).
Visto desde Europa, el hecho de que en Guatemala la mayoría de la población son mayas, mientras que no existen fuerzas electorales mayas significativas, llama la atención. En Europa es común considerar a las poblaciones indígenas como segmentos de la población nacional pertenecientes a otra etnia (igual que una minoría) que, por consecuencia, típicamente estarán representadas por uno o varios partidos en la política nacional. Esta manera de inferir una correlación más o menos directa entre etnicidad y representación política es frecuente también en las ciencias sociales. En el caso de muchos países latinoamericanos, la situación es a la inversa: por lo general cuentan con representación electoral de todas las tendencias ideológicas, desde la izquierda hasta la derecha, tan típico de los estados modernos, pero poca representación que refleje la diversidad cultural de sus países. Además, la falta de atención a las características culturales de grupos específicos suele estar acompañada por la idea de que, si votan los indígenas, lo hacen por ignorancia o porque son víctimas de manipulación.
Por tanto, el fuerte resultado que Thelma Cabrera obtuvo en las elecciones presidenciales generó muchos comentarios, algunos de ellos (tal vez la mayoría, tanto en Guatemala como a nivel internacional) haciendo referencia a su ideología izquierdista y de su partido, como parte de un argumento más amplio sobre posibles ajustes en el balance entre la izquierda y la derecha a nivel nacional. Sin embargo, también hubo reflexiones más abiertas sobre la influencia que los movimientos en la masa electoral maya ejercieron sobre tales resultados. Hacia esa dirección también se orienta mi curiosidad. Me llamó mucho la atención cuando, en un comentario, detecté el término ‘Guatemala rururbana’. El argumento del comentarista en cuestión era que, en varias zonas del país (por ejemplo, en las partes más pobladas del Occidente), la mayoría de los mayas ahora vive en entornos semiurbanos y se gana la vida como participantes en una economía regional de servicios, pues buscan una especie de auto-representación en la esfera de la política nacional.
Totonicapán como ejemplo de comunidad y espacio de cambios políticos
El propósito de este artículo es explorar, mediante un análisis de la situación ‘dual’ del indígena maya de Guatemala, la correlación que existe entre el surgimiento de una Guatemala maya ‘rururbana’ y el impulso de nuevos patrones electorales entre los mayas. Los mayas son, simultáneamente, miembros de dos comunidades políticas bastante distintas culturalmente: en primer plano, la local y, en segundo, la nacional. Empiezo con algunas definiciones del concepto de ‘comunidad’, tomadas de las ciencias sociales y del derecho. Como una manera de captar las particularidades de la cultura maya a través de su historia, estudios sobre la comunidad maya (k’iche’: komon) han jugado un papel importante en la etnografía de esta región. Basta pensar en el trabajo de Eric Wolf (1959), particularmente en su tesis de la ‘comunidad corporativa cerrada’, basada en un análisis comparativo de las comunidades rurales de Mesoamérica y de Java. Es pues menester señalar que, por todo el mundo y en todas las épocas, los humanos viven sus vidas de formas que son tanto colectivas como individuales y, por tanto, la naturaleza doble del humano es universal. En palabras del filósofo pragmático William James: “Sin la protección de la comunidad el individuo muere. Pero sin la chispa del individuo, la comunidad se disuelve.”
Segundo, utilizaré mi etnografía de Totonicapán como material empírico para desarrollar el argumento sobre la ‘dualidad’ de la política maya. Con su fuerte organización comunitaria, una economía bastante diversificada y niveles educativos relativamente altos, tenemos aquí una sociedad bastante “desarrollada” que es a la vez muy “maya”, es decir, culturalmente fuerte. La alcaldía indígena de Totonicapán, Los 48 Cantones, con sus alcaldías comunales en cada uno de los cantones, sin duda se encuentra entre las instituciones mayas más fuertes del país.
