Autor: Antonio Torres
“Lo que es la esencia misma, el alma viva del marxismo: el análisis concreto de una situación concreta”, Lenin
“Lenin dice que el análisis concreto de la situación concreta es ‘lo más esencial del marxismo, el alma viva del marxismo’. Muchos de nuestros camaradas, poco acostumbrados a pensar en forma analítica, no quieren analizar y estudiar repetida y profundamente las cosas complejas, sino que prefieren formular conclusiones simplistas que son absolutamente afirmativas o absolutamente negativas (…) Desde ahora debemos remediar este estado de cosas”. Mao Tse Tung
El pasado mes de enero se cumplió el centenario del fallecimiento del genial revolucionario ruso, Vladimir Illich Ulianov, Lenin. Como era de esperar, muchas organizaciones se han dedicado a ritualizar y sacralizar lo estético, bien haciendo uso y abuso de retratos y estatuas, bien aferrándose a una decena de frases y citas más o menos recurrentes; han sido tales los discursos de odio anti comunistas, es tan hostil hoy el ambiente creado hacia discursos de radicalidad transformadora económica, social y cultural, y es tanta la desesperanza y la resignación de la clase obrera y del conjunto del pueblo trabajador, que, de alguna manera, se podría llegar a justificar el culto estético leninista. Igualmente, hemos contemplado intentos, honestos unos, otros no tanto, de ir a la raíz del pensamiento leninista y realmente poner en valor hoy la necesidad de recuperar el leninismo como arma eficaz de organización y lucha obrera y popular, sin embargo, el teoricismo desligado de cualquier práctica emancipatoria, encerrado en clichés y dogmas, y por tanto desprovisto de un análisis concreto de la realidad concreta, por un lado, y el oportunismo, por otro, que busca y rebusca en Lenin desesperadamente una coartada teórica para avalar una praxis alejada de cualquier perspectiva revolucionaria, han terminado por dar el traste con muchos de esos trabajos de recuperación y actualización leninista de la política comunista.
Quizá, el presente texto, que llega intencionadamente tarde a la conmemoración del fallecimiento de Lenin, no termine de romper ni con el teoricismo ni con el oportunismo; quizá, esta reivindicación leninista termine, como otras, en excusas para avalar una determinada línea política, en este caso, la de un marxismo y un leninismo ‑o si lo prefieren marxismo-leninismo con guión- para la liberación nacional de Andalucía. Sin embargo, al menos, vamos a intentar superar clichés, dogmas, lugares comunes, y por supuesto cualquier atajo deshonesto, partiendo de la base, posiblemente equivocada, de que la mejor reivindicación leninista es la que desde la abstracción es capaz de situarse en un aquí y un ahora, afrontando los problemas para la organización y la lucha obrera y popular en nuestro contexto de una nación periférica, subalterna, con rasgos de extractivismo colonial, como es Andalucía.
Evidentemente, por razones de extensión y eficacia, el propósito de este artículo va a ser esquemático y sucinto, y se va a limitar a exponer lo que entendemos como elementos más destacados del leninismo y la problemática real asociada con ellos en nuestro contexto nacional andaluz.
Lenin, la organización política. La realidad del Partido Obrero Social Demócrata Ruso (POSDR) a principios del siglo XX era la de un partido sin una estructura organizativa definida y pautada en la que los diferentes líderes hacían y deshacían a su antojo, y en el que, como conclusión, era imposible organizar de forma eficaz al proletariado ni tener una postura y una acción común. Ni que decir tiene que un partido con dichas características no podía ser un partido para la revolución proletaria. Para ser el jefe político del proletariado, el partido no se podía concebir como una mera suma de voluntades o de personalidades, sino como un destacamento organizado, capaz a su vez de organizar a la clase obrera y al pueblo oprimido, porque esa y no otra es la esencia de considerar al partido comunista como jefe político del proletariado y de aquellos sectores sociales populares oprimidos.
