A partir de la puesta en marcha de la iniciativa ¿Hablamos? Parlem?, ayer (8 de octubre) la organización Arran publicó una serie de tweets que en Boltxe nos han parecido muy interesantes, por lo que los traducimos para publicarlos. Al final de los tweets publicaremos un artículo sobre el mismo tema (¿De qué hemos de hablar?).
Tweets de Arran
- No validamos que el #Dialeg sea la nueva excusa para negar el derecho a la autodeterminación de un pueblo que ya ha hablado.
- Ejecutar los resultados del #Referéndum es ahora una obligación democrática que ningún llamamiento al diálogo puede obviar.
- La iniciativa #Parlem blanquea el fascismo y la represión al situar el mismo nivel la autodeterminación y la brutalidad policial.
- La plicación de los resultados del #Referéndum en forma de declaración de independencia (DI) y la aplicación del 155 que nos niega en tanto que pueblo NO son lo mismo.
- La cosa no va de so partes iguales, va del poder de un Estado heredero del francismo contra un pueblo oprimido determinado a liberarse.
- Un Estado que, además, ha negado sistemáticamente cualquier tipo y opotunidad de diálogo al pueblo catalán.
- Nada nuevo: una iniciativa vestida de pacifismo que niega el derecho a la autodetermianción de los Països Catalans.
¿De qué hemos de hablar?
Hoy, de repente, una vez consolidado un sí rotundo al referéndum del domingo 1 de octubre, miles de ciudadanos piden que «hablemos» y que «dialoguemos», somo si esta petición ho hubiera estado nunca en los labios de nuestros representantes y como si no hubiera pasado absolutamente nada durante estos últimos 10 años (y muy específicamente el domingo pasado). Perdonar, pero se ha de tener mucha cara dura.
¿Quién lo pide?
Porque esta gente que hoy pide «diálogo» es la gente que calló y rió la gracia al Sr. Guerra cuando este se vanaglorió públicamente de haberse pasado por la piedra el Estatuto; la gente, de cualquier ideología, que no hizo nada para que el Tribunal Constitucional no hiciera el disparate constitucional que cometió; la gente que no supo –o no quiso– levantar nunca el dedo para proteger Catalunya de la deriva antidemocrática y centralista que, día detrás día, el PP y sus aliados le fueron imponiendo; la gente que –a pesar del riesgo de desafección denunciado por el Presidente de la Generalitat Sr. Montilla– no hizo nunca nada para evitarla; la gente que ha menospreciado miserablemente las movilizaciones impresionantes que un año sí, y otro también, han ocupado el territorio de norte a sur y de este a oeste; la gente que ha negado el pan y la sal al movimiento transversal más importante que nunca haya existido (porque –seamos claros– no lo habían sabrido liderar, ni podían dirigirlo); la gente que nos ha despreciado (cuando no insultado) con la esperanza que no llegáramos a hacer nada de lo que finalmente hemos conseguido; la gente que ha negado el derecho a decidir de todo un pueblo; la gente que nos ha querido mantener siempre presos de la legalidad, negándonos la legitimidad de quien quiere ser libre; la gente que siempre ha negado el significado y el alcance del 9N; la gente que nunca ha querido reconocer su minoría democrática después del 27S; la gente que siempre ha negado la posibilidad de un referéndum como expresión máxima de la democracia; la gente que nunca quiso comisiones parlamentarias para debatir abiertamente cómo y de qué manera teníamos que hacer para dar salida al mandato democrático de la ciudadanía; la gente que no ha dudado nunca en poner obstáculos al diálogo y al debate en el Parlament; la gente que ha pretendido ridiculizar, sistemáticamente, el esfuerzo ingente de un gobierno y de todo un pueblo para preparar y ejecutar un referéndum que ha dejado boquiabierto al mundo; la gente que ha exigido, hasta el último momento, que el Estado impidiera su celebración; la gente que todavía hoy se niega a repudiar la violencia extrema de la Policía Nacional y de la Guardia Civil durante el pasado domingo; la gente que niega absolutamente su validez; la gente –en definitiva– que cree que «el amo y señor» tiene que ser siempre quien imponga su criterio y voluntad por encima de los derechos fundamentales que toda persona ostenta.
¿Qué pretenden?
