El fas­cis­mo italiano

Con­quis­ta­do el poder, no tar­dó el fas­cis­mo en mani­fes­tar su ver­da­de­ro carác­ter. No había veni­do cier­ta­men­te a luchar con­tra el gran capi­ta­lis­mo —como ima­gi­na­ban, inge­nuas, las masas de la peque­ña bur­gue­sía — , sino a defen­der­lo por enci­ma de todo. Nada que­da­ba en pie de la pro­pa­gan­da dema­gó­gi­ca de la pri­me­ra épo­ca. No fue supri­mi­do el ejer­ci­to per­ma­nen­te, y el meca­nis­mo de repre­sión del Esta­do fue refor­za­do con la crea­ción de la mili­cia fas­cis­ta y el aumen­to mons­truo­so de las fuer­zas de poli­cía; en lugar de la con­fis­ca­ción de los bene­fi­cios de gue­rra, se con­ce­die­ron fabu­lo­sas sub­ven­cio­nes a empre­sas tales como la «Ansal­do», que había que­bra­do como ya sabe­mos; las car­gas fis­ca­les, en for­ma de impues­tos direc­tos e indi­rec­tos, caye­ron sobre los obre­ros y los cam­pe­si­nos pobres; se redu­je­ron los sala­rios, las pen­sio­nes a los fun­cio­na­rios y a los invá­li­dos de la gue­rra; fue abo­li­da la ley de alqui­le­res, que ponía freno a la codi­cia de los pro­pie­ta­rios, aumen­tó el paro for­zo­so, etc., etc.

A par­tir de 1922 el fas­cis­mo ha ido acen­tuan­do su polí­ti­ca des­ca­ra­da­men­te favo­ra­ble a los intere­ses del gran capi­tal, encu­bier­to por fra­ses pom­po­sas y una mez­qui­na teo­ría cuyos prin­ci­pios bási­cos son la pri­ma­cía de la idea de patria y la cola­bo­ra­ción de todos los ele­men­tos del inte­rés de la «nación» (es decir, de la gran burguesía).

El carác­ter de este estu­dio, que nos impo­ne cier­tas limi­ta­cio­nes, nos impi­de dete­ner­nos en el aná­li­sis deta­lla­do de la polí­ti­ca del fas­cis­mo duran­te los sie­te años y medio que lle­va de gobierno. Por este moti­vo nos limi­ta­re­mos a comen­tar bre­ve­men­te, para no des­viar­nos dema­sia­do de la fina­li­dad esen­cial­men­te polé­mi­ca de este libro, los prin­ci­pa­les jui­cios expues­tos acer­ca de este pun­to por el señor Cambó.

Como ya hemos vis­to, el autor de Las Dic­ta­du­ras pre­sen­ta el fas­cis­mo como un atre­vi­do inten­to de bus­car nue­vas for­mu­las (p. 52). Si por nue­vas for­mu­las sobre­en­tien­de nues­tro autor nue­vos tér­mi­nos con­ven­cio­na­les para exor­nar con fra­ses bri­llan­tes el con­te­ni­do ver­da­de­ro de la polí­ti­ca fas­cis­ta — la defen­sa de los intere­ses de la gran bur­gue­sía por todos los medios lega­les o extra­le­ga­les -, esta­mos de acuer­do. Y si es así, no se pue­de hablar, como habla con reite­ra­ción nues­tro pre­opi­nan­te, de la revo­lu­ción fas­cis­ta, por­que las revo­lu­cio­nes no bus­can nue­vas for­mu­las, sino que des­tru­yen las bases eco­nó­mi­cas y socia­les del régi­men exis­ten­te para crear otras nue­vas. La for­mu­la no es ante­rior, sino pos­te­rior a la revolución.

El ras­go carac­te­rís­ti­co fun­da­men­tal del fas­cis­mo es el des­pre­cio abso­lu­to de la demo­cra­cia1, y en ese sen­ti­do, nada ha inven­ta­do. Mus­so­li­ni ha teni­do pre­de­ce­so­res que, en este terreno, nada tie­nen que envi­diar­le. La úni­ca inno­va­ción intro­du­ci­da por el duce ha con­sis­ti­do en bar­ni­zar su bru­ta­li­dad anti­de­mo­crá­ti­ca con una pseu­do-ideo­lo­gía en la cual se hallan for­mu­las tales como la de que «la liber­tad no es sólo un dere­cho, sino un deber», y que ofre­cen sor­pren­den­te ana­lo­gía con las diva­ga­cio­nes del señor Cam­bó acer­ca de la demo­cra­cia-dere­cho y la demo­ra­cia-deber. En esen­cia, la ideo­lo­gía mus­so­li­nia­na no con­tie­ne nada nuevo.

¿Qué ha dicho de nue­vo Mus­so­li­ni — pre­gun­ta un escri­tor ruso2 ‑que no se haya oído ya de los labios del inglés Bes­con­field o del oscu­ran­tis­ta ruso Pobe­do­nótsev? Todos ellos recha­za­ban indig­na­dos el mate­ria­lis­mo, la lucha de cla­ses, el ateís­mo; todos ellos eran «idea­lis­tas» puros, patrio­tas y cre­yen­tes pro­fun­dos. Si los fas­cis­tas ita­lia­nos, en com­pa­ra­ción, pue­den vana­glo­riar­se de méri­tos par­ti­cu­la­res en lo que ata­ñe a la lucha con­tra el movi­mien­to obre­ro, y si en esta esfe­ra han dicho algo nue­vo, ha sido úni­ca­men­te en el terreno del terror blan­co orga­ni­za­do des­de el Estado.