La organización del partido comunista se propone, por tanto, reconstruir y hacer valer la unidad entre la teoría y la práctica, entre la ideología y la política. La organización comunista orientada hacia la revolución y la construcción del socialismo, por tanto, se propone educar y elevar la conciencia de las masas trabajadoras, trasladando la ideología revolucionaria a las masas, a sus organizaciones, a su lucha y hasta a su vida diaria, superando el espontaneismo, el cortoplacismo, el reformismo o las visiones parciales y unilaterales, pero a su vez, y esto con frecuencia se olvida, el partido también se nutre y aprende de las masas, asumiendo de forma crítica y alternativa, todo aquello que las masas obreras y populares con su lucha han desarrollado históricamente.
La organización comunista, así planteada, tiene su base militante en el cuadro. El militante en el partido comunista tiene una tarea, una función y unos objetivos a cumplir: desarrollar la línea política en el seno de las masas bajo el fin supremo de hacer avanzar la revolución proletaria, o en nuestro caso, hacer avanzar la lucha de liberación nacional orientada hacia el socialismo. El militante es cualquier cosa menos un elemento pasivo que o bien se limita a refrendar lo decidido en los diferentes órganos de decisión o bien a aplicar de forma automática, sin creatividad y sin análisis concreto, lo decidido previamente. El militante forma la voluntad del partido participando activamente de su vida organizativa. El cuadro es la base del partido, el cuadro está en permanente formación teórica y práctica; el cuadro allí donde está crea organización, analiza la situación y establece vínculos con las masas procurando en todo momento elevar la conciencia de éstas con su ejemplo.
La unidad y la disciplina en el partido comunista no están dadas de una vez y para siempre sino que son fruto de la activa participación militante y de un continuo fluir de arriba hacia abajo y viceversa del debate y la discusión de la línea política; la unidad y disciplina se forjan en la propia praxis organizativa y en las diferentes luchas obreras y populares y excluye la formación de plataformas y grupos dentro del partido. El partido es uno y disciplinado, lo que no quiere decir en ningún caso que sea monolítico, o que sea un espacio de pensamiento uniforme, en ese casos, ya no estaríamos hablando de un partido comunista, sino de una secta.
Otra cuestión que ha cobrado cierta actualidad está relacionada con el partido de cuadros y el partido de masas. Hay quienes abordan esta cuestión desde una simple ‑y simplista- cuestión numérica, algo que nada tiene que ver con la esencia del problema que es ideológica, es decir, el partido comunista es un partido de cuadros formados en el marxismo como guía para la acción, como hemos venido insistiendo; en cambio, un partido de masas por definición es ecléctico y no tiene una guía definida para la acción; quienes entonces hablan de partido comunista de masas, se basan en experiencias que tienen más que ver históricamente con la socialdemocracia, el eurocomunismo o con populismos, ya sean posmodernos, o bien de raíz obrerista, por extraño y paradójico que parezca. Otra cuestión muy diferente es la participación del partido comunista en movimientos de masas o frentes políticos, como frentes populares, frentes de liberación nacional, frentes de izquierda, plataformas electorales, etc. En esos espacios, el partido comunista se encuentra con otros actores políticos para la consecución de unos determinados fines.
Pero, sobretodo, el partido es un instrumento, nunca es un fin en sí mismo, por muy importante que sea la organización, ésta sirve si es una herramienta de transformación real, por tanto, lo verdaderamente leninista siempre será la búsqueda y la construcción de instrumento organizativo válido aquí y ahora para transformar la realidad en un sentido revolucionario. Esa y no otra debería ser la esencia.
Todos estos elementos constitutivos del partido leninista están hoy alejados de la realidad organizativa de la izquierda en Andalucía e incluso de no pocos partidos que se definen marxistas-leninistas. De un lado, el oportunismo, el arribismo y los personalismos herederas de concepciones pequeñoburguesas que se han instalado en la llamada izquierda, especialmente tras el fenómeno Podemos ‑aunque a decir verdad estamos hablando de un problema de larga data‑, se dan de bruces con una ética militante que impone la necesidad de priorizar lo colectivo, es decir, la organización y la lucha por unos objetivos políticos, frente a intereses personales; de otro, las interpretaciones que rozan, y no pocas veces superan, lo caricaturesco del centralismo democrático han sumido a numerosas organizaciones comunistas en una parálisis cerebral crónica que impide la promoción de cuadros y una mínima eficacia en la traslación de la línea política a las masas, convirtiendo al partido en grupos de conspiración con un discurso y una línea política que empieza y termina en el grupo de afines.
