Por Bruno Amaral de Carvalho. Resumen Latinoamericano, 16 de octubre de 2020.
El asesinato policial de un ciudadano común, luego de recibir múltiples descargas de pistola eléctrica y ser torturado en una comisaría, sirvió de mecha para violentos disturbios en Bogotá y otras ciudades de Colombia. Fue la enésima revuelta popular en un país acosado por una violencia prácticamente centenaria. Solo durante las protestas de principios de septiembre, las autoridades colombianas asesinaron a 14 manifestantes.
Colombia es el principal aliado de Estados Unidos en América Latina, hecho que ayudará a comprender por qué nunca es objeto de críticas desde Occidente, a pesar de la historia de terror que se vive diariamente: durante años encabezó la lista de países con mayor número de asesinatos, sindicalistas y periodistas y se mantiene por delante de las naciones con más refugiados internos.
Orgía de violencia
Desde la masacre de las plataneras, promovida contra los huelguistas en 1928 – episodio al que se hace referencia en Cien años de soledad, obra maestra de Gabriel García Márquez – hasta el asesinato del ex candidato presidencial liberal Jorge Eliécer Gaitán, Colombia se ha rebelado cíclicamente contra el despotismo y las violaciónes de los derechos humanos por parte de la policía y el ejército a instancias de gobiernos oligarcas. En las últimas semanas, en una orgía de violencia, se han producido varias masacres en todo el país contra la población y activistas sociales por parte de grupos paramilitares, ante la apatía del gobierno de Iván Duque.
“Guerrilleros mataremos, y su sangre beberemos, sus mujeres violaremos y a sus hijos quemaremos”, así obligaba a cantar Omar Rojas Bolaños a otros reclutas cuando corrían en la escuela militar. Durante una entrevista en junio de 2019, explicó que durante 31 años trabajó para la Policía Nacional, fuerza policial militar de la que se retiró con el grado de teniente coronel. Es uno de los pocos en denunciar lo que se conoció como ‘falsos positivos’, ejecuciones extrajudiciales como lo sucedido el año pasado con Dimar Torres Arévalo, un exguerrillero de las FARC, fusilado por el ejército, quien fue sorprendido por la población que intentaba enterrar el cuerpo. Posteriormente, Semana, una de las principales revistas colombianas, denunciaría que los militares habían tenido la intención de vestir a Dimar Torres con el uniforme del Ejército de Liberación Nacional, actualmente la mayor guerrilla colombiana, para hacer de el un trofeo de guerra.
La práctica de los ‘falsos positivos’ es antigua y se ha intensificado bajo el gobierno del conservador Álvaro Uribe Vélez, mentor del actual presidente Iván Duque, quien se encontraba hasta ayer bajo arresto domiciliario por intentar corromper a testigos contra el destacado senador de izquierda Iván Cepeda, hijo del asesinado historiador comunista, Manuel Cepeda.
Durante los dos mandatos de Uribe, entre 2002 y 2010, miles de civiles fueron ejecutados en secreto para luego ser presentados como victorias militares sobre la guerrilla. El escándalo estalló cuando varios familiares de civiles denunciaron esta práctica, por lo que se descubrió que las fuerzas armadas premiaban a los soldados de bajo rango conconseguir en combate, un «incentivo» que desencadenaba falsos positivos. Varios informes de prensa de la época denunciaron que muchos de los asesinados eran jóvenes de barrios pobres, atraídos a supuestas entrevistas de trabajo de las que nunca regresaron. Los cuerpos llegaron a ser «encontrados» en otras partes de Colombia como guerrilleros masacrados.
Según cifras difundidas por El País, 8.000 colombianos fueron asesinados, especialmente durante este período. El diario español dice que las cifras son «especialmente increíbles» en comparación con el número de asesinatos y desapariciones durante la dictadura de Pinochet. En Chile, en un período de 17 años, fueron ejecutadas 3200 personas.
Donde ser opositor es desafiar la muerte
Precisamente durante la presidencia de Álvaro Uribe, Alexandra Rochi, exguerrillera, se convirtió en combatiente de las FARC. Era muy joven cuando huyó con sus padres a San Vicente del Caguán de paramilitares, ejércitos paraestatales de extrema derecha con profundos vínculos con el Estado y narcotraficantes. Allí fueron recibidos y protegidos por el Comandante Mono Jojoy. Años después, según contó a Voz do Operário, Alexandra decidió convertirse en guerrillera. “Nadie nace con genes para la guerra, pero a veces hay situaciones que te obligan a tomar las armas. Soy Vallecaucana, del occidente del país, y cuando era niña quería incluso ser policía”, recordó. Pero la exguerrillera dice que la “democracia colombiana” se sustenta “en la oligarquía de siempre” y que ser de izquierda en ese país significa “caminar siempre bajo la sombra de un ataúd”.
Además de los ‘falsos positivos’, han sido asesinados cientos de activistas políticos y exguerrilleros que se han apoyado en los acuerdos de paz firmados en La Habana entre las FARC y el gobierno colombiano. Solo este año, el Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (Indepaz) ya registró 232 exguerrilleros de las FARC asesinados, prácticamente uno por día. Mujeres y hombres que confiaban en un estado que prometía protegerlos y acabar con la persecución política.
Estas cifras dan escalofríos y ya han provocado que muchos excombatientes de las FARC se reorganicen y se escondan en las montañas y selvas del país. En unos años, los tiempos de espera han vuelto cuando ser de izquierda, para otros, significa elegir el camino del exilio.
Según El País, 8.000 colombianos han sido asesinados en las últimas dos décadas.
Fuente: A voz do operário