Nin­guno de los gober­nan­tes reac­cio­na­rios de Euro­pa: Bes­con­field, Bis­marck, Poin­ca­ré, Cris­pi3, ha aspi­ra­do a gober­nar sin opo­si­ción. Has­ta 1925 el duce se esfor­zó tam­bién en obte­ner la cola­bo­ra­ción de los demás par­ti­dos, y no solo en el par­la­men­to, sino tam­bién en el mis­mo poder. Dota­do de bas­tan­te inte­li­gen­cia polí­ti­ca para no igno­rar que, en reali­dad, la lucha esta­ba enta­bla­da entre dos frac­cio­nes de la bur­gue­sía: una deci­di­da y otra vaci­lan­te, y que, en el fon­do, entre el fas­cis­mo y los par­ti­dos demo­crá­ti­cos exis­tía una iden­ti­fi­ca­ción com­ple­ta en lo refe­ren­te a la intan­gi­bi­li­dad del régi­men capi­ta­lis­ta, se mos­tra­ba dis­pues­to a hacer­les a estos últi­mos cier­tas con­ce­sio­nes. Si los par­ti­dos de opo­si­ción bur­gue­sa fra­ca­sa­ron rui­do­sa­men­te en un inten­to de resis­ten­cia que, como hace notar con acier­to el señor Cam­bó, lle­gó a su apo­geo des­pués del vilí­si­mo ase­si­na­to de Mateot­ti, fue por­que las gran­des masas popu­la­res, que pre­ten­dían repre­sen­tar, no los sos­tu­vie­ron. Har­to sabía Mus­so­li­ni que la opo­si­ción no se apo­ya­ba en aque­llas masas, y por esto, con nota­ble habi­li­dad, cuan­do se con­ven­ció de que podía pres­cin­dir de la cola­bo­ra­ción opo­si­cio­nis­ta sin peli­gro para el régi­men fas­cis­ta, des­pués de man­te­ner una acti­tud con­ci­lia­do­ra en los momen­tos en que era mayor la con­mo­ción, ases­tó el gol­pe de gra­cia a sus enemi­gos políticos.

Por estas cau­sas, y no por las razo­nes pura­men­te sub­je­ti­vas que adu­ce el autor de Las Dic­ta­du­ras (pp. 112 y 113), vió­se el duce impe­li­do a ins­ti­tuir el mono­po­lio del par­ti­do fas­cis­ta. «A par­tir de aquel momen­to — dice Cambó‑, apli­can­do la for­mu­la de Lenin, todo el poder pasó a todo el fas­cis­mo» (p. 114). Reser­ván­do­nos para más ade­lan­te expo­ner las dife­ren­cias esen­cia­les exis­ten­tes entre la con­cep­ción fas­cis­ta y la con­cep­ción comu­nis­ta, no pode­mos dejar de con­sig­nar aquí lo absur­do de seme­jan­te com­pa­ra­ción. La for­mu­la de Lenin no era «todo el poder al comu­nis­mo», sino «todo el poder a los soviets»; es decir, no a las orga­ni­za­cio­nes del par­ti­do, sino a las de todas las masas de tra­ba­ja­do­res del cam­po y de la ciu­dad, orga­ni­za­cio­nes for­ja­das por estas mis­mas masas en el fue­go de la revolución.

Una vez exa­mi­na­da la evo­lu­ción del fas­cis­mo en el poder, des­de la fór­mu­la de cola­bo­ra­ción con los demás par­ti­dos has­ta el mono­po­lio abso­lu­to, nos res­ta dar una ojea­da a los dos aspec­tos fun­da­men­ta­les de la actua­ción del Gobierno de Mus­so­li­ni: la polí­ti­ca eco­nó­mi­ca y la polí­ti­ca social.

¿Cuál ha sido, según el señor Cam­bó, la polí­ti­ca fas­cis­ta en el pri­me­ro de estos dos aspec­tos? Vale la pena repro­du­cir ínte­gra­men­te el párra­fo que, en su libro, dedi­ca a esta cuestión:

En el régi­men de vida eco­nó­mi­ca, el fas­cis­mo ha segui­do, tan­to antes como des­pués de 1928, una direc­ción abso­lu­ta­men­te opues­ta a la de Rusia y a la de otras dic­ta­du­ras, espe­cial­men­te la de Espa­ña. No sola­men­te ha res­pe­ta­do el cam­po de acción de la ini­cia­ti­va pri­va­da, sino que lo ha ensan­cha­do, y la acción cons­tan­te del gobierno — de un gobierno omni­po­ten­te- no la ha con­tra­ria­do nun­ca; antes bien, todas sus inten­cio­nes han sido enca­mi­na­das a esti­mu­lar­la: ni un mono­po­lio, ni una ayu­da del Esta­do a una empre­sa en com­pe­ten­cia con otras, ni una res­tric­ción al des­en­vol­vi­mien­to de las indus­trias, ni una limi­ta­ción a la libre con­cu­rren­cia inte­rior, ni un obs­tácu­lo a la entra­da de capi­ta­les exte­rio­res. Para la Ita­lia fas­cis­ta no sería jus­ta la fra­se de un dele­ga­do ofi­cial bol­che­vi­que: «¿El bol­che­vis­mo? Nada extra­or­di­na­rio para uste­des: el día que se implan­ta­ra aquí verían como, en el orden eco­nó­mi­co, no le que­da­ría nada por hacer» (pp. 116 y 117).