No podemos dejar de aludir a ciertas tradiciones organizativas andaluzas que han primado los liderazgos mesiánicos y el espontaneismo y que a pesar de su valor, arrojo y fuerza en el enfrentamiento contra la burguesía, al despreciar lo organizativo, han hecho pasar de estados de euforia desmedidos a la frustración y al desencanto a sectores de la clase obrera y los sectores populares andaluces. Unida a estas tradiciones, encontramos un desprecio a la teoría, al estudio y comprensión de la teoría revolucionaria, concibiendo la acción política como una mera sucesión de acciones más o menos directas y heróicas contra el poder burgués; bajo esta visión, la teoría es parálisis e intelectualismo elitista. Insistimos, de lo nefasto de estas concepciones, Andalucía ofrece evidentes ejemplos, muchos de ellos recientes.
Por último, no podemos desentendernos de la incapacidad de las organizaciones comunistas en Andalucía de reconstruir el movimiento obrero y popular, de sacar a las masas de la despolitización, la desmovilización y en muchas ocasiones de la frustración; nos encontramos en una situación de debilidad extrema de los movimientos populares andaluces fruto del desencanto producido, entre otras cosas, por la participación en las instituciones del régimen español postfranquista sin tener en cuenta sus evidentes limitaciones. Lamentablemente, la reconstrucción del tejido social andaluz, de los movimientos de organización y participación popular andaluces, e incluso del propio sindicalismo andaluz de clase y combativo, no está en la agenda, cuando debería ser la prioridad absoluta de la organización comunista, especialmente de la organización comunista de liberación nacional.
En coyunturas como las que que estamos atravesando aparecen elementos de distorsión, como por ejemplo, quienes apelan a un nacionalismo español “teñido de rojo”, al panhispanismo o al paniberismo “socialista” y demás desviaciones que solo pueden beneficiar a los intereses del gran capital imperialista español, al que por cierto, nunca cuestionan; por otro lado, tenemos la otra cara de la moneda, es decir, a quienes predican el nihilismo nacional bajo proyectos políticos abstractos, no apegados a ninguna realidad, los mismos que predican la posibilidad de “la revolución”, pero sin programa que ofrecer a las masas y aseverando, a la vez, que la centralidad del trabajo se ha perdido.
La actualidad de la revolución y del poder político proletario. Si hay algo distintivo del leninismo es el pensar la revolución, es decir, el de pensar siempre y en todo momento la actualidad del derrocamiento del poder burgués y el nacimiento de un poder obrero y popular. La revolución proletaria tiene como fin la constitución de un nuevo poder fundamentado en la clase obrera y en sus aliados. La dictadura del proletariado se ha de entender como la constitución de un nuevo Estado, que basado en la organización obrera y popular, tendería a su propia aniquilación, pero que sería necesario en un primer momento para la organización de la vida económica, social y cultural, así como para hacer frente a cualquier restauración del poder burgués.
Este primer planteamiento nos lleva a la cuestión de la táctica y la estrategia revolucionarias. Si nos centramos en el momento actual en el Estado español y, concretamente en Andalucía, observaremos con facilidad como el reformismo ha impuesto una única y exclusiva visión que reduce la política a la participación electoral y en las instituciones del régimen postfranquista, mientras, por otro lado, las organizaciones comunistas y revolucionarias han sido en este periodo incapaces de abrir siquiera una brecha en ese molde predeterminado por la oligarquía imperialista española; como ya hemos señalado en la parte organizativa, la debilidad, la ruptura entre vanguardias y masas, la endogamia de muchas organizaciones comunistas y revolucionarias y el afianzamiento del monolitismo y la afinidad, han impedido a estas organizaciones plantear una línea política adecuada y eficaz.
