Doce apun­tes sobre mar­xis­mo, II. Socia­lis­mo y comu­nis­mo utópicos

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Avi­sá­ba­mos en la entre­ga I de comien­zos de abril de 2019 de esta serie que la segun­da tra­ta­ría sobre el socia­lis­mo utó­pi­co, has­ta la revo­lu­ción de 1848 y la publi­ca­ción del Mani­fies­to del Par­ti­do Comu­nis­ta. O sea, lo que pode­mos defi­nir como la fase en la que el socia­lis­mo utó­pi­co entra en ago­ta­mien­to, pero toda­vía el mar­xis­mo no ha adqui­ri­do la fuer­za sufi­cien­te para ocu­par su lugar. Y que la ter­ce­ra entre­ga ver­sa­rá sobre el perío­do que va de 1848 a 1871. 

En abril de 1865, mien­tras avan­za­ba en los borra­do­res de lo que sería El Capi­tal, y a la vez mili­ta­ba muy acti­va­men­te en la I Inter­na­cio­nal fun­da­da en sep­tiem­bre de 1864, Marx, res­pon­dió a una pre­gun­ta sobre quie­nes eran sus héroes: Espar­ta­co y Kepler. Dejan­do de lado por aho­ra el machis­mo laten­te en su res­pues­ta ya que tenía muchas heroí­nas para nom­brar, esco­gió revo­lu­cio­na­rios ante­rio­res al capi­ta­lis­mo indus­trial y al socia­lis­mo utó­pi­co: Espar­ta­co, com­ba­tió con armas de gue­rra al escla­vis­mo en la ter­ce­ra rebe­lión con­tra Roma (-73 y ‑71); Kepler (1571−1630), al que vol­ve­re­mos en la entre­ga VI sobre el méto­do mar­xis­ta, com­ba­tió con el arma de la cien­cia al dog­ma­tis­mo y a la Inqui­si­ción. Tam­bién res­pon­dió que la lucha era su ideal de feli­ci­dad, la sumi­sión la mayor des­gra­cia, y el ser­vi­lis­mo lo más detestable. 

En 1865 Marx y Engels ya tenían muy desa­rro­lla­do el núcleo de lo que esta­ba a pun­to de ser lla­ma­do «mar­xis­mo». La impor­tan­cia de la cor­ta res­pues­ta de Marx radi­ca en que, en base al cono­ci­mien­to his­tó­ri­co del momen­to, iba has­ta el pasa­do lejano pre­ca­pi­ta­lis­ta y al pasa­do recien­te del pro­to capi­ta­lis­mo. Que­rían encon­trar un ancla­je éti­co-polí­ti­co en las aspi­ra­cio­nes y deseos mate­ria­les expre­sa­dos en for­ma utó­pi­ca, tan­to por las cla­ses y pue­blos masa­cra­dos como por la cohe­ren­cia per­so­nal de quie­nes se enfren­ta­ron a la opre­sión con las armas de la vio­len­cia y de la cien­cia. ¿Por qué éti­co-polí­ti­co? Por­que la éti­ca de la liber­tad es fuer­za polí­ti­ca cuan­do pasa a la acción, y por­que la polí­ti­ca de la mayo­ría sojuz­ga­da es la éti­ca huma­na en sí. 

En las Admo­ni­cio­nes de Ipwer y en la Pro­fe­cía de Nefer­ti­ti (del siglo –XXVII al siglo ‑XXII) sub­ya­ce un con­tex­to de algo pare­ci­do a una «revo­lu­ción» para lograr un Egip­to más jus­to, en la que las masas des­tru­yen los archi­vos regis­tra­do­res de las deu­das, pro­pie­da­des, etc. El males­tar social del pue­blo con­tra el tirano de Uruk en Meso­po­ta­mia, por sus abu­sos con­tra las muje­res, es el nudo de la tra­ma del Poe­ma de Gil­ga­mesh (-XXVI). Dos tex­tos de la mis­ma épo­ca, La can­ción del arpis­ta y el Diá­lo­go de un des­en­ga­ña­do con su alma (-XXI), tras­lu­cen la cri­sis de valo­res y la ten­sión social del Egip­to de la época.

