«Creer que Dios no existe significa que el dolor que he visto en mi familia, y todo el dolor del mundo, no están causados por ninguna fuerza omnisciente, omnipresente y omnipotente a quien le dé pereza ayudar, o que solo nos esté poniendo a prueba, sino que es algo en lo que todos podremos ayudar a los demás en el futuro. Que Dios no exista entraña la posibilidad de menos dolor en el futuro. Creer que Dios no existe me deja más espacio para creer en la familia, la gente, el amor, la verdad, el sexo, los postres de gelatina y todas las otras cosas que puedo demostrar y que pueden hacer que esta vida sea la mejor que tenga yo en mi vida.»1
Esta cita sobre la liberación que supone la certidumbre de que no existen dioses ni espíritus que nos dominan a distancia o desde la lejanía, nos permite entrar a saco en el tema de hoy porque, antes que nada, nos exige dilucidar no solo las acepciones contrarias que se esconden en el término «creer», con la confusión que ello genera en beneficio de la irracionalidad de la fe, sino además unir a lo anterior la necesidad de la ética y de los valores en su «dimensión objetiva»2, en cursivas en el original, de la axiología como un pilar de la teoría del conocimiento y por ello de la libertad, como expondremos al final. Todo ello es irreconciliable con las tesis expuestas en el programa que voy a comentar.
1.
El colectivo elsudamericano.wordpress.com me ha preguntado mi opinión sobre las ideas vertidas en este programa3 cuasi-tridentino que trata sobre la «derrota de la Iglesia Católica» a manos del modernismo y del marxismo. Elsudamericano había colgado en su portal digital el texto La libertad es atea4, editado anteriormente en formato libro por Boltxe5 cuya primera frase dice así: «El ateísmo marxista es la expresión suma de la libertad, porque reconcilia a la especie humana con ella misma, con su materialidad». Como se aprecia, existe una línea lógica clara entre la cita del encabezado, que no habla de ateísmo, y la explícita referencia a esta concepción filosófico-política en la segunda cita.
Según los intervinientes en el programa, la «libertad», sea entendida desde el modernismo o el marxismo, a pesar de que ambas concepciones son inconciliables entre sí, es la fundamental enemiga de dios y la causa de su derrota. La Iglesia ha sido derrotada por el avance del protestantismo en su núcleo, en el interior de Roma, desde donde va liquidando la tarea civilizadora del catolicismo; también ha sido derrotada por la penetración de tesis marxistas, así como por su extensión por el mundo. Según el programa, el Vaticano II (1959−1965) oficializó esta derrota y asumió el avance del marxismo y modernismo en muchos ejes, entre ellos: colegialidad en vez de jerarquía; no condena del comunismo en vez de reafirmar la ley de dios; el protagonista es el hombre y sus lenguas y no dios y el latín; el avance al celibato sacerdotal en vez de la castidad divina; la no insistencia en la mariología; la aceptación del ecumenismo en vez de la reafirmación de la fe única y verdadera; el eclecticismo entre Tomás o Lutero, etc.
Más aún, el Vaticano II asume la «renuncia a construir una sociedad cristiana»; renuncia que le lleva, por un lado, a manipular y censurar documentos de concilios anteriores o del magisterio papal que han «desaparecido» o cambiado de orden de tal modo que es muy difícil encontrarlos: sobre todo los doce o dieciséis documentos sobre la libertad de conciencia del creyente, que está sometida al dogma, a la fe y a la verdad de la revelación; y por otro lado, sobre todo le lleva a Roma a negar la infalibilidad y la perpetuidad de la Iglesia, pilares de la recta razón. El Vaticano II anuló o cambió profundamente el culto católico, el que había creado y sostenido a Occidente, y por tanto el Vaticano II sentó las bases para la desaparición de Occidente. Dado que el culto y la liturgia reflejan el orden del cielo en la tierra, si se alteran estos en la tierra es porque se han alterado en el cielo: dios ya no es el centro, sino que lo es el «hombre».
