Por Marcelo Langieri, Resumen Latinoamericano, 3 de diciembre de 2021.
“La cultura juvenil en una época juvenilista imaginó y muchas veces realizó una huida gozosa del mundo tecnocrático hacia paraísos naturales y artificiales. He aquí entonces las al menos cuatro almas que habitarían el período: el alma Beckett, del sinsentido, el alma Kennedy de la Alianza para el Progreso, el alma Lennon del flower power y el alma Che Guevara de la rebeldía revolucionaria.” Oscar Terán
Para comprender los años 60 y 70 resulta indispensable analizar los acontecimientos que le dieron lugar, en particular al proceso que se abre a partir del violento derrocamiento del peronismo en 1955. Interesa en estas líneas revisar las miradas que se generaron sobre este fenómeno y que lo constituyeron como un problema político de primer orden. Estas interpretaciones responden a distintas tendencias, tanto desde adentro del peronismo como desde la izquierda no peronista e inclusive la antiperonista y tienen una coincidencia en cuanto a su influencia sobre la época en cuestión.
De manera especial nos referiremos al proceso generado en los sectores intelectuales de dichos espacios, que son los autores de una relectura del peronismo, cuestión que tiene fuertes implicancias en la realidad nacional.
Esa relectura del peronismo contrastaba con las miradas de los sectores conservadores, liberales y socialistas, del Partido Socialista, entre otros, que entendían al peronismo como un fenómeno accidental y pasajero, y que de lo que se trataba era de terminar con éste para volver a la “normalidad” política. Esta postura entendía, más allá de cualquier consideración, que el golpe derrocando a Perón era el vehículo necesario para tal proyecto.
A los efectos de nuestra interpretación resulta muy importante señalar el antecedente inmediato al golpe: el bombardeo a la Plaza de Mayo. Este hecho fue el acto terrorista de mayor envergadura del que se tenga memoria en la historia argentina. Son un imborrable recuerdo para los testigos de la época los vuelos rasantes de los aviones sobre la ciudad y las explosiones en pleno centro. A veces se pierde la dimensión de la criminalidad del bombardeo a la ciudad. Es difícil imaginar a la distancia que mientras se estaba desarrollando normalmente la vida de las personas se bombardee la ciudad. Con este acto bélico, como entenderlo sino, se pone de manifiesto la existencia de una guerra civil larvada que se arrastraba desde el fondo de la historia. Este es un punto de partida fundamental para entender la Argentina de la época y el futuro por venir. Este bombardeo produjo más de 300 muertos y miles de heridos. Además, causó una sensación de terror que alcanzó al conjunto de la población. Acto seguido, el 16 de setiembre, fue derrocado un gobierno elegido democráticamente por el pueblo argentino e instaurada una dictadura. Es curiosa, y demostrativa de los ojos con los que se miraban los sucesos, la resistencia a caracterizar como una dictadura al gobierno surgido del golpe de 1955.
En el proceso político que se abre a partir del golpe mediaron elecciones con proscripciones, que llevaron a Frondizi a la presidencia, el no reconocimiento de triunfos como el de Framini en la Provincia de Buenos Aires, quien no pudo asumir la gobernación debido a que la provincia fue intervenida por el presidente Frondizi, cuestión que no impediría el golpe de estado que lo derrocaría pocos días más tarde.
Continuando con el proceso de institucionalización condicionada y tutelada por el poder militar se encuentra la elección, que nuevamente tuvo proscripto al partido mayoritario y que le dio el triunfo a Illia con el 24 % de los votos. Frente al fracaso de un gobierno débil y con una ilegitimidad de origen, como salida pretendidamente estratégica, se produce en 1966 el golpe de Onganía, ahora reconocido claramente como una dictadura. Éste anuncia, en un acto de soberbia política difícil de superar en un país con una inestabilidad política histórica, que su gobierno tiene objetivos y no plazos y que estaría 20 años en el poder en un proceso que iba a tener un tiempo económico, posteriormente un tiempo social y recién después un tiempo político.