Es sor­pren­den­te que el señor Cam­bó que, con una jus­ti­cia que aho­ra no que­re­mos aqui­la­tar, goza de fama de eco­no­mis­ta y finan­cie­ro, al exa­mi­nar la polí­ti­ca del gobierno fas­cis­ta en su aspec­to fun­da­men­tal sal­ga del paso con unas cuan­tas afir­ma­cio­nes escue­tas, sin apo­yo en un aná­li­sis obje­ti­vo. El tema es intere­san­te y es de lamen­tar que las limi­ta­cio­nes que nos hemos impues­to nos pri­ven de dedi­car­le toda la aten­ción que merece.

En este terreno, tam­po­co el fas­cis­mo ita­liano ha inven­ta­do nada; se ha limi­ta­do a man­te­ner­se fiel a su esen­cia bur­gue­sa, prac­ti­can­do la polí­ti­ca clá­si­ca libe­ral — a des­pe­cho de los ana­te­mas ful­mi­na­dos con­tra el liberalismo‑, con­sis­ten­te en «res­pe­tar el cam­po de la ini­cia­ti­va pri­va­da» o, para decir­lo en otros tér­mi­nos, en no opo­ner obs­tácu­lo al libre des­en­vol­vi­mien­to del capi­ta­lis­mo indus­trial. Ya en un dis­cur­so pro­nun­cia­do el 18 de mar­zo de 1923, en el Segun­do Con­gre­so de la Cáma­ra de Comer­cio Inter­na­cio­nal, cele­bra­do en Roma, Mus­so­li­ni pro­cla­ma­ba la reso­lu­ción de su gobierno de obrar de acuer­do con esta polí­ti­ca de no inter­ven­ción y de «renun­cia por el Esta­do a las fun­cio­nes eco­nó­mi­cas, para las cua­les no es com­pe­ten­te»4.

Pero polí­ti­ca de no inter­ven­ción no quie­re decir polí­ti­ca de inhi­bi­ción. El gobierno fas­cis­ta no se limi­ta a «dejar a la ini­cia­ti­va pri­va­da su libre jue­go»5, sino que la fomen­ta valién­do­se de una polí­ti­ca de inter­ven­ción direc­ta. Borrar de una plu­ma­da 300 millo­nes de liras de impues­tos que habían de pagar los capi­ta­lis­tas ita­lia­nos o hacer un rega­lo de 400 millo­nes a la Ansal­do —dos de los pri­me­ros actos rea­li­za­dos en el terreno eco­nó­mi­co por Mus­so­li­ni— no cree­mos que pue­da ser juz­ga­do como una prue­ba de inhibición.

El gobierno fas­cis­ta, con ayu­da de un sis­te­ma fis­cal ins­pi­ra­do en el pro­pó­si­to con­cre­to y defi­ni­do de favo­re­cer los intere­ses del gran capi­tal, ha pro­te­gi­do efi­caz­men­te el pro­ce­so de con­cen­tra­ción de la indus­tria, de la agri­cul­tu­ra, del comer­cio y de los ban­cos, que duran­te estos últi­mos años ha dado un gran paso de avan­ce, y ha expro­pia­do a milla­res de indus­tria­les medios y modes­tos y cam­pe­si­nos. Intere­sa­do, como la plu­to­cra­cia a quien repre­sen­ta, en el desa­rro­llo indus­trial del país, no tie­ne nada de sor­pren­den­te —si se con­si­de­ra la insu­fi­cien­cia de recur­sos en el inte­rior para ace­le­rar la indus­tria­li­za­ción— que no haya opues­to, como hace notar el autor de Las Dic­ta­du­ras, «ni una res­tric­ción al des­en­vol­vi­mien­to de las indus­trias, ni una limi­ta­ción a la libre con­cu­rren­cia inte­rior, ni un obs­tácu­lo a la entra­da de capi­ta­les exte­rio­res» (p. 117).

Des­de la ini­cia­ción de su ges­tión acuer­da el Gobierno de Mus­so­li­ni una serie de medi­das enca­mi­na­das a desa­rro­llar el capi­ta­lis­mo indí­ge­na y favo­re­cer la pene­tra­ción de capi­ta­les extran­je­ros median­te la abo­li­ción de los cre­ci­dos impues­tos que ante­rior­men­te gra­vi­ta­ban sobre ellos. Por otra par­te, la polí­ti­ca de infla­ción pro­vo­có duran­te los años 1924 y 1925 un rela­ti­vo pro­gre­so indus­trial. Pero la refor­ma más sig­ni­fi­ca­ti­va rea­li­za­da en este terreno es la ins­ti­tui­da por el Decre­to del 29 de mar­zo de 1923. En Ita­lia exis­te un con­sor­cio pri­va­do cuya fina­li­dad es sos­te­ner en el alza debi­da, el cur­so de los valo­res indus­tria­les. Este con­sor­cio goza­ba, antes del gol­pe de Esta­do fas­cis­ta, de un cré­di­to limi­ta­do. A vir­tud del alu­di­do Decre­to, Mus­so­li­ni orde­nó la supre­sión de todas las limi­ta­cio­nes a que has­ta enton­ces se veía suje­to el cré­di­to del Esta­do a ese con­sor­cio. Si se tie­nen en cuen­ta la des­va­lo­ri­za­ción de la lira en aque­lla épo­ca y las extra­or­di­na­rias pro­por­cio­nes adqui­ri­das por la infla­ción, se habrá de coin­ci­dir for­zo­sa­men­te con la opi­nión expre­sa­da por un eco­no­mis­ta ita­liano, según el cual esta refor­ma que «ponía a dis­po­si­ción de la plu­to­cra­cia ita­lia­na —a cuen­ta de la cla­se media y la peque­ña bur­gue­sía— casi todos los exce­den­tes del Teso­ro, pone al des­cu­bier­to, en com­ple­ta des­nu­dez el “carác­ter de cla­se” del pro­gra­ma polí­ti­co —finan­cie­ro del fas­cis­mo ita­liano»6.

