Cuarta carta1
Cómo lograr la paz
Acabo de leer ‑12 (25) de marzo- en el Neue Züricher Zeitung (núm. 517, del 24/III) el siguiente despacho telegráfico de Berlín:
Informan desde Suecia que Máximo Gorki ha enviado al gobierno y al Comité Ejecutivo un saludo entusiasta. Gorki saluda la victoria del pueblo sobre los señores de la reacción y llama a todos los hijos de Rusia a ayudar a erigir el edificio del nuevo Estado ruso. Al mismo tiempo, insta al gobierno a coronar la causa de la emancipación concluyendo la paz. No debe ser, dice, una paz a cualquier precio; Rusia tiene ahora menos motivos que nunca para aspirar a una paz a cualquier precio. Debe ser una paz que permita a Rusia llevar una existencia digna entre las demás naciones del mundo. La humanidad ha derramado mucha sangre; el nuevo gobierno prestaría el mayor de los servicios, no sólo a Rusia, sino a toda la humanidad si consiguiera concertar rápidamente la paz.
Esta es la trascripción de la carta de Gorki.
Con profunda amargura leemos esta carta, impregnada desde el principio hasta el fin de un cúmulo de prejuicios filisteos. El autor de estas líneas ha tenido muchas oportunidades en sus entrevistas con Gorki en la isla de Capri, de ponerlo en guardia contra sus errores políticos y de reprochárselos. Gorki rechazaba estos reproches con su inimitable sonrisa encantadora y con la ingenua observación: «Yo sé que soy un mal marxista. Además, nosotros los artistas somos todos un poco irresponsables.» No es fácil discutir esos argumentos.
Gorki es, no cabe duda, un artista de talento prodigioso, que ha prestado ya y prestará grandes servicios al movimiento proletario internacional.
¿Pero, qué necesidad tiene Gorki de meterse en política? La carta de Gorki expresa, a mi parecer, prejuicios extraordinariamente difundidos, no sólo entre la pequeña burguesía, sino también entre un sector de obreros sometidos a su influencia. Todas las energías de nuestro partido, todos los esfuerzos de los obreros con conciencia de clase deben concentrarse en una lucha tenaz, consecuente y completa contra estos prejuicios.
El gobierno zarista empezó e hizo la guerra actual como una guerra imperialista, de rapiña, para saquear y estrangular a las naciones débiles. El gobierno de los Guchkov y los Miliukov, que es un gobierno terrateniente y capitalista, se ve obligado a continuar y quiere continuar precisamente esta misma guerra. Pedirle a este gobierno que concluya una paz democrática es lo mismo que predicar la virtud a guardianes de prostíbulos. Permítaseme explicar lo que quiero decir. ¿Qué es el capitalismo?
En mi folleto El imperialismo, etapa superior del capitalismo, cuyo manuscrito fue enviado a la editorial Parus antes de la revolución, fue aceptado por dicha editorial y anunciado en la revista Liétopis, contesto a dicha pregunta del siguiente modo:
«El imperialismo es el capitalismo en aquella etapa de desarrollo en que se establece la dominación de los monopolios y del capital financiero; en que ha adquirido señalada importancia la exportación de capitales; en que empieza el reparto del mundo entre los trusts internacionales; en que ha culminado el reparto de todos los territorios del planeta entre las más grandes potencias imperialistas.» (Cap. VII del folleto citado, anunciado en Liétopis, cuando había aún censura, bajo el título V. Ilín, El capitalismo actual.)
Todo depende de que el capital ha alcanzado proporciones formidables. Asociaciones constituidas por un reducido número de los más grandes capitalistas (cárteles, consorcios, trusts) manejan miles de millones y se reparten entre ellos el mundo entero. El reparto del mundo se ha completado. El origen de la guerra fue el choque de los dos más poderosos grupos de multimillonarios, el anglo-francés y el alemán, por la redistribución del mundo.
El grupo anglo-francés de capitalistas quiere en primer término despojar a Alemania, quitarle sus colonias (ya se ha apoderado de casi todas) y después despojar a Turquía.
El grupo alemán de capitalistas quiere apoderarse de Turquía y resarcirse de la pérdida de sus colonias apoderándose de pequeños Estados vecinos (Bélgica, Serbia, Rumania).
