La participación o no en las instituciones burguesas ha sido un debate largo e histórico en la izquierda revolucionaria de todo el mundo. Fue la experiencia del movimiento bolchevique el que asentó un paradigma que ha sido hasta hoy la síntesis más empleada a la hora de analizar esta cuestión. Es decir, que la participación en las instituciones burguesas puede o no puede ser requerida dependiendo de la relación de fuerzas entre las fuerzas en confrontación y las necesidades tácticas del momento. Y que en cualquier caso, esta lucha institucional debía ser de carácter instrumental, ya que el objetivo no es la gestión de la institucionalidad burguesa sino la sustitución de instituciones por otras cualitativamente diferentes, y no solo gestionadas por la clase trabajadora, sino subalternas del poder de la clase trabajadora, que es donde se encuentra la verdadera confrontación frente al poder burgués. Por lo que se da por hecho que meramente mediante la lucha institucional se está totalmente incapacitado para disputar y confrontar el poder real. Es ahí donde se situa la teoria de Gramsci sobre la hegemonía o la de Lenin sobre la toma del poder. Y es ahí en ese punto también donde la socialdemocracia se separa irreversiblemente del socialismo aunque emplee tanto a Gramsci como a Lenin de cobertura dependiendo en qué fase reformista se encuentre. Para la socialdemocracia no existe ninguna otra vía que no pase por las instituciones burguesas y todo lo demás no será mas que accesorio y complemento para ahondar y fortalecerse en el entramado burgués.
Los resultados históricos hasta hoy han sido la total asimilación de la socialdemocracia en la institucionalidad burguesa y la guerra a muerte en las escasas ocasiones cuando experiencias socialistas han logrado éxitos relevantes a nivel institucional burgués y empezaban a raspar el poder burgués debido a procesos paralelos de toma de poder. Y mientras que las condiciones históricas no cambien, no parece que los resultados puedan cambiar. El problema es que las condiciones históricas no van a cambiar hasta que la clase trabajadora tome el poder (y sepa desplegarlo y socializarlo, que eso es otra historia) y dejé atrás el capitalismo, por lo que nos encontramos en un bucle de derrota y la realidad es la que es: el capitalismo es hegemónico en casi todo el mundo por la fuerza de las armas y el control de la base material y eso hace generar unas mentes tendentes a la aceptación y la sumisión (aunque también a la rebelión cuando se abre paso la conciencia fruto a su vez de un proceso concreto).
En cualquier caso, eso no debe impedir, aunque sea desde la parcialidad de una estrategia global, poner encima de la mesa lo que se ha estado haciendo hasta ahora a ese nivel. A nivel institucional burgués. La conclusión es que prácticamente todos, por no decir todos, los modelos utilizados hasta ahora y los que se siguen utilizando han quedado obsoletos si es que alguna vez fueron adecuados. Modelos enfangados en la partidocracia, en tensión con el poder popular y obrero, con tendencias al personalismo y el presidencialismo. En resumen, modelos que dificilmente han salido de la herencia burguesa por muy populares que sean o hayan intentado ser.
Para el caso concreto de Euskal Herria se hace evidente que el partido o los partidos políticos están muy lejos para poder ser elementos que ayuden a un proceso de cambio real y toma de poder porque precisamente son partidos dependientes de su propio partido, dentro de un esquema institucional dependiente del verdadero poder. Con lo que tenemos desde hace tiempo una mayoría social con base en la clase trabajadora a favor de la soberanía (autodeterminación), contraria a la OTAN (con todo lo que supone de desprendimiento del bloque occidental capitalista) y partidaria de medidas culturales, sociales y económicas que no encuentran acomodo en ninguna de las legalidades impuestas. Esta mayoría social no estructurada ni compactada no puede ser gestionada desde el modelo institucional partidista y los esquemas que se derivan de modelos institucionales conocidos hasta ahora. Precisamente porque lo que necesita esta mayoría social es no ser gestionada sino gestionarse a sí misma siendo protagonista para lo cual los partidos con los modelos conocidos hasta ahora se estarían auto-otorgando una delegación ofrecida por el sistema que al mismo tiempo estaría cortocircuitando el potencial que pueda tener la lucha institucional burguesa cuando precisamente ese potencial es sobrepasar sus límites y sus lógicas.
Si todos los partidos que dicen ser soberanistas o que respeten el derecho de autodeterminación, si todos los partidos que son favorables a procesos sociales que no sigan dictados de la oligarquía, si todos los partidos que dicen que lo que más les importa son las decisiones del pueblo soberano se echarían a un lado y siguieran la tradición vasca circular, no necesitariamos ningún partido ni coalición electoral en las elecciones, sino simplemente una plancha de candidatos y candidatas que ni siquiera tengan que ser políticos
con ninguna capacidad de decisión ni poder más allá de lo que decidan los sindicatos, movimientos sociales y populares, asambleas bajo ninguna bandera partidista y democracia directa de consultas en todos los ámbitos.Un partido, no partido, sino en todo caso apoyado por estos y otros agentes. Solo algo así podría tanto hacer efectiva esa mayoria social como terminar con la ruptura de puentes entre la clase trabajadora siendo un modelo que pueda desatar el potencial de la lucha institucional burguesa como acompañamiento al proceso popular general (el principal) en el camino a la ruptura.
Claro que la cultura política requerida para desplegar algo así significaría hacer lo que se dice que se quiere hacer. Cosa que no suele concordar en los cálculos finales cuando la cultura partidista en las instituciones burguesas pesa ya demasiado a la espalda.
Borroka garaia da!
18 de mayo de 2016