Argen­ti­na. Los baños de Pom­pe­ya: sexo, pala­bras y rocan­rol en Vie­jas Locas y otras letras rolingas

Celes­te Hofe­rek, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 4 de mayo de 2020

El rock rolin­ga en los 90 cap­tu­ró en sus letras la ima­gi­na­ción sexual en su expre­sión más lla­na, sin metá­fo­ras, sin alu­sio­nes, sin arti­fi­cio. Estas can­cio­nes, como la escri­tu­ra detrás de la puer­ta de un baño públi­co, cris­ta­li­zan imá­ge­nes de calen­tu­ra y de bar­deo alre­de­dor de la figu­ra del píca­ro, un per­so­na­je lite­ra­rio que cru­za la lite­ra­tu­ra argen­ti­na des­de Arlt has­ta Vie­jas Locas. En este tex­to, una ima­gi­na­ria píca­ra, banal y abu­rri­da, vuel­ve a escu­char letras de rock rolin­ga mien­tras sex­tea ence­rra­da en su mono­am­bien­te, en cuarentena.

Por Celes­te Hoferek

En ple­na pan­de­mia, acua­ren­te­na­da en casa, en una situa­ción más que de pri­vi­le­gio, la píca­ra vuel­ve, You­tu­be median­te, a los ama­dos dis­cos rolin­gas que for­ma­ron sen­ti­men­tal­men­te su atro­pe­lla­da y bas­tan­te leja­na ado­les­cen­cia. Siem­pre le lla­mó la aten­ción lo direc­to del len­gua­je de Vie­jas Locas para hablar de sexo, la fal­ta abso­lu­ta de pudor pero tam­bién de “esfuer­zo” retó­ri­co: ni metá­fo­ras, ni alu­sio­nes, no hay que per­der el tiem­po. Hay cier­to logro en ese tono llano, bukows­kiano, en esas­ble­tras de ban­das que enten­die­ron el len­gua­je del rock como la ausen­cia de pre­ten­sión retó­ri­ca. Ni Rato­nes, ni La Ren­ga, ni Los Pio­jos, ni mucho menos Los Redon­dos hablan la calen­tu­ra como lo hace el rock rolin­ga: “te voy a gar­char” (“Eva”, Vie­jas Locas,​Vie­jas Locas​, 1995), “me gus­ta ver la leche en tu cara” (Jóve­nes por­dio­se­ros, “Bai­lan­do”,​Probame​, 2001) o “te meten el dedo y al toque te empe­zás a cho­rrear” (Vie­jas Locas, “Te empe­zás a cho­rrear”, Vie­jas Locas 1996).​Sí, hay alu­sio­nes ale­gó­ri­cas más bien eró­ti­cas en Los Redon­dos (el jean le apre­ta la fre­sa, nun­ca tuvo el higo seco…), sí, hay con­te­ni­do sexual en Rato­nes (te voy mon­tan­do en la are­na…), y sí, el rock habla de cosas muy lin­das con metá­fo­ras tales como “tajos” des­de Spi­net­ta and on, pero nada tan grá­fi­co como estas imá­ge­nes cubis­tas de esce­nas sexuale​s: “si ella igual no quie­re hacer­lo por atrás /​vamos a empe­zar por ade­lan­te pri­me­ro” (“Dos nenas”,​Her­ma­nos de sangre​, 1997), “abrí la boca y tra­gá” (Chi­cos de Fábri­ca, “Soy como soy”, Rock and Roll de la calle​, 2003). Las notas de dia­rios sobre los bene­fi­cios del sex­ting en cua­ren­te­na podrían reco­men­dar la escu­cha de estas letras como ins­pi­ra­ción lite­ra­ria, ‑sí, decon­tru­yén­do­las antes, son re machi­ru­las-. ¿Qué tie­nen en común el sex­ting y Vie­jas Locas? Nada, o todo, es decir, tal vez en el géne­ro sex­ting haya más que una reso­lu­ción de con­sul­to­rio de sexo­lo­gía, y se pue­da leer, si se quie­re, un modo de enten­der la pala­bra: algo pare­ci­do pasa con las letras de Vie­jas Locas.