Docu­men­tos ofi­cia­les regis­tran las tena­ces resis­ten­cias de pue­blos con­tra el saqueo y la opre­sión que sufrían por Esta­dos impe­ria­lis­tas. Los ana­les reco­gen la suble­va­ción de Sar­gón con­tra Ur-Zaba­ba, en Sume­ria ( – XXIV), pero no dan el nom­bre del mis­te­rio­so pue­blo qutu que no tole­ra­ba con­trol alguno. El pue­blo de Nubia y la ciu­dad de Kush, al nor­te de Sudán, sufría la ocu­pa­ción egip­cia para explo­tar sus enor­mes reser­vas de oro. Kush apro­ve­chó la inva­sión de Egip­to por los hic­sos ( – XVII) para echar a los egip­cios, pero vol­vió a ser ocu­pa­da cuan­do los hic­sos fue­ron expul­sa­dos a su vez del Nilo: Egip­to pasó de una gue­rra de libe­ra­ción nacio­nal vic­to­rio­sa (mitad del siglo –XVI) a una gue­rra de opre­sión impe­ria­lis­ta con­tra Nubia y Kush para opri­mir­la de nue­vo, por­que su oro y su fuer­za de tra­ba­jo, sus muje­res escla­vi­za­das, le eran impres­cin­di­bles para su expan­sión impe­ria­lis­ta hacia el nor­te y para man­te­ner el orden interno. Pero Nubia siem­pre siguió resis­tien­do de un modo u otro. La extre­ma cruel­dad de Asi­ria, por ejem­plo con­tra la ciu­dad suble­va­da de Laquis (-701), no le ase­gu­ró su con­ti­nui­dad sino que, al con­tra­rio, pro­vo­có la unión de los pue­blos opri­mi­dos que des­tro­za­ron Níni­ve (-612) has­ta sus cimientos.

Lucha de cla­ses, patriar­ca­do, gue­rras, depor­ta­cio­nes, cen­su­ras, inter­po­la­cio­nes apó­cri­fas…, hacen de la Biblia ( – VIII a –VI) uno de los libros más fal­sos que exis­ten. Por tan­to, hay que ser cau­tos sobre los mitos y leyen­das de los «true­nos en el Cie­lo» para derro­tar a las dio­sas, y lue­go entre la cas­ta de dio­ses con la vic­to­ria de Jeho­vá, y la con­de­na al infierno del Ángel Caí­do, el «pri­mer rebel­de»; Lilith, que des­obe­de­ció a Jeho­vá, aban­do­nó al sumi­so Adán y coha­bi­tó con los libres dia­blos; la crea­ción de Eva como sus­ti­tu­ta ton­ta de Lilith, y el cas­ti­go inhu­mano por comer la man­za­na prohi­bi­da del cono­ci­mien­to, etc. Pero cuan­do el río suena… 

Des­de 1835 la crí­ti­ca rigu­ro­sa de la vida de Jesús por F. Strauss, que ya había empe­za­do en el siglo XVIII, se fue exten­dien­do a las gran­des reli­gio­nes, lo que uni­do a los cono­ci­mien­tos que se obte­nían con las inva­sio­nes colo­nia­lis­tas, pro­du­cía una cre­cien­te masa de datos sobre nue­vos con­te­ni­dos de la lucha de cla­ses. No sabe­mos si Marx hubie­ra res­pon­di­do en 1865 dan­do el nom­bre de otro héroe o heroí­na más anti­guo que Espar­ta­co si hubie­se teni­do acce­so al cono­ci­mien­to his­tó­ri­co actual. Sí sabe­mos que él y sobre todo Engels estu­dia­ron a fon­do las con­tra­dic­cio­nes socia­les en el cris­tia­nis­mo y su refle­jo dis­tor­sio­na­do por la buro­cra­cia divi­na y su ver­bo­rrea teológica.