La polí­ti­ca eco­nó­mi­ca del Gobierno de Mus­so­li­ni pue­de, pues, resu­mir­se así: no inter­ven­ción cuan­do esta pue­de cons­ti­tuir un obs­tácu­lo a los intere­ses del gran capi­tal, e inter­ven­ción enér­gi­ca con tal de esti­mu­lar el desa­rro­llo inde­pen­dien­te del gran capital.

La expe­rien­cia ita­lia­na ha veni­do a demos­trar una vez más que el Esta­do es siem­pre un ins­tru­men­to pues­to al ser­vi­cio de una cla­se deter­mi­na­da, que el Esta­do neu­tro, situa­do al mar­gen de las cla­ses, no exis­te ni ha exis­ti­do nunca.

El señor Cam­bó que, gra­cias al carác­ter esque­má­ti­co de su expo­si­ción, nos pri­va del pla­cer de admi­rar su habi­li­dad en demos­trar­nos el carác­ter neu­tro del Esta­do ita­liano, com­pa­ra la polí­ti­ca eco­nó­mi­ca del fas­cis­mo con la de la Rusa sovié­ti­ca y la de la Espa­ña de la Dic­ta­du­ra. Es de lamen­tar que tam­bién en este caso, haya nues­tro autor con­si­de­ra­do posi­ble salir del paso con una sim­ple afir­ma­ción. Exa­mi­né­mos­la brevemente.

Que «en el régi­men de la vida eco­nó­mi­ca, el fas­cis­mo ha segui­do… una direc­ción abso­lu­ta­men­te opues­ta a la de Rusia» (p. 116), es una ver­dad axio­má­ti­ca. Pero, la opo­si­ción no con­sis­te fun­da­men­tal­men­te en que en Ita­lia se prac­ti­que una polí­ti­ca de no inter­ven­ción y en Rusia una polí­ti­ca inter­ven­cio­nis­ta, sino en que la del Esta­do fas­cis­ta tie­ne como fina­li­dad con­so­li­dar el sis­te­ma capi­ta­lis­ta, y la de la Repú­bli­ca Sovié­ti­ca arran­car­lo de cua­jo, lo cual cons­ti­tu­ye «dos gran­des dife­ren­cias», como se dice humo­rís­ti­ca­men­te en Rusia. El carác­ter anta­gó­ni­co de las dos fina­li­da­des per­se­gui­das por estos dos regí­me­nes habría de excluir­los de toda com­pa­ra­ción en el sen­ti­do que la esta­ble­ce el autor de Las Dic­ta­du­ras. Pero, como si con esto no bas­ta­se, nues­tro pre­opi­nan­te cie­rra su jui­cio suma­rio sobre la polí­ti­ca eco­nó­mi­ca del fas­cis­mo con una fra­se atri­bui­da a un «dele­ga­do ofi­cial bol­che­vi­que», tan absur­da, que pone­mos en duda su auten­ti­ci­dad, a menos que el alu­di­do «dele­ga­do ofi­cial» se hubie­se bur­la­do de su interlocutor.

¿Qué al bol­che­vis­mo no le que­da­ría nada que hacer, en el orden eco­nó­mi­co, el día en que se implan­ta­se en Espa­ña? (por­que es indu­da­ble que la alu­sión se refie­re a nues­tro país). La afir­ma­ción es tan absur­da que tener que reba­tir­la cons­ti­tu­ye, en cier­to modo, una ofen­sa al lec­tor. El prin­ci­pio esen­cial de la polí­ti­ca eco­nó­mi­ca del bol­che­vis­mo es la expro­pia­ción de la bur­gue­sía y de los gran­des pro­pie­ta­rios agra­rios. Si en este aspec­to no le que­da­se al bol­che­vis­mo nada por hacer equi­val­dría a tan­to como decir que el Gobierno de Pri­mo de Rive­ra había ya efec­tua­do esta expro­pia­ción. Y rece­la­mos que no fue, pre­ci­sa­men­te, esta fina­li­dad la del gol­pe de Esta­do rea­li­za­do por el general.

¿Cuál fue, en reali­dad, la polí­ti­ca eco­nó­mi­ca de la dic­ta­du­ra espa­ño­la? Una polí­ti­ca incons­tan­te, incier­ta, dubi­ta­ti­va, como era —y sigue sien­do— nues­tra eco­no­mía; como era —y sigue sien­do— nues­tra situa­ción política.

Naci­da en un país que se halla en esta­do de per­ma­nen­te cri­sis eco­nó­mi­ca —resul­ta­do del esca­so desa­rro­llo de la indus­tria, de su retra­so téc­ni­co, de la fal­ta de mer­ca­dos exte­rio­res, del pau­pe­ris­mo que res­trin­ge el mer­ca­do inte­rior, así como de la for­ma ante­di­lu­via­na de expor­ta­ción de agri­cul­tu­ra — , es un país en el cual la bur­gue­sía indus­trial es toda­vía débil, y se halla en con­tra­dic­ción con un sis­te­ma de pro­pie­dad agra­ria en que ocu­pa impor­tan­te lugar el lati­fun­dio, en un país en don­de pre­do­mi­na la eco­no­mía peque­ño-bur­gue­sa y no exis­te nin­gún par­ti­do polí­ti­co de cla­se orga­ni­za­do sóli­da­men­te, la polí­ti­ca eco­nó­mi­ca de la dic­ta­du­ra, bien que pues­ta natu­ral­men­te al ser­vi­cio de las cla­ses pri­vi­le­gia­das no podía dejar de ser abun­dan­te en con­tra­dic­cio­nes. Por ello, a una polí­ti­ca estric­ta­men­te pro­tec­cio­nis­ta, suce­dían medi­das favo­ra­bles a la impor­ta­ción de pro­duc­tos extran­je­ros o a la intro­mi­sión de cier­tos gru­pos del capi­tal finan­cie­ro inter­na­cio­nal. La dic­ta­du­ra, sin apo­yo en nin­gu­na base más o menos fir­me, la bus­ca­ba ora en unos ele­men­tos ora en otros, aun­que fue­se a cuen­ta de fomen­tar el pro­ce­so de des­com­po­si­ción de la eco­no­mía espa­ño­la. Este jue­go no podía durar, y esta fue una de las cau­sas fun­da­men­ta­les de la caí­da de la dictadura.