¿De qué pala­bras se hace el rock? Todo lo rolin­ga que pue­de ser dicho se for­mu­la en Vie­jas Locas por pri­me­ra vez. No le intere­sa la dis­tin­ción pornografía/​erotismo ni cree que se tra­te de un hiper­rea­lis­mo bur­do, sino más bien, como dice Terry Eagle­ton, ‑a quien cita de manual cuan­do una alum­na inte­li­gen­te la des­co­lo­ca pre­gun­tan­do “¿pero qué cara­jo es la lite­ra­tu­ra?-, se tra­ta, enton­ces, de enten­der la lite­ra­tu­ra como un uso espe­cial del len­gua­je, en este caso, el más lite­ral posi­ble, el más ana­tó­mi­co y direc­to. Y le intere­sa espe­cial­men­te por un regis­tro por­no­grá­fi­co ‑chi­cas cho­rrea­das, sexo anal, les­bia­nis­mo mal inter­pre­ta­do des­de la hete­ro­nor­ma más caver­ní­co­la y patriar­cal- que cru­za las letras des­de la voz del píca­ro. Esa píca­ra esta­ría sex­tex­tean­do, de puro abu­rri­mien­to pero tam­po­co tan­to, tal vez ena­mo­ra­da de su escri­tu­ra y de la otra, en con­tex­to pan­de­mia, pro­ban­do cómo narrar mejor la calen­tu­ra. La des­crip­ción de lo que le haría se nutre de las imá­ge­nes de esas letras más que de cual­quier otro rela­to. Hoy cual­quier pla­ta­for­ma onli­ne de levan­te pue­de fun­cio­nar como un ejer­ci­cio gra­tui­to de escri­tu­ra lite­ra­ria con, al menos, un lec­tor garan­ti­za­do. Dón­de hay un lec­tor, hay un mer­ca­do, Liber­te­lla dixit.

La reali­dad en Vie­jas no está pues­ta en la des­crip­ción, en el uni­ver­so pre­sen­ta­do, sino en su sen­ti­do del len­gua­je: al pan pan, y al vino, vino, dice el yo letrís­ti­co, des­de una pers­pec­ti­va que no ve par­ti­cu­la­res sino una serie de ele­men­tos que deben ser cla­si­fi­ca­dos.​“Dos nenas” (​Her­ma­nos de sangre​, 1997) es la can­ción rolin­ga por exce­len­cia para hablar del sexo por su regis­tro explí­ci­to, su inter­pre­ta­ción hete­ro­nor­ma­da, siem­pre con “inten­cio­nes” des­pre­jui­cia­das ‑que no lo son, nun­ca, ni lo serán‑, y su bús­que­da por taxo­no­mi­zar: “si una chi­ca vie­ne y dice que te quie­re curtir/​y se des­pi­de de su ami­ga con un beso de boca /​dice que esta noche no te vas a poder ir /​dice que esta noche no se va a dor­mir sola /​¿Ella qué quie­re de mí?” (“Dos nenas”,​Her­ma­nos de sangre​, 1997). En la pre­gun­ta apa­re­ce la vaci­la­ción hete­ro­nor­ma­ti­va ante lo otro: el yo poé­ti­co no sale de la doxa de la hete­ro­se­xua­li­dad asu­mi­da, de la con­ver­sa­ción de mesa fami­liar, que pres­cin­de toda crí­ti­ca o revi­sión de cla­si­fi­ca­cio­nes estan­cas: ay, es que la dere­cha es taxo­nó­mi­ca y Vie­jas no se sale de la doxa.​La píca­ra recuer­da a Barthes expli­can­do qué es el amor: la per­so­na ama­da es siem­pre “áto­pos”, lo incla­si­fi­ca­ble, por­que su ori­gi­na­li­dad es ince­sa­men­te impre­vi­si­ble, ese ser ama­do​no pue­de ser toma­do a par­tir de nin­gún estereotipo​. En Vie­jas Locas, en cam­bio, cual­quier atis­bo de dife­ren­cia se cla­si­fi­ca: des­de ya, por más que le due­la, no hay amor. Inme­dia­ta­men­te Vie­jas Locas le pasa la malla del len­gua­je a cada per­so­na­je con que se topa: “media tor­ti­lla esta noche me voy a mor­far”. El regis­tro, el menos sofis­ti­ca­do y el más soez, per­mi­te cla­si­fi­car eso que suce­de: “Y no me voy a hacer nin­gún pro­ble­ma por eso /​si ella igual no quie­re hacer­lo por atrás /​vamos a empe­zar por ade­lan­te pri­me­ro”; la deli­ca­de­za en el rock rolin­ga es así…

