Por Ivette Fernández, Resumen Latinoamericano, 25 de julio de 2020.
La pandemia de la Covid-19 llegó a Estados Unidos con fuerza demoledora, en medio de la expansión más larga de su historia moderna con 126 meses de crecimiento ininterrumpido, algo de lo que se vanagloriaba el presidente Donald Trump en las redes sociales.
El gigante norteño pasó de un vaticinio de crecimiento de 1,6 por ciento para este año, realizado en enero pasado por el Fondo Monetario Internacional (FMI), a uno que prevé una caída de ocho por ciento, según indicó el más reciente balance del organismo.
Y lo peor, se augura que la recuperación será lenta y ni siquiera en 2021, año en el que se espera una caída de 4,5 por ciento, terminará la mala racha.
El FMI concluyó, entonces, que para Estados Unidos la pandemia entrañará la peor crisis desde la Gran Depresión de 1929. Uno de los factores usualmente empleados para medir la salud de la economía estadounidense, el empleo, fue uno de los que más sufrió en el primer semestre de este año.
A finales de abril, el Departamento de Trabajo divulgó que solo en una semana de ese mes se presentaron 3,8 millones de solicitudes nuevas para acceder a beneficios para desempleados, lo cual elevó a 30,3 millones el recuento de personas que habían perdido su trabajo en solo seis semanas.
El acelerado aumento del desempleo resultó abrumador cuando se contrasta con la tasa de 3,5 por ciento lograda al cierre de 2019, el número más bajo en medio siglo.
En suma, al cierre del primer trimestre, el Departamento de Comercio de ese país reconoció que, comparado con el mismo periodo del año anterior, la contracción fue de 4,8 por ciento. Pero, ¿qué condujo a una economía aparentemente tan sólida a experimentar unos perjuicios tan descomunales en poquísimas semanas?
Según el catedrático James Galbraith, esto es señal de que la fortaleza económica de la más poderosa nación del mundo no pasa de ser un eufemismo.
En entrevista concedida a la cadena BBC Mundo, el profesor de la Escuela de Asuntos Públicos Lyndon B. Johnson de la Universidad de Texas, sostuvo que la economía de Estados Unidos es un castillo de naipes que se derrumbó con la pandemia.
‘No veremos una recuperación económica rápida porque los problemas de la economía estadounidense son estructurales’, opinó.
Así, Galbraith consideró que una vuelta a la normalidad será lenta y ello dependerá de la capacidad del país para crear nuevos empleos y en aquellos cambios que se orienten en el ámbito de la producción y de la demanda global de productos.
Unos de los aspectos que más debilita a Estados Unidos, arguyó, es la deuda.
A futuro, ‘las deudas personales como la hipoteca, la renta, los servicios básicos o la educación, seguirán escalando’, advirtió además.
En este ámbito coinciden las teorías de Galbraith y el Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz. A juicio de este último, la crisis financiera de 2008 demostró que la aparente prosperidad norteamericana era un castillo de naipes, o más exactamente, una montaña de deudas.
Además de opinar que el crecimiento previo a la crisis de 2008 no era sostenible, el experto reveló que la economía estadounidense se ralentizó en torno a 1980, el aumento de ingresos se frenó y en muchos casos decayó.
Entre 1947 y 1980 el país del norte creció a una tasa anual del 3,7 por ciento, pero desde 1980 a 2017, el promedio de crecimiento fue de 2,7 por ciento, lo que representa una baja de aproximadamente 30 por ciento, dijo.
Aún cuando reconoció que las políticas monetarias podrían brindar algún tipo de alivio a la situación, estimó que la misma deuda que erosiona los cimientos de la economía estadounidense, obstaculizarán el estímulo fiscal necesario.
En medio de este escenario, un análisis del banco Morgan Stanley vaticinó que, en caso de que la economía crezca en mediano plazo en el entorno del 1,7 por ciento, la deuda pública será del 126 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) para 2025, mientras que si se expande un punto porcentual, la deuda llegará hasta el 167 por ciento del PIB durante el próximo lustro.
La Oficina de Presupuesto del Congreso de Estados Unidos divulgó, por su parte, que la deuda alcanzará el 101 por ciento del PIB al finalizar el presente año fiscal en septiembre próximo.
Si nos guiamos por estos números, el futuro es, cuanto menos, laberíntico.
Así lo cree el analista cubano del Centro de Investigaciones de la Economía Mundial, Faustino Cobarrubia.
De acuerdo con el jefe del Departamento de Comercio Internacional e Integración de esa entidad, el problema más grave es la cantidad de deuda corporativa que allí se acumula, la cual supera los 15 billones (un millón de millones) de dólares, alrededor del 74 por ciento del PIB del país.
Las tasas más bajas de préstamo ‑refirió- podrían permitir a las empresas con una gran carga de deuda respirar un poco, porque les resultará más barato refinanciarlas.
Pero, a juicio de Cobarrubia, esto tiene dos consecuencias muy nocivas.
La primera, dijo, es que la enorme liquidez existente hace que muchas empresas grandes se puedan endeudar muy barato y así comprar a sus rivales en condiciones favorables, creando oligopolios y minando la competencia, y la segunda es que se genere una enorme ola especulativa, factor que dio origen a la anterior crisis.
El incremento de las deudas, omnipresentes en la sociedad estadounidense, no solo revela que el carácter especulativo de la economía convierte su supuesta solidez en un espejismo, sino que obliga a tomar medidas sobre un terreno poco firme.
Si a esta característica se le suma el mal manejo de la crisis sanitaria por el gobierno de ese país, ya no parece tan descabellada la posibilidad de una debacle económica.
Pero, si la teoría de que la primera economía del mundo pudiera verse tan gravemente afectada era insospechada a principios de este año, hubiera resultado casi increíble que con su supuesta fortaleza no pudiera hacer frente a una pandemia causante de cerca de 143 mil muertes y cuatro millones de contagios.
Fuente: Prensa Latina