Pero vol­va­mos a la obra del fas­cis­mo ita­liano des­de el poder para exa­mi­nar bre­ve­men­te su polí­ti­ca social, a la que el señor Cam­bó dedi­ca mucha más aten­ción que a la económica.

La polí­ti­ca social del gobierno fas­cis­ta está natu­ral­men­te, con­di­cio­na­da por la polí­ti­ca eco­nó­mi­ca y, por con­si­guien­te, subor­di­na­da a la fina­li­dad esen­cial del régi­men: ser­vir los intere­ses del gran capi­tal. En este sen­ti­do, que es el que ofre­ce ver­da­de­ra impor­tan­cia, la polí­ti­ca social del fas­cis­mo, con­tra­ria­men­te a lo que pre­ten­de el señor Cam­bó, no ha hecho «tan­teos y evo­lu­cio­nes», sino que ha segui­do una línea rec­ta. Como de cos­tum­bre, se ha inten­ta­do velar su ver­da­de­ro carác­ter bajo la hoja­ras­ca retó­ri­ca y la dema­go­gia más impú­di­ca. El fas­cis­mo ha impues­to a la cla­se obre­ra los más gran­des sacri­fi­cios, no en nom­bre, ni que decir tie­ne, de los intere­ses de la bur­gue­sía, sino en los de la «nación» y la «pro­duc­ción». ¿Gobierno anti­obre­ro? No, fir­ma­ban y siguen afir­man­do los fas­cis­tas; Gobierno ita­liano, gobierno al mar­gen de las cla­ses, que subor­di­na los intere­ses par­ti­cu­la­res a los supe­rio­res del Esta­do. «Nin­gún pri­vi­le­gio a la bur­gue­sía —decla­ra­ba Mus­so­li­ni en su pri­mer dis­cur­so en el Par­la­men­to, des­pués del gol­pe de Esta­do — ; nin­gún pri­vi­le­gio a las cla­ses tra­ba­ja­do­ras; tute­la de todos los intere­ses que armo­ni­cen con los de la pro­duc­ción y los nacio­na­les». «En el sis­te­ma fas­cis­ta —decía el 22 de junio de 1926— los obre­ros ya no son explo­ta­dos, son unos cola­bo­ra­do­res de la producción».

Sin embar­go, no pue­de a veces Mus­so­li­ni con­te­ner cier­tas expre­sio­nes de sin­ce­ri­dad y así, el 9 de junio de 1923, decla­ra­ba abier­ta­men­te al sena­do que el fas­cis­mo era un movi­mien­to «anti­so­cia­lis­ta y, por tan­to, antiobrero».

No les era pre­ci­sa a los obre­ros para su con­ven­ci­mien­to esta decla­ra­ción del duce. La vio­len­cia con­tra el movi­mien­to obre­ro, la des­truc­ción de orga­ni­za­cio­nes crea­das como fru­to de déca­das de esfuer­zos y com­ba­tes, el régi­men de terror esta­ble­ci­do en las fabri­cas, los aten­ta­dos per­ma­nen­tes y sis­te­má­ti­cos a la situa­ción mate­rial y jurí­di­ca de la cla­se tra­ba­ja­do­ra han sido para esta más elo­cuen­tes que toda la infla­ma fra­seo­lo­gía de los fascistas.

Los sin­di­ca­tos, gra­cias al sis­te­ma cor­po­ra­ti­vo, se han con­ver­ti­do en un engra­na­je más de la máqui­na esta­tal bur­gue­sa. Los con­tra­tos colec­ti­vos de tra­ba­jo, esti­pu­la­dos inme­dia­ta­men­te des­pués de la pro­cla­ma­ción de la famo­sa Car­ta del Tra­ba­jo, que pro­vo­có la jus­ti­fi­ca­da admi­ra­ción de la bur­gue­sía y de los socia­lis­tas refor­mis­tas de todos los paí­ses, esta­ble­cie­ron la reduc­ción de un 20 por cien­to de los sala­rios de dos millo­nes de obre­ros, reduc­ción par­ti­cu­lar­men­te sen­si­ble por el hecho de que en Ita­lia, inclu­so en los momen­tos de mayor pujan­za del movi­mien­to obre­ro, los jor­na­les han sido siem­pre muy infe­rio­res al míni­mo vital nece­sa­rio. Ade­más, uno de los pri­me­ros resul­ta­dos de la lla­ma­da refor­ma cor­po­ra­ti­va fue el licen­cia­mien­to de 51.000 ferro­via­rios y 32.000 obre­ros de otras cate­go­rías. Sume­mos a esto que la jor­na­da de tra­ba­jo de nue­ve horas es un fenó­meno nor­mal, y la de diez un fenó­meno muy corrien­te. La úni­ca dis­po­si­ción apa­ren­te­men­te favo­ra­ble a los tra­ba­ja­do­res ha sido la intro­duc­ción del Segu­ro social obli­ga­to­rio. No hay que decir que la pren­sa fas­cis­ta creó un gran albo­ro­to en torno a esta refor­ma, efec­tua­da, en reali­dad, a expen­sas de los obre­ros, pues­to que el fon­do del Segu­ro está cons­ti­tui­do en un 50 por cien­to por las coti­za­cio­nes de estos últimos.