Una des­crip­ción por­no­grá­fi­ca y un hiper­rea­lis­mo pica­res­co dis­tin­gue al rock rolin­ga de otras letras pre­ten­cio­sas: este rock pue­de ver­se como la mejor con­ti­nua­ción del píca­ro inmo­ral en Arlt y de los encan­ta­do­res gar­cas de las nove­las de Asís. Si en Arlt encon­tra­mos el “rajá, turri­to, rajá” y uno de los pri­me­ros “vos” de la lite­ra­tu­ra argen­ti­na, en el rock rolin­ga apa­re­cen las pala­bras que ese píca­ro usa para coger (o para ima­gi­nar cómo otras lo hacen): “Si tie­ne suer­te en la vida va a poder enla­zar con algu­na her­ma­fro­di­ta que le pase la len­gua /​por toda la vida ellas se van a amar /​no van a tener hijos por­que son dos nenas /​dos nenas que nacie­ron así /​dos nenas que se arre­glan así”: La cavi­la­ción pre-ESI (o más bien pre-esco­lar o pre-social) pues­ta sobre la disi­den­cia repro­du­ce la una estu­pi­dez com­ple­ja en su con­fu­sión retrógrada.

La expre­sión más explí­ci­ta, tal vez, la más natu­ra­lis­ta (la más Émi­le Zola) del rock rolin­ga la lee­mos en “Te empe­zás a cho­rrear”​(Vie­jas Locas,​Vie­jas Locas​, 1995). En esta letra, un yo líri­co que alec­cio­na en un alar­de de machi­to de sus des­tre­zas, la hace cho­rrear­se, la hace calen­tar­se tan­to que ter­mi­na llo­ran­do (sic) por­que, al no estar a la altu­ra de las cir­cuns­tan­cias, es aban­do­na­da: la letra se divi­de en una pri­me­ra par­te en la que hos­ti­ga y una segun­da ins­tan­cia en la que con­sue­la a la inter­lo­cu­to­ra (es bas­tan­te cómi­co el uso de la músi­ca acom­pa­ña­do la letra‑, “no quie­ro hacer­te llo­rar /​si fue solo una aven­tu­ra”). La ima­gen de “si te meten el dedo y al toque te empe­zás a cho­rrear” habla, des­de el vamos, de un des­co­no­ci­mien­to del fun­cio­na­mien­to de las zonas eró­ge­nas feme­ni­nas y es ahí don­de hace su tra­ba­jo excep­cio­nal la figu­ra de píca­ro: ese cíni­co que expe­rien­cia encuen­tros for­tui­tos que habi­li­tan una mira­da satí­ri­ca sobre cier­tos “tipos” de gen­te, “la his­té­ri­ca”, pare­ce­ría, en este caso. Me pre­gun­to si tal vez no hay en esa for­ma­ción sen­ti­men­tal feme­ni­na, en ese cuer­po narra­do, un res­qui­cio de impo­si­cio­nes hiper­se­xua­li­za­das que se impri­men sobre esos cuer­pos. En la letra está expre­sa­do ese des­con­ten­to, esa sub­je­ti­vi­dad par­ti­da entre un deseo y una “sin­to­nía” que no se tie­ne, siem­pre des­de la mira­da alec­cio­na­do­ra del machi­to líri­co. Nue­va­men­te, Vie­jas Locas ubi­ca a cada cual en su lugar: “Yo sabía que vos /​eras una chi­ca nor­mal; /​te hacías la turra, /​te hacías la dama de Honky Tonk”. Se taxo­no­mi­za, se ubi­ca social­men­te, se tipo­lo­gi­za: la Honky Tonk de los Sto­nes, como mala copia (pero, ese cíni­co cae en el pla­gio per­ma­nen­te­men­te y toma prés­ta­mos del inglés como “aven­tu­ra”, ges­to más arl­tiano en el rock no pue­de haber [1]).​Los covers no solo ope­ran al nivel de la músi­ca o de los con­te­ni­dos de las letras, la mujer como mal pla­gio, la sub­je­ti­vi­dad que fra­ca­sa al inten­tar apa­ren­tar algo que no se es cir­cu­la por el uni­ver­so pica­res­co de los rela­tos rolin­gas: “si nadie te cre­yó que eras la chi­ca sto­ne /​nena nadie te cre­yó si vos no sos 25 como yo /​solo te pido un favor /​saca­te la care­ta de Rock and Roll” (“Care­ta de Rock and Roll”,​Has­ta las bolas de Rocanroll​, 2001).