De esta manera, tenemos acceso directo a un espacio político eminentemente maya (k’iche’) para hacer una investigación empírica de sus formas y tendencias. Como veremos, tales características van enraizándose en una comunidad territorial en la medida que esta agrupación humana se forme como un komon a través de sus prácticas políticas — o ‘costumbres’, como ellos mismos suelen referir al ejercicio de su gobierno local. Por lo general, en Totonicapán, la palabra ‘política’ es utilizada para referirse a lo que pasa en la esfera de la política a nivel nacional, es decir, donde operan ‘los políticos’ y los ‘ladinos’ (hispanohablantes). En su propio entorno, en el komon, ‘hacen gobierno’, y esta parte de las vidas de los habitantes de Totonicapán pertenece a otro espacio moral. Es costumbre, es su propia cultura (u kaslemal). Esta dualidad de la cultura política en un mismo espacio es el punto clave de mi argumento.
La hipótesis es que, en la medida que los cantones avancen — ‘avance’ entendido como se hace en Totonicapán, con elementos de desarrollo económico y de reforzamiento de las tradiciones locales de autogobierno — la Guatemala maya desarrollará un espectro electoral propio en los sitios donde colindan (y se traslapan) las dos comunidades políticas involucradas.
La comunidad como objeto de estudio y marco analítico
En las ciencias sociales, la ‘comunidad’ es una sociedad delimitada, específica, un contenedor de vida social con límites hacia afuera y cierta estructura interna. No es una simple masa de humanos, sino un grupo de personas consideradas en conjunto con sus relaciones entre si y sus fronteras con otros grupos o comunidades. Una manera de captar esa complejidad es imaginarse a los individuos no sólo con características únicas e individuales, sino también como el cúmulo de relaciones en las que siempre están inmersos. Consistimos los humanos de un ‘yo’ individual y de un ‘yo’ colectivo. Somos seres culturales que nos formamos a través de la participación en un grupo (comenzando por la familia y siguiendo en grupos cada vez más amplios y especializados). La sociología y la antropología han dedicado mucho tiempo a entender cuál es ese “medio social” que nos envuelve al mismo tiempo que nos separa del vecino o del “otro”. Popularmente, a este medio se le llama ‘cultura’, que, al ser usado como denominador, de una manera misteriosa aparece como parte tanto de la naturaleza del yo como del otro. Además, debe señalarse que este cúmulo de relaciones e interpretaciones no solamente se forma alrededor de las prácticas que unen a un grupo de pobladores con un territorio geográfico, sino también alrededor de cualquier práctica social, por ejemplo, las distintas profesiones.
Los científicos sociales han utilizado el fenómeno de la agencia individual, ejercida por los humanos siempre dentro de una comunidad específica, para analizar la vida social. De otra forma sería imposible entenderlo. Como Geertz (1973) lo formuló: “Los seres humanos son los únicos seres que viven dentro de una telaraña de sentidos, resultado de su propio trabajo”. Los fundadores de la sociología (Tõnnies, Weber, Marx, Durkheim) se percataron de que entre las comunidades existían algunas diferencias bastante constantes, por ejemplo, entre sociedades de tipo ‘gemeinschaft’ y de tipo ‘gesellschaft’, o ‘solidaridad mecánica’ contrastada con ‘solidaridad orgánica.’ Los primeros contaban con miembros (unidades domésticas) iguales, pero también reemplazables (como en un pequeño pueblo de campesinos, sin mucha especialización económica entre las familias), mientras que los segundos contaban con miembros ejerciendo distintas funciones dentro un conjunto social más grande, desiguales, pero mutuamente solidarios. Es fácil reconocer en esta comparación al campo y la fábrica, o para ampliar la perspectiva, a la comunidad indígena y la nación moderna.