Cree­mos sufi­cien­tes estos datos para dar idea del ver­da­de­ro sen­ti­do de la polí­ti­ca social del fas­cis­mo italiano.

Lo úni­co que de esta polí­ti­ca mere­ce la aten­ción del señor Cam­bó es lo rea­li­za­do en el pac­to de las fun­cio­nes, estruc­tu­ra y dere­chos de los sin­di­ca­tos fas­cis­tas, con­ce­dien­do, como de cos­tum­bre, una impor­tan­cia exclu­si­va a las dis­po­si­cio­nes de orden pura­men­te for­mal. No con­ce­de más que una impor­tan­cia secun­da­ria a las reduc­cio­nes de sala­rios, que con­si­de­ra «indis­pen­sa­bles para un ajus­te de pre­cios». Ni siquie­ra alu­de a la jor­na­da de tra­ba­jo. Estas cues­tio­nes deben pare­cer­le míni­mas a un hom­bre que sien­te un inte­rés tan «espi­ri­tual» por las finan­zas. En su expo­si­ción, por otra par­te extre­ma­da­men­te con­fu­sa, no halla­réis ni una sola indi­ca­ción des­ti­na­da a escla­re­cer la orien­ta­ción fun­da­men­tal del fas­cis­mo en la esfe­ra polí­ti­ca. Si bus­cáis un jui­cio con­cre­to acer­ca de esta últi­ma no seréis afor­tu­na­dos, aun­que una rica expe­rien­cia añe­ja sumi­nis­tre todos los ele­men­tos nece­sa­rios para for­mar opi­nión. No quie­re esto decir, natu­ral­men­te, que el señor Cam­bó no se la haya for­mu­la­do, pero fiel a su pro­ce­di­mien­to, tien­de siem­pre a velar­la. «Hoy, de hecho —dice — , están supri­mi­dos en Ita­lia los con­flic­tos socia­les, como lo están en Rusia, y las ven­ta­jas que a la eco­no­mía ita­lia­na ha repor­ta­do la des­apa­ri­ción de huel­gas y lock-outs son innegables».

Lo que para el lea­der regio­na­lis­ta tie­ne aquí impor­tan­cia es des­ta­car el hecho de que, en Ita­lia, bajo el régi­men fas­cis­ta, hayan des­apa­re­ci­do, según él, las huel­gas, lo cual cons­ti­tu­ye uno de los argu­men­tos siem­pre a pun­to de ser uti­li­za­dos a favor de la dic­ta­du­ra. Las reser­vas acer­ca de la dura­ción de estas ven­ta­jas, y sobre los resul­ta­dos que pue­dan tener en «una men­gua en el esfuer­zo indi­vi­dual, así de patro­nos como de obre­ros», tie­nen un valor pura­men­te secun­da­rio y están des­ti­na­das a ate­nuar el carác­ter dema­sia­do cate­gó­ri­co de la afir­ma­ción, por­que con­vie­ne no olvi­dar que el autor se pre­sen­ta exte­rior­men­te como adver­sa­rio de la dictadura.

¿Es pre­ci­so, por otra par­te, hacer notar, una vez más, el absur­do de com­pa­rar Ita­lia con Rusia? En Rusia están, de hecho, supri­mi­dos los con­flic­tos socia­les o, para hablar con más pro­pie­dad, los con­flic­tos entre patro­nos y obre­ros, por la razón sen­ci­lla de que la cla­se patro­nal exis­te en pro­por­cio­nes tan míni­mas, tie­ne un peso espe­cí­fi­co tan insig­ni­fi­can­te en la eco­no­mía del país que no vale ni la pena de men­cio­nar­la. Y así y todo, no pue­de afir­mar­se que los con­flic­tos hayan des­apa­re­ci­do defi­ni­ti­va­men­te. En las con­ta­dí­si­mas empre­sas pri­va­das exis­ten­tes, se ha pro­du­ci­do, duran­te estos últi­mos años, más de una huel­ga, con la par­ti­cu­la­ri­dad de que en Ita­lia, en caso de huel­ga, todo el apar­to del Esta­do y de las cor­po­ra­cio­nes —tér­mino que, dicho sea de paso para des­truir una de las habi­tua­les con­fu­sio­nes del señor Cam­bó, es sinó­ni­mo de «sin­di­ca­tos»— son incon­di­cio­nal­men­te pues­tos al ser­vi­cio de los patro­nos; en Rusia el Esta­do y los sin­di­ca­tos son los ins­tru­men­tos más efi­ca­ces de que se vale la cla­se obre­ra para luchar con­tra el patro­na­to. Hare­mos cons­tar final­men­te que si, a con­se­cuen­cia del terror fas­cis­ta y del fra­ca­so del movi­mien­to revo­lu­cio­na­rio, el núme­ro de huel­gas es menos con­si­de­ra­ble en Ita­lia que antes del gol­pe de Esta­do de las «cami­sas negras», no es exac­to que no se pro­duz­ca nin­gún con­flic­to social. «El deseo de los fas­cis­tas de supri­mir las huel­gas —dice un escri­tor ale­mán fas­cis­ta7— no ha sig­ni­fi­ca­do su supresión».

