Por Rafael Santiago Medina/Resumen Latinoamericano, 6 de julio de 2020
Mientras en Kissimmee y en Davenport en el condado de Polk del estado estadounidense de Florida, se producen luchas campales por el derecho identitario a la puertorriqueñidad, hablar español en oficinas gubernamentales y desplegar la bandera puertorriqueña frente a su hogar como un reconocimiento constitucional, en Puerto Rico los partidarios de la estadidad pretenden borrar todo signo de identidad boricua en sus aspiraciones asimilistas y ondean con casi absoluta exclusividad, excepto muy rarísimas ocasiones, la bandera de Estados Unidos y excluyen la enseña de Puerto Rico.
Una familia puertorriqueña batalla por mantener ondeando, frente a su casa en Kissimmee, una bandera de Puerto Rico y las denuncias de empleadas boricuas del Departamento de Salud, en el Condado de Polk, a quienes se les prohíbe hablar español son ejemplos de cómo elementos de identidad nacional pueden, en ocasiones, crear conflictos cuando se manifiestan en otro contexto geográfico.
Siete mujeres puertorriqueñas que laboran en una clínica del condado de Polk del Departamento de Salud de Florida denuncian que se les prohibió comunicarse en español en su centro de trabajo, ni siquiera en conversaciones informales y privadas, y que han sido amenazadas con ser despedidas.
Frances Santiago, una veterana del Ejército de los Estados Unidos, enfrenta una batalla con la asociación de residentes de su urbanización, que le exige que desmonte la bandera de Puerto Rico que colocó frente a su residencia, tomando como base una regla que no aparece escrita por ninguna parte.
El discurso antiinmigrante fomentado por el presidente Donald Trump tiene el efecto práctico de incluir indistintamente a los puertorriqueños por desconocimiento generalizado de los estadounidenses sobre el caso político de Puerto Rico. La respuesta de los estadounidenses de etnia blanca al crecimiento de las comunidades hispanas en Estados Unidos es la xenofobia contra la hispanidad, y eso incluye a los puertorriqueños que residen en territorio continental de Estados Unidos.
La estadidad en Puerto Rico se enfrenta en estos momentos a una contracorriente de identidad puertorriqueñista en Estados Unidos que se ha acrecentado con el masivo traslado de puertorriqueños a ciudades estadounidenses resultante de la presente crisis en suelo boricua. Esto es un férreo impedimento a los proyectos tradicionales de estadidad para Puerto Rico.
No pudiendo encontrar modificaciones a la política pro estadidad y a sus tipos de manifestaciones a favor de un proyecto ideológico en tal sentido, sus presentes intentos de avance de han hecho ahistóricos y de difícil concreción frente a la xenofobia antihispánica de la oficialidad gubernativa estadounidense bajo la presidencia de Trump.
Por otro lado, los eventos recientes en Puerto Rico relacionados a la administración gubernamental del gobernador obligado a dimitir por las multitudinarias protestas callejeras han enlodado al partido político que profesa la estadidad y, por ende, ha salpicado con ese mismo fango a todo el movimiento anexionista que se ha identificado con esa colectividad partidaria y el gobierno de turno. Un hecho que pesa mucho en contra del ideario de estadidad para Puerto Rico.
Verá el movimiento pro estadidad decrecer sus prosélitos y seguidores en Puerto Rico y ni se diga en Estados Unidos en un futuro inmediato. De modo que todo intento por hacerse sentir multitudinariamente en Puerto Rico será tarea fútil y quedará evidenciado en la manifestación que tienen programada para el primero de septiembre, donde habrá una asistencia por debajo de las expectativas deseadas para un partido que domina la presente administración gubernamental de Puerto Rico y de concentraciones del anexionismo durante los últimos años.
FUENTE: Claridad 60