En las ciencias jurídicas, de igual manera, se habla y se teoriza sobre el desarrollo de los sistemas legales que pretenden ser universales, por ejemplo, el sistema internacional de los derechos humanos. Por todo el mundo existen debates sobre las distinciones entre las diferentes tradiciones jurídicas. La mayoría de las naciones-estados modernos pretenden regular sus territorios o espacios sociales a través de un sistema único y coherente (que refleje su visión de sí mismos como una sola comunidad). Sin embargo, en la práctica, todas las unidades políticas nacionales de hecho son conjuntos de comunidades, existiendo en muchos niveles y formadas alrededor de varias prácticas. Tenemos, por ejemplo, un código laboral y una jurisdicción indígena viviendo lado a lado y dentro de una misma nación-estado. De tal forma, hablamos de pluralismo legal y situaciones de interlegalidad para mejor captar la diferencia entre las distintas prácticas reguladoras. En Totonicapán, la experiencia de interlegalidad es cotidiana, puesto que cada individuo vive dentro de legalidades que emanan tanto del estado guatemalteco como de la autoridad comunal.
Cuatro tipos de comunidad en Totonicapán
A través de mis años estudiando la política de la alcaldía indígena de Totonicapán, tanto en su nivel más alto – donde los alcaldes comunales de cada cantón cooperan para formar una política externa vis-a-vis la municipalidad y el estado – como en su nivel más bajo, he logrado acumular una perspectiva comparativa de los 48 cantones individuales, con sus semejanzas y sus disimilitudes. Sí, son ramas de un mismo árbol, hijos de la misma familia, pero también guardan cuidadosamente su autonomía. Con frecuencia hay conflictos inter-cantonales, en los cuales Los 48 Cantones — que no es más que una asamblea permanente de los alcaldes cantonales, reuniéndose cada 15 días — vacilan mucho antes de participar. Por otro lado, tienden a seguir el mismo patrón de desarrollo histórico y se enfrentan con las mismas autoridades ladinas (municipales y estatales) y a los mismos retos en el frente interno, por ejemplo, respondiendo a la modernidad en forma de demandas por agua potable, luz, escuelas y el decreciente respeto social manifestado en desorden y delincuencia juvenil.
Tomo el concepto local de ‘avance’ como punto de partida, específicamente la práctica local de diferenciar entre cantones fuertes y débiles. Dicha diferenciación está basada en la medición de dos distintos ejes: uno de ‘modernidad’ o desarrollo socio-económico, y otro de ‘fuerza’ o empuje de su gobierno (el alcalde y su equipo). Yo he diseñado un cuadro con cuatro rubros para analizar a la comunidad k’iche’ totonicapense. La idea es captar algunas líneas históricas emergentes en la cultura política maya, que, en este artículo, nos pueden apoyar a entender no sólo la política interna de los cantones, sino la política maya en el espacio nacional.
Aglomero a los 48 Cantones en cuatro categorías:
1 Moderno y fuerte, por ejemplo, Nimasac, Chotacaj y Chuanoj. Estos cantones cuentan con bastante diversificación económica, fuerte presencia de profesionistas e industria artesanal y una gran cantidad de comités de desarrollo que, a su vez, están bajo un estricto control de la alcaldía comunal. La participación en las faenas es alta y las actividades son bien organizadas.
2 Moderno y débil, por ejemplo, Juchanep y Chiyax. Igual que con la categoría 1, éstos son cantones bastante ricos y con buena infraestructura (numerosos pickups circulando por carreteras pavimentadas), sin embargo, los muchos comités trabajan de forma desordenada, y sus gobiernos cantonales carecen de poder convocatorio y del respeto necesario para resolver disputas. La participación es baja y errática.
3 Conservador y fuerte, por ejemplo, Chimente. Cuentan con una alcaldía comunal con gran poder convocatorio y son bastante tradicionalistas en el campo de la vida social. Conservan las viejas estructuras políticas con consejos de ancianos y restringida presencia de la mujer. Económicamente predomina la agricultura y el nivel de escolaridad es baja. Poca presencia de comités de desarrollo.
