Por Bernat Marrè Costa. Resumen Latinoamericano, 19 de octubre de 2020.
A pocos días del plebiscito para una nueva constitución, se cumple un año del inicio de la protesta más transversal y multitudinaria desde el retorno de la democracia en Chile. El estallido en un país agónico despertó el sentido colectivo de la sociedad.
Este domingo 18 de octubre, se cumplió un año del estallido de las protestas sociales más transversales y multitudinarias desde la restauración de la democracia en Chile. La fecha llega a menos de dos semanas del referéndum para la reforma de la Constitución firmada en 1980, en plena dictadura pinochetista. El plebiscito fue una de las medidas acordadas el 15 de noviembre de 2019 entre la mayoría de partidos chilenos para intentar apagar, sin éxito, el fuego que ardía en las calles.
El estado de alarma y las medidas de cuarentena en Chile, que entró en vigor el 18 de marzo, provocaron que las protestas, ya mermadas por el desgaste de las semanas, se frenaran en seco. Después de seis meses y 34 personas muertas, las calles se vaciaron de manifestantes y el gobierno de Piñera pudo tomar aire para tratar de revertir unos niveles de popularidad que durante las protestas alcanzaron mínimos históricos.
Después de un año, ya pesar de la prohibición de reuniones en grupos de más de cincuenta personas en espacios abiertos, las protestas han resurgido en Santiago. Durante la noche del viernes 9 de octubre, 1.500 personas se reunieron en la Plaza Baquedano, ya rebautizada por los manifestantes como Plaza Dignidad, en el que muchos medios interpretan como una medida para mantener vivo el calle de cara al plebiscito.
De hecho, fue la presión social la que obligó Piñera a improvisar la consulta para la redacción de una nueva carta magna. El próximo 25 de octubre catorce millones y medio de ciudadanos están llamadas a las urnas para decidir si se elabora una nueva constitución que intente romper con una desigualdad social flagrante heredada de la dictadura.
Violencia policial y el caso de Geraldine
Junto con las entidades sociales, estudiantiles y sindicales de Santiago de Chile, Geraldine Alvarado, una joven estudiante de ‑entonces- 15 años, llevaba ya 52 días de protestas ininterrumpidas cuando recibió el impacto de un proyectil en la cabeza que le produjo un ojal profundo. Era el 10 de diciembre de 2019, Día de los Derechos Humanos. La agresión a Geraldine se produjo a 200 metros del centro neurálgico de las manifestaciones. Tras recibir primeros auxilios, la joven fue trasladada al Hospital de Urgencia Pública y posteriormente a la unidad de cuidados intensivos de la Clínica Indisa, donde estuvo en coma durante catorce días. Tras nueve meses de recuperación y una segunda intervención de cirugía craneal, actualmente la joven se encuentra estable.
Geraldine ha estado acompañada durante todo este proceso por su padre, Héctor Alvarado. «Ella ya era una líder en la escuela, pero yo no me di cuenta, o no quise darme cuenta, y cuando lo hice, ya estaba plenamente involucrada en el movimiento estudiantil». Alvarado sigue inmerso en un proceso para intentar hacer justicia con el caso, pero es consciente de que no será un camino fácil: «La defensa del Estado está blindada. Son intocables».
Para el caso de Geraldine, el Instituto Nacional de Derechos Humanos de Chile (INDH) presentó el 13 de diciembre de 2019 una querella por el delito de homicidio en grado de tentativa frustrada. Actualmente el caso continúa en investigación por la Unidad de Alta Complejidad de Fiscalía Centro Norte y aún quedan pendientes las diligencias solicitadas por la fiscal, de acuerdo con la evolución del estado de salud del adolescente. No fue la única querella que presentó el INDH. A fecha de junio de 2020, el organismo había presentado 1.962 querellas derivadas de las protestas sociales. «Se han presentado 262 acciones judiciales con presencia de violencia sexual, la mayoría de las cuales se refieren a personas que fueron obligadas a desnudarse en lugares de detención».
«No son treinta pesos, son treinta años»
El estallido de las protestas surgió por el aumento de treinta pesos del billete de metro. Lejos de ser la única causa, fue la chispa que encendió las calles y destapó motivos mucho más profundos y estructurales: el modelo socioeconómico y la brutal desigualdad de país. Como explica Iván Silva, profesor de Historia formado en la Universidad de Arte y Ciencias Sociales de Santiago (ARCIS), el caldo de cultivo para el descontento general en Chile se empezó a gestar durante los primeros años de la transición. «El retorno a la democracia fue acompañada de una esperanza de cambio que finalmente no se concretó. Por el contrario, varias de las transformaciones neoliberales, como la municipalización de la educación, el desarrollo del sector forestal, el sistema de pensiones, la privatización del agua, la subcontratación, el sistema de salud y la constitución política heredada de la dictadura siguieron vigentes durante muchos años «.