Esta es la auténtica verdad; se la oculta con toda suerte de mentiras burguesas sobre una guerra «de liberación», «nacional», una «guerra por el derecho y la justicia» y demás sonsonetes con que los capitalistas engañan siempre a la gente sencilla.
Rusia está haciendo esta guerra con dinero ajeno. El capital ruso es socio del capital anglo-francés. Rusia hace la guerra para saquear a Armenia, a Turquía y a Galitzia.
No es por casualidad que Guchkov, Lvov, Miliukov, nuestros actuales ministros, ocupan esos cargos. Son representantes y dirigentes de toda la clase de los terratenientes y de los capitalistas. Están atados por los intereses del capital. Los capitalistas no pueden renunciar a sus intereses, del mismo modo que un hombre no puede levantarse en vilo tirándose del pelo.
En segundo lugar, Guchkov-Miliukov y Cía. están atados por el capital anglo-francés. Han hecho y hacen la guerra con dinero ajeno. Han recibido en préstamo miles de millones, prometiendo pagar un interés anual de centenares de millones y estrujar a los obreros y a los campesinos rusos para arrancarles ese tributo.
En tercer lugar, Guchkov-Miliukov y Cía. están atados a Inglaterra, Francia, Italia, Japón y otros grupos de bandidos capitalistas por tratados directos, relativos a los fines de rapiña de esta guerra. Esos tratados fueron concluidos por el zar Nicolás II. Guchkov-Miliukov y Cía. se aprovecharon de la lucha de los obreros contra la monarquía zarista para adueñarse del poder, y ratificaron los tratados concertados por el zar.
Esto lo ha hecho el gobierno de Guchkov-Miliukov en pleno en un manifiesto que la Agencia Telegráfica de Petersburgo difundió el 7 (20) de marzo. «El gobierno (de Guchkov-Miliukov) cumplirá fielmente con todos los tratados que nos comprometen con otras potencias», reza el manifiesto. Miliukov, el nuevo ministro de Relaciones Exteriores, dijo lo mismo en su telegrama del 5 (18) de marzo de 1917, dirigido a todos los representantes de Rusia en el extranjero.
Todos estos son tratados secretos, y Miliukov y Cía. se niegan a hacerlos públicos por dos razones: 1) temen al pueblo, que se opone a la guerra de rapiña; 2) están atados al capital anglo-francés, que insiste en que los tratados sigan siendo secretos. Pero todo lector de periódicos que haya seguido los acontecimientos sabe que en esos tratados contemplan el saqueo de China por Japón; de Persia, Armenia, Turquía (sobre todo Constantinopla) y Galitzia por Rusia; de Albania por Italia; de Turquía y de las colonias alemanas por Francia e Inglaterra, etc.
Esta es la situación.
Por consiguiente, proponer al gobierno Guchkov-Miliukov que concluya una paz pronta, honrada, democrática y de buenos vecinos, es lo mismo que cuando un buen «padrecito» de aldea insta a los terratenientes y a los comerciantes «a seguir el camino de Dios», a amar al prójimo y a poner la otra mejilla. Los terratenientes y los comerciantes escuchan estos sermones y continúan oprimiendo y saqueando al pueblo, y alaban al «padrecito» por su habilidad para confortar y calmar a los «mujiks»2.
Todo el que durante esta guerra imperialista dirige piadosos llamados de paz a los gobiernos burgueses, desempeña, consciente o inconscientemente, idéntico papel. Los gobiernos burgueses, o bien se niegan a escuchar tales llamados e incluso los prohíben; o autorizan, y afirman a todos y cada uno que ellos siguen combatiendo sólo para concluir la paz más pronta y «más justa», que toda la culpa la tiene el enemigo. Hablar de paz a los gobiernos burgueses es, en realidad, engañar al pueblo.
Los grupos de capitalistas que han anegado el mundo en sangre por el reparto de territorios, mercados y privilegios, no pueden concluir una paz «honrosa». Sólo pueden concertar una paz vergonzosa, una paz basada en el reparto del botín, en la división de Turquía y las colonias.