4 Conservador y débil, por ejemplo, Quiacquix y Panquix. Son lugares tradicionalistas y fragmentados. La alcaldía comunal tiene poco poder de convocatoria, el alcalde se ve obligado a sujetarse a la palabra de los ancianos y respetar la independencia de los distintos clanes en sus diversos territorios (parajes). Poca presencia de comités y bastante pobreza.
La primera investigación que hice en Totonicapán entre los años 1999 y 2011 se enfocaba en un marcado cambio en la forma de trabajo de las autoridades en los cantones, es decir, en su manera de autogobernarse como comunidades k’iche’s. Observé la llamada “caída de los principales”. En Totonicapán, existe una correlación bastante fuerte entre el grado de modernidad (desarrollo socio-económico) y la preeminencia de los alcaldes comunales (entonces llamados ‘auxiliares’), elegidos en asambleas generales. El gobierno de los alcaldes (otrora asistentes de los principales) surgió a costo del gobierno de los principales, quienes ejercían un poder aristócrata enraizado en una cosmovisión maya. El resultado fue el estudio de un proceso de cambio en la política comunitaria maya, desde una forma tradicional y jerárquica, anclada en conceptos como respeto, obediencia, y complementaridad, bastante cerrada, hacia formas más democráticas, basadas en una idea de la soberanía de todos los hijos del cantón, la reciprocidad entre todos los vecinos y un deseo por superarse tanto individualmente como conjuntamente.
Esta reforma fácilmente se refleja en el primero de los dos ejes que construí para comprender por qué, por ejemplo, los locales se referían con tanta frecuencia a Nimasac como el cantón ‘más avanzado’ de los 48. Lo que me costó entender fue el papel del factor cultural — o de ‘costumbre’ — en explicar el éxito de este cantón bastante urbanizado ya en 1990. El contraste con Juchanep, igualmente urbanizado y probablemente más rico y educado, pero muy fragmentado, me proveía con las claves para entender el rol tan importante que la cohesión social del cantón y la firmeza de la autoridad jugaron para forjar una comunidad fuerte. La legitimidad política reside en el proceso tanto como en los resultados materiales.
Una segunda lección a tener presente para entender la forma en que la cultura política maya contrasta fuertemente con la cultura política nacional es el hecho de que, a nivel de los 48, no existe ninguna comunidad política similar a la comunidad cantonal. El poder convocatorio de los 48 realmente es muy limitado y sólo aplicable a asuntos que involucren conflictos a corto plazo con un enemigo común y visible, como es el caso del Estado guatemalteco. No sirve para impulsar reformas de gobierno como ha sucedido en el nivel inferior. Poner en forma escrita ‘las consignas’, es decir las normas y las prácticas de las alcaldías comunales, como vienen haciendo en unos diez cantones durante los últimos diez años, es un ejercicio estrictamente interno. No se comparte con nadie a riesgo de perder la legitimidad que reside en anclar el proceso en ‘lo nuestro’.
Elecciones en dos comunidades: la Guatemala maya y la Guatemala republicana
Con esta categorización en la mente, el próximo paso en analizar las pautas electorales en Totonicapán sería comparar los resultados, partido por partido, en cada categoría de cantones. Se podría esperar, por ejemplo, una presencia más fuerte de candidatos mayas en los cantones fuertes y modernos, y en los cantones más tradicionales, resultados favorables a los partidos más conservadores y autoritarios. Sin embargo, en Guatemala no se publican los resultados a nivel cantonal, sino solamente respecto a los niveles municipales y departamentales (tampoco son contados cantón por cantón, sino por mesas ubicadas en el centro municipal).