Es muy significativo el despiadado ataque al teólogo K. Rahner (1904−1984) y su «nueva teología», acusado de kantismo, uno de los inspiradores en los años conciliares de la llamada «democratización» de la Iglesia cuyas ideas básicas han vuelto a ser retomadas en el presente6 por un sector progresista. Se insiste una y otra vez en que se ha quitado a dios del centro y se ha puesto al «hombre». K. Rahner, partiendo de Kant, Hegel y Heidegger reduce la teología, es decir, la «dogmática» a la filosofía idealista alemana, desarrollando el monismo panteísta y gnóstico. Sobre esta deriva actuará también el existencialismo y la influencia de Kierkegaard.
Con el Vaticano II se ha debilitado hasta tal punto la «capacidad racional» para pensar sobre dios –«teología dogmática» – , que se puede hablar de la «desaparición de la teología», y su sustitución por mantras, glosas y eslóganes, mientras que crece el pastoralismo, la religión como sentimiento, las modas orientalistas hasta llegar a mezclas como el «cristianismo budista» y otras. La religión como sentimiento viene de Kant como la tercera potencia humana: la crítica de la razón pura, el intelecto; la crítica de la razón práctica, la voluntad; y crítica del juicio, el sentimiento.
En esta cuestión se debate sobre si el inmanentismo de Kant, que es el ideólogo subterráneo del Vaticano II porque de él surge la doctrina de los «derechos humanos» que contradice la supremacía del dogma, es más importante que Hegel, aunque es el panteísmo de este segundo el que crea la peligrosa confusión entre «naturaleza» y «gracia», confusión de la que surge la «canonización de la democracia». La metafísica kantiana lo reduce todo a la razón humana, mientras que Tomás de Aquino se sirve de Aristóteles para articular la teología católica, luego hay que volver a fines del siglo XIII.
La defensa del tomismo es coherente con la ideología ultraconservadora del programa. A raíz de los escándalos sobre la pedofilia consustancial a las religiones, pero centrándose en la Iglesia católica, Felipe Portales nos ha recordado el esencial autoritarismo de Tomás de Aquino7 y de la tradición dogmática bimilenaria que preparó las condiciones para la «caza de brujas» desatada en el Concilio Vaticano I (1869−1870) y que se reinició con el pontificado de Juan Pablo II en todo excepto en la lucha contra la podredumbre económica del Vaticano8. Desde el papa Francisco I parece que se reactiva otra de las muchas versiones del catolicismo, lo que genera una resistencia desesperada de los sectores defensores de la «Verdad Revelada» como veremos luego.
Este y no otro es el subsuelo sobre el que se sostiene la particular «libertad» supeditada absolutamente a la voluntad divina, que se defiende en este programa. ¿Qué poder interno y fuerza externa tienen ahora mismo estas corrientes en la Iglesia? No lo sabemos, pero sospechamos que creciente entre franjas de la burocracia eclesiástica que asisten impotentes al surgimiento y expansión de otras creencias y al retroceso del catolicismo. Sí sabemos que aproximadamente una décima parte de los casi 2.500 participantes en el Vaticano II eran contrarías a las decisiones tomadas oficialmente. Desde 1965 el mundo ha cambiado mucho: mientras que decrece la práctica de los ritos católicos, se refuerza la ofensiva ultra contra el papa Francisco9 y sus medidas para vigilar de muy cerca a grupos todopoderosos hasta hace poco, como el Opus Dei y otros tanto o más reaccionarios como los Heraldos del Evangelio…
La fuerza sociopolítica del complejo ideológico más amplio en el que se ubican las ideas desarrolladas por el programa que estamos analizando, es muy amplia en el Estado español. Por ejemplo, en octubre de 2021 «El fundamentalismo católico vive un buen momento en España. La Iglesia católica ha parado las denuncias sobre su infiltración entre sus fieles, ha ganado espacio en los medios de comunicación hasta el punto de poner en marcha una cadena de televisión, y Vox representa la culminación de su programa político»10.