Si acudimos a Lenin y a su momento, comprenderemos que si por algo destacó fue precisamente por saber adaptar diferentes tácticas a la estrategia revolucionaria de construcción del poder proletario; a modo de resumen podemos decir: primero, la necesidad imperiosa de combinar diferentes formas de lucha, optándose por alguna de ellas dependiendo de las circunstancias y las coyunturas; la segunda, que toda vanguardia política revolucionaria ha de estar apoyada por las masas trabajadoras oprimidas y explotadas. Sobre la primera consideración, conviene recordar las siguientes palabras de la obra El Partido de la Revolución del fallecido dirigente del Partido del Trabajo de Bélgica (PTB), Ludo Martens: “Teniendo una visión clara de las grandes perspectivas de la revolución socialista y de la dictadura del proletariado, Lenin siempre analizó la coyuntura concreta para formular la línea política y táctica que le correspondía en cada caso. Lenin demostró que el partido debe dominar todas las formas de lucha, que en cada momento crucial de la situación política, la dirección debe ser capaz de modificar en poco tiempo la línea política y táctica y hasta las formas de organización, cuyo conjunto ha de servir para romper la resistencia política que pueda imposibilitar los cambios.” .
Todo esto nos lleva a una cuestión difícil de abordar en el presente artículo: las alianzas. Esta cuestión plantea los siguientes problemas: 1) la tensión siempre necesaria para mantener la independencia de clase en un contexto de alianzas puede llevar a dos extremos que es necesario evitar: el del seguidismo acrítico e irresponsable hacia sectores de la pequeña o mediana burguesía, o el del sectarismo que priva a la clase obrera de aliados que le permitan avanzar en su lucha, no solo por los derechos democráticos, sino también por el socialismo; cómo y en qué condiciones se han de establecer las alianzas es una cuestión que compete a ese lugar común que venimos repitiendo una y otra vez: el análisis concreto de la situación concreta; 2) la ausencia, en el caso de andaluz, de un análisis de clase en el marco de una nación oprimida; tenemos magníficos e interesantes análisis que nos muestra la realidad de una nación dependiente y periférica, incluso sobre los rasgos coloniales, pero escasean los análisis de las diferentes clases ‑y fracciones de ellas- en Andalucía y sus diferentes interes políticos; 3) las organizaciones comunistas de ámbito estatal obstaculizan ese necesario análisis, ya que pocas de ellas toma a Andalucía como sujeto de análisis, todo queda reducido a datos a nivel estatal descontextualizados, sin explicación, que reflejan la realidad si acaso de las zonas que componen el núcleo central del imperialismo español, del que Andalucía está excluída; así fenómenos como el papel del sector agrario o la ausencia del proletariado agrario, es decir, del jornalero en cualquiera de sus análisis, etc. Durante la llamada Transición fue común en la izquierda española acudir a análisis superficiales que alegaban la “feudalidad” o “semi feudalidad” de Andalucía, o al escaso desarrollo del capitalismo en Andalucía, y no a lo evidente, que es justamente lo contrario, es decir, al especial desarrollo desde muy temprano del modo de producción capitalista en Andalucía.
La cuestión nacional y el imperialismo. Creemos muy necesario, dado el momento actual, el no separar la cuestión nacional ‑concretamente, la cuestión nacional andaluza- del imperialismo como fase del capitalismo, teniendo en cuenta que el imperialismo que describió Lenin ha sufrido toda una serie de modificaciones, sin las cuales no podemos entender el capitalismo actual y el papel que Andalucía juega en él.
Rompiendo con los precedentes en el movimiento socialista, con Lenin se “oficializa” la consideración del derecho de autodeterminación –especialmente con el desarrollo de la fase imperialista- como parte de la revolución proletaria, por tanto, no se concibe como un derecho democrático aislado, salvo excepciones.
El apoyo o la asunción por parte de los revolucionarios de la lucha nacional viene en función de lo que esta lucha pueda aportar no solamente al avance o a la consecución de la transformación social revolucionaria y el establecimiento de un poder obrero, sino también en función de si permite la extensión de los derechos y libertades democráticas de las que la clase obrera se podría beneficiar para su organización y lucha política. Lenin se aparta de la “ortodoxia” que proclamaba la “igualdad de las naciones” pero que en la práctica se sometía a las grandes oligarquías y a su política de “retención violenta de las naciones”. Proponiendo la igualdad real y efectiva de las naciones y no una mera asunción abstracta de derechos y libertades, Lenin fue más allá, asumiendo realmente el derecho a la autodeterminación de los pueblos como punto fundamental del programa revolucionario, ante la imposibilidad de la burguesía, sobre todo en la fase imperialista, de hacer realidad la libertad nacional, algo en lo que Stalin haría un especial énfasis años más tarde. Así mismo, en Lenin contemplamos el reconocimiento de los diferentes marcos nacionales de lucha de clases, con todo lo que ello implica políticamente, y finalmente, la consideración de que el capitalismo en su fase imperialista conducía a una extensión cualitativa y cuantitativa de la opresión nacional.