En resumen, fueron muchos los factores, aparentemente inconexos, que fueron evidenciando un descontento con la doctrina neoliberal a través de la cual se estaba construyendo el país. Un modelo perfecto que, según José Piñera, ‑ministro de Trabajo durante la dictadura pinochetista y hermano del actual presidente Sebastián Piñera- permite que «los hijos de los pobres en Chile no sólo puedan llegar al más alto de la escala social, sino que lo pueden hacer con más frecuencia que en cualquiera de los países desarrollados del mundo «.
Lo que obvió José Piñera en su editorial, publicado en la revista Economía y Sociedad es que, según datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), el 1% de la población más rica concentra el 22 , 6% de los ingresos de país. Tampoco hizo referencia a que el precio para acceder a las universidades públicas, 7.654 dólares anuales en promedio, es el más alto de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), sólo superado por las universidades de los Estados Unidos.
A pesar de ser uno de los países más centralizados del mundo, todos estos factores provocaron que las protestas tuvieran una amplia aceptación en la población y que se extendieran desde Arica hasta Punta Arenas. «Muchas de las personas que no justifican la violencia han comprendido que todo este estallido era producto de una rabia acumulada. Los y las estudiantes actuaron con la convicción de que las marchas con batucadas no solucionarían nada y que la única manera de ser escuchadas era a través de la violencia política «, afirma el profesor Silva.
El caso de la Geraldine es sólo uno de las muchas violaciones a los derechos humanos que se produjeron en las protestas. Durante los dos primeros meses de manifestaciones la Fiscalía de Chile registró más de 2.500 denuncias, 1.500 vinculadas a torturas y más de 100 delitos de carácter sexual cometidos por funcionarios públicos. Amnistía Internacional Chile denunció que «los carabineros utilizaron gas lacrimógeno de manera excesiva e innecesaria lanzándolo a hospitales, universidades, viviendas e incluso a escuelas».
Beatriz Martos, Coordinadora de Educación y Movilización de Amnistía Internacional Chile explica que «se produjeron detenciones irregulares a personas que estaban ejerciendo su derecho legítimo a la libertad de expresión y de asociación; así como el uso de munición no permitida bajo los estándares internacionales para la dispersión de protestas que provocó que más de 400 personas tuvieran heridas oculares. Además, muchas de las personas detenidas denunciaron haber sufrido torturas y tratos humillantes o degradantes, que en los casos más graves significaron abusos sexuales «.
En este sentido, Luis Baños, profesor de Historia residente en Santiago de Chile, interpreta que la desproporcionada actuación policial durante las protestas está relacionada en buena medida con «el vínculo de la gran mayoría de oficiales de las Fuerzas Armadas y del cuerpo de carabineros con el modelo socioeconómico vigente, del cual obtienen grandes beneficios». Baños añade que: «En Chile no hubo transición dentro de las fuerzas armadas, más allá del juicio a algunos de los responsables de las violaciones de derechos humanos más atroces. Además, actualmente no creo que haya otro país del mundo en el que los ciudadanos de a pie sientan tanta desafección hacia su policía. Esto, a su vez, hace que la actitud de los carabineros cada vez sea más agresiva «.
Fútbol con las cabras y la importancia del tejido social
Fútbol con las cabras es un colectivo de mujeres aficionadas al fútbol que conoció el caso de la Geraldine a través de los medios de comunicación. Todas ellas, implicadas de lleno en la protesta social, sintieron la necesidad de, a través del elemento que las unía, aportar su granito de arena para ayudar a la joven estudiante. Gracias a la Ley de Urgencia, Geraldine pudo ser atendida en la Clínica Indisa, centro privado, donde recibió la atención que difícilmente podría haber conseguido en un hospital público. A pesar de ello, Fútbol con las cabras quiso ayudar económicamente a la familia debido a la imposibilidad de su padre de trabajar durante la hospitalización de su hija.
«La historia de Geraldine nos pareció muy representativa de cómo se siente la gente que participaba en las protestas», afirma Beatriz Uribe, una de las cabras. El 8 de febrero se celebró un campeonato de fútbol femenino y disidencia, donde se pudo recaudar una suma de dinero que ni las organizadoras esperaban. Pero no sólo se trataba de la Geraldine: «Queríamos ayudarla, pero también dar visibilidad a las demandas del estallido social, la represión policial, la inacción de las autoridades … Este torneo tenía más que ver con el deseo de reconstruir el tejido social que estaba dañado «, afirma Uribe.
Otra integrante del colectivo, Camila Morales, afirma que el estallido social empujó a toda la población a generar cambios. «Había mucha gente que se sentía terriblemente sola y en este proceso vio que no estaba. Las protestas nos volvieron a dar una identidad «. Y añade: «Nosotros lo hicimos a través del fútbol,un negocio de élites y de hombres. Creemos que el fútbol es mucho más que eso y que puede ser una herramienta para fomentar la colectividad y la empatía «.
«Desde Fútbol con las Cabras consideramos que se ha perdido una gran parte del tejido social que en algún momento había existido en Chile. No había vínculos entre la gente de un mismo barrio. Entonces, el estallido social nos despertó: Había un estado agónico y de desesperanza y las protestas nos permitieron volver a encontrarnos. Fue como desempolvar el corazón».
Foto: Elena Bulet
Fuente: La Directa