Dei­ne­ka, el hom­bre que pin­tó la Revo­lu­ción- Cul­tu­ra Bolchevique

En la puer­ta de Neva. Ale­xan­der Dei­ne­ka. 1960

Ale­xan­der Dei­ne­ka. Este 20 de mayo se cum­plie­ron 115 años de su naci­mien­to en Kursk. Es una de las máxi­mas figu­ras de la pin­tu­ra sovié­ti­ca, su obra es impres­cin­di­ble para enten­der la prin­ci­pal corrien­te artís­ti­ca de la URSS: el rea­lis­mo socialista.

Nació en una fami­lia de anti­guos cam­pe­si­nos, su padre era ferro­via­rio en Kursk. Su curio­si­dad y su inquie­tud infan­til se diri­ge hacia la tec­no­lo­gía y hacia el arte. Los pro­fe­so­res, fas­ci­na­dos por su talen­to artís­ti­co, hacen la reco­men­da­ción de enviar­lo a una escue­la artís­ti­ca en Jar­kov, don­de estu­dia­rá entre 1915 y 1917. Como muchos jóve­nes de la épo­ca se sien­te atraí­do por el idea­rio de Lenin. La Revo­lu­ción de Octu­bre, se pro­du­ce en pleno pro­ce­so de apren­di­za­je y efer­ves­cen­cia del joven, y mar­ca­rá para siem­pre su ins­pi­ra­ción artís­ti­ca. Dei­ne­ka se alis­ta en el Ejér­ci­to Rojo, en don­de pone su talen­to al ser­vi­cio de la Revo­lu­ción como pin­tor, car­te­lis­ta, fotó­gra­fo etc.
Madre. 1932

Cum­pli­da su pre­sen­cia en el Ejér­ci­to, con­ti­núa su for­ma­ción artís­ti­ca, esta vez en Mos­cú. Sus obras ini­cia­les se carac­te­ri­zan por mos­trar cuer­pos en movi­mien­to, con un dina­mis­mo muy expre­si­vo. Eran muy fre­cuen­tes las reunio­nes entre Dei­ne­ka y Maya­kovs­ki, en ella inter­cam­bia­ban opi­nio­nes artís­ti­cas, polí­ti­cas, filo­só­fi­cas etc. Era mucha la influen­cia de Maya­kovs­ki en Dei­ne­ka, en aquel momen­to era el más reco­no­ci­do poe­ta en len­gua rusa.

Se podría decir que la pin­tu­ra de Dei­ne­ka repre­sen­ta lo mis­mo que la poe­sía de Maya­kovs­ki. El amor a la revo­lu­ción, al tra­ba­jo y a los tra­ba­ja­do­res. El poder sovié­ti­co como sinó­ni­mo de lo nue­vo y lo salu­da­ble fren­te al vie­jo régi­men podri­do y deca­den­te. La admi­ra­ción por la belle­za, por la salud físi­ca y el cuer­po for­ja­do a base de trabajar.
Don­bass 1947

Dei­ne­ka no tra­ta­ba de crear un arte difí­cil de enten­der, sólo acce­si­ble a una éli­te cul­tu­ral. Sus pin­tu­ras refle­ja­ban la actua­li­dad y los cam­bios que esta­ban suce­dien­do en la URSS, siem­pre inten­tan­do plas­mar la reali­dad y ale­ján­do­se de sub­je­ti­vis­mos. Para Dei­ne­ka, esto era un deber. El artis­ta tie­ne un com­pro­mi­so con la reali­dad, y su res­pon­sa­bi­li­dad es mos­trar­la con toda la belle­za o cru­de­za que tiene.

Sus obras mos­tra­ban la indus­tria­li­za­ción sovié­ti­ca como «Antes de entrar en la mina» o «En el Don­bass». Otras mos­tra­ban el ejer­ci­cio físi­co o el cuer­po de la mujer, como sín­to­ma de una socie­dad sana. A lo lar­go de su obra se pue­de obser­var un tin­te anti­rre­li­gio­so. Fren­te a la reli­gión y la supers­ti­ción del mun­do vie­jo, él era par­ti­da­rio de la cien­cia, el racio­na­lis­mo y la con­cep­ción mate­rial de la vida.
1937 sta­ja­no­vis­tas

La déca­da de los 30, es la déca­da en la que el autor pin­ta sus obras más emble­má­ti­cas. Via­ja a Sebas­to­pol y pos­te­rior­men­te a Fran­cia, Ita­lia y EEUU, luga­res que son pin­ta­dos por el artis­ta con la inten­ción de mos­trar­los tal y como él los vio. En esta épo­ca tam­bién rea­li­za pin­tu­ras con muje­res como protagonistas.

La inva­sión nazi en 1941 cam­bió por com­ple­to el esta­do de áni­mo de todos los pue­blos sovié­ti­cos. La con­mo­ción era total, la rabia y la tris­te­za inun­da­ban a las per­so­nas. Lo mis­mo pasa en el arte de Dei­ne­ka, que pone su pin­cel al ser­vi­cio de la vic­to­ria con­tra el inva­sor. Espe­cial­men­te famo­sa sería la obra «Defen­sa de Sebas­to­pol», ciu­dad a la que Dei­ne­ka tenía un espe­cial cari­ño y cuya resis­ten­cia sovié­ti­ca impac­tó nota­ble­men­te en el artista. 
Defen­sa de Sebas­to­pol. 1942
Derri­ba­do. 1942

Tras la gue­rra, Dei­ne­ka vol­vió a pin­tar pro­duc­cio­nes simi­la­res a las de su juven­tud. Aun­que man­te­nía su talen­to, no bus­có nue­vos hori­zon­tes artís­ti­cos. Su pro­duc­ción artís­ti­ca había lle­ga­do a esa fase en la que el artis­ta se con­for­ma con pin­tar lo de siem­pre, qui­zás por­que era lo que le gus­ta­ba pin­tar y ya no tenía nada que demos­trar a nadie. Pin­ta­ba lo que le gus­ta­ba pintar.

Ale­xan­der Dei­ne­ka reci­bió impor­tan­tes con­de­co­ra­cio­nes como reco­no­ci­mien­to a su tra­ba­jo. La Orden de Lenin, o el Pre­mio Lenin ates­ti­gua­ban su apor­ta­ción a la cul­tu­ra sovié­ti­ca. En junio de 1969, la vida del pin­tor se apa­gó, pero para siem­pre que­da­ron sus pin­tu­ras. Rea­lis­tas pero con un esti­lo muy deter­mi­na­do y carac­te­rís­ti­co, para siem­pre que­da­rán mos­tran­do el mun­do que Dei­ne­ka vivió, un mun­do y una épo­ca en la que la huma­ni­dad avan­za­ba hacia una socie­dad distinta.

Sov­jos. 1934
Car­tel de 1930 con el lema «Meca­ni­ce­mos el Donbass»
Tulle­rías. 1935
Pla­za de Sverd­lov. 1941
Rele­vos. 1947
Cons­tru­yen­do edi­fi­cios. 1949
Mos­cú. 1952
Detrás de la pelo­ta. 1952
Bañis­tas. 1952
Herre­ros 1957
1961 Día de Gaga­rin en París
Atle­ta. 1962

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