Resumen Latinoamericano, 09 de abril de 2020
Denuncian, entre otras cosas, la situación de docentes que no pudieron elegir horas, no cobraron su sueldo o se quedaron sin cobertura de salud.
“La cuarentena no está siendo ningún privilegio para nosotras” es una de las consignas que eligieron las profesoras feministas que integran la Comisión de Mujeres de la Asociación de Docentes de Enseñanza Secundaria (ADES) para denunciar la precariedad laboral que –aseguran– se profundizó en el marco de la emergencia sanitaria por el COVID-19. La primera consecuencia fue la suspensión del proceso de elección de horas que se desarrollaba desde diciembre, lo que generó que muchas y muchos docentes se quedaran sin completar las horas del año lectivo o directamente sin carga horaria.
“Esto significa que hay docentes que en abril no
han cobrado su sueldo, hay quienes no tienen sueldo, y hay otras y otros que
han cobrado la mitad de sus haberes”, explicó Cecilia Pérez, integrante de la
Comisión de Mujeres de ADES Montevideo, a la diaria. La profesora
dijo además que, al no tener horas asignadas, hay docentes que se quedaron sin
cobertura médica, incluidas “compañeras que están embarazadas y se quedaron sin
atención en plena emergencia sanitaria”.
Las docentes interpretan la suspensión de la
elección de horas como un “despido indirecto” y, por intermedio de la
Federación Nacional de Profesores de Educación Secundaria (Fenapes), reclamaron
al Consejo de Educación Secundaria (CES) dos medidas principales: el pago
retroactivo de marzo y lo que llaman el “pago en espejo”, que en este caso
sería cobrar lo mismo que en febrero. En una mesa bipartita, el CES contestó “negativamente”
a los dos pedidos, dijo Pérez.
Las profesoras feministas convocaron ayer al
mediodía a una “olla feminista contra la precarización docente” frente a la
sede del CES, con el doble objetivo de denunciar la situación que atraviesa el
sector y solidarizarse con compañeras y compañeros –docentes o no– que
necesitaran un plato de comida caliente. “La olla es un acto de resistencia, de
solidaridad y de continuar construyendo redes entre nosotras”, dijo Pérez. La
actividad supuso también elegir un punto geográfico concreto para recibir
donaciones de alimentos para la asociación Idas y Vueltas, que trabaja en
defensa de los derechos de migrantes y personas refugiadas.
Las ollas estuvieron rodeadas por cerca de 30
mujeres que con tapabocas violetas servían las porciones a quienes se
acercaban. El color violeta predominaba además en sus remeras –que tenían la
inscripción “profes feministas”– y en los banderines que colgaban de la fachada
del local del CES, con consignas como “profesoras sin trabajo”, “hay docentes
sin cobertura mutual” y “sin mujeres no hay educación”.
Las barreras del teletrabajo
A las dificultades económicas que acarrea la
suspensión de la elección de horas se suman los problemas de tener que trabajar
desde las casas, una exigencia que –según las docentes– en su caso “evidencia
la precarización” y profundiza las desigualdades. En primer lugar, porque el
trabajo en plataformas virtuales desconoce las condiciones materiales en las
que viven muchas y muchos estudiantes. En ese sentido, Pérez recordó que en
Uruguay hay hogares que no tienen conexión a internet o una computadora y, por
lo tanto, no tienen acceso a las clases virtuales. Esto podría implicar que,
una vez que se retomen las clases presenciales, esos estudiantes queden
relegados con respecto a los que sí pudieron hacer las tareas. “Todo esto
evidencia problemáticas socioeconómicas que ya existían, pero que se
profundizan en estas condiciones”, consideró la profesora.
Por otro lado, las docentes tampoco conocen el
contexto familiar de cada uno de los estudiantes porque la emergencia sanitaria
se declaró cuando el proceso del comienzo de clases recién había empezado.
“Además de no saber si viven en viviendas precarias, no sabemos si algunos de
nuestros estudiantes tienen que cuidar a sus hermanos porque hay padres que
tienen que salir a trabajar, o si están pasando por alguna situación de estrés,
vulnerabilidad o angustia en su casa”, dijo Pérez; “tampoco estamos al tanto de
si tienen cubiertas sus necesidades alimentarias diarias”.
