Según hemos observado anteriormente, el señor Cambó no considera la guerra como una de las causas determinantes de las dictaduras. No nos es posible combatir este criterio oponiendo, nuestros argumentos a los de nuestro preopinante, por la sencilla razón de que no aporta ninguno, limitándose, con su ligereza habitual, a formular una desnuda afirmación sin apoyarla en hechos concretos. Ahora bien: el análisis de estos hechos nos conduce a la conclusión de que el movimiento fascista, culminante en la toma del poder en 1922, y la instauración de un régimen típico de dictadura burguesa descarada, es un producto directo de la guerra.
Una ojeada a la situación económica italiana de anteguerra ha de demostrárnoslo.
El capitalismo italiano es joven. Como hace notar el profesor E. Varga1, la economía italiana ofrecía, en las postrimerías del siglo XIX, un carácter agrario-feudal que conservan todavía las regiones meridionales. Italia carece de materias primas (carbón, petróleo, algodón, metales, etc.), circunstancia que acarreaba su dependencia de otros países. El exceso de mano de obra, determinado por la extraordinaria densidad de población (130 habitantes por kilómetro cuadrado), compensa en cierto modo esta circunstancia negativa, facilitando el desarrollo de la industria a base de salarios bajos.
La industria predominante era la ligera o de transformación, especialmente la textil y la del automóvil.
La industria pesada estaba poco desarrollada, trabajaba como la ligera —a excepción del sector textil de la seda— con materias primas importadas, y se sostenía gracias a los subsidios y demandas del Estado.
En los países donde el papel de la industria pesada es predominante, esta lleva a remolque y sojuzga, en alianza con los grandes bancos, las demás industrias; adquiere una influencia decisiva sobre el Estado y le obliga a realizar una política en armonía con sus intereses: pedidos de una cantidad creciente de armas y navíos de guerra, sumisión de colonias para la construcción de ferrocarriles, etc., etc. A consecuencia de la endeblez de la industria pesada, el capitalismo tenía en Italia poca base económica para una política agresiva de expansión.
La contradicción entre la industria ligera y la pesada, y entre la industria en general y la agricultura, presentaba más acusado relieve que en ninguna otra nación.
Como todo el mundo sabe, Italia, al estallar la guerra, formaba la «Triple Alianza» con Alemania y Austria Hungría. Pero esta alianza, pactada en 1881 cuando Francia se había apoderado de Argel y de Túnez, privando a Italia de las colonias hacia las cuales podía canalizar su exceso de población, carecía en 1914 de bases económicas. La lucha por los mercados, la porfiada competencia en los Balcanes y el Próximo Oriente acercaban el capitalismo italiano a Francia.
Esta fue una de las principales razones de la neutralidad adoptada por Italia durante los primeros tiempos de la guerra. Los adversarios de la intervención eran el proletariado, la industria textil, los grandes terratenientes. El partido socialista italiano, que ejercía una inmensa influencia sobre la clase obrera, había adoptado, contrariamente a los demás partidos de la II Internacional, una actitud de oposición a la guerra. Aunque esta actitud no fuera bastante consecuente desde el punto de vista del marxismo revolucionario, puesto que no llegaba a la conclusión lógica de la transformación de la guerra imperialista en guerra civil, constituía un serio obstáculo para los designios de los intervencionistas.
La industria ligera, especialmente la textil, esperaba más ventajas de la neutralidad que de la intervención; esto aparte, temía que con la guerra la industria pesada adquiriese una influencia predominante. Por esto, esta fracción de la burguesía representada políticamente por Giolitti, era decididamente anti-intervencionista.
Los grandes terratenientes eran adversarios de la intervención en la guerra, porque no esperaban de ella ningún provecho y porque veían con malos ojos los progresos de la industria pesada.
La tendencia neutralista se veía favorecida, además, por una parte, por el desencanto producido por el fracaso de las aventuras guerreras coloniales anteriores y el ejemplo de los sacrificios que la guerra costaba a los países beligerantes, y, por otra parte, por la presión de los capitales americano y alemán. América, que encontró en la guerra mucho más tarde que Italia, sostenía la política no intervencionista. Alemania, que había fijado su atención en la joven industria italiana, ejercía una gran influencia en la economía del país por medio de la «Banca Comerciale», en la cual tenía intereses considerables junto con la industria textil italiana. Francesco Nitti, que era y es uno de los representantes políticos más destacados de esta última y de la tendencia germanófila, en su obra L´Europa senza pace, después de constatar las dificultades que había tenido que vencer la industria italiana en su evolución, como consecuencia de las causas que hemos indicado, decía: «Durante el período en que Italia ha pertenecido a la Triple Alianza ha creado casi toda su industria, ha reforzado su unidad nacional, ha consolidado su situación económica».
La tendencia neutralista contaba, pues, con una base muy sólida.
La tendencia intervencionista era sostenida de una parte por la industria pesada del norte, alimentada por el capital francés y representada por la «Banca di Sconto», que confiaba obtener grandes provechos de los pedidos de guerra, y de otra parte por la «Entente».
Los intervencionistas pusieron en juego todos los resortes para inclinar al país a la intervención en la guerra. Entre neutralistas e intervencionistas se entabló una lucha violenta que no era, en realidad, más que una lucha entre dos tendencias del capital financiero internacional: Alemania y la «Entente». Esta desplegó una actividad extraordinaria, compro periódicos, subvencionó a políticos, manifestó una súbita ternura por los pobres pueblos oprimidos y arrebatados por Austria a la «Italia irredenta», señaló los beneficios que el país italiano obtendría de su intervención en la guerra.
Era relativamente fácil vencer la resistencia de los agentes alemanes y americanos y la de los grandes terratenientes. Lo era mucho menos vencer la del proletariado. Era necesario buscar un agente entre los medios obreros. El imperialismo aliado lo halló en la persona de Benito Mussolini, uno de los caudillos influyentes del partido socialista, en que se había destacado por su furiosa demagogia y que, en aquellos días, era director del Avanti. Mussolini se pronunció decididamente por la intervención y consiguió atraerse un cierto número de militantes socialistas y sindicalistas. El partido le expulsó de sus filas. Con dinero facilitado por el gobierno francés, Mussolini fundó Il Popolo d´Italia — que en sus inicios llevaba todavía el subtítulo de diario socialista —emprendió una campaña de gran energía contra la neutralidad y empezó a crear partidarios de la intervención y que fueron la base del movimiento fascista.
Con ayuda de sus agentes, de los sectores de la burguesía italiana interesados en la guerra y de los lugartenientes del capitalismo en el movimiento obrero, la «Entente» obtuvo la victoria. El gobierno presidido por Giolitti, que se hallaba en manos de la industria ligera y de los grandes terratenientes, se vio obligado a dimitir, y el 23 de mayo de 1915 Italia declaraba la guerra a Austria-Hungría.