En efec­to, la explo­ta­ción durí­si­ma de que son víc­ti­mas los obre­ros ita­lia­nos a con­se­cuen­cia de la «bien­he­cho­ra» (para los patro­nos), «polí­ti­ca nacio­nal» del gobierno fas­cis­ta pro­vo­ca con fre­cuen­cia agi­ta­cio­nes y huel­gas. Así, por ejem­plo, a media­dos de 1927 entra­ron en movi­mien­to con­tra la anun­cia­da dis­mi­nu­ción de los sala­rios en un 20 por cien­to, no menos de 400 mil obre­ros8.

El gobierno sofo­có el movi­mien­to adop­tan­do seve­rí­si­mas medi­das de repre­sión, pero el secre­ta­rio gene­ral del par­ti­do fas­cis­ta, Augus­to Tura­ti, vió­se obli­ga­do a enviar, el mes de octu­bre, una cir­cu­lar a los pre­fec­tos en la que acon­se­ja­ba a los indus­tria­les sus­pen­der la segun­da reduc­ción de sala­rios en un 10 por cien­to ya anun­cia­da. Duran­te los años 1928 y 1929 las pro­por­cio­nes del movi­mien­to han sido menos con­si­de­ra­bles, como con­se­cuen­cia de la repre­sión que debi­li­ta al pro­le­ta­ria­do y de la polí­ti­ca más pru­den­te de la CGT9, que ha pre­fe­ri­do, en el perío­do actual, con­sa­grar prin­ci­pal­men­te sus fuer­zas a un tra­ba­jo de orga­ni­za­ción para pre­pa­rar nue­vos ata­ques con mayo­res garan­tías de éxito.

Uno de los hechos más carac­te­rís­ti­cos de este movi­mien­to fue el de su reper­cu­sión en las pro­pias filas de los sin­di­ca­tos fas­cis­tas. El hecho tie­ne una expli­ca­ción sen­ci­llí­si­ma, pero que vale la pena examinar.

Los sin­di­ca­tos fas­cis­tas no han sido nun­ca popu­la­res entre el pro­le­ta­ria­do que, a pesar de las decep­cio­nes sufri­das y de las terri­bles repre­sio­nes de que ha sido víc­ti­ma duran­te estos últi­mos años, no ha per­di­do su sen­ti­mien­to de cla­se y espe­ra ansio­sa­men­te la hora de la revan­cha. El fas­cis­mo ha emplea­do, para con­quis­tar­lo, todos los medios. Pero todos inú­til­men­te. La cla­se obre­ra no con­si­de­ra ni con­si­de­ra­rá nun­ca a las cor­po­ra­cio­nes como orga­ni­za­cio­nes propias.

Krúps­kaia cuen­ta en sus Memo­rias que Lenin, duran­te los sie­te años de la negra repre­sión que suce­die­ron a la revo­lu­ción de 1905, cuan­do todas las orga­ni­za­cio­nes revo­lu­cio­na­rias habían sido des­trui­das y el par­ti­do esta­ba des­mem­bra­do, gus­ta­ba de repe­tir una can­ción patrió­ti­ca alsa­cia­na, que decía así:

Vous avez pris l’Alsace et la Lorraine
Mais mal­gé vous nous res­te­rons francais;
Vous avez pu ger­ma­ni­ser nos plaines,
Mais notre coeur ne l’aurez jamais!
10

Habéis des­trui­do nues­tras orga­ni­za­cio­nes —podrán decir hoy los obre­ros ita­lia­nos— pero per­ma­ne­ce­re­mos fie­les a nues­tra cla­se; habéis podi­do ins­cri­bir­nos en los sin­di­ca­tos fas­cis­tas; pero jamás posee­réis nues­tro corazón.

La fuer­za numé­ri­ca de los sin­di­ca­tos fas­cis­tas es com­ple­ta­men­te fic­ti­cia. No es cier­to, como afir­ma el señor Cam­bó, que los obre­ros «tra­ta­ron de ingre­sar en ellos, com­pro­me­tién­do­se a obe­de­cer lo acor­da­do». A excep­ción de algu­nas cate­go­rías, poco nume­ro­sas, de obre­ros no cali­fi­ca­dos (peo­nes, pana­de­ros, etc.), los tra­ba­ja­do­res no han ingre­sa­do nun­ca en unos pseu­do-sin­di­ca­tos, que no son más que uno de los engra­na­jes de la máqui­na esta­tal bur­gue­sa, si no han sido a ello obli­ga­dos por el man­ga­ne­llo, o como resul­ta­do de su adhe­sión mecá­ni­ca median­te el des­cuen­to del impor­te de las cuo­tas efec­tua­do por los patro­nos al pagar los sala­rios. En aque­llos luga­res don­de no se han pues­to en prác­ti­ca los pro­ce­di­mien­tos coer­ci­ti­vos, ha sido insig­ni­fi­can­te el núme­ro de obre­ros ingre­sa­dos en los sin­di­ca­tos. Aho­ra bien, a pesar de las leyes de excep­ción y del terror, no han podi­do evi­tar los fas­cis­tas la fer­men­ta­ción de las masas regi­men­ta­das por la fuer­za de sus cor­po­ra­cio­nes y has­ta en cier­to núme­ro de casos la pujan­za del movi­mien­to ha obli­ga­do a los direc­to­res de las orga­ni­za­cio­nes alu­di­das a poner­se de su par­te para no per­der su con­tac­to con las masas.

La inquie­tud pro­du­ci­da por este hecho obli­gó al par­ti­do a diri­gir una cir­cu­lar espe­cial a los direc­to­res de los sin­di­ca­tos fas­cis­tas dicién­do­les que «ante todo han de ser fas­cis­tas y des­pués obre­ros o capi­ta­lis­tas». A su vez, el gobierno res­trin­gía las atri­bu­cio­nes, ya har­to limi­ta­das, de los sin­di­ca­tos crean­do el lla­ma­do Esta­do corporativo.