En 1905 un gru­po de estu­dian­tes chi­nos en Tokio deba­tían sobre las rela­cio­nes entre el socia­lis­mo y las uto­pías chi­nas que se remon­tan, como míni­mo, a Lao Tse (¿siglo –VI?) y al taoís­mo, corrien­te filo­só­fi­ca que ali­men­ta­rá anhe­los socia­les expre­sa­dos en con­cep­tos como tai­ping o «gran armo­nía», ping­jun o «igua­la­ción», jun­tian o «cam­pos igua­les», que serán readap­ta­dos por Con­fu­cio (-551 a ‑478) y su era de la «gran con­cor­dia». Men­cio (-370 a ‑289) pro­pu­so algo pare­ci­do a un comu­nis­mo agra­rio, jun­to a otros filó­so­fos y al movi­mien­to cam­pe­sino igua­li­ta­ris­ta: pro­pie­dad comu­nal o jing­tian, que influ­yó en la pro­fun­da tra­di­ción cam­pe­si­na de un mun­do igua­li­ta­rio que ten­dría que lle­gar. La rai­gam­bre de masas de esta uto­pía roja faci­li­tó que los pri­me­ros mar­xis­tas chi­nos vie­ran en el jing­tian una prue­ba ideo­ló­gi­ca de la super­vi­ven­cia en la cul­tu­ra popu­lar del anti­guo comu­nis­mo pri­mi­ti­vo, y la uti­li­za­ran como argu­men­to en los deba­tes sobre el modo de pro­duc­ción asiá­ti­co en la déca­da de 1930, e inclu­so después. 

Las uto­pías socia­les chi­nas jus­ti­fi­ca­ban duras rebe­lio­nes cam­pe­si­nas cada vez más apo­ya­das por el pro­le­ta­ria­do urbano, tam­bién refor­za­das por otras uto­pías exte­rio­res, como la de la veni­da del Mai­tre­ya, el segun­do Buda (muer­to alre­de­dor de ‑420) que res­ta­ble­ce­rá la bon­dad. La corrien­te de la «Peque­ña Vía» budis­ta, o Hina­ya­na tenía una base utó­pi­ca igua­li­ta­ris­ta. Pero una vez que con­quis­ta­ban mucho o todo el poder, se enfren­ta­ban entre ellas muchas veces con extre­ma dure­za. Suce­dió lo mis­mo en Gre­cia en don­de des­de el final del siglo –VIII Hesío­do escri­tu­ró las tra­di­cio­nes ora­les sobre la «edad de oro», ini­cian­do la lar­ga his­to­ria escri­ta de uto­pías, luchas, refor­mas y con­tra­rre­for­mas como la pro­pues­ta en la uto­pía reac­cio­na­ria de Pla­tón (-427 a ‑347), tra­di­cio­nes que con­ti­nua­ron en Roma y con Espar­ta­co. En estos siglos, Pales­ti­na y pue­blos cir­cun­dan­tes sufrie­ron opre­sio­nes socia­les y reli­gio­sas de los pode­ro­sos rei­nos meso­po­tá­mi­cos y lue­go de Gre­cia, de modo que el judeo-cris­tia­nis­mo fue una crea­ción sin­cré­ti­ca que reco­gió tam­bién tra­di­cio­nes de resis­ten­cia popu­lar, adap­ta­das por los lla­ma­dos Pro­fe­tas mayo­res como Isaías en el siglo –VIII, y meno­res como Amós tam­bién en ese siglo, por ejem­plo. Sur­gió así una corrien­te igua­li­ta­ris­ta que siem­pre ha resis­ti­do las repre­sio­nes de la buro­cra­cia, que le ases­tó un duro gol­pe en el con­ci­lio de Nicea de 325. La soli­da­ri­dad inter­na del pri­mer islam en 622 le dotó de un igua­li­ta­ris­mo comu­ni­ta­rio ini­cial supe­rior al pri­mer cristianismo. 