En todo caso, lo que la gente ve en la boleta electoral son los nombres de los candidatos a ser presidente y en los comentarios que se oyen en la calle son precisamente los nombres de los líderes que se destacan. Además, en las elecciones legislativas a nivel municipal y departamental, son más constantes los nombres de las personas que los nombres de los partidos. El grado de personalización de la política nacional y la debilidad institucional de los partidos en Guatemala es abrumador. Desde hace 40 años, y como parte del proceso de paz acompañado por una plétora de agencias de cooperación para el desarrollo de la sociedad internacional, se ha intentado promover, aunque sin éxito, la institucionalización de un sistema democrático con partidos estables. De hecho, la política nacional guatemalteca opera como una enorme lavadora de dinero e intercambio de tráfico de influencias. Los partidos son los vehículos de personajes ambiciosos para ganarse un lugar favorecido en estos negocios. En Totonicapán, en las elecciones de 2015, un lugar seguro en el futuro grupo de congresistas del departamento de Totonicapán valía 3,5 millones de quetzales.
Esta última cifra es ‘el precio de la casilla’. Lo que observo en Totonicapán es que ese cálculo es poco controvertido. A mayor distancia de los círculos más educados y urbanizados, menos cínico e inmoral pareciera ser. En realidad, el voto ‘manipulado’ es un voto lógico y racional, porque es la mejor manera de gestionar proyectos de desarrollo en beneficio de ‘nosotros’ los de ‘nuestro cantón’. La política es algo que le pertenece a la esfera ladina, donde se sitúa la comunidad nacional, y allí prevalece otra lógica. En esta esfera, las actividades sociales son sucias, así que es mejor no ‘contagiarse’ y mucho menos ‘mancharnos’ como comunidad.
En las elecciones cantonales, que son parte de una renovación anual completa de las autoridades que, significativamente, incluye una inspección de los mandatorios entrantes y salientes de los límites territoriales y los bienes del cantón, el punto es elegir al hombre más apto (descontando algunas pocas mujeres en los cantones más fuertes; la gente razona en términos de parejas casadas). Pero allí termina la semejanza con la democracia nacional. Ante la asamblea general, los candidatos se presentan con su equipo y la etiqueta les prohíbe ser demasiado ambiciosos personalmente. No prometen cosas, sino enumeran sus trabajos anteriores, específicamente los cargos ya servidos. La alcaldía es bien institucionalizada y el ser alcalde es servir a la población de la comunidad. Es asumir su k’axk’ol, es decir, “la pena” que es dedicarse a tiempo completo a la defensa del cantón, sin honorario alguno. La discusión en la asamblea se centra en las cualificaciones personales de los candidatos, sobre todo su confiabilidad, y en los resultados obtenidos en cargos menores que hubiesen ostentado en el cantón. Ejemplos de demasiada colaboración con los sectores ladinos son más bien un factor negativo y de eso no se habla abiertamente.
Es tentador simplemente afirmar que el contraste moral entre las prácticas políticas k’iche’s y ladinas no podría ser más grande. Por un lado, un sistema meritorio y sujeto a un control social colectivo nítido. Por el otro, un sistema altamente personalizado y con poco control social (el precio de la casilla nunca es discutido públicamente). En términos de las ciencias sociales, el primero es fuertemente institucionalizado, con la fuerza de la cultura. El segundo es desordenado y poco visible, y también corrupto, dado la débil fuerza de las leyes que rigen a la comunidad nacional.
Conclusión: Vislumbrando una comunidad nacional maya
El punto de hacer esta comparación entre sistemas distintos y desiguales no es hacer un balance moral o de eficiencia política, sino analizar la forma en que interactúan. En este contexto, el éxito electoral de Thelma Cabrera es evidencia de una presencia maya más fuerte en la política guatemalteca. En lo siguiente utilizaré algunos de los elementos fundamentales para entender la formación de los grupos, con identidad propia y duradera, que repasamos arriba. En lenguaje cotidiano nos referimos a tales grupos como ‘culturas’ o ‘comunidades’.