Más: la Iglesia, que disfruta de un verdadero paraíso fiscal11, no rinde cuentas del uso del dinero público que le regala el Estado. Por lo que se sabe, el 76% va a sueldos de obispos y otro personal, y solo el 2,3% va a Cáritas. En el canal 13TV la Iglesia gasta más que en Cáritas. Por el Concordato, el Estado mantiene a 110 obispos y cardenales, 16.960 sacerdotes, seminarios, congresos, 22.993 parroquias y demás gastos de los denominados «de culto y clero», independientemente de las «X» que marquen los y las contribuyentes. Los privilegios económicos de la Iglesia succionan más del 1% del PIB12. Mientras desciende el estudio de la religión aumenta el gasto público que el Estado dedica a los sueldos de los profesores de religión, yendo el 95% de ese dinero al catolicismo y el 5% a otras religiones13.
En efecto, a pesar de que en la primavera de ese mismo año la asignatura de religión católica era la peor valorada por el estudiantado «por primera vez el porcentaje de los alumnos que optan por esta materia está a punto de descender de la barrera del 60%; baja tres puntos desde el año anterior y más de 10 puntos en una década, cuando el porcentaje de estudiantes era del 71%»14. Por si fuera poco, en estas mismas fechas se agudizaba el desprestigio del Vaticano al conocerse la podredumbre financiera de la Secretaría de Estado15.
Pese a esto, la burguesía española sabedora del fundamental papel sociopolítico jugado por la Iglesia desde la muerte del dictador Franco16, ayudando primero a frenar las ansias de libertad de las clases y naciones explotadas y, segundo, restableciendo las sólidas cadenas de la «obediencia cristiana», no quiere reducir ahora su enorme poder, sino que sobre todo quiere que su alienadora industria educativa17, además de sus industrias propagandísticas, sanitarias, etc., se adapten a las necesidades actuales del capitalismo y del nacionalismo español.
2.
Puente Ojea ya explicó el por qué y el para qué del Vaticano II, mostrando cómo por debajo de la búsqueda de una razón que uniese a las principales versiones del cristianismo, y lo acercase a otras religiones aun a costa de abandonar o debilitar su identidad bimilenaria, por debajo de esta consciente y desesperada búsqueda vaticana se encontraba no tanto esa «libertad», sino «la internacional de las religiones […] presidida universalmente por el Dinero»18, en cursivas en el original.
El acaparamiento de dinero es una obsesión histórica del cristianismo: en su viaje de 1226 a Roma el fraile agustino Gerhoh aprendió que la Curia se había convertido «en un arca de leguleyos y en una burocracia de comerciantes obsesionados por recoger dinero de donde sea»19, pero para ese 1226 sus propiedades eran ya fabulosas porque desde el siglo X el dinero y por tanto su adoración fetichista, empezó a expandirse a la par que lo hacía el mercado20. Ahora mismo y al margen de las disputas teológicas, el acaparamiento de dinero agudiza todas las tensiones: «El cardenal guineano Sarah, recientemente defenestrado por el papa, se une al grupo de Burke, Müller y Brandmüller y exige a Bergoglio que revoque la orden de acabar con estas celebraciones en la basílica vaticana por la que los oficiantes cobraban sin apenas fiscalización»21.
El Dinero une en la práctica a todas las corrientes cristianas, no solo las católicas: las inmatriculaciones en el Estado español; las resistencias tenaces de todas las burocracias religiosas a pagar impuestos o multas por pederastia22 o librarse de las investigaciones sobre el robo de niños y niñas después de la dictadura franquista evitándose así el pago de multas e indemnizaciones23; sus relaciones con las altas finanzas capitalistas y con la industria inmobiliaria; los negocios y relaciones oscuras con grupos ultraconservadores, y sus relaciones con la extrema derecha y con los Estados burgueses…
Por poner un ejemplo, la Internacional Religiosa condena la guerra defensiva de Rusia contra las agresiones de la OTAN y en apoyo de la guerra de liberación nacional de clase de las repúblicas populares del Donbass24 porque sabe de las ganancias económicas que ya está obteniendo el imperialismo, de las inmensas que se obtendrían si es derrotada y luego desmembrada Rusia, y muy en especial, si triunfa la estrategia de acoso y derribo de China Popular, paso segundo tras la balcanización de Rusia. Podemos hablar por tanto de que, en las actuales condiciones, las Iglesias cristianas han relanzando una nueva «Cruzada» en post del dios dinero, pero disimulada con la labia pacifista de Francisco.