En Nues­tra­mé­ri­ca, en el Áfri­ca sub­saha­ria­na y en gran­des zonas de Asia, coexis­tían comu­ni­da­des comu­na­les ágra­fas con impe­rios tri­bu­ta­rios en los que la pro­pie­dad era esta­tal, lo que hacía que sus resis­ten­cias a las inva­sio­nes colo­nia­les se orga­ni­za­ran fre­cuen­te­men­te alre­de­dor de la defen­sa de esas pro­pie­da­des comu­na­les y sus cul­tu­ras colec­ti­vas. Las her­ma­nas Trung diri­gie­ron la suble­va­ción viet­na­mi­ta en los años 40 a 43 con­tra la ocu­pa­ción chi­na. En 1254 los mon­go­les escla­vi­za­ron a 200.000 corea­nas y corea­nos, ase­si­nan­do al doble de ellos, pero aun así no logra­ron des­truir su resis­ten­cia nacio­nal. En Vene­zue­la, la nación cari­be resis­tió al espa­ñol des­de su lle­ga­da y en 1553 el Negro Miguel diri­gió la pri­me­ra suble­va­ción de escla­vos, a la que se suma­ron indios ori­gi­na­rios. En Bra­sil el qui­lom­bo Pal­ma­res (1580−1710) defen­di­do por 20.000 per­so­nas libres. De 1603 a 1863 hubo en Japón más de 1.100 revuel­tas cam­pe­si­nas. Des­de el siglo XVIII los zulús de Sudá­fri­ca comer­cia­ban con Por­tu­gal, pero exi­gen­cias bri­tá­ni­cas les obli­ga­ron cen­tra­li­zar­se y armar­se, yen­do a la gue­rra deses­pe­ra­da des­de 1879. Los mao­ríes de Nue­va Zelan­da tuvie­ron menos tiem­po para pre­pa­rar­se: el terri­to­rio fue decla­ra­do colo­nia bri­tá­ni­ca en 1840 y la pri­me­ra gue­rra de resis­ten­cia nacio­nal esta­lló en 1843. 

El igua­li­ta­ris­mo per­du­ró en las here­jías medie­va­les euro­peas y en las revuel­tas y rebe­lio­nes cam­pe­si­nas sobre todo entre los siglos XIII y XVI, siglo en el que Tomás Moro mar­có el cam­bio de épo­ca al escri­bir Uto­pía publi­ca­do en 1515; murió deca­pi­ta­do en 1535. Por enton­ces aumen­ta­ban las inten­to­nas revo­lu­cio­na­rias bur­gue­sas aplas­ta­das o abor­ta­das, ini­cián­do­se una espi­ral ascen­den­te con­for­me el modo de pro­duc­ción capi­ta­lis­ta aplas­ta­ba al mun­do. En su fase ini­cial, el uto­pis­mo moderno se ali­men­tó tam­bién de las des­crip­cio­nes que hacían los colo­nia­lis­tas euro­peos de las for­mas comu­na­les de vida de los pue­blos aún libres de la pro­pie­dad pri­va­da, sobre todo en Nues­tra­mé­ri­ca, y su momen­to de glo­ria lle­gó con las dos pri­me­ras revo­lu­cio­nes bur­gue­sas vic­to­rio­sas en el siglo XVII, la holan­de­sa y la ingle­sa; pero para la segun­da mitad del siglo XVIII este uto­pis­mo esta­ba ya supe­ra­do, sien­do los tex­tos de Morelly (1717−1780) y de Mably (1709−1785) su últi­mo sus­pi­ro, cuan­do triun­fan las bur­gue­sías nor­te­ame­ri­ca­na y francesa. 

