8. La marcha laboriosa hacia el conocimiento racional
Partes de la última obra de Fanon, Los condenados de la tierra, fueron dictadas mientras moría, desde un colchón en el suelo de un apartamento en la ciudad de Túnez. El libro ofrece una apasionada acusación del colonialismo, un relato crítico de la lucha en su contra, un relato igualmente ardiente del pantano poscolonial, y una visión radicalmente democrática de la praxis emancipadora. Termina con un recuento desgarrador de los daños causados por la violencia de la guerra colonial.
La crítica de la ciudad colonial en las primeras páginas del libro es particularmente poderosa y continúa resonando en el presente. La ideología maniquea que Fanon criticó en Francia toma una forma material concreta en el mundo colonial, de la cual el apartheid fue un caso paradigmático. El mundo colonial está dividido en zonas diferentes, destinadas a diferentes tipos de personas. Es un mundo de «enredos de alambre de púas», «un mundo en compartimentos», «un mundo cortado en dos», «un mundo estrecho sembrado de violencia». En la opinión de Fanon, la auténtica descolonización requiere un final decisivo para una situación en la cual «ese mundo en compartimientos, ese mundo cortado en dos está habitado por especies diferentes».
La descripción de la lucha anticolonial continúa la exploración de los cambios colectivos desarrollada en Sociología de una revolución. En la narrativa de Fanon, la respuesta inicial a la opresión colonial está moldeada fundamentalmente por aquello a lo que se opone: «el maniqueísmo del colono produce un maniqueísmo del colonizado». Fanon no puede ser más claro acerca de los costos de este contra-maniqueísmo: «A la mentira de la situación colonial, el colonizado responde con una mentira equivalente». Dentro de la lucha hay, dice él, una inicial «brutalidad y un desprecio de las sutilezas».
Pero, a medida que hay un movimiento a lo largo de lo que Fanon llama «la marcha laboriosa hacia el conocimiento racional», los paradigmas coloniales son trascendidos más que simplemente invertidos. El pueblo comienza a «pasar del nacionalismo total e indiscriminado a una conciencia social y económica». Fanon tiene claro que en este proceso «el pueblo deberá, igualmente, abandonar el simplismo que caracterizaba a su percepción del dominador», ya que «el nivel racial y racista es superado en los dos sentidos».
Sekyi-Otu, señalando un punto que es crucial para permitir lecturas serias de la obra, muestra que un conjunto de declaraciones enfáticas ofrecidas como declaraciones definitivas al comienzo del libro son luego desafiadas a medida que la narrativa de Fanon se desarrolla. Para tomar solo un ejemplo, al comienzo afirma que «la conducta con los nacionales es abierta; crispada e ilegible con los colonos. La verdad es lo que precipita la dislocación del régimen colonial y pierde a los extranjeros». Más tarde Fanon explica que, en la medida en que se hace evidente que «la explotación puede presentar una apariencia negra o árabe», las certezas iniciales se encuentran con límites obvios.
Fanon escribe que, a medida que las certezas maniqueas que marcan el primer momento de la lucha comienzan a derrumbarse, «a la claridad idílica e irreal del principio, la sustituye una penumbra que quebranta la conciencia». Con el tiempo, a medida que se desarrolla la lucha, «la conciencia descubre laboriosamente verdades parciales, limitadas, inestables». Las cosas se repiensan a la luz de la experiencia de la lucha, del movimiento colectivo contra el colonialismo. El propósito fundamental del relato de Fanon de este movimiento fuera de la lógica maniquea del colonialismo es, como argumenta Sekyi-Otu, «para escenificar el surgimiento de modos más ricos de razonar, juzgar y actuar» que aquellos inmediatamente accesibles dentro de los límites del pensamiento colonial.
Su crítica a la burguesía nacional, «la burguesía rapaz», a su uso del Estado como un instrumento para acosar a la sociedad y su mal uso de la historia de la lucha colectiva para apuntalar su propia autoridad, es implacable. Para Fanon está claro que hay formas de militancia nacionalista que mantienen los mismos «juicios peyorativos» sobre los más oprimidos entre los colonizados que «recuerdan en más de un concepto la doctrina racista de los antiguos representantes de la potencia colonial». Insiste en que la conciencia nacional, «ese canto magnífico que sublevó a las masas contra el opresor», debe ser complementada con la conciencia política y social.
Fanon lanza una advertencia clara respecto a los partidos que pretenden «encuadrar a las masas según un esquema a priori» y a los intelectuales que deciden «reencontrar el camino de la cotidianidad» con fórmulas que son «estériles en extremo». Para Fanon, la vocación del intelectual militante es llegar «a este sitio de oculto desequilibrio donde se encuentra el pueblo», al «núcleo en ebullición donde se prefigura el saber» y, allí, «colaborar en el plano físico». Está claro que el intelectual formado en la universidad debe evitar tanto la «ineptitud del intelectual colonizado para dialogar», como su anverso, convirtiéndose en «una especie de bendito sí-sí que asiente ante cada frase del pueblo». En contra de esto, recomienda «la inserción del intelectual colonizado en la marea popular» con el objetivo de lograr, como se ha señalado anteriormente, «una corriente de edificación y enriquecimiento recíproco».
Fanon afirma la práctica de la mutualidad arraigada en un compromiso inmediato con la igualdad radical, algo como la visión de juventud de Marx de «una asociación de seres humanos libres que se educan unos a otros». Su compromiso consistente con el reconocimiento de «la dimensión abierta de toda conciencia» lo lleva a una comprensión radicalmente democrática de la lucha arraigada en prácticas locales, en las que se afirma la dignidad, se llevan a cabo discusiones y se toman decisiones. Para Fanon, la tarea principal de la formación política es mostrar que «no hay demiurgo, que no hay hombre ilustre y responsable de todo, que el demiurgo es el pueblo y que las manos mágicas no son en definitiva sino las manos del pueblo». Afirma la importancia de «la libre circulación de un pensamiento elaborado con las necesidades reales de las masas». Hay claras resonancias de la famosa afirmación de C.L.R. James, en una frase que toma prestada de Vladimir Lenin, «cualquier cocinero puede gobernar». Fanon, comprometido hasta el final con la emancipación de la razón, con su emancipación en y a través de la lucha, terminó su último libro con el imperativo de «desarrollar un pensamiento nuevo».
Para ser digno de su nombre, el pensamiento comunista debe ser una expresión del intelecto en movimiento, del intelecto arraigado en un movimiento real y, por eso, en diálogo permanente con otros en lucha. Debe llevar el deseo militante por —en la breve síntesis de Étienne Balibar de un eje central de la Ética de Baruch Spinoza— «tantos como sea posible, pensando tanto como sea posible». Esta es la forma de militancia desde la cual Fanon nos habla hoy, con un poder tan convincente, con el brillo del metal.
Tricontinental, dossier nº 26
2 de marzo de 2020