El señor Currin, en sus declaraciones de junio, fue contundente: «No se puede prolongar indefinidamente un proceso de solución que sólo esté activado por una de las partes». La cerrazón que observa en Madrid le recordaba la que mantiene Turquía respecto al pueblo kurdo. Acertada semejanza. Aunque, buscando similitudes, hay otra que se me antoja igual de ilustrativa y contundente: Israel. Los tres en raya.
La estrategia que está manteniendo el Estado español respecto al proceso abierto en Euskal Herria nos traslada a Gaza. Madrid está siguiendo al pie de la letra el recetario de Tel Aviv. Y Rubalcaba (las evidencias confirman que Zapatero pintaba menos que un monigote) nos evoca a Olmert o Netanyahu. El uno y los otros han interpretado la mano tendida de vascos o palestinos como un gesto de blandenguería; y el silencio de las armas ajenas como una mala noticia. Ante el cese unilateral de la violencia ‑terrible amenaza para los amantes de la paz- Tel Aviv y Madrid intensificaron la frecuencia y el rigor de sus provocaciones; abrigaban la grosera esperanza de que los activistas armados se reajustarían los arreos y volverían a la dinamita.
Además han expandido su ensañamiento contra los dirigentes políticos. En Gaza o en Elgoibar, éstos son calificados como la voz de los violentos y quien trabaja en el ámbito institucional, como un terrorista camuflado. «El baile de máscaras ha terminado, los trajes y las corbatas no servirán como tapadera de complicidad y apoyo de los secuestros y el terror», decía Amirt Peretz, pretendido progresista para las potencias neocoloniales y diseña- dor político de la invasión a Gaza. El eco de este rebuzno se ha escuchado muchas veces en el Estado español. Dicta el manual que hay que perseguir como criminales a quienes desarrollan actividad política; las cárceles de Israel, las de España y las de Francia dan buena fe de lo dicho.
Pero ¿qué sentido tiene encarcelar dirigentes si sus secuaces siguen libres? España hizo suya la teoría que formuló Israel por boca de Olmert: «He dado instrucciones para dar caza a estos terroristas, a quienes los han enviado y a quienes les dan refugio». Lo que bien conocemos y sufrimos; según esta teoría, toda la sociedad es potencial delincuente y merecedora de castigo. Lo que ella decida, aunque sea en riguroso ejercicio democrático, no merece consideración. Las elecciones gazatíes de 2006 y las vascas de 2011 adolecen del mismo mal: han supuesto un masivo respaldo popular a los indeseables. El cerco que sufre Gaza y el asedio que soporta Bildu son indicativos de la carcomida democracia que soportamos.
Martin ‑el pérfido Mohamed Ben Garitano- es el mascarón de proa de toda esa chusma; su atusada y breve perilla lo delata. Todo Bildu ‑atajo de islamistas fanáticos- debe ser sometido a la asfixia y al quebranto. Caiga sobre esta gentuza la implacable espada de Damocles ya que un 22 de mayo votaron lo políticamente incorrecto. Estos son los burdos decires y haceres de una España siempre colonialista y, últimamente, bastante aquejada de sionismo