Esta era la perspectiva que presentaba el cuadro político nacional y el hipotético armado de un partido político convencional ‑que por otra parte estaban prohibidos, no sólo era inviable sino absurdo e inconducente, no digamos para enfrentar al régimen, si no siquiera para participar políticamente.
El origen de la violencia revolucionaria en la Argentina de esos años es inescindible de estas circunstancias. El aporte de los intelectuales a la comprensión y difusión de esta situación es fundamental y no son una excepción, sino una corriente significativa, aquellos intelectuales que renuncian la clásica “autonomía crítica” y asumen un compromiso concreto, teórico y práctico, asumiendo a la lucha armada como método de lucha privilegiado.
La violencia y opresión del régimen en sus distintas etapas provocaron fuertes reacciones y generaron respuestas en distintos ámbitos, una de ellas fue la Resistencia Peronista que desarrolló una violencia de baja intensidad y de gran extensión. Resistencia heroica, fundacional, pero con grados de dispersión y desorganización propias de la violencia de masas.
A nivel sindical la radicalización del movimiento obrero generó numerosas huelgas, acciones de sabotaje a la producción, toma de establecimientos y fenómenos como la CGT de los Argentinos en el año 1968. En estos procesos surgieron o se consolidaron dirigentes sindicales como Avelino Fernández, Borro, Ongaro, Tosco, Atilio López, para nombrar algunos de los más destacados y combativos. Muchos de ellos, junto al conjunto del activismo sindical, barrial y estudiantil, fueron protagonistas centrales de la época y víctimas de persecuciones y encarcelamientos.
Por otro lado, la Argentina no era ajena a un contexto latinoamericano y mundial de insurgencias y rebeldías. Las almas Lennon y Guevara de la cita de Terán se expandían por todo el orbe con potencia y firmeza, de manera muy especial en la juventud. Estamos hablando de la revolución cubana, de la guerra de Vietnam, del mayo francés, entre otros a nivel internacional. Del Cordobazo, el Rosariazo, de la politización y radicalización juvenil en barrios, fábricas, universidades y colegios a nivel nacional. Se trataba de un proceso extraordinario de lucha que le da un contexto y que explica en una medida muy importante los acontecimientos de la época: la construcción social de referentes de las luchas, entre los cuales crece el prestigio de las guerrillas y la metodología de la lucha armada como método de enfrentamiento. La guerrilla tiene un crecimiento exponencial en virtud del cierre de la actividad política legal y de la radicalización de la sociedad, en especial de la juventud. Personajes como Rodolfo Walsh en el diario de la CGT de los Argentinos son un ejemplo de como un intelectual, hombre de la cultura por excelencia, opta por tomar las armas y se hace Montonero. Es insoslayable la existencia de un campo popular que se reconfigura en clave combativa y que se referencia a nivel de masas en el peronismo. El peronismo es un gran paraguas que provee una identidad, aunque no de manera excluyente de otras identidades contestatarias, a las luchas tanto a nivel de masas como de vanguardia.
El ámbito de la cultura es uno de los resortes fundamentales del proceso de elaboración teórica de la rebeldía, de manera muy especial en las universidades. Y era así porque allí se encontraban todas las cosas que existían en la sociedad argentina. Una sociedad que despertaba, que planteaba las relaciones sociales de otra manera. La universidad, y no sólo en Buenos Aires, recordemos el rol de los estudiantes en el Cordobazo era una verdadera fuente de creatividad y de vanguardia política y cultural.
El campo intelectual durante el primer peronismo estuvo dominado por figuras como Borges, la revista Sur, Victoria Ocampo, entre otros, que en el campo político eran acompañados por expresiones liberales y socialistas. Sin embargo, después del derrocamiento de Perón este frente cultural hegemónico reconoció fracturas gracias a la política represiva de la “Revolución Libertadora”. Impactaron de manera especial los fusilamientos de José León Suárez, que darían lugar a “Operación Masacre” de Rodolfo Walsh. Otros intelectuales destacados, como Ernesto Sábato, también contribuyeron a la fractura del frente liberal mediante una maniobra que consistía en “exculpar “a las masas peronistas separándolas de su líder. Martínez Estrada se sumaría a la problematización de la interpretación del fenómeno peronista en la misma línea de Sábato.