Por otra parte, el gobierno Guchkov-Miliukov no está en general de acuerdo con la paz en este momento, porque el «único» «botín» que podría obtener ahora sería Armenia y parte de Galitzia, siendo que también desea apoderarse de Constantinopla y reconquistar Polonia de los alemanes, país al cual el zarismo siempre oprimió de manera tan inhumana y vergonzosa. Además, el gobierno Guchkov-Miliukov es, en esencia, sólo el agente del capital anglo-francés, que quiere conservar las colonias que le arrebató a Alemania, y, encima de esto, obligar a Alemania a devolver Bélgica y parte de Francia. El capital anglo-francés ayudó a los Guchkov y los Miliukov a deponer a Nicolás II a fin de que ellos pudieran ayudarlo a «vencer» a Alemania. ¿Qué hacer entonces?
Para lograr la paz (y más aún para lograr una paz auténticamente democrática, auténticamente honrosa) es necesario que el poder político esté en manos de los obreros y los campesinos más pobres, y no de los terratenientes y los capitalistas. Éstos constituyen una minoría insignificante de la población; los capitalistas, como todo el mundo sabe, realizan con la guerra ganancias astronómicas.
Los obreros y los campesinos más pobres constituyen la inmensa mayoría de la población. No realizan ganancias con la guerra; por el contrario, se arruinan y pasan hambre. No están atados ni al capital ni a los tratados concluidos entre los rapaces grupos de capitalistas; ellos pueden y quieren sinceramente poner fin a la guerra.
Si el poder político en Rusia estuviera en manos de los soviets de diputados obreros, soldados y campesinos, estos soviets y el Soviet de toda Rusia por ellos elegido, podrían ‑y con toda seguridad lo harían- aplicar el programa de paz que nuestro partido (el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia) esbozó ya el 13 de octubre de 1915 en el número 47 de su órgano central, Sotsial-Demókrat (que se editaba entonces en Ginebra debido a la draconiana censura zarista).
Este programa sería probablemente el siguiente.
1. El Soviet de diputados obreros, soldados y campesinos de toda Rusia (o el Soviet de Petersburgo, que lo reemplaza provisionalmente) declararía inmediatamente que no está atado por ningún tratado concluido ni por la monarquía zarista por los gobiernos burgueses.
2. Publicaría inmediatamente todos esos tratados para denunciar la infamia de los fines de rapiña perseguidos por la monarquía zarista y por todos los gobiernos burgueses sin excepción.
3. Invitaría inmediata y abiertamente a todas las potencias beligerantes a concertar sin dilación un armisticio.
4. Haría conocer inmediatamente a todo el pueblo nuestras condiciones de paz, las condiciones de paz de los obreros y de los campesinos; liberación de todas las colonias; liberación de todas las naciones dependientes, oprimidas o en condiciones de inferioridad.
5. Declararía que nada bueno espera de los gobiernos burgueses y llamaría a los obreros de todos los países a derrocarlos y a entregar todo el poder político a los soviets de diputados obreros.
6. Declararía que las deudas de miles de millones contraídas por los gobiernos burgueses para hacer esta guerra criminal, de rapiña, pueden pagarlas los propios señores capitalistas, y que los obreros y campesinos se niegan a reconocer esas deudas. Pagar los intereses de esos empréstitos significaría pagar, durante largos años, tributo a los capitalistas por haber permitido cortésmente a los obreros matarse entre sí, para que los capitalistas pudieran repartirse el botín.
¡Obreros y campesinos! –diría el soviet de diputados obreros- ¿desean ustedes pagar anualmente centenares de millones de rublos a estos señores, los capitalistas, por una guerra hecha por el reparto de las colonias de África, de Turquía, etc.?
Pienso que por estas condiciones de paz el soviet de diputados obreros estaría de acuerdo en hacer la guerra contra cualquier gobierno burgués y contra todos los gobiernos burgueses del mundo, porque ésta sería una guerra realmente justa, porque todos los obreros y trabajadores de todos los países contribuirían a su triunfo.
El obrero alemán ve hoy que en Rusia la monarquía belicista es remplazada por una república belicista, una república de capitalistas que quiere continuar la guerra imperialista y que ha ratificado las tratados rapaces de la monarquía zarista.
Juzguen ustedes mismos, ¿puede el obrero alemán confiar en semejante república?
Juzguen ustedes mismos, ¿puede continuar la guerra, puede continuar la dominación capitalista del mundo si el pueblo ruso, animado siempre por los recuerdos vivos de la gran revolución de 1905, conquista la libertad completa y entrega todo el poder político a los soviets de diputados obreros y campesinos?
Zurich, 12 (25) de marzo de 1917.