La preocupación de Rusia por la seguridad, derivada de la intención de Ucrania de ingresar en la OTAN, ha sido ampliamente debatida en los medios de comunicación. Pero el vínculo del Fondo Monetario Internacional (FMI) con Ucrania, que es un tema paralelo, ha recibido poca atención. El FMI, como es sabido, «abre» las economías del mundo a la penetración de capitales de las potencias occidentales haciéndolas favorables a los inversores (investor-friendly) mediante una serie de medidas austeras y antipopulares. Esta «apertura» suele implicar la apropiación de los recursos naturales y la tierra de los países por parte de este capital occidental. El mecanismo que el FMI suele utilizar para ello es imponer «condicionalidades» a los países que necesitan apoyar su balanza de pagos a cambio de préstamos.
Sin embargo, además de este papel general que desempeña el FMI, a veces desempeña un papel específico, el de apoyar los objetivos de la Guerra Fría del gobierno estadounidense. Y en el caso de Ucrania, ha desempeñado este papel específico casi desde el principio, aparte de su función general de abrir la economía ucraniana al capital occidental.
Antes de 2014, cuando Viktor Yanukovich era el presidente de Ucrania, su país había entablado negociaciones con el FMI como parte de su integración comercial con la Unión Europea. El FMI había pedido a Ucrania que emprendiera una serie de «reformas»: reducir los salarios, «reformar» y «reducir» los sectores de la sanidad y la educación, que son los principales sectores generadores de empleo en Ucrania, y reducir la subvención del gas natural que el Estado proporciona a todos los ciudadanos ucranianos y que garantiza una energía asequible. Al no querer aplicar estas «reformas», que habrían impuesto una pesada carga a la población, el presidente Yanukóvich puso fin a las negociaciones con el FMI e inició otras con Rusia.
Este fue su «crimen» imperdonable. Romper las negociaciones con el FMI significaba escapar de la hegemonía no solo del capital internacional, que quería imponer un régimen neoliberal, sino también de las potencias imperialistas occidentales, en particular de Estados Unidos y, por tanto, de la OTAN. En otras palabras, la OTAN y el FMI no se veían como organizaciones separadas, cada una trabajando en su propia esfera de actividad, con su propio objetivo, sino como organizaciones con objetivos similares y superpuestos. Estados Unidos, enfadado por la temeridad de Yanukóvich de recurrir a Rusia en lugar de al FMI, decidió limitar «los daños»: el presidente ucraniano fue derrocado en un golpe de Estado patrocinado por Estados Unidos, llevado a cabo con la ayuda de elementos nazis ucranianos que estaban en la vanguardia de las protestas contra Yanukóvich que precedieron al golpe. Desde entonces, estos elementos se han incorporado formalmente al ejército ucraniano con la inclusión del Batallón Azov, una unidad militar de infantería de extrema derecha totalmente voluntaria que anteriormente formaba parte de la reserva militar de la Guardia Nacional de Ucrania.
El gobierno que llegó al poder tras el golpe de Estado de 2014 reanudó las negociaciones con la Unión Europea, a cambio de las cuales obtuvo un compromiso de préstamo de 27.000 millones de dólares del FMI tras mostrar sus «buenas intenciones» al reducir a la mitad la subvención del gas a los ciudadanos. Este préstamo tenía varias características notables: en primer lugar, fue enorme, mucho mayor (de hecho, más de seis veces) de lo que el FMI daría normalmente en una situación comparable; en segundo lugar, se dio a un país en plena guerra civil (como era Ucrania en ese momento), lo que va en contra de las prácticas habituales del FMI; y, en tercer lugar, se sabía desde el principio que el préstamo no podría ser devuelto, por lo que la única forma en la que se intentaría devolverlo sería mediante la toma de control de la tierra y de sus recursos naturales (el más importante de los cuales es el gas natural) por parte del capital occidental.