Es decir, que un conjunto de intelectuales del régimen problematizaba la existencia de una sociedad escindida que presentaba dos argentinas, donde el peronismo jugaba un rol central, aunque denostasen a la figura de Perón.
El debate sobre el peronismo y la coyuntura política dictatorial sentará las bases para un período marcado por la tensión entre el campo intelectual y el campo político y será la base de la progresiva radicalización política durante los años sesenta y primeros setenta. En este marco, Juan Carlos Portantiero escribirá junto a Miguel Murmis un trabajo sobre los orígenes del peronismo que se transformaría en un texto paradigmático de la época. El texto aportaría a poner en tensión el mundo académico con el mundo político refutando la interpretación de la manipulación de la clase obrera, como la entendía Gino Germani, y proporcionando una visión del peronismo compatible con los movimientos de la nueva izquierda emergente.
Con la elección de Héctor Cámpora como presidente en 1973, la tendencia revolucionaria del peronismo ocupará lugares significativos dentro de distintas áreas de gobierno y centralmente en el mundo universitario donde ya había logrado un lugar importante la obra de Roberto Carri. Esta es un símbolo del período que recoge el legado de lo que John W. Cooke había nombrado como “hecho maldito del país burgués”. Cooke es la figura más descollante de la izquierda peronista y es reconocido unánimemente como el padre del peronismo revolucionario. Con Alicia Eguren complementa una pareja de peronistas revolucionarios sin parangón en la historia del peronismo.
El fenómeno de radicalización política del mundo universitario y de surgimiento de una nueva izquierda, uno de cuyos rostros, y no el menos significativo será el peronismo revolucionario, tiene como uno de los múltiples espacios institucionales de constitución al espacio político cultural universitario.
El campo cultural y el mundo universitario de los primeros años sesenta todavía albergaba en su estructura un espacio relevante que podía llamarse “frente racionalista” y que la izquierda clásica consideraba la alianza antiperonista con “el humanismo burgués”. La reflexión sobre lo social en ese contexto, recurría a un escritor como Ezequiel Martínez Estrada, citado sin demasiadas tensiones por la revista Sur de Victoria Ocampo y Cuadernos de Cultura, el órgano cultural oficial del Partido Comunista Argentino. Los mencionados cambios político culturales, como la revolución cubana, el diálogo católico marxista, las luchas de liberación de pueblos del tercer mundo, más el prestigio que adquiría el marxismo complejizado en el mundo europeo producirán cambios en esa zona del campo cultural que aportarán a la formulación de nuevas estrategias de lucha donde la violencia revolucionaria tiene un lugar privilegiado.
Una cita memorable del estado de inquietud existente remite a Mario Amadeo quien caracterizó la etapa que se estaba cerrando como análoga a una guerra perdida, tal su caracterización, diciendo que la Argentina era una sociedad peligrosamente escindida que albergaba en sus entrañas una guerra civil larvada y pronta a estallar y que esa política no podía ser otra que la de asimilar la masa peronista “crispada y resentida”. La idea del peronismo como una pesadilla pasajera se derrumbaba de la mano de los propios intelectuales del régimen.
Desde el campo católico a través de la revista Criterio se consideraba también que la marginación del peronismo inficionaba de ilegitimidad a todo el sistema político. La noción de masas en disponibilidad de Gino Germani resultó un aporte teórico paradojal que tuvo una vasta influencia y que puso en el centro de la escena a los sectores populares como actores centrales, más allá de otras consideraciones realizadas. Esta caracterización sirvió de base a la interpretación de Portantiero y Murmis sobre los orígenes del peronismo, la constitución de una nueva clase obrera y al cabo de una nueva izquierda.
