Tomado del blog de JM Alvarez
Cathy Breen (1, diciembre).- Ayer estuve en Ramadi y Faluya. Llevaba un mensaje de cariño, de empatía, de reconocimiento del sufrimiento causado a Iraq y de nuestro deseo de paz, pero mi origen estadounidense, reabrió heridas profundas.
Asistí a una conferencia desarrollada en inglés, en un colegio de Ramadi a la que acudieron unas 50 personas, hombres y mujeres jóvenes de entre 22 y 23 años de edad, lo cual significa que tendrían 13 o 14 años durante la invasión y el comienzo de la ocupación.
Fui objeto de la atención de todos. Después de mi intervención, sólo hubo silencio. Creo que mis palabras sonaron vacías, triviales y artificiales. Entonces un hombre joven de la primera fila, dijo en voz baja «No tenemos nada que decir. Los últimos años han sido tristes». De nuevo se hizo el silencio.
Sami, mi anfitrión de Nayaf y parte del Equipo de Acción por la Paz, se levantó y contó la historia de cómo, después de los ataques estadounidenses contra Faluya, él y otros vinieron desde las ciudades chiítas de Najaf y Karbala, para llevar a cabo un acto simbólico de limpieza de escombros de las calles. Habló de la delegación pacifista de Estados Unidos, que estuvo en Nayaf durante doce días, de su labor para tender puentes de reconciliación.
Una joven desde el centro de la sala dijo: «Ustedes lo han destruido todo. Han destruido nuestro país, nuestra antigua civilización, han robado nuestras sonrisas, nuestros sueños».
Finalmente, alguien me preguntó: «¿Por qué hicísteis eso? Los iraquíes no pueden olvidar lo que los estadounidenses han hecho aquí»
Tomado de Global Research News