Para el filósofo marxista italiano Domenico Losurdo: “Lenin fue un gran internacionalista precisamente porque era profundamente nacional, profundamente ruso. Comprendía que la revolución se puede realizar, se puede llevar adelante, solo después de haber comprendido profundamente la cuestión nacional”, y añadimos, después de haber comprendido, sobretodo en los últimos años de su vida, que la revolución proletaria ha de tener una base nacional, ha de organizarse y llevarse por una clase obrera que está en relación con una cultura, una Historia, un territorio, etc.
Como apuntábamos anteriormente, ser leninista aquí y ahora exige un escrupuloso análisis de la situación de Andalucía como nación oprimida, es decir, qué caracteriza la opresión sobre Andalucía. Solemos en muchas ocasiones utilizar términos como opresión, marginación, periferia, dependencia, subdesarrollo, colonial, subalterna, etc., pero pocas veces se explica a qué fenómenos específicos nos estamos refiriendo. Podemos incluso asumir, como es nuestro caso, que Andalucía cumple un rol colonial, pero si no se explica en qué consiste ese papel más allá de lo extractivo, solo nos quedamos en la superficie y sin la posibilidad de ofrecer un programa socialista de liberación nacional. Al respecto, tenemos un serio problema para caracterizar a las naciones periféricas europeas tanto con Estado como las que no lo tienen, en definitiva, se trataría de cómo caracterizar naciones como Andalucía, Córcega, Canarias, Cerdeña, Bretaña, Occitania, Sicilia, el Mezzogiorno italiano, o pueblos con Estado relegados a la periferia como Irlanda, Portugal, Grecia, Albania, los nuevos Estados surgidos de la destrucción de Yugoslavia, Bulgaria, Rumania, Moldavia, etc. En todo caso, estamos hablando de la periferia del centro imperialista europeo y eso supone que Andalucía también se beneficia de la explotación del Sur Global, por supuesto sin que eso suponga ni un rol fundamentalmente explotador en el contexto internacional ni unos beneficios comparables al de centro imperialista europeo. No nos cabe la menor duda de que el beneficio que Andalucía obtiene de la explotación del Sur Global no cubre ni de lejos la extracción de plusvalías, recursos, mano de obra cualificada y barata, etc., que sufre Andalucía por parte de los centros imperialistas, el primero de ellos, el español.
Por resumir la cuestión, aunque tengamos claro que la opresión nacional andaluza se caracteriza por la extracción de recursos, plusvalías, trabajadores cualificados e incluso, la extracción cultural, y la imposición de actividades como la hostelería y el turismo, sin posibilidades de desarrollar otras ramas de la economía, todavía queda pendiente apurar conceptualmente el problema, dentro de un contexto más complejo en el que está por definir el rol de las diferentes periferias europeas del Mediterráneo ‑caso de Andalucía‑, las de los Balcanes y las del Este. En este sentido, y como ya hemos hecho en otras ocasiones, rechazamos el término colonia interior para caracterizar a Andalucía ya que el término es más indicado para grupos étnicos o minorías nacionales sobreexplotadas al interior de un Estado.
