Por Ania Terrero, Resumen Latinoamericano, 18 abril 2020.-
Aunque no lo reconozca abiertamente, para Andrea la casa siempre ha sido un lugar del que escapar. Con más de cuatro décadas en sus costillas, un matrimonio complejo y par de hijos adolescentes, el hogar es sinónimo de trabajo doméstico en exceso, responsabilidades y presiones de todo tipo e incluso, violencia. No, su esposo nunca la ha golpeado, pero la ofende a menudo, se burla de su aspecto físico, controla sus amistades e ingresos económicos y la presiona para que limite su vida social.
La rutina de muchos años con la misma pareja, la dependencia económica y la aparente seguridad de que él nunca le pondrá un dedo encima, le impiden “a estas alturas” acabar con la relación. Pero el trabajo, las compras y algunas salidas ocasionales con sus amigas son válvulas de escape para un escenario de dominación, que ella ni siquiera reconoce como tal. En tiempos de pandemia, sin embargo, permanece en casa, sin escapadas, con muchas más posibilidades de que la violencia que sufre tienda a incrementar.
La historia de Andrea no es un caso aislado. Los hay peores. Cuando el aislamiento social se confirma como una de las principales medidas para controlar el contagio de la enfermedad provocada por el nuevo coronavirus, su situación llama la atención sobre un fenómeno que puede repetirse en otros hogares. Mientras Cuba y el mundo enfrentan la crisis de salud provocada por la COVID-19, urge más que nunca mirar hacia el ámbito doméstico como espacio potencial de violencia de género y tomar medidas para limitar su desarrollo y consecuencias.
Así lo advirtió António Guterres, Secretario General de la Organización de las Naciones Unidas, en un mensaje reciente a todos los gobiernos en el que exhortó a convertir la prevención y reparación de este tipo de casos, en parte vital de los planes de enfrentamiento a la nueva enfermedad.
“Sabemos que los confinamientos y las cuarentenas son esenciales para reducir la COVID-19. Pero pueden hacer que las mujeres se vean atrapadas con parejas abusivas. En las últimas semanas, con el aumento de las presiones económicas y sociales y del miedo, hemos visto un estremecedor repunte global de la violencia doméstica” afirmó.
Guterres puso bajo la lupa otras consecuencias de la actual crisis sanitaria, que impactan directamente en la vulnerabilidad de las mujeres violentadas. “Los proveedores de salud y la policía están desbordados y el personal escasea. Los grupos locales de apoyo están paralizados o carecen de fondos. Algunos centros para víctimas están cerrados; otros están llenos. Sin embargo, las líneas telefónicas de atención a víctimas se han sobresaturado en todos los países”, explicó.
La violencia de género no es un problema que llegue con la pandemia. Organizaciones, expertos y gobiernos, en mayor o menor medida, han advertido y luchado contra ella durante años.
En 1993 la ONU la definió como “todo acto de violencia basado en el género, que tiene como resultado posible o real un daño físico, sexual o psicológico incluidas las amenazas, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, ya sea que ocurra en la vida pública o en la privada”.
Especialistas en el tema aseguran que el asunto es en realidad mucho más complejo. Para la socióloga Clotilde Proveyer, “es la violencia del patriarcado, sexista, que está condicionada por las relaciones de poder masculino existentes y que se ejerce sobre el género femenino o lo que representa este”.
La también profesora de la Universidad de La Habana asegura que, en definitiva, existe para mantener un sistema de desigualdad social marcado por la dominación patriarcal. “No es solo la violencia directa que se ejerce sin mediación, no es un acto aislado. Para que pueda existir necesita de una legitimación estructural y cultural”, insiste.
La comprensión contextualizada de lo que realmente implica este fenómeno impacta en las estrategias para hacerle frente. No es problema exclusivo de quien la sufre, abarca a toda la sociedad.
Según explicó la psicóloga e investigadora Ailynn Torres Santana en un espacio de reflexión del Instituto de Literatura y Lingüística hace algunas semanas, “las violencias de género no son un asunto solo personal, también se trata de un problema estructural, político, cultural, que requiere de intervención pública”.
Entenderla como una prioridad colectiva cobra aún más importancia en el ámbito doméstico. En un escenario marcado por la tradición machista de que “entre marido y mujer nadie se debe meter”, la vulnerabilidad de las mujeres se incrementa.
“Se ha demostrado que el escenario de mayor peligro para las mujeres es, justamente, el hogar: el espacio físico y la vida doméstica que lo conforman”, confirma Proveyer y explica que es más vulnerable porque ha sido considerado históricamente un espacio privado, que no admite la interferencia de terceros.
Si en condiciones normales, los maltratadores tratan de generar control, aislamiento social y ruptura con las redes de apoyo en sus víctimas, para asegurar una mayor impunidad sobre sus actos, en tiempos de pandemia las circunstancias para ejercer la violencia se arman prácticamente solas. La dificultad para acceder a refugios, hacer llamadas de emergencia o denuncias, agrava el riesgo para estas personas.