Y es que el capi­ta­lis­mo avan­za­ba como un mons­truo y las bellas lite­ra­tu­ras utó­pi­cas ya no ser­vían para nada prác­ti­co. Saint-Simón (1760−1825), Owen (1771−1858) que plan­teó la rei­vin­di­ca­ción de la jor­na­da labo­ral de 8 horas en 1817 y Fou­rier (1772−1837) son los repre­sen­tan­tes más noto­rios del socia­lis­mo utó­pi­co. Pese a sus dife­ren­cias, les unen iden­ti­da­des que se remon­tan al ori­gen de las pri­me­ras uto­pías en las que un sec­tor muy redu­ci­do de pen­sa­do­res idean un mode­lo más o menos com­ple­to de lo que debe ser la socie­dad jus­ta y se lo da, des­de su altu­ra, al pue­blo igno­ran­te y pasi­vo. El uto­pis­mo siem­pre ha creí­do que bas­ta­ba con ilu­mi­nar al pue­blo des­de arri­ba para que éste toma­se con­cien­cia de inme­dia­to, como si sólo le fal­ta­ra un apor­te externo de ver­dad y razón para que se le caye­ra la ven­da de los ojos. En todo caso, para aumen­tar la efec­ti­vi­dad con­cien­cia­do­ra de la mino­ría ilus­tra­da, es con­ve­nien­te que el pue­ble reci­ba una bue­na edu­ca­ción des­de su infan­cia y en toda su vida, una edu­ca­ción inmer­sa en una for­ma de vida que pre­fi­gu­re el futu­ro en el pre­sen­te, y de aquí la impor­tan­cia de la vida en coope­ra­ti­vas, falans­te­rios, colo­nias de ilu­mi­na­dos, etc., que actúan como focos en la oscu­ri­dad. Pero estas islas de soco­rro en la tem­pes­tad de la exis­ten­cia no se basan en una estra­te­gia de con­jun­to y en una teo­ría sur­gi­da de las con­tra­dic­cio­nes del sis­te­ma que se denun­cia, sino que son res­pues­tas ais­la­das entre ellas, indi­vi­dua­li­za­das y fre­cuen­te­men­te rela­cio­na­das con estruc­tu­ras del poder, al que no con­si­de­ran como un enemi­go de cla­se sino como una par­te equi­vo­ca­da de la socie­dad a la que tam­bién hay que con­ven­cer y reedu­car con el diálogo.

El uto­pis­mo ade­lan­tó méto­dos y obje­ti­vos inte­gra­dos lue­go en el comu­nis­mo mar­xis­ta, del mis­mo modo que la crí­ti­ca de Marx y Engels del capi­ta­lis­mo tam­bién sub­su­mió no sólo acier­tos de Smith y Ricar­do, sino tam­bién de ricar­dia­nos de izquier­da del socia­lis­mo utó­pi­co inglés, etc. Hizo fal­ta un desa­rro­llo cua­li­ta­ti­vo para faci­li­tar la sub­sun­ción de valo­res utó­pi­cos en el movi­mien­to revo­lu­cio­na­rio des­de la déca­da de 1840. Este sal­to venía ya anun­cia­do y has­ta exi­gi­do por las tesis de Babeuf (1760−1798) y su igua­li­ta­ris­mo radi­cal que sen­ta­ba las bases del comu­nis­mo utó­pi­co aun­que toda­vía no dis­tin­guía del todo el anta­go­nis­mo entre el pro­le­ta­ria­do y la bur­gue­sía. Cabet (1788−1856) dio un paso más al ser el pri­me­ro en emplear el tér­mino de «comu­nis­mo», plan­tean­do la nece­si­dad de aca­bar con la pro­pie­dad pri­va­da y el dine­ro en base a una eco­no­mía pla­ni­fi­ca­da por el Esta­do, pero des­de una ver­sión de izquier­das de las tesis Fou­rier, quien des­con­fia­ba total­men­te de las pro­me­sas bur­gue­sas e insis­tía en la inde­pen­den­cia polí­ti­ca del pro­le­ta­ria­do, lo que no nega­ba pac­tos pun­tua­les con la peque­ña bur­gue­sía democrática. 

