Por Rafael Acevedo /Resumen Latinoamericano, 14 mayo 2020
Documento policial
Cuando comencé a estudiar en la universidad conocí a Roque Dalton. Su
poesía, más bien. Él había sido asesinado por sus compañeros enemigos
tres años antes. 1975. Faltaban tres o cuatro días para que cumpliera
40. Quiero decir, este es el poeta salvadoreño que conocimos como “poeta
guerrillero” aunque su paso por la guerrilla fue breve y trágico.
Todavía estaba muy fresca en la memoria de la izquierda esa muerte. Para
mí, entonces un joven estudiante con algunos versos escritos en
libretas Superior, escuchar sobre su biografía y las leyendas que sobre
él se destilaban fue un proceso muy enriquecedor. Esto ocurrió en los
pasillos y en las cafeterías mucho antes de que se le mencionara en
algún salón de clases.
¿Qué me gustaba de la poesía de Roque? Muchas cosas. Dalton venía de un
país pequeño, El Salvador, llamado Pulgarcito de América por Gabriela
Mistral. El poeta usaba ese calificativo de Mistral y construyó toda una
narrativa irónica, crítica, tierna y a veces cruel sobre esa “pequeñez”
de su patria: ”Patria dispersa: caes /como una pastillita de veneno en
mis horas. /¿Quién eres tú, poblada de amos, /como la perra que se
rasca junto a los mismos árboles /que mea? ¿Quién soportó tus símbolos,
/tus gestos de doncella con olor a caoba, /sabiéndote arrasada por la
baba del crápula? /¿A quién no tienes harto con tu diminutez?” ¿Cómo
no identificarse con esos versos?
Con el paso de los años, me leí todo lo que pude del autor. No esta mal presentar una bibliografía de Roque:
• Mía junto a los pájaros (San Salvador, 1957).
• La Ventana en el rostro (México, 1961).
• El Mar (La Habana, 1962).
• El turno del ofendido (La Habana, 1962).
• Los Testimonios (La Habana 1964).
• Poemas (Antología, San Salvador, 1968).
• Taberna y otros lugares, Premio Casa de las Américas (La Habana, Cuba, 1969).
• Los pequeños Infiernos (Barcelona 1970).
• El Salvador (monografía, 1963).
• César Vallejo (La Habana 1963).
• El intelectual y la sociedad (La Habana, 1969).
• ¿Revolución en la revolución? y la crítica de la derecha (La Habana 1970).
• Miguel Mármol y los sucesos de 1932 en El Salvador (1972).
• Las historias prohibidas del pulgarcito (México, 1974).
• Poemas clandestinos (1980).
• Pobrecito Poeta que era yo (narrativa, 1981).
• Un libro rojo para Lenin (1986).
• Un libro levemente odioso (poesía, 1988).
• Los Hongos (poesía, 1989).
Falta ahí una obra teatral de varias escenas titulada Los helicópteros,
en colaboración con Pepe Ruiz. Ese libro, cuya edición primera tuve en
mis manos, fue publicado más tarde (1980) en San Salvador por la
Editorial Universitaria.
Cuando inicié mis estudios graduados tenía la idea de escribir mi
tesis doctoral en torno a Roque Dalton. Si bien era el poeta que de
manera más eficiente integraba a sus textos el pensamiento político
‑siempre de manera compleja, crítica, a veces humorística y por eso tan
rica- su novela autobiográfica Pobrecito poeta que era yo, nunca ha sido
tratada con el rigor que se merece. Gran narrador este poeta. Quería
escribir sobre el modo en el que el discurso político de orientación
marxista era transformado en un producto poético plurisignificativo,
lejos de la ortodoxia dominante. Me aprendí de memoria algunos versos:
Poesía
Perdóname por haberte ayudado a comprender
que no estás hecha sólo de palabras.
Me leí una y otra vez sus poemas más dialécticos y políticos:
La violencia aquí
A José David Escobar Galindo,
* «Perra de Hielo».
En El Salvador la violencia no será tan sólo
la partera de la Historia.
Será también la mamá del niño-pueblo,
para decirlo con una figura
apartada por completo de todo paternalismo.
Y como hay que ver la casa pobre
la clase de barrio marginal
donde ha nacido y vive el niño-pueblo
esta activa mamá deberá ser también
la lavandera de la Historia
la aplanchadora de la Historia
la que busca el pan nuestro de cada día
de la Historia
la fiera que defiende el nido de sus cachorros
y no sólo la barrendera de la Historia
sino también el Tren de Aseo de la Historia
y el chofer de bulldozer de la Historia.
Porque si no
el niño-pueblo seguirá chulón
apuñaleado por los ladrones más condecorados
ahogado por tanta basura y tanta mierda
en esta patria totalmente a orillas del Acelhuate
sin poder echar abajo el gran barrio fuerteza cuzcatleco
sin poder aplanarle de una vez las cuestas y los baches
y dejar listo el espacio
para que vengan los albañiles y los carpinteros
a parar las nuevas casas.
Y aprendí además que el gran poeta político era un lírico empedernido, un poeta sensual:
Y sin embargo, amor, a través de las lágrimas,
yo sabía que al fin iba a quedarme
desnudo en la ribera de la risa.