No por gusto, durante las últimas semanas, países como China, España, Italia, Estados Unidos, Colombia y Perú, entre otros, han reportado un incremento notable de la violencia doméstica como consecuencia de las medidas de cuarentena impuesta.
Vivimos en un mundo donde, según datos de ONU Mujeres, el 35 por ciento de las mujeres ha sufrido, en algún momento de su vida, violencia física y/o sexual; 137 mujeres son asesinadas cada día y dos de cada tres asesinatos son cometidos por parejas o familiares. En tiempos de coronavirus las golpizas, violaciones, y también feminicidios, todos dentro del hogar, corren el riesgo de aumentar a ritmos acelerados.
Cuba, un caso que no está aislado
Según la Encuesta Nacional sobre Igualdad de Género (ENIG-2016), desarrollada por la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI) y la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), el 39,6 por ciento de las mujeres entrevistadas declaró haber sufrido violencia en algún momento de sus vidas, en el contexto de sus relaciones de pareja.
Además, en 2019, el informe nacional cubano acerca de cómo se afronta la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible recogió, por primera vez, un dato sobre la ocurrencia de feminicidios en 2016. “Para ese año, la tasa de feminicidios fue 0,99 por cada 100.000 habitantes de la población femenina de 15 años o más”.
Las cifras confirman lo que expertos y organizaciones han advertido durante años: en Cuba también hay violencia de género. De hecho, durante su intervención en el último encuentro de la Asamblea Nacional del Poder Popular, el presidente Miguel Díaz-Canel declaró que el país debía prepararse “para legislar, por su alta sensibilidad, sobre algunos temas como la violencia de género, el racismo, el maltrato animal y la diversidad sexual”.
Efectivamente, no contamos con todas las estadísticas necesarias para comprender cómo se comporta este fenómeno en Cuba. Pero el camino recorrido hasta hoy evidencia la necesidad de que, en medio de la actual crisis de salud, no queden atrás las mujeres más vulnerables. Como en el resto del mundo, las condiciones de aislamiento pueden provocar un incremento de la violencia doméstica y quedar invisibilizado mientras todos miramos hacia otra parte.
“Como estamos muy concentrados en la autoprotección ante el nuevo coronavirus, muchas veces nos desconectamos de las necesidades de quienes nos rodean y se hace mayor la vulnerabilidad de las mujeres maltratadas”, considera Proveyer.
La socióloga explica que, en Cuba, aunque son escasos, existen servicios de apoyo a las víctimas. Pero en la actual circunstancia cierran, tienen horarios restringidos o se dificulta su acceso. A las mujeres violentadas, que suelen desconocerlos, se les hace aún más difícil llegar a ellos.
El contexto actual demanda que, junto a las estrategias para enfrentar a la COVID-19 y sin renunciar al aislamiento social como forma efectiva de reducir el contagio, se tomen medidas para proteger a las mujeres violentadas.
En su mensaje sobre el tema a todos los gobiernos, Naciones Unidas sugirió aumentar las inversiones en los servicios en línea y el apoyo a las organizaciones de la sociedad civil; asegurar que los sistemas judiciales sigan enjuiciando a los maltratadores; crear sistemas de alerta de emergencia en farmacias y supermercados; declarar los centros de acogida como servicios esenciales y encontrar formas seguras para que las mujeres puedan buscar apoyo, sin poner sobre aviso a sus maltratadores.
En Cuba existen ya algunas iniciativas sociales de apoyo habilitadas. El Centro Oscar Arnulfo Romero, el Centro Cristiano de Reflexión y Diálogo y la Fiscalía General de la República han activado servicios de consejería psicológica y/o legal para mujeres que lo requieran. Pero aún queda mucho por hacer.
Desde la perspectiva de Coltilde Proveyer, es vital el trabajo coordinado de medios de comunicación, organizaciones sociales, instituciones de salud y otros actores, sobre todo en la comunidad. “Se pueden activar las redes sociales comunitarias de apoyo, también las informales, que suelen ser mucho más efectivas en tiempos de crisis porque están más cerca de las víctimas, ofrecen mayor confianza y pueden actuar con inmediatez”, explica.
Las Asambleas Municipales del Poder Popular y organizaciones sociales como la FMC y los CDR, en el ámbito de la comunidad, pueden y tienen que jugar un rol fundamental. Además, los medios de comunicación deben aliarse con las instituciones encargadas de ofrecer ayuda en estos casos, como la policía o la fiscalía, para visibilizar este problema, los derechos de las víctimas y las posibles soluciones.
“El aislamiento social no puede convertirse en un aislamiento humano, no podemos desentendernos de los problemas de nuestro entorno. Es imprescindible que elaboremos estrategias para atender este asunto en medio de todas las otras estrategias excelentes que se están llevando a cabo para garantizar la salud y protección de la población”, asegura Proveyer.
Vivimos una etapa de muchos desafíos y es necesario hacer frente a todos. Se trata, una vez más, de entender la violencia de género como un problema urgente, de no dejar a nadie atrás, de generar políticas específicas para situaciones y personas específicas, de enlazarnos, aunque estemos distanciados.