En las elecciones presidenciales de 2019, el partido de Thelma Cabrera, MLP, ganó en la primera vuelta en los departamentos de Totonicapán, Sololá y Chimaltenango, o sea, los departamentos con la presencia maya (k’iche’ y kaqchikel) más fuerte del país. El otro partido de tendencia indigenista o maya, Winaq, no ganó en ninguno. En las elecciones legislativas, el MLP sólo ganó un escaño, pero en la lista nacional (que suplementa las listas departamentales para darle más oportunidad a los partidos pequeños), Winaq ganó cuatro escaños: uno por listado nacional y los otros tres todos de los departamentos más urbanizados del país (es decir, la capital, él del área colindante y la segunda ciudad, Quetzaltenango). Dicho de otra forma, el apoyo popular a los partidos mayas se concentra en las zonas urbanas. Le excepción es el apoyo para la postura presidencial de Thelma Aldana (y no por su partido). Los votantes de Totonicapán optan por otros partidos y candidatos cuando se trata de elegir a alcaldes y diputados.
Desafortunadamene, no hay datos para seguir el argumento de urbanidad con más detalle, por ejemplo, a través de comparaciones entre los cantones de Totonicapán. Lo que tenemos son tres tendencias: Que una persona maya tendrá más atracción para los votantes que un partido maya, que una atracción a lo maya es más fuerte en las zonas urbanas y que los votos mayas se distribuyen conforme al grado de urbanización y modernidad. Este último factor puede entenderse como un corolario al grado de presencia de los servicios básicos estatales como educación, salud y comunicaciones. Un residente del cantón de Paxtocá — moderno y fuerte— naturalmente vive en un mundo bastante distinto al de su hermano maya en una comunidad rural de una zona lejana en Alta Verapaz. En el mundo del último, la presencia del estado es mínima y los vecinos poco participan en la economía nacional.
En otras palabras, lo que produce la identidad comunitaria para el maya varía conforme al grado de exposición a la ‘cultura moderna’ de la república nacional y a la fuerza de la cultura local (dicho de otra manera: la resiliencia o resistencia interna de las estructuras de autogobierno del cantón). Utilizando la imagen de la persona como también compuesta de un ´yo´ colectivo que envuelve al individual, donde circulan las ideas que regulan el repertorio de posibles maneras de relacionarse con los distintos grupos externos, vemos que vivir en Totonicapán es vivir de manera más integrada con el pulso de la vida nacional. Es más fácil imaginarse como un ‘maya’ (que es una identidad general y vinculada con las esferas más altas y abstractas de la sociedad) cuando tu vecino es dueño de una empresa con ventas por toda la región y tus hijos estudian en un centro urbano, que cuando tu mundo social entero consiste de tus vecinos en la misma unidad territorial.
Reconocemos en este argumento el viejo razonamiento de un proceso de cambio que va de la comunidad cerrada a la sociedad de masas. Lo atípico de Totonicapán y la Guatemala maya es, pienso yo, el grado de fuerza o resistencia que aún posee la institución de la alcaldía indígena. Evidentemente es sostenida por prácticas políticas prestigiosas, que, aun así, poco a poco se van entretejiendo con las prácticas políticas nacionales. Y eso es lo que está pasando en Totonicapán: es una reforma político-cultural, desde un gobierno gerontocrático a uno de corte democrático. En este proceso, la legislación internacional de los derechos humanos es el mejor aliado de los mayas cosmopolitas, ya que respalda la formación de su yo colectivo frente al del Estado. Con a un estado nacional cada vez más débil, sujeto a políticas personalistas incompatibles con la institucionalización que requiere la democracia, lo que complica este desarrollo es la correlación entre la política corrupta nacional y la política personalista de la vieja política maya. El voto para el líder que ofrece más puede ser constructivo en una comunidad con linderos fuertes y una identidad clara. En una comunidad abierta, sin un sistema jurídico anclado a una comunidad claramente visible, el voto a quién promete más es veneno.
* Centro Noruego de Derechos Humanos, Universidad de Oslo, Noruega
Fuente: Prensa comunitaria