Todo este debate sobre la caracterización de la opresión nacional en Andalucía está íntimamente relacionado con la teoría leninista del imperialismo y su posterior evolución. El debate sobre esa caracterización es el debate sobre la división internacional del trabajo y como el imperialismo descrito por Lenin ha venido evolucionando hacia un sistema dividido en países explotados y países explotadores, auténticos parásitos que se han beneficiado del intercambio desigual y las transferencias de plusvalías. El absurdo de la teoría de la pirámide imperialista, sostenida por el KKE griego, que argumenta que lo que distingue ya a los diferentes países ‑todos ellos imperialistas- es su posición en la pirámide imperialista mundial no deja de ser una visión no solamente errada, sino unilateral y subjetiva de la teoría leninista, que puede llegar al ridículo de considerar imperialista a países como Haití o Zimbabwe por el simple hecho de ser capitalistas. La caracterización de imperialista a todo país capitalista, o su extensión a países como Rusia, sin un rol caracterizado por la extracción de riquezas, sino que más bien Rusia se caracteriza por la exportación de recursos minerales y energéticos, o de China, que si bien ha desarrollado una intensa y poderosa exportación de capitales alrededor del mundo, en realidad, no deja de ser una semiperiferia de la que los centros imperialistas extraen mucho más riqueza de la que China pueda extraer de otros países, especialmente los africanos, son exageraciones interpretativas, en el mejor de los casos. En definitiva, quedarse como hace no sólo el KKE, sino otras tendencias que se definen como comunistas, en una definición del imperialismo encerrada en las cinco características explicadas por Lenin en El imperialismo fase superior del capitalismo, de 1916, está llevando a perder de vista el fenómeno fundamental, ya establecido por el propio Lenin, de la división del mundo entre países opresores y oprimidos; es por ello que, a pesar de sus limitaciones y deficiencias, podemos considerar a la teoría marxista de la dependencia como la más fiel continuadora de las tesis leninistas sobre el imperialismo. Afortunadamente hoy esa división del mundo está en cuestión e impugnada especialmente por China y Rusia, pero también por multitud de países de esa tricontinental oprimida en diferente medida.
Una última consideración sobre la “cultura nacional”. Es conocida la famosa frase de Lenin de Notas críticas sobre la cuestión nacional (1913) que afirma que en cada cultura nacional existen, aunque no estén desarrollados, elementos de una cultura democrática y socialista nacida de las masas trabajadoras explotadas, aunque por otro lado, nos alerta de que también existe una cultura burguesa -”ultrarreaccionaria y clerical”- en forma de cultura dominante. Siguiendo con esta frase, podríamos concluir que lo burgués dominante que se opone a un desarrollo de una cultura nacional andaluza democrática y socialista de las masas trabajadoras andaluzas es la manipulación de nuestra cultura y señas de identidad para ser presentadas como la cultura nacional española ‑de la gran oligarquía española‑, especialmente cuando se intenta que nuestra cultura represente al nacional catolicismo español y a las tendencias más reaccionarias, racistas y supremacistas de éste. Se trata de una apropiación y manipulación cultural que ataca de raíz a esa cultura por desarrollar de las masas trabajadoras explotadas de Andalucía. Más allá de que podamos polemizar con el propio Lenin sobre que en el caso no solo de Andalucía, sino de otras muchas naciones oprimidas, esa cultura democrática y socialista no esté en un stand by a la espera de ser desarrollada, urge un debate sobre qué elementos culturales e identitarios andaluces ya desarrollados históricamente pueden ayudarnos a construir un proyecto socialista de liberación. Al respecto, quedan muchos debates pendientes, algunos de ellos ciertamente polémicos, como el de la Semana Santa andaluza que ha tenido recientemente en redes sociales cierta repercusión, aunque evidentemente, dicho espacio no sea el más adecuado para ese tipo de debates. Por supuesto, el debate sobre si es posible una resignificación democrática a partir de las diferentes, complejas y muy contradictorias maneras en las que se vive la Semana Santa andaluza, que van desde tradiciones de ruptura con los poderes establecidos de forma más o menos velada o encubierta hasta las lamentables demostraciones de exaltación del militarismo, el nacional catolicismo y la reafirmación de los poderes establecidos, debería estar abierto e ir más allá de un diálogo de sordos donde todos quieren llevar razón ocultando del debate aquello que contradiga su tesis de partida. En todo caso, lo que sí debería quedar claro es que la crítica a la Semana Santa andaluza no debería servir, en ningún caso y de ninguna de las maneras, para inferiorizar desde posiciones de una supuesta superioridad moral y cultural ajena a un también supuesto “fanatismo religioso” al pueblo andaluz.