Cuando toda esta gente pide que «hablemos» sin que, hasta ahora, haya movido ni un solo dedo para indicar –y exigir– al gobierno español que dialogara, que escuchara y que permitiera el ejercicio de la democracia, es porque –a ojos vistas– ha pasado algo. Una de gorda. De lo contrario, seguirían tan contemplativos como hasta ahora, admitiendo cosas tan «superfluas» para la ciudadanía y la economía del país como, por ejemplo, la declaración de inconstitucionalidad de la normativa para resolver la pobreza energética; el colosal déficit fiscal; el estado indigno de los trenes de cercanías o, incluso, la inexistencia misma del corredor del Mediterráneo.
Lo que ha sacudido toda esta gente (admito que hay algunos de buena fe) es que el espejo de la realidad les ha hecho constatar, de repente, que la mayoría de ciudadanos de Catalunya querían efectivamente hacer el referéndum; que a pesar de las amenazas y represión efectiva lo han celebrado; que la participación ha sido magnífica; y que el resultado (se lo miren como se lo miren) es inatacable. Sociológicamente, políticamente y jurídicamente.
Y he aquí que ahora esta gente que nunca ha movido un dedo para resolver el tema de fondo y propiciar el diálogo y debate que el gobierno catalán ha ofrecido sistemáticamente; que, incluso, lo ha querido extraer de su lugar natural y legítimo (el Parlament), mediante sus aplaudidos recursos al Tribunal Constitucional; nos exige –después de un referéndum, tan heroico como masivo y agobiante– «hablar».
«Hablar», eso sí, dejando completamente de lado la pretensión de todo un pueblo desde hace años. ¿Se puede ser más deshonesto y caradura?
¿Qué esperamos?
Este domingo acompañé a algunos observadores internacionales y también colaboré activamente en mi colegio (CEIP Bogatell) para el buen desarrollo de la jornada. Vivimos momentos de emoción, de ilusión y de mucha tensión (este último, por las noticias dramáticas que nos llegaban de otros lugares). Pero, por encima de todo, vivimos intensamente el compromiso innegociable (hasta la extenuación) de la gente con el referéndum. Con la voluntad de saber que estábamos allí y que nos contaban. Que no era ninguna fiesta, ni ninguna manifestación. Que estábamos dispuestos a jugarnos literalmente el tipo (como el resto de conciudadanos) para ejercer democráticamente un derecho que nadie nos podía arrebatar. Y con la convicción de que si ganábamos (tal como hemos hecho) nunca más nadie nos podría decir que no éramos suficientes.
Teníamos, y tenemos, plena confianza en nuestro gobierno. Creemos en el contenido y alcance de las leyes emanadas del Parlament y estamos absolutamente seguros que nuestros representantes harán honor a su palabra y compromiso. Se lo han ganado a pulso.
Lo que nosotros esperamos es precisamente esto. Y en consecuencia que hagan caso omiso a cualquier presión o canto de sirena.
Es el momento propicio para los que quieren impedir aquello que hemos conseguido; para los fulleros habituales; para los deshonestos o para los traidores; para los que buscan la oportunidad de aparecer como supuestos «salvadores» de una situación crítica provocada, únicamente, por aquellos que nunca han querido reconocer el derecho fundamental de autodeterminación (ni están dispuestos); para los que se ofrecen como «falsos mediadores», con el único objetivo de sacar toda legitimidad al proceso que hemos seguido y al referéndum celebrado; para los que solo quieren ganar tiempo para conseguir el divorcio que hasta ahora no han conseguido entre el propio bloque soberanista y/o entre la ciudadanía; o para los que –al fin y al cabo– nos quieren completamente debilitados en una futura negociación.
La declaración de independencia
Hay que hacer, pues, la declaración de independencia. Tan pronto como se pueda. De acuerdo con el resultado del referéndum. La demora nos debilita más que nunca. Si, tal como es evidente, tarde o temprano nos tendremos que sentar a una mesa de negociación, con verdaderos mediadores (preferiblemente internacionales) y/o directamente con el gobierno español, hay que hacerlo con la contundencia y convicción que necesitamos: la de ser tratados de igual a igual. Sin haber malogrado nuestro activo fundamental: la perseverancia y persistencia de la ciudadanía (del Parlament y del gobierno) culminada en un referéndum vinculante que dijimos que celebraríamos y hemos celebrado.
De lo contrario no lo entenderíamos. La gente que nos jugamos la cara domingo no esperamos otra cosa.
Jordi Domingo
7 de octubre de 2017
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