Un regis­tro que para el cine o la lite­ra­tu­ra fue, en los 90, un desa­fío: pien­sa en​Piz­za, birra, faso y en pelí­cu­las en las que se bus­ca que los regis­tros popu­la­res no sue­nen como cover, como impos­ta­dos. Tal vez, en el géne­ro sex­ting que se com­po­ne de imá­ge­nes, de boo­me­rangs, de GIFs, pero más que nada de pala­bras, haya influen­cia de algo más que los diá­lo­gos (?) de las pági­nas porno, tal vez algún res­qui­cio lite­ra­rio que­de impreg­na­do en las ver­sio­nes actua­les de la lite­ra­tu­ra eró­ti­ca de folle­tín vir­tual (no hay nada más folle­ti­nes­co que el ¿res­pon­de­rá?, ¿la divier­te o la abu­rre o la har­ta o la ena­mo­ra?). Estas letras rolin­gas logran, como una suer­te de baño petri­fi­ca­do de la ciu­dad de Pom­pe­ya, en la cual encon­tra­mos los dibu­jos de geni­ta­les, las putea­das y la pala­bras que los roma­nos no escri­bían en sus tex­tos cul­tos, sacar de la cloa­ca res­tos para hacer letras: letras pro­ble­má­ti­ca­men­te bellas por­que esa músi­ca de barrios, subur­bios y már­ge­nes dice la ora­li­dad como pocas veces se dijo en el rock. ¿Qué que­da­rá repre­sen­tan­do de nues­tra ver­sión actual del amor y del deseo cuan­do se res­ca­ten nues­tros res­tos y pala­bras más ínti­mas en la pandemia?

Según la crí­ti­ca lite­ra­ria y según el mis­mo autor, Rober­to Arlt escri­be su lite­ra­tu­ra a par­tir del cas­te­llano que lee en las malas tra­duc­cio­nes que podía con­se­guir de Dos­toievs­ki y de otros auto­res euro­peos. Syl­via Saít­ta encuen­tra que el pro­ta­go­nis­ta de la nove­la pica­res­ca tie­ne con­ti­nui­dad en la lite­ra­tu­ra argen­ti­na en la obra de Arlt: el píca­ro, ese niño mar­gi­nal, al inten­tar sobre­vi­vir ope­ra como vic­ti­ma­rio de otras víc­ti­mas (roba, enga­ña y trai­cio­na a quie­nes lo ayu­dan o a quie­nes están peor que él, como un cie­go o un ren­go). Esta figu­ra lite­ra­ria, que tie­ne su ori­gen en El Laza­ri­llo de Tor­mes, pue­de leer­se como una línea de pro­duc­ti­vi­dad poé­ti­ca que fun­cio­na des­de Arlt, pasan­do por las nove­las de Asís, has­ta lle­gar a los per­so­na­jes de las letras de las ban­das rolin­gas en don­de, tam­bién, hay un per­ma­nen­te pla­gio de pala­bras y de malas tra­duc­cio­nes del inglés (por ejem­plo, “aven­tu­ra”).

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[1] Según la crí­ti­ca lite­ra­ria y según el mis­mo autor, Rober­to Arlt escri­be su lite­ra­tu­ra a par­tir del cas­te­llano que lee en las malas tra­duc­cio­nes que podía con­se­guir de Dos­toievs­ki y de otros auto­res euro­peos. Syl­via Saít­ta encuen­tra que el pro­ta­go­nis­ta de la nove­la pica­res­ca tie­ne con­ti­nui­dad en la lite­ra­tu­ra argen­ti­na en la obra de Arlt: el píca­ro, ese niño mar­gi­nal, al inten­tar sobre­vi­vir ope­ra como vic­ti­ma­rio de otras víc­ti­mas (roba, enga­ña y trai­cio­na a quie­nes lo ayu­dan o a quie­nes están peor que él, como un cie­go o un ren­go). Esta figu­ra lite­ra­ria, que tie­ne su ori­gen en El Laza­ri­llo de Tor­mes, pue­de leer­se como una línea de pro­duc­ti­vi­dad poé­ti­ca que fun­cio­na des­de Arlt, pasan­do por las nove­las de Asís, has­ta lle­gar a los per­so­na­jes de las letras de las ban­das rolin­gas en don­de, tam­bién, hay un per­ma­nen­te pla­gio de pala­bras y de malas tra­duc­cio­nes del inglés (por ejem­plo, “aven­tu­ra”).

*Fuen­te: La Luna con Gatillo

Itu­rria /​Fuen­te

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