Otro ejemplo más lacerante aún lo tenemos en la perversa ética que justifica la relación entre la caridad-dinero y la sexualidad libre: «El papa de Roma ha encabezado cada año campañas muy combativas contra los distintos métodos anticonceptivos al mismo tiempo que denunciaba la persistencia de las desigualdades sociales y del hambre en el mundo. Se podría decir que nunca hubo tan abismal distancia entre la bondad de los fines verbalmente declarados por el Vaticano (repartir más equitativamente los recursos, cambiar los modos de vida, eliminar el peso asfixiante de la deuda de los pobres) y la inanidad de los medios que propugna para ello»25.
Es sabido que frecuentemente el aborto es la única forma de garantizar un mínimo de calidad de vida para la madre y para evitar otra vida desgraciada más en este «valle de lágrimas» que es el capitalismo, pero la Iglesia dedica grandes esfuerzos político-económicos para combatir ese elemental derecho/necesidad, mientras que no gasta apenas nada en caridad y menos aún en la lucha contra la propiedad capitalista. Otras veces tener mucha descendencia es la única garantía para vivir con menos penurias, como explica Fernández Buey al criticar tanto el cinismo ético cristiano contra los anticonceptivos como el cinismo ético del FMI a favor del control de natalidad26. Ambas éticas parecen incompatibles, pero confluyen por diversas vías en la defensa del capitalismo, como lo hacen también las corrientes que podemos incluir en el amplio universo del «evangelismo», que son un verdadero «peligro»27 para la libertad por su fanatismo obsesivo contra todos los derechos28.
3.
A lo largo del debate que analizamos, se reitera la condena cristiana de la libertad de pensamiento en su verdadero sentido, el de la crítica radical de todo lo que existe como requisito para dar el salto revolucionario de la libertad abstracta, formal y funcional a la propiedad burguesa, a la libertad concreta, sustantiva en cuanto exponente de la propiedad comunista. Hablando sobre la libertad, G. Comninel afirma que «no estamos sometidos por el peso muerto del pasado»29 sino que podemos y debemos intervenir en las contradicciones sociales para acabar con la explotación: en esto consiste la libertad como proceso que se realiza a sí mismo. La superación del peso muerto del pasado es un paso en la libertad como ejemplo de la capacidad creativa humana: la libertad se conquista, se crea día a día en una lucha permanente contra las cadenas del pasado, contra la teología en nuestro caso.
El terror y el miedo son consustanciales al pecado, al infierno y al arrepentimiento en el cristianismo, y por eso mismo son sus anclajes profundos, irracionales, que atan al «peso muerto del pasado». B. Bosteels, estudia el influjo de Agustín de Hipona (354−430) en la santificación del terror cristiano, afirma también que la izquierda no ha superado del todo el resto de cristianismo en su visión política e incluso de militancia, lo cual es un serio obstáculo en la lucha contra el capital. Y se pregunta: «¿Cuál es entonces la tarea de la teoría o de la filosofía ante esta persistencia de la matriz cristiana del terror y la gracia? ¿Cómo podemos reconciliarnos con la búsqueda de la filosofía cuando no sería difícil demostrar que en la base de toda verdad dominada yace la carne apaleada de un cuerpo golpeado, aterrorizado en nombre del espíritu?»30.
Y la respuesta es: «Cuando los poderes militares del mundo dejan de ocultar las semillas del terror y de angustia ante la muerte que subyace en todo principio de autoridad, la tarea de la teoría o de la filosofía solo puede consistir en buscar y deshacer los espacios de pensamiento donde esta semilla encuentra la manera de construir su nido […] Pensar contra este límite no significa abandonar ni el sujeto ni el concepto, sino dirigir el poder del sujeto contra el dominio de la subjetividad constituida, así como abrir el concepto a aquello que nunca puede conceptualizarse»31.