Así, las operaciones del FMI en Ucrania en 2014 ponen de manifiesto no solo el aspecto típico de su política de apertura de la economía al capital occidental, sino también un aspecto adicional, a saber, la ayuda a los objetivos estadounidenses de la Guerra Fría. El objetivo de abrir los mercados, la tierra y los recursos naturales de Ucrania al capital occidental podría haberse alcanzado en 2014 incluso con un préstamo mucho menor del FMI. Pero la extraordinaria cuantía del préstamo que se concedió entonces subraya el vínculo entre la administración estadounidense (que quiere llevar a Ucrania a su órbita), los oligarcas ucranianos (que quieren sacar su riqueza del país en dólares o euros), el gobierno posterior al golpe (que tiene que organizar todas estas transferencias) y el FMI (que tiene que pagar la factura).
Ahora, tras la invasión rusa, Ucrania ha vuelto a pedir ayuda al FMI, y la actual Directora Gerente del FMI, Kristalina Georgieva, ha recomendado a la Junta del FMI que se la proporcione. El importe exacto de la ayuda y la finalidad para la que se solicita aún no están claros, pero una cosa es segura: una vez que la actual crisis en la región haya terminado, sea cual sea la forma que adopte esta resolución, Ucrania se convertirá en una segunda Grecia en Europa. También en el caso de Grecia, el préstamo del FMI fue mucho mayor que los que suele conceder esta organización. La mayor parte de este préstamo era para garantizar que los bancos europeos que habían prestado a Grecia pudieran recuperar su dinero. Hoy en día, Grecia está atrapada en el estrangulamiento de la deuda perpetua.
Vemos que el FMI ha cambiado mucho desde su creación. Cuando se creó en Bretton Woods en 1944, formaba parte de un sistema internacional basado en la búsqueda de una estrategia económica dirigista. De hecho, John Maynard Keynes, el economista británico que abogaba por la intervención dirigista, y Harry Dexter White, el representante estadounidense, fueron los principales arquitectos de este régimen internacional. Mientras cada país imponía y seguía imponiendo controles comerciales y de capital, si surgía un problema de balanza de pagos en un país concreto, ese país podía pedir un préstamo al FMI para «estabilizar» su propia economía. A partir de ese momento, el FMI se convirtió en promotor del «ajuste estructural» y no se limitó a conceder préstamos para resolver problemas transitorios de la balanza de pagos (hasta que la economía con déficit en la balanza de pagos se hubiera «estabilizado»), sino que en realidad promueve un régimen neoliberal, es decir, un conjunto de políticas que implican el desmantelamiento de todos los controles comerciales y de capital, la privatización de los activos del sector público, la introducción de la «flexibilidad del mercado laboral» (lo que significa atacar a los sindicatos).
De ser un facilitador de un régimen dirigista, el FMI se ha convertido en un destructor del régimen dirigista y en un instrumento para introducir un régimen neoliberal. Se ha convertido en un instrumento en manos del capital financiero internacional que permite su penetración en todos los rincones del mundo. Pero no solo es un instrumento del capital financiero internacional, sino también de las potencias occidentales dominantes que apoyan a este capital. Al tiempo que defiende los intereses del capital financiero internacional, el FMI se integra en el aparato coercitivo general de estas potencias occidentales.
La lucha de Putin no es en absoluto una lucha contra la hegemonía del capital financiero internacional. No es un socialista que libra una batalla ideológica contra la sumisión de un país vecino a una organización que actúa en interés del capital financiero internacional. Sus preocupaciones se limitan a la seguridad de Rusia y a garantizar que su país no esté rodeado por la OTAN. Y su oferta de ayuda a Yanukóvich en lugar de la «asistencia» del FMI en 2014 solo se hizo por esta razón. En otras palabras, solo le interesa el papel del FMI como promotor de los intereses geoestratégicos de Estados Unidos, no el papel del FMI como promotor del neoliberalismo en general. De hecho, la gran desigualdad e incluso la miseria absoluta que engendra un régimen neoliberal no está muy alejado de lo que el propio Putin ha «realizado».
Prabhat Patnaik, es un economista marxista indio
6 de marzo de 2022