Pero el avan­ce defi­ni­ti­vo que faci­li­ta­ría la pos­te­rior fusión con el mar­xis­mo se ini­ció con la bri­llan­te pra­xis de Flo­ra Tris­tán (1803−1844) obre­ra femi­nis­ta revo­lu­cio­na­ria que dotó de con­te­ni­do de cla­se a las teo­rías de liber­tad sexual de Fou­rier, con un deter­mi­nan­te impac­to en Jenny, Marx, Engels y tan­tas per­so­nas más del momen­to, con su radi­cal crí­ti­ca al patriar­ca­do obre­ro al demos­trar que las muje­res eras las pro­le­ta­rias de los pro­le­ta­rios, con esfuer­zos por dar la mis­ma edu­ca­ción libre a hom­bres y muje­res. Blan­qui (1805−1881) avan­zó más: su opción abso­lu­ta por la inde­pen­den­cia polí­ti­ca de la cla­se obre­ra le lle­vó a defen­der la nece­si­dad de que el pro­le­ta­ria­do toma­ra el poder polí­ti­co y des­tru­ye­ra al Esta­do bur­gués. Para eso era nece­sa­ria una orga­ni­za­ción revo­lu­cio­na­ria pro­pia, capaz de resis­tir a la represión.

Sin embar­go, Blan­qui des­cui­dó la crí­ti­ca teó­ri­ca del capi­ta­lis­mo y la deci­si­va auto­or­ga­ni­za­ción inde­pen­dien­te del pue­blo tra­ba­ja­dor, man­te­nien­do la creen­cia uto­pis­ta de que la sal­va­ción ven­drá del heroís­mo de una mino­ría selec­ta. Este vacío lo lle­nó Weitling (1808−1871) al vol­car­se en la cla­se pro­le­ta­ria, en su auto­or­ga­ni­za­ción, expli­cán­do­le que tenía que orga­ni­zar­se ella mis­ma para la dura lucha vio­len­ta que debe­ría asu­mir para ven­cer a la vio­len­cia más inhu­ma­na del capi­ta­lis­mo. Su comu­nis­mo utó­pi­co le hacía com­pren­der lo deci­si­vo que es el poder polí­ti­co, pero su base utó­pi­ca le impe­día lle­gar a la raíz de las con­tra­dic­cio­nes del capi­ta­lis­mo. En Gran Bre­ta­ña, el car­tis­mo radi­cal era la for­ma polí­ti­ca del pro­le­ta­ria­do con­cien­cia­do, en el inte­rior del cual tam­bién se avan­zó en la crí­ti­ca del capi­ta­lis­mo de la épo­ca y de su poder, pero con todas las limi­ta­cio­nes de Babeuf, ideo­lo­gía asu­mi­da por Bron­te­rre O’Brien (1805−1864): la incom­pren­sión del anta­go­nis­mo de cla­se hun­dió al car­tis­mo en el agu­je­ro negro de la demo­cra­cia abs­trac­ta, men­ti­ra que ocul­ta la dic­ta­du­ra de cla­se del capital. 

Una sín­te­sis rápi­da de lo vis­to indi­ca que exis­ten des­de el siglo –XXVII al menos cua­tro cons­tan­tes que se reite­ran en lo esen­cial has­ta aho­ra varian­do en sus for­mas según los cam­bios de y en los suce­si­vos modos de pro­duc­ción: las luchas con­tra la opre­sión de la mujer, por la defen­sa de lo comu­nal, por la liber­tad de los pue­blos y con­tra el tra­ba­jo escla­vi­za­do, explo­ta­do y asa­la­ria­do. El comu­nis­mo mar­xis­ta se for­mó inte­grán­do­las en una tota­li­dad de pra­xis en la que el obje­ti­vo his­tó­ri­co es aca­bar pre­ci­sa­men­te con todo res­to no solo mate­rial y eco­nó­mi­co sino tam­bién ideo­ló­gi­co, psi­co­ló­gi­co…, por­que todas ellas son luchas con­tra diver­sas for­mas de pro­pie­dad pri­va­da, eco­nó­mi­ca, sexual, lin­güís­ti­co-cul­tu­ral, natu­ral, etc., Es esa capa­ci­dad de rela­cio­nar cual­quier opre­sión y explo­ta­ción, cual­quier injus­ti­cia, con la pro­pie­dad pri­va­da capi­ta­lis­ta, lo que hace del mar­xis­mo la matriz teó­ri­ca insus­ti­tui­ble y nece­sa­ria para cual­quier pra­xis por la libertad.

Iña­ki Gil de San Vicente

Eus­kal Herria, 1 de mayo de 2019 

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