Llegados a este punto, recordemos que al inicio de este texto hemos citado dos ideas centrales para nuestro objetivo: una, «que Dios no exista entraña la posibilidad de menos dolor en el futuro»; y otra, la necesidad de introducir la axiología, los valores como «dimensión objetiva» en nuestra existencia cotidiana guiándola al futuro. La ética marxista tiene como eje central el enriquecimiento del poder de creación de nuestra especie, creatividad que exige la desalienación, el fin de la propiedad burguesa y el comunismo. Está en lo cierto L.E. Primero Rivas al decir que la enajenación es el «acto típicamente perverso» del capital, y que la pérdida de la creatividad es la «esencia del mal existente en el capitalismo»32.
Pero dios condenó la creatividad humana al prohibirnos comer del árbol de la ciencia del bien y del mal porque, si lo hubiéramos hecho hubiésemos sido como dioses, como dicen que le dijo un tal Lucifer a una tal Eva. Dios no quiere que seamos como él sino simples humanos obedientes e ignorantes, La «esencia del mal», prohibir la creatividad y la libertad es así la esencia de dios. De aquí la importancia crítica de introducir los valores, la ética como «dimensión objetiva» en la vida humana en sí y en especial en lo relacionado con esos conceptos claves que nos guían en la lucha creativa por la libertad, como verdad, certeza, creencia…
Pero el academicismo siente pavor cuando ha de enfrentarse a la «dimensión objetiva» de los valores porque ello le exige enfrentarse a la objetividad de la explotación, de la opresión y de la dominación. Veamos algunos de los malabarismos verbales que se hacen para eludir las contradicciones: Según Garzanti la creencia es «el estado subjetivo que se contrapone a la duda, pero que es inferior al estado de certeza. Locke la define como la forma más intensa que puede tener el asentamiento dirigido a cuanto es considerado solamente probable. Se trata, en cualquier caso, de la creencia natural, opuesta a la creencia que se considera inspirada sobrenaturalmente, o “fe”»33. Además, certeza o certidumbre es «el estado de convicción subjetiva considerado generalmente como efecto de una evidencia»34.
Según Jacobo Muñoz: «El saber es, en efecto, garantía de verdad, por definición, en tanto que es posible que creamos algo y estemos totalmente equivocados respecto a ello. Siempre que sabemos algo, lo creemos racionalmente, pero no a la inversa; siempre que creemos algo, lo creemos a secas, pero no a la inversa»35. Sobre la certeza, Luís Arenas Llopis afirma que: «La opinión, la fe religiosa, la mera creencia de sentido común, etc.; podrían presentarse como ejemplos de certeza psicológica […] A diferencia de la certeza psicológica, la certeza epistémica demanda criterios objetivos inter- o supra-subjetivos (criterio) y, por tanto, coincide aproximadamente con la creencia justificada (justificación)»36.
Estando de acuerdo en el formalismo aséptico de estas definiciones, sin embargo, debemos profundizar en la contextualización que envuelve a esos conceptos mermando su potencial cognitivo y heurístico. Pocos asalariados de la industria de la ideología, se atreven a desarrollar el potencial liberador de los conceptos de verdad, certidumbre, etc., porque, entre otras razones, existe una presión social a favor de los dogmas religiosos. J. Allen Paulos explica por qué existe en Estados Unidos un rechazo social al ateísmo, por qué muchas personas muy cultas, científicos, filósofos, etc., esconden su ateísmo porque no quieren enfrentarse a una sociedad profundamente irracional e ignorante sometida al «por desgracia robusto matrimonio entre Iglesia y Estado»37.
Esta es una de las razones por las que las religiones apenas tienen que enfrentarse a una crítica demoledora desde el ateísmo. J. Allen Paulos recurre las muy sólidas dudas acerca de la existencia de un tal Jesucristo: en las condiciones actuales hace falta «un corazón más bravo»38 para argumentar en público las muchas razones que ponen en duda la existencia de ese personaje mítico, que para afirmar su existencia.