Aquí,
hoy,
digo:
siempre recordaré tu desnudez en mis manos,
tu olor a disfrutada madera de sándalo
clavada junto al sol de la mañana;
tu risa de muchacha,
o de arroyo,
o de pájaro;
tus manos largas y amantes
como un lirio traidor a sus antiguos colores;
tu voz,
tus ojos,
lo de abarcable en ti que entre mis pasos
pensaba sostener con las palabras.
Pero ya no habrá tiempo de llorar.
Ha terminado
la hora de la ceniza para mi corazón.
Hace frío sin ti,
pero se vive.
Viajé a Cuba en el verano del 1987 porque allí me entrevistaría con
varios amigos de Roque. Era necesario, a fin de cuentas, Dalton había
regresado a Cuba para “instalarse” allí desde Checoslovaquia por
invitación de Fidel y Haydée Santamaría. La invitación al poeta era a
trabajar en Casa de las Américas. Dos años después ganaría el premio de
poesía del certamen con Ventana y otros relatos (1969), un poema que es
casi un “cadáver exquisito” sobre su experiencia en ese país que acababa
de ser invadido por la URSS un año antes.
En resumen, Dalton vivió en la Cuba en la que se formaron
instituciones culturales que fueron las más importantes de América
Latina: Casa, la Cinemateca de Cuba, el Ballet Nacional de Cuba, el
Instituto del Libro, mientras la isla era visitada constantemente, como
un memorable hervidero cultural, por Julio Cortázar, Juan Gelman,
Eduardo Galeano, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Jorge Amado,
Benedetti, Ernesto Cardenal, García Márquez, Rodolfo Walsh, Asturias,
entre otros que dialogaban con intelectuales cubanos como Roberto
Fernández Retamar„ Lezama Lima, Nicolás Guillén, Alejo Carpentier,
Tomás Gutiérrez Alea, Cintio Vitier, Fina García Marruz. Y en busca de
información y testimonios allá fui, a La Habana. Por supuesto, ya
algunos intelectuales habían dado el tránsito a otra geografía e
ideologías. Heberto Padilla ya era un poeta disidente. Algunos habían
fallecido. Pero llegué a Casa, caminando, sin invitación, con mi cara
fresca y mi timidez. Cuando pedí ver a Fernández Retamar una gentil
empleada entró a su oficina. En par de minutos salió y me anunció que el
director me recibiría. Me senté en un banco que había en el vestíbulo y
lo vi salir de su oficina, veloz. Ya fuera del edificio cruzó la calle.
Supongo que fue a buscar un café en el hotel Presidente.
De izquierda a derecha, Heberto Padilla, Roque, Guillermo Gómez.
De aquel grupo de intelectuales con los que hablé, recuerdo con mucho
cariño a Cintio Vitier y Fina García Marruz. Gente de una cultura
enorme y de una bondad sin límites. Ellos, como católicos, fueron amigos
de Roque, marxista heterodoxo, y compartieron anécdotas sobre esos
graciosos desencuentros. Sí, muchas de las anécdotas sobre Dalton
estaban aderezadas por chistes. También fue muy amable la bibliotecaria
en la Biblioteca Nacional que me obsequió un ejemplar de la monografía
histórica de El Salvador que escribiera el bardo. Nunca me perdonaré
haber olvidado su nombre.
Mi última conversación, un día antes de regresar a México, fue con
uno de los hijos del poeta, Jorge Dalton. Esto lo he contado muchas
veces pero ustedes nunca han leído nada de lo que he escrito y aquello
que escribí no está en el archivo electrónico de Claridad.
Así que, lo repito. El cineasta tenía mi edad. Tuvimos una amena
conversación en la que me narró muchas anécdotas sobre su padre, así
como cuestiones relacionadas con la creación poética, o más bien, cómo
escribía su padre, en qué condiciones, en qué maquinilla ‑que lanzó por
la ventana en más de una ocasión-. Cuando nos despedíamos, Jorge me
pidió que no escribiera la tesis sobre Roque. Sobre él había escrito
mucha gente y seguirían escribiendo. “Para serte franco- me dijo- yo no
he leído a ningún poeta puertorriqueño. No conozco esa literatura. Ahora
te conozco a ti, pero ni siquiera he leído nada que hayas escrito. ¿Por
qué no escribes sobre la poesía puertorriqueña y me lo envías?” Nos
reímos. Estreché su mano. Nunca me volví a comunicar con él y estoy
seguro de que no recordará esta anécdota. Pero le hice caso. Escribí una
tesis sobre poesía puertorriqueña hace 30 años y le he dedicado la vida
a estudiar, difundir, publicar, poesía puertorriqueña.
Dos años después de aquella conversación con Jorge Dalton, me
invitaron como poeta joven a un evento internacional en La Habana. Allí
sí pude conocer a Fernández Retamar a quien admiraba además como poeta.
No me pareció correcto recordarle como me había dejado esperando en
aquel banco como un bateador emergente a quien el manager olvida darle
un turno. En aquel entonces, 1990, ya se había tomado el cafecito. Hasta
bebí una copa de vino junto al director de Casa de las Américas y todos
aquellos poetas latinoamericanos. Me imaginé que allí estaba Roque,
siempre de 39 años, contándonos un chiste. Recuerdo esto y pienso,
diablos, pobrecito poeta que era yo.
Roque junto a sus hijos, Juan José, Roque, hijo (muerto en combate en 1981) y Jorge.