La cau­sa, inme­dia­ta de esta refor­ma fue, pues, la pre­sión de las masas obre­ras, deter­mi­na­da por las con­tra­dic­cio­nes de cla­se que las medi­das de repre­sión son inca­pa­ces de borrar y no, como pre­ten­de el autor de Las Dic­ta­du­ras una lucha abier­ta entre el gobierno y la Con­fe­de­ra­ción Nacio­nal de Cor­po­ra­cio­nes Fas­cis­tas. Ros­so­ni y sus lugar­te­nien­tes no habían renun­cia­do en lo más míni­mo a su pro­pó­si­to de subor­di­nar la acción de las cor­po­ra­cio­nes a los intere­ses de la bur­gue­sía; pero, des­de la base, des­de las orga­ni­za­cio­nes loca­les, se veían des­bor­da­dos por la cla­se obre­ra. Acon­te­ció con cier­tos sin­di­ca­tos fas­cis­tas algo seme­jan­te a lo que suce­dió en Rusia con las orga­ni­za­cio­nes sin­di­ca­les poli­cía­cas de Zubá­tov y Gapón, que crea­das para con­te­ner y des­viar, los avan­ces del movi­mien­to obre­ro vié­ron­se obli­ga­das, bajo la pre­sión de la masa obre­ra, a decla­rar huel­gas, si no que­rían per­der sus adheridos.

Resu­mien­do: bajo el pabe­llón de la «defen­sa de los intere­ses de la pro­duc­ción y del Esta­do», el gobierno fas­cis­ta prac­ti­ca una polí­ti­ca social exclu­si­va­men­te favo­ra­ble a los patro­nos, y que se mani­fies­ta por leyes de excep­ción con­tra las orga­ni­za­cio­nes de la cla­se obre­ra, por la reduc­ción de los sala­rios, la pro­lon­ga­ción de la jor­na­da de tra­ba­jo, la supre­sión de todas las mejo­ras con­quis­ta­das por el pro­le­ta­ria­do. Los sin­di­ca­tos fas­cis­tas no son más que orga­nis­mos del Esta­do pues­tos al ser­vi­cio de la bur­gue­sía y con­tra los cua­les la cla­se obre­ra man­tie­ne una irre­duc­ti­ble acti­tud e hos­ti­li­dad. A pesar de sus esfuer­zos y del terror, el fas­cis­mo no ha con­se­gui­do evi­tar que las con­tra­dic­cio­nes de cla­se se mani­fies­ten; el des­con­ten­to del pro­le­ta­ria­do, fru­to de una explo­ta­ción y de un régi­men de repre­sión durí­si­mos, pro­vo­ca a menu­do movi­mien­tos de pro­tes­ta que los direc­to­res de las cor­po­ra­cio­nes fas­cis­tas son impo­ten­tes para con­te­ner y que en muchos casos se ven obli­ga­dos a seguir.

  1. Al pre­sen­tar­se por pri­me­ra vez ante el par­la­men­to, el 16 de noviem­bre de 1922, Mus­so­li­ni empe­za­ba su dis­cur­so en los siguien­tes tér­mi­nos: «el acto que cum­plo hoy en esta Cáma­ra es un acto de defe­ren­cia ante voso­tros y por el cual no os pido mani­fes­ta­ción algu­na de gra­ti­tud». Y el 27 del mis­mo mes, al con­tes­tar los dis­cur­sos pro­nun­cia­dos con moti­vo de la decla­ra­ción minis­te­rial, aña­día: «¿Quién me impe­día cerrar el par­la­men­to? ¿Quién me impe­día pro­cla­mar una dic­ta­du­ra de dos, tres o más per­so­nas? ¿Quién podía resis­tir­me, quién podía resis­tir un movi­mien­to que no es de 300.000 bole­ti­nes elec­to­ra­les, sino de 300.000 fusi­les? Nadie».
  2. H. San­do­mirs­ki: Teo­ría y prác­ti­ca del fas­cis­mo euro­peo. Mos­cú 1929, p. 81.
  3. El anar­co­sin­di­ca­lis­ta ita­liano Arman­do Borfhi, en su libro L´Italia fra due Cris­pi (Paris, 1925), cali­fi­ca a Mus­so­li­ni de «cari­ca­tu­ra de Fran­ces­co Crispi».
  4. Beni­to Mus­so­li­ni: La nuo­va polí­ti­ca dell´Italia. Dis­cor­si e dic­tria­raz­zio­ni. Milán, 1923. p. 91.
  5. Mus­so­li­ni: obra citada.
  6. Cita­do por San­dor­mis­ki. Obra cita­da, p. 88.
  7. Manardt: Der Fas­chis­mur Mun­chen, 1925.
  8. Sobre la lucha eco­nó­mi­ca de la cla­se obre­ra ita­lia­na duran­te estos últi­mos años con­tie­ne datos muy intere­san­tes el folle­to Lázio­ne dei sin­di­ca­te di clas­se sot­to il terro­re fas­cis­ta publi­ca­do a prin­ci­pios de este año por la CGT
  9. Con­vie­ne recor­dar que la CGT aban­do­na­da igno­mi­nio­sa­men­te por sus diri­gen­tes refor­mis­tas, se halla actual­men­te en manos de los ele­men­tos revolucionarios.
  10. «Habéis toma­do Alsa­cia y Lore­na. Pero, a pesar vues­tro, segui­re­mos sien­do fran­ce­ses, habéis podi­do ger­ma­ni­zar nues­tras lla­nu­ras, pero jamás obten­dréis nues­tro corazón.»

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