Conceptualizar lo que «no puede conceptualizarse», es una tarea ardua porque la misma base dogmática tiene vacíos imposibles de llenar, como son los conceptos de muerte, resurrección, purgatorio, etc.: «El problema es que no está del todo claro el concepto y el momento en el que según el cristianismo comienza la vida eterna […] Tampoco existe unanimidad a la hora de interpretar la resurrección de los cuerpos, ya que, para algunos sería a través del renacimiento del cuerpo físico, mientras que otros lo defienden en forma de espiritual glorificada, lo que nos acercaría a la escatología de las religiones primigenias como la egipcia. […] Nos internamos ahora en aguas turbulentas para tratar de comprender el sentido de un concepto religioso, el del purgatorio, que a lo largo de la historia ha sido objeto de no pocos debates y discusiones teológicas»39.
La verdad o la certidumbre contenidas en esta frase: «Que Dios no exista entraña la posibilidad de menos dolor en el futuro», nos permite luchar contra el dolor obteniendo victorias que aumentan la felicidad; pero el fracaso del cristianismo para conceptualizar la muerte, la resurrección, el purgatorio, etc., le aboca a la impotencia definitiva ante los misterios del mal, de la iniquidad –mysterium iniquitatis–, y de la muerte o mysterium morten. Sin embargo, es imposible avanzar en la libre creatividad sin resolverlos en la praxis, en la acción y en el pensamiento.
El salesiano G. Girardi intentó encontrar la solución a los problemas de la muerte y del mal en su sentido definitivo: la guerra, lo que le causó la expulsado de su orden en 1977 por sus ideas progresistas y por su pecado de desobediencia40, de pensamiento libre sobre las relaciones entre marxismo y cristianismo. Partiendo del Vaticano II, Girardi reconoce ciertas similitudes externas entre marxismo y cristianismo, pero insiste en que el cristianismo tiene una visión más «plena» y «profunda» porque, frente al ateísmo marxista que ve el misterio del mal en las contradicciones sociohistóricas, sostiene que la causa del mal es el «pecado»41, egoísmo, soberbia, envidia…
La historia muestra que es la praxis social y la revolucionaria, sobre todo, la que reducen el mal, el sufrimiento, obligando con la lucha sociopolítica a las clases dominantes a introducir o tolerar medidas que atajan el dolor. Son avances científicos, económicos, culturales, etc., que palían, suavizan o incluso pueden acabar con la angustia y el miedo que van unidos al supuestamente «eterno misterio de la muerte». Alfredo Tamayo, buscando en Ernst Bloch –«el poder de la más fuerte anti-utopía: la muerte […] El gozo de vivir»42– una posible vía para salvar a dios de la derrota, afirma: «Cierto que la hipótesis Dios tiene dificultades para ser fácilmente admitida. Estamos de acuerdo. Sin embargo, creemos que ella es la única que puede crear condicionamientos objetivos para una auténtica superación de la muerte tanto por parte de los hombres que han muerto como por los que han de morir aún. Tan solo la omnipotencia del autor de la vida puede llegar a restituirla a los que la han perdido»43.
La «hipótesis Dios», una entre las muchas disponibles en el mercado de la ideología, nunca saltará al rango superior de verdad porque exige la prohibición de pensar crítica y creativamente, de descubrir y combatir la causa real del mal que no es otra que la explotación social, la opresión política y la dominación cultural, especialmente duras contra la mujer trabajadora y las naciones saqueadas. Es la propiedad privada el origen de todo ello, y en la medida en que no sea destruida, se perpetuará el dolor, la violencia y la guerra.
Pero, para los teólogos escolásticos la libertad de economía privada era «un elemento esencial de la ética cristiana. Sin embargo, sabían que la bondad o maldad de las acciones debía ser juzgada en relación con el fin de la existencia humana: Dios. Según la ética cristiana, será buena toda acción que nos acerque a nuestro Creador y mala toda aquella que nos aleje […] La propiedad privada está fundamentada en la libertad humana, que a su vez se desprende de la naturaleza humana que, como toda naturaleza, es creada por Dios. La propiedad privada en un prerrequisito esencial para el respeto de las libertades económicas. La misma seguirá siendo amenazada desde varios frentes y su defensa dependerá de una nueva generación de escolásticos, hombres de buena formación en el campo de la filosofía moral y de las ciencias sociales»44.