Otro de los problemas que genera el teletrabajo,
según consideran, es que implica una pérdida del “vínculo pedagógico” entre
estudiantes y docentes en el aula. Y ese lazo no se sustituye vía virtual.
Explicó Pérez: “Cada grupo en el que nosotras enseñamos es un grupo singular,
único y tiene sus particularidades. En cada aula hay aprendizajes colectivos,
hay una retroalimentación entre docente y estudiante, hay reacciones, dudas,
preguntas espontáneas, gestos. Todo eso queda interferido al estar mediado por
un vínculo virtual: hay algo que está faltando y que se pierde”. E insistió:
“Nuestro trabajo se está reduciendo a esta lógica de la tecnología, que es lo
que particularmente nos está haciendo ruido”.
Pérez aclaró que las docentes se están adaptando
como pueden al nuevo escenario y que el planteo no es dejar de trabajar de
forma virtual, sino poner en cuestión el “discurso hegemónico” de que es una
solución ideal porque “es diferente a la realidad” que viven ella y sus
compañeras.
Pero, además, el teletrabajo profundiza la
desigualdad y precarización porque “implica maternar, cuidar, reproducir la
vida y ser docente 24 horas en un mismo espacio”, según se lee en una de las
placas que la Comisión de Mujeres de ADES compartió en las redes sociales. En
ese sentido, Pérez recordó que la mayoría del cuerpo docente está integrado por
mujeres, las principales encargadas de las tareas de cuidado. “Nuestro trabajo
asalariado se está superponiendo con las tareas de cuidados, ya invisibilizadas
históricamente, no sólo de nuestras hijas e hijos que no tienen clases, sino
también de las personas adultas mayores de la familia”, que son a la vez la
población de mayor riesgo frente a la covid-19, sostuvo Pérez. “Esto genera
mayor precarización y más estrés en nuestro trabajo”, afirmó.
Promueve otro fenómeno que tiene que ver con una parte del trabajo docente que no es remunerada y está “invisibilizada”, como la planificación de las clases, la corrección de las tareas o la actualización pedagógica. Dice otra de las placas publicadas en redes: “Mientras algunas docentes teletrabajan, dedicando más horas que las que les pagan, hay otras que no tendrán ingresos”.
Juntas y activas frente a la crisis
La olla feminista del miércoles fue apenas una de
las distintas acciones que tienen previstas las profesoras para enfrentar las
consecuencias de la emergencia sanitaria. En paralelo, crearon un “fondo
solidario” con el aporte de todas para ayudar a las compañeras que no pudieron
cobrar ya sea su sueldo entero o la mitad, porque la vida sigue y hay que
comer, pagar las cuentas y sostener el alquiler de la vivienda.
También tejen redes internas para las que trabajan
en sus casas; por eso crearon una carpeta virtual en la que comparten
materiales, tareas y ejercicios. Esto es para todas las docentes que lo
necesiten, pero especialmente para ayudar en la planificación a aquellas que
tienen hijas e hijos a cargo o ejercen el cuidado de algún familiar muy mayor o
enfermo.
Por otro lado, las profesionales trabajan junto con
otros colectivos feministas en la elaboración de un mapeo “de las diferentes
situaciones de precariedad que atraviesan las mujeres, que ya existían antes,
pero que con la emergencia sanitaria y económica se profundizan aún más”,
explicó Pérez.
En tanto, a nivel sindical, la Comisión de Mujeres
de ADES trabaja en el diseño de varias propuestas para que sean consideradas
por la directiva de Fenapes, que apuntan a que se reactive el proceso de la
elección de horas y a que las docentes puedan cobrar su salario.
“Compañeras, nos tenemos”, dice una proclama de las profesoras feministas que fue difundida el 20 de marzo, una semana después de que se detectó el primer caso de coronavirus en el país. “Históricamente hemos sido las mujeres las que nos sostenemos y apoyamos ante las situaciones más difíciles, las que nos organizamos para ayudar a una amiga, armar la olla popular, cuidar a las niñas y niños de vecinas y amigas, organizar una colecta, prestar una cama, hacer esa llamada que salva”, afirman las docentes. Y piden: “Que el aislamiento sea físico y no afectivo”.
Fuente: La diaria