Para Germani “la tragedia política Argentina residió en el hecho de que la integración política de las masas se inició bajo el signo del totalitarismo” entendiendo que la gran tarea consistía en retomar esa experiencia, pero relacionándola con la práctica de la democracia y la libertad.
Se daba así una dispar interpretación del fenómeno peronista, mientras desde la revista Sur se entendía que el punto de unidad era la oposición al “tirano” desde las incipientes formaciones de la nueva izquierda invertían el movimiento contando con aportes como los de Jorge Abelardo Ramos y Rodolfo Puiggrós que tempranamente habían roto con la izquierda clásica con obras fundamentales para el proceso de relectura del peronismo y que aportaban elementos fundamentales para lo que sería una ruptura generacional. Uno de los méritos centrales de estos intelectuales, a los que se les puede sumar Arturo Jauretche y Hernández Arregui, entre otros, es el señalamiento de dos argentinas y la ceguera de los intelectuales sobre la importancia y significación de la cuestión nacional.
Se retomaba así el tema de las dos argentinas y la existencia de una falaz historia oficial que ocultaba otra verdadera. Este es un punto que posibilitará la articulación del revisionismo histórico con la cultura de la nueva izquierda aportando a la impugnación de la democracia liberal y de un cosmopolitismo también liberal que llevó a no comprender procesos como el yrigoyenismo y el peronismo.
Como decimos más arriba el espíritu modernizador tuvo una expresión notoria en el ámbito intelectual de clase media dentro de una cultura juvenilista: la universidad. David Viñas, José Luis Romero, el propio Germani, son figuras descollantes en ese proceso. En ese marco la sociología desempeñó un papel significativo por el modo como modificó el abordaje de los fenómenos nacionales, aquí se destacan también las cátedras nacionales. Pero resulta imposible de comprender el despliegue de estos movimientos intelectuales omitiendo la influencia tanto a nivel nacional como latinoamericano de la revolución cubana.
La realización de una revolución en las barbas del imperio era una demostración práctica de la viabilidad de una empresa revolucionaria y de la importancia de la participación en este proceso de los sectores intelectuales, abandonando una clásica posición como conciencia crítica de los procesos políticos. Estas ideas se hicieron realidad en la reunión de la OLAS en 1967 y en el Congreso Cultural de la Habana del año siguiente. La revista de la Casa de las Américas resultaba ser un foro destacado que reunía las mejores plumas y cabezas de la intelectualidad latinoamericana. Ahora los autores más connotados no estaban en las páginas de Sur. Así se suman a la movida nuevos autores u otros ya consagrados como Martínez Estrada o Marechal.
El psicoanálisis formó parte de la corriente de época y contó con faros difusores como Marie Langer, Enrique Pichón Riviere, Eva Giverti y Arnaldo Rascovsky, entre muchos otros.
Estas líneas pretenden poner de manifiesto cómo desde ámbitos de la cultura, la intelectualidad y el arte se acompañó y formó parte de un proceso de radicalización política y de legitimación de la revolución y de la violencia como forma de acción política.
Como se señala más arriba, la revalorización del peronismo fue uno de los ejes fundamentales para la realización de dicho proceso. Esa revalorización significó asimismo una reinterpretación del peronismo dando lugar a miradas que lo entendían como movimiento de liberación nacional enarbolando en sus sectores más radicalizados banderas socialistas. El desarrollo de la lucha armada es posible, en la magnitud realizada, por los mecanismos de legitimación desarrollados en la sociedad argentina en un contexto de gran movilización y radicalización nacional e internacional. De manera especial a nivel latinoamericano.
Las limitaciones y la propia derrota del proyecto revolucionario y la desestructuración del campo popular al que asistimos a posteriori no invalidan las cualidades de la experiencia realizada, más allá de la mala “digestión” realizada a posteriori por, inclusive, muchos protagonistas del campo intelectual con experiencias militantes muy significativas.
Fuente: Grandes Alamedas