Esta corriente cristiana comprende que la propiedad burguesa estará siempre amenazada, aunque en ninguna página del libro se analice la lucha de clases: dos referencias a Marx y alrededor de cuarenta a Tomás de Aquino, por nombrar un solo escolástico. Pero la razón de esa amenaza no es otra que el «pecado», no la explotación ni la injusticia, lo que permite a la «hipótesis Dios» moverse en la máxima abstracción porque el «pecado» no entiende de clases sociales, de patriarcado, de racismo, de fascismo…, sino de «ser humano en pecado».
La teología de la liberación tiene aquí uno de sus grandes límites: «La teología de la liberación se enfrenta con una nueva pregunta. Esta pregunta nace de la práctica pastoral de liberación dentro de un contexto en el que al mismo tiempo coexisten la explotación drástica y la dominación, por un lado, y los movimientos de liberación en curso por otro. Unos cristianos comprometidos en este contexto plantean preguntas a su fe. Aunque algunas preguntas de la teología de la liberación tienen un origen parecido a las del marxismo, sin embargo, se dirigen a una instancia totalmente distinta: la fe. El marxismo busca una respuesta en la línea de la práctica económica y política, mientras que la teología de la liberación encuentra en la revelación su respuesta, con consecuencias evidentes para las prácticas pastorales de alcance económico y político»45.
Aunque en términos generales, el comunismo tiene como objetivo la libertad de la «especie humana genérica», asume que su punto central de ataque es la propiedad burguesa y el capitalismo como relación social de explotación, lo que determina que sean las clases trabajadora, el pueblo obrero el sujeto decisivo, lo que hace que asuma el elemental principio del «partidismo de la lógica dialéctica marxista»46 según argumenta contundentemente Zaira Rodríguez Ugidos, y que es otra forma de referirse a la «dimensión objetiva» de los valores que demuestra su importancia en los momentos de pasar de lo posible a lo probable en la lucha contra el mal.
En la resolución del problema de la iniquidad es importante dominar el proceso de lo posible a lo probable como avance a la certidumbre, a la verdad que se confirma en el descenso del mal y ascenso del bien porque «no existen conocimientos absolutamente ciertos, que no contengan un saber probable (si no son verdades de un hecho o juicios demasiado generales). Cada conocimiento cierto, esto es, verdadero, contiene elementos no sólo de error, sino también de lo probable»47. Los aciertos y la intensificación de la lucha de clases logran que la posible victoria sobre el mal salte a probable y se convierta en victoria real. En el avance de la creencia a la certidumbre para terminar en la verdad, la práctica social es decisiva, por esto, la verdad es el «saber fidedigno cuya correspondencia con los fenómenos y objetos del mundo circundante es confirmada por la práctica»48.
Se vence al sufrimiento allí donde el imperialismo es derrotado si no del todo y en una primera y definitiva fase, sí en los núcleos de poder que se enriquecían con el dolor humano, victorias que deben ser acumulativas, que deben fortalecer el avance y precisar los objetivos que se buscan corrigiendo errores. Es por esto que el comunismo es ateo, porque sabe que la lucha de clases es inmanente al capital, interna a él mismo como unidad y lucha de contrarios, que no existen fuerzas externas, espíritus trascendentes que, desde fuera, impongan el futuro a la humanidad bajo amenaza de castigo por el «pecado» de soberbia y desobediencia a dios, sea la condena el infierno o el purgatorio. Y de la misma forma en que es ateo, no es ni puede ser agnóstico:
Lenin acusa a Plejanov de hacer una concepción al agnosticismo, o a la idea de que la relación de causalidad entre los fenómenos no refleja las cosas en sí mismas, sino solamente el mundo de la conciencia. Lenin, como Engels antes que él, rechaza el principio subjetivista según el cual sería necesario decidirse por un divorcio definitivo entre el objeto por conocer y el sujeto cognoscente. El materialismo puede así definirse como una igualdad de las cosas entre sí. Negativamente, es la lucha contra el idealismo que quiere reducir lo real al pensamiento. Positivamente, afirma la identidad y la igualdad de los elementos del mundo, responsables ellos mismos de su ser y de su inteligibilidad. El inmanentismo filosófico de Lenin es ante todo un combate emancipador49.
Iñaki Gil de San Vicente
Euskal Herria, 16 de agosto de 2022
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