Por Aldo Fabián Hernández Solís, Resumen Latinoamericano, 4 de julio de 2020.
Vivimos tiempos complejos, de crisis, de riesgo, pero también de lucha y de disputa cultural. Las irrupciones de los de abajo acarrean una disputa por los relatos, objetos culturales y hasta por la estética. Se cuestionan las “verdades”, la belleza y los relatos del poder. Al patrimonio histórico petrificado en estatuas y monumentos se le cuestiona y se le increpa. Se derriban estatuas, se interviene el patrimonio y se resignifica el espacio.
Desde diversos movimientos sociales se disputa la cultura y con ella el patrimonio histórico. Apreciamos el patrimonio desde nuestra realidad, desde lo que somos, el presente hace preguntas al pasado. Aquí y allá se disputa la historia, el patrimonio histórico no es inocente, éste entroniza un relato y festeja al poder pasado o presente.
El patrimonio cultural no sólo es fruto del genio que lo crea sino de la sociedad en que se produce. Son testimonios de esa sociedad, de sus injusticias y de sus víctimas. Observar en el patrimonio histórico las huellas del poder y de la injusticia es de hecho disputar el poder en un sentido amplio.
La batalla cultural pasa por disputar la historia y el patrimonio. No se trata de administrar el olvido o desaparecer el pasado, sino de confrontar el pasado a partir del presente y de los grupos que han sufrido injusticia. Es en buena medida observar a la historia en su complejidad, rescatar de ella a los vencidos y sus causas.
Los caminos que abre la disputa por la historia a partir del patrimonio histórico son muchos. El debate histórico, erigir nuevos y otros (los anti-monumentos por ejemplo), cuestionar el lugar en que se encuentran (contra la gentrificación de la ciudad), derribarlos o recolocarlos en museos, e intervenirlos por medio de placas informativas u otras formas. La apropiación de la ciudad es también cuestionarla, cambiarla en la acción política, hacer de la historia un asunto de todos, para no dejar que los símbolos de la dominación arrasen la memoria.
El patrimonio histórico le pertenece a la sociedad, es asunto suyo. El patrimonio está vivo en tanto haya una apropiación de él, cuando se debate y confronta. Estas acciones tienen que darse de manera colectiva y abierta a la sociedad. La batalla cultural pasa también por los símbolos y el patrimonio, por pensar la historia, y darnos cuenta de